Arsène Putain y el anillo del Rey Salomón (Inspector Arsène Putain II #8)
EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS
ARSÈNE PUTAIN Y EL ANILLO DEL REY SALOMÓN
El intachable inspector Putain, adalid de la justicia parisina, lleva un rato ya malísimo centrando su aguda mirada en los pechos de la pizpireta Morgana Blair. Botan las tetas de la joven como un corcho sumergido con cada aspaviento.
Es la hechicera todo un bombón. Joven de largo pelo liso color carbón brillante en perfecto contraste con una tez pálida y fina como la cerámica. Ojos exageradamente grandes. La chistera usual de sus espectáculos de magia descansa aburrida, igual que su traje negro, a los pies de una desgastada butaca. Sólo viste la ilusionista un corpiño sin sujetador, unas medias de red y sus impertérritos tacones de aguja. Tacones que no se los quita ni para irse a la cama. Los gordos pezones le brillan como ciruelas maduras.
—Petite, yo no te debo nada. Fuiste tú la que me dislocaste un hombro el año pasado cuando descubrí robándole al público durante una de tus funciones...
—No me arrepiento de nada —sopla aburrida Morgana para levantar un díscolo mechón de la frente y aposentando los manos en sus caderas.
—... la que me drogó, me maniató a una lápida en un cementerio en pelota picada la noche de Todos los Santos y que se hizo pasar por la Reina Vudú para enjuiciar mis relaciones con las mujeres.
—Un putero, eso es lo que eres. PU-TE-RO. Con todas las letras. Te aprovechaste de mí con males artes. No sé cómo, pero te hiciste con algún tipo de hechizo arcano... ¡de valiste de poderosa magia ancestral para seducirme! ¡No hay otra explicación! ¡De magia negra!
—Lo que tengo como un negro no es precisamente la magia, petite— piensa divertido el azote del mal.
El inspector voltea los ojos desinteresado y le pide a la hechicera, tahúr, ilusionista o lo que coño sea, que vaya al grano, que no sólo está pasando un calor espantoso en plenas festividades del Mardi Gras, sino que además su fiel, y más calvo que él, ayudante está reclamando su desayuno de caballeros usual a estas horas de la mañana. El calor se está pegando al cuerpo de Putain como miel líquida.
—Ayer por la noche, tras terminar otro de mis grandiosos shows, unos viles encapuchados me esperaban en mi camerino. ¡Agazapados como bestias pardas! Buscaban hacerse con el anillo del rey Salomón. Que se lo entregara, que no fuera de lista, me decían. Por supuesto me hice la tontita e intenté negociar con ellos una salida más civilizada que nos beneficiara a todos. Estaban bien armados, ¿sabes? —le guiña un ojo al agente de la ley y repite la palabra "armados" entrecomillando dos dedos de cada mano.
El inspector asiente. Lo había pillado a la primera. Se conoce de sobra la índole de la oferta de la ilusionista a los malhechores.
—Al final me cachearon y me tocaron las tetas durante bastante tiempo -no se veían hartos-, y se hicieron con el anillo a pesar de que lo tenía bien, pero que muy bien escondido —vuelve a guiñarle un ojo al inspector a más puro estilo Katy Perry en el infame concierto de Las Vegas—. ¡Recupera mi anillo! Es un objeto muy poderoso, el único capaz de detener a la Reina Vudú de hacerme su esclava sexual. Si se percata que ya no lo poseo, vendrá a por mí. ¡Es todo culpa tuya, joder! ¡Esto me pasa por ser una ingenua y una buena persona! ¡Jodeeeeeeer!
Morgana Blair le enseña el trasero enrejillado al valeroso inspector.
—Mira, mira cómo me golpearon los cerdos con sus rabos... digo cachiporras. ¿Es que no lo ves? ¿No ves los moratones tan exagerados? ¡Pero mira bien! —levanta la voz desesperada y se golpea una y otra vez los glúteos —. ¡No estás mirando bien!
Putain no ve nada más que un culo prieto falto de una buena polla para quitarle todas las tonterías a la pitonisa, ¿o era ilusionista? ¿O Pollanisa? Qué más da.
—Mucho hablar de deudas, de brujas y reinas pirujas, pero ¿Qué gano yo con todo esto? Desatendiendo con este caso, a mi amante más fiel ¡La ciudad de París! Además, tengo mis horas de comer y son innegociables— afirma el casquivano inspector bajándose la cremallera y sacando a pasear un pollón de veinticinco centímetros que se descuelga como una ciruela madura metida en una media de baloncesto.
—Excuzes-moi? No pretenderás que te la chupe, ¿verdad? Me acabo de dar mis cremitas reparadoras de piel de lagartija tuerta escocesa para el show infantil de mediodía y conozco tus indecorosas artimañas. Tú no eres de avisar y me pondrás perdida de leche. ¡Así te las gastas tú, cerdo! ¡Te tengo mucha manía! —grita envalentonada Morgana puño en alto, después sacude un cojín de terciopelo para apoyar diligente los codos, levanta el trasero respingón y se coloca frente a uno de los legendarios espejo mágicos de Maléfica.
Le encanta verse. Sube un poco más el trasero y separa los cachetes del culo. Es una invitación en toda regla. Espera que Putain entienda la indirecta, ella que no es para nada facilona. Se pone a silbar como quién espera paciente en la estación del tren mirando su reloj de muñeca inexistente.
Que aún Morgana esté con las medias puestas será poco impedimento para el hábil miembro del adalid de la justicia. Su fiel hambriento y (e)recto ayudante no le pone puertas al mar y reventando las cuatro ventanas de la media enrejillada más cerca al ojal, le pega el primer pollazo demoledor. El sonoro clónc de la testa de Blair contra el espejo le indica a Putain que le cosa va bien.
Morgana descoyuntada empieza a recitar mil y un hechizos anti embarazos en gaélico, galego, andalú y hasta en pársel mientras se muerde los nudillos temiendo que el bravo inspector le dé por cambiar de puerta de entrada a mitad de la función y que ella le pillase despistada fumándose un piti tras el telón.
Entre solapados jadeos se está empezando a correr con las estocadas anales de Putain como una pánfila de pueblo. Y es que le pone muchísimo sentir los gordos y depilados huevos del agente golpear su inflamado y volcánico sexo. Tiene, sin duda alguna, el inspector impía magia negra y poderosa entre las piernas. Evita pegar un alarido al alcanzar el orgasmo, mordiéndose el dedo índice con fuerza.
A cada inmisericorde embestida de Arsène, a Morgana se le van cayendo al suelo barajas enteras de cartas, un lustroso conejo de largas orejas pero que ha pasado una muy mala noche, un ramo de flores de plástico y 23,35 € en monedas de veinte, diez y cinco céntimos. Vamos, que parecía que hubiesen sacudido una piñata mejicana o te hubiera tocado las tres cerezas de una máquina tragaperras.
Al que parece que le ha tocado la especial es a Putain, que sube una marcha y le vuelve a clavar hasta los huevos. Con dos dedos hábilmente salivados la penetra el incandescente sexo mientras no cesa con castigarla el culo con su vara mágica. Está la joven prietísima. Y mira que, no hace tanto, decía la casquivana de la bruja que no se acostaría con él, aunque fuese el último hombre de la tierra. Quién prueba la polla de Putain... repite. Siempre.
Después con un gruñido liberador, Arsène se descarga con generosidad dentro del estrecho culo de Morgana. Ya se podía haber ahorrado la ilusionista la poesía o lo que estuviera recitando, se dice el inspector. Se saca la gorda y descargada polla y la apoya sobre el enrojecido culo. Es la hora de que el actor principal de la función incline la cabeza en señal de agradecimiento y el momento de los aplausos del público.
Tras subirse los pantalones y ya más iluminado y descargado que Pablo de camino a Damasco, Putain decide hacerle el favor a Morgana e investigar el robo del anillo. A la ilusionista la deja ronroneando satisfecha, eso sí, con el culo al rojo vivo.
Putain sale por la entrar por la puerta trasera del local. Le está cogiendo gusto a eso de las puertas traseras. Sólo los malos inspectores se anuncian y entran por la puerta principal. Seguramente los viles malhechores se inclinaron por esta opción.
El oscuro callejón con grietas y manchas de aceite en el pavimento no despierta el mínimo interés en Putain. La poca luz que se filtra proviene de algunos focos montados en las paredes de los edificios. Un contenedor de basura abierto maloliente a rebosar finiquita las pocas ganas ya de por sí del inspector de seguir investigando esta vía. Un gato de raza indeterminada le mira desapasionado desde una ventana abierta.
Una muchacha en tetas, en bragas y con una peluca cobalto se asoma a la ventana llamando al minino a comer. Al percatarse de la presencia del inspector se tapa avergonzada con lo primero que tiene a mano; en este caso, con Pelusitas. Se queda mirándole. Pero lo que se dice prisa, prisa no parece tener la muchacha para meterse al piso ni para taparse las tetas.
Otra voz femenina de fuerte acento asiático le pregunta desde el interior que "qué pasa". "Nada", responde la chica y corre las cortinas.
Pero nada escapa a la agudeza visual de Putain. Aparte de unas aureolas gordas y esponjosas que le cubren casi la totalidad de las tetas, la muchacha oculta algo y está deseando soltarlo. Que se detuviese mirándole, otros segundos más al correr las cortinas, su intranquila mirada de derecha a izquierda es la de una persona que ha visto algo. El colosal miembro de Putain se endurece y se inclina cual palo zahorí al encontrar agua subterránea, síntoma inequívoco de que ha encontrado una pista que merece investigar.
El inspector sale del callejón y decide subir al apartamento. No cuesta nada preguntar. Revisa en los buzones del piso el nombre de las muchachas. Una tira de papel adhesivo con el nombre de Minette Leduc y Shumei Guo escrito a mano le revela otra pista importante.
Lesbianas -a él esos detalles no se les escapan ni con alas-, de alquiler hace poco -el cártel del buzón es reciente y precario- y fiesteras -una de ellas oculta su cabello claramente bajo una peluca de fiesta del Mardi Gras.
Quizás sea un tiro al aire y Putain se equivoque. Quizás no hayan visto nada. Pero si ese fuera el caso, con algo de suerte, quizá le pueda volver a ver las tetas a la de la peluca.
La ciudad de París está en pleno Mardi Gras y es de sobra conocido -a poco que no seas una estirada marsellesa- que, si se ofrece algo de joyería a una mujer, ésta tiene que enseñarte mínimo el tetamen. Y el inspector como hombre precavido y respetuoso con las costumbres, siempre lleva algo de bisutería falsa en estas fechas tan señaladas.
Empieza a subir las escaleras al segundo piso mientras el crujir del suelo de madera y una seductora música de violonchelo del piso superior acompañan su justiciero paso.
No ha transcurrido ni medio minuto tras llamar con los nudillos, cuando Minette Ludec abre la puerta al inspector.
—¡Sí! —afirma más que pregunta la joven -esta vez vestida con una camiseta ceñida sin sujetador anudado a la altura del ombligo y un tutú que ha visto días mejores—. Oh, usted.
Antes de que el inspector pueda añadir el motivo de su visita, Minette le grita a su compañera de piso que ha llegado Monsieur Duvalier, el casero.
—Le ruego que nos perdone, Monsieur —se disculpa azarosa Leduc alzando al curioso y a la vez contrariado Pelusitas del piso sin dejar de ametrallar verbalmente a Putain—. Sé que vamos atrasadas con el alquiler. No hemos tenido apenas ingresos los últimos meses. Ya sé que ése no es su problema.
Shumei está haciendo algunos bolos por ahí tocando el violonchelo, pero gana poco y esto no va rápido ¿Quiere un café? Shumei le hará uno... ¡prepara los mejores cafés de París! ¡Shumeiiiiiii, caféeeeeeeeeeeeeee!
—En realidad, yo venía por el incidente de ayer —intenta meter baza Putain mientras Pelusitas no deja de restregarse el lomo en su pernera.
—¿La fiesta? Lo juro que no fuimos demasiado ruidosas. Bueno, un poco quizás, pero a las diez de la noche ya se habían ido todos. ¡Fueron los del callejón! Se lo prometo. ¿Quién se ha ido del pico? No me lo diga, la arpía del primero. ¡No le crea ni una palabra!
La menuda y descalza Shumei se acerca sinuosa con un café en la mano. Viste la asiática una amplia y vaporosa blusa transparente hasta las rodillas, un minúsculo tanga y un ancho collar de cuero negro con una anilla en el cuello. De camino sortea grácilmente el piso minado con infinidad de prendas de ropa, latas de cerveza vacías, vasos de plástico, confeti, velas en forma de falo descabezadas y condones de la bacanal -léase orgía- de la noche anterior.
Al entregarle el café al bravo inspector, la menuda señorita Guo se queda pálida.
—¿Monsieur Putain? ¿Qué hace usted aquí? —traga saliva— ¿Viene a detenernos? Es verdad, que al final todo se fue algo de madre, pero poco. Y sí, fueron algo más de las 22:00 de la noche, cerca de la medianoche, pero poca más. Bueno, quizás ¿las 2:00?
Arsène ya sospechaba de su identidad al ver su nombre en los buzones, pero no estaba seguro, hay muchas Guo en París. Es Shumei, la compañera del conservatorio de música de su hija Camille. La pesadilla de la criminalidad francesa levanta ambas manos en señal de qué no deben temer nada de él.
—Hola Chumino, de ningún modo. Casualmente estoy investigando un caso cerca de aquí, y me preguntaba si habíais visto algo raro ayer por la tarde noche.
—Me llamo Shumei —corrige la joven recobrando la compostura— Ayer hubo bastante jaleo aquí y no sabría que decirle. Si es verdad, que oímos voces en el callejón a última hora de la noche. Yo no vi nada. Estaba encendiendo unas velas aromáticas en otra habitación. Pero Minette vio estacionada una limosina Mercedes Benz clásica de la hostia y como un pedazo negro inmenso, calvo, vestido todo de blanco con un bastón en la mano, hablaba con dos hombres. Luego se marcharon.
—Calvo, ¿eh? Es un detalle importante —repite Putain con aire de divertido reproche. Su otro calvo asiente dentro de su bragueta. Tiene hambre y le apetece chino.
—Si este pollo no es Monsieur Duvalier... ¿No hace falta follárnoslo como al casero, ¿no? —pregunta curiosa Minette volviéndose a poner la camiseta que ya se estaba quitando y pegando un puntapié a una de las velas "especiales" del apartamento.
Shumei la fulmina con la mirada. Su novia la está dejando en ridículo delante del afamado padre de su amiga Camille. Que inoportuna es siempre Minette. Le responde con un seco "No" llevándose la mano al caballete de la nariz. Aunque es cierto que el papa de Camille es todo un pastelito. De esos de los que terminas chupándote las manos y el envoltorio tras haberte comido el bollo. El padre calza desde luego que muy bien.
—Pues yo sí quiero. Me pido hacer uso del comodín mensual de me-follo-a-quién-quiera-sin-malos-rollos que acordamos al salir juntas —negocia Minette bajándole la cremallera del pantalón al inspector y, al hacerlo, sin poder evitar abrir los ojos de par en par. Es una barbaridad de rabo, del tamaño de una escopeta recortada.
—¡Ese comodín sólo es válido si acordamos follárnoslo las dos, pedazo puta! —grita Shumei indignada. Ya no sabe si la indignación es porque su novia ha resultado ser una casquivana o por la amplia sonrisa del inspector que ha cerrado la puerta con el talón. Aunque bien podría haberla cerrado con el pollón.
Minette que ya está degustando la polla del inspector -éste por supuesto no dice nada, se debe a la ciudadanía-, deja de lamer el enrojecido y durísimo yelmo salpicado de perlas de excitación de Arsène por unos instantes y vuelve a lanzar la propuesta sin realmente esperar la aprobación de su novia. Lo tiene más que decidido. A un rabo así no se le puede decir que no. Que sea el padre de su compañera del conservatorio le toca a ella el higo a dos manos. Está harta de velitas, dildos y consoladores. Ella lo que necesita es un pollón.
El solícito inspector, agarrado de su corbata inglesa de Drake´s por Leduc y con el rabo bamboleando tieso repartiendo sus bendiciones perladas al mobiliario, es arrojado a una de esas incomodísimas tumbonas curvadas de madera que tanto están de moda ahora.
Shumei por su parte sigue enfurruñada diciendo que qué va a pensar Camille si se entera, que ella aún tiene que ensayar con el chelo, que el apartamento está hecho una leonera, que Minette es una puta, que cómo se va a llevar todo eso a la boca, que vaya pedazo rabo gasta el amigo, que sí puede participar.
Chumino agarra su instrumento musical y ni corta ni perezosa se quita el tanga y se sienta encima de la cara de Arsène de espaldas a la puta de su novia que por sonido que le llega deber estar dando buena cuenta del rabo del inspector. Slurp, slurp, slurp.
—Pues que el papaíto de Camille chupe almeja entonces—se dice mientras ella empieza a ensayar Paint it Black de los Rolling Stones versión Miércoles Addams.
La joven Leduc con la mandíbula desencajada de tanto chupar, decide dejarlo y pasar a cabalgar al inspector.
Guo sigue concentrada tocando el chelo con los ojos cerrados. Su muy puta novia Minette, tras arrancarle a mordiscos todos los botones de la camisa uno a uno a Putain, le muerde los pezones y ayudándose de dos dedos como quién se inyecta una jeringa -de las gordas- se introduce la colosalidad de Arsène en su ardoroso y muy rizado sexo.
Al hacerlo pierde brevemente el conocimiento al sentir los veinticinco centímetros penetrarla sin piedad hasta la base de los testículos como un carnero de combate. Si la llegasen a preguntar qué día de la semana era hoy hubiese respondido "Bicicleta estática" de lo desorientada que estaba. Siente como si la estuviesen partiendo en dos. Acelera la cabalgada como un jockey viendo que se le puede sacar más brío al jamelgo y al hacerlo se le cae la peluca fiestera por detrás de la espalda. Pelusitas no desaprovecha la ocasión e inicia una batalla mortal con el postizo cobalto. Que Minette se haya rasurado la cabeza a un centímetro de largo sólo potencia la perfecta testa de la muchacha. Es como acariciar un kiwi.
Por su parte, Shumei no se había confundido tanto al ensayar en toda su vida. Parte de la culpa la tiene la cabeza de su novia que no hace más que golpear el cuerpo armónico de su chelo. Clónc, clónc, clónc. Y la otra gran parte de culpa la tiene el padre de Camille que ciertamente posee una lengua diabólica. Lame con devoción de arriba a abajo los labios íntimos, muerde la pepitilla, le da pequeños latigazos con la punta de la sinhueso para luego succionarla sin piedad. Slurp, slurp, slurp. Ya lleva un orgasmo a lo tonto. Sólo espera que el inspector no se haya dado cuenta. Sería una vergüenza terrible. Así, a las primeras de cambio.
Abre los ojos, mira por encima del hombro y constata luego lo que ya se temía; Minette está desbocada, galopando como una descosida dirección al rancho de la "Pollarosa" mientras su fiel montura la tiene bien asida del trasero con dos firmes manos. Cada vez que alza el culo Minette, Arsène la vuelve a bajar a plomo a la base de sus huevos. El tutú se levanta cada vez como si pasase la línea 1 amarilla del suburbano entre estaciones.
—Éste no tiene ninguna intención de sacarla y se va a correr dentro. Eso está claro. Me deja a la novia preñada —piensa una muy acalorada Shumei mientras vuelve a desafinar -cada vez se parece su interpretación más a una discusión entre gatos acalorados que a otra cosa- y a deshacerse en la boca de Putain. Se ha vuelto a correr. Se percata que lleva tocando el instrumento musical con una percha hace rato. Ni se había dado cuenta.
A pesar de la suposición de Guo, Minette consigue descabalgar al agente de la ley, presintiendo la inminente eyaculación de Putain. Empieza a masturbarle con dos manos. Aprieta y suelta el duro falo, pellizca el glande, chupadita, golpeo rabioso con la mano abierta y vuelta a empezar. Arsène gruñe de placer.
Para Bonanza, la corrida que se va a llevar Leduc en un rato. El hormigueo de los hinchados huevos del intachable inspector es sintomático de una corrida de las buenas.
La descarga de Putain aun así pilla por sorpresa a Minette. Dos salvas la ciegan de ambos ojos, la tercera y la cuarta saltan por encima de sus hombros -una de ellas alcanza a la balconada-, la quinta pilla de lleno a Pelusitas y la séptima y octava ametrallan las tetas de Leduc.
Sentir el ansiado cálido y abundante esperma de Arsène en su rostro y pecho, restregarse el semen por los pezones, le provocan una oleada de calor a Minette cercano al éxtasis. Por su parte, el adalid de la justicia, mientras descarga una salva tras otra, hunde su rostro en el sexo de Guo y se empapa de su salvaje y exótica feminidad.
—Tiene un coño súper estrecho divino, pero le falta practicar bastantes horas más el chelo—constata el agente que ya tiene decidido pasar por el conservatorio de música más a menudo para recoger a su hija y cerciorarse de los progresos de Xiaomi.
Minette se incorpora tambaleante y lame de los muslos de Putain los restos de semen. Recoge una muestra de esperma en un vaso de plástico para luego bebérselo con el café de la tarde. Por la cantidad será más un generoso capuchino que un lastimoso cortado. Qué barbaridad. Se ha quedado con las ganas de que Putain se hubiese corrido dentro de ella. Otra vez será. Luego se pasará un dedo.
Por su parte Shumei, tras el tercer orgasmo clitoriano se ha quedado más tiesa que Edith, la mujer de Lot. Hasta se le ha caído el puto violonchelo.
Putain se incorpora, pisa sin querer el rabo a un contrariado Pelusitas que no da abasto a lamerse el pelaje, y se empieza a vestir. Ya ha terminado aquí. En el bolsillo del pantalón se lleva las braguitas de Shumei. Por desgracia, no puede hacerse con las de Minette; simplemente no llevaba.
Tiene una idea muy clara de que se está representando entre bambalinas aquí y de quién puede ser el pedazo negro del bastón que viese Leduc la pasado noche. Se trata del nuevo señor del crimen, Ambrose "Papa" Toussaint. Un marsellés con malas pulgas y más rabo que un elefante africano. No lo permitirá. No, en su ciudad.
Ha reconocido en el robo del anillo del Rey Salomón un patrón familiar. Un juego al que no juega por primera vez.
Putain podía haberse marchado del apartamento de las dos mademoiselles mucho antes, pero oye, en esta vida no todo es trabajo. El equilibrio entre el trabajo y la familia es muy importante. ¿No es cierto? ¡Por supuesto!
2404147642358
¡La banda sonora!
The Rolling Stones featuring Wednesday Addams - Paint it Black
Bien, bien, prosiga narrando estas historias. :)
ResponderEliminar