Aniquilación - Michel Houellebecq
Houellebecq le gusta sacudir las conciencias de los lectores con sus reflexiones. Habrá perdido mordiente en este libro, pero desde luego algo de colmillo aún le queda a monsieur Houellebecq.
Como muestra, un botón:
Empezamos con la eutanasia y el lugar de los ancianos en la sociedad.
En realidad, la verdadera razón de la eutanasia es que ya no los soportamos, ni siquiera queremos saber que existen, por eso los aparcamos en lugares especializados, fuera de la vista de los demás seres humanos. La cuasi totalidad de la gente hoy día considera que la valía de una persona disminuye a medida que su edad aumenta; que la vida de un joven, y más aún de un niño, vale mucho más que la de un anciano. [...]
Desde luego, que el porcentaje de ancianos en la población no cese de aumentar es bastante desafortunado. Pero hay otra cosa mucho más grave. En todas las civilizaciones anteriores, lo que determinaba el aprecio, y hasta la admiración que se podía sentir por un hombre, lo que permitía juzgar su valía, era la manera en que se había portado efectivamente a lo largo de su vida; incluso a la honorabilidad burguesa solo se le concedía confianza, provisionalmente; a continuación, había que merecerla mediante toda una vida honorable.
Al conceder más valía a la vida de un niño (siendo así que no sabemos en qué va a convertirse, si será inteligente o estúpido, un genio, un criminal o un santo) negamos todo valor a nuestras acciones reales. Nuestros actos heroicos o generosos, todos nuestros logros, lo que hemos llevado a cabo, nuestras obras, nada de esto posee ya ningún valor a juicio del mundo y, muy rápidamente, no lo posee tampoco para nosotros.
De este modo privamos de toda motivación y todo sentido a nuestra vida: es, muy concretamente, lo que llamamos el nihilismo. Devaluar el pasado y el presente en beneficio del futuro, devaluar lo real para preferir una virtualidad situada en un futuro incierto.
Continuamos con la mercantilización del embarazo o la necesidad de hacer un statement a costa de los hijos:
Nada parecido sucedió en la estación de Macon-Lo-ché: su hermano, su cuñada y el hijo de ambos fueron los únicos pasajeros que se apearon del tren de París. De no haber sido así, tampoco le habría costado reconocer a Aurélien porque no había cambiado en absoluto [...]
El hijo era lo peor, no lograba acostumbrarse, como tampoco Cécile. No era una cuestión de racismo, nunca había sentido repulsión ni una atracción especial por las personas de piel negra, pero en aquel caso había algo que no encajaba.
Por supuesto, podía comprender que Indy recurriese a la reproducción asistida porque su marido era estéril; era ya más discutible que además decidiera recurrir a la gestación subrogada, al menos a su entender, pero quizá era víctima de concepciones morales anticuadas, la mercantilización del embarazo tal vez fuese totalmente legítima, él no lo creía, pero evitaba en general pensar demasiado sobre estos asuntos.
Le parecía perfecto que ella viajara a California para someterse a todas esas operaciones, era la opción más eficaz desde el punto de vista tecnológico y era asimismo la más cara; pero, aunque ella parecía disponer de los medios él se preguntaba de dónde sacaba el dinero, desde luego no era su sueldo de «periodista de sociedad» lo que le permitía estas fantasías, y aun cuando había sido una «firma de prestigio», como suele decirse, habría estado lejos de su alcance.
Probablemente eran sus padres los que habían pagado, ella era bastante tacaña, de las que irían a Bélgica o a Ucrania.
Todo esto, vale, tenía un pase, pero, entre el inmenso catálogo de candidatos que debía de haberle ofrecido la sociedad californiana de biotecnología cuyos servicios había utilizado, ¿a qué venía elegir a un progenitor de raza negra? Sin duda la voluntad de aprovechar la ocasión para afirmar su independencia intelectual, su anticonformismo, su antirracismo.
Había usado a su hijo como una especie de anuncio publicitario, como un medio de proclamar la imagen que quería dar de sí misma -cálida, abierta, ciudadana del mundo-, cuando la que él tenía de ella era la de una mujer bastante egoísta, avariciosa y sobre todo extremadamente conformista.
O bien -y la hipótesis era todavía peor- había querido humillar a Aurélien mediante su elección, dar a conocer a todos desde el principio que él no era, no podía ser en ningún caso, el verdadero padre del niño. Si esa había sido su intención, el éxito era rotundo.
El peor libro de Houellebecq de los que me he leído.
Las descripciones oníricas (que no aportan absolutamente nada a la trama) con las que nos castiga el autor se hacen pesadísimas. Curiosamente son estas partes del libro (según ha explicado Houellebecq en público) de las cuales más se siente orgulloso. En fin.
Aniquilación empieza muy bien, pero a medida que van cayendo las páginas a plomo una a una, todo se vuelve más y más aburrido. Más de 600 páginas donde se cuentan muchas cosas y no se dice nada. Al final nos quedamos con cara de tonto puesto que las motivaciones de los terroristas ni se explican, ni se sabe quiénes son. Simplemente desaparecen de la trama. Como si el autor se hubiese olvidado de ellos.
El habitual y brutal análisis del autor de la sociedad, de la soledad, de la política, del sexo; brilla por su ausencia. Hay algo de ello -muy poco-, pero es Houellebecq tan, tan complaciente en esta novela que me temo que al final la sociedad -o quizás la vejez- le ha terminado domando. Una pena.
Gracias por la reseña, algún día tendré que leerme algo de este tipejo. Espero que no quiera cortarme la venas después.
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