Arsène Putain y el lavadero pecaminoso (Inspector Arsène Putain II #9)
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ARSÈNE PUTAIN Y EL LAVADERO PECAMINOSO
Con la cabeza sepultada entre los enormes pechos sudorosos de ébano y bamboleantes tamaño bomba atómica de Ayana, el inspector Putain cavila, entre pollazo y pollazo demoledor a la chirimoya de su folla-amiga Deschamps, que línea de investigación debe seguir en primer lugar. Sus manos bien ancladas a los cachetes del generoso culo que no se libran de alguna que otra cachetada.
La desbocada Ayana le lleva cabalgando hace más de veinte minutos a galope tendido y por los exagerados chorretones de fluidos vaginales de la morena, está recogiendo en su galopar un orgasmo tras otro. Ya debe llevar media docena. Y eso que montar una descomunal polla de veinticinco centímetros es jugar en las grandes ligas, la Ligue 1.
—Arsène, me partes con ese pedazo de rabo que tienes. Mi marido es una mierda seca, un picha floja a tu lado tuyo. ¡Dime que soy tu puta negra preferida! ¡La única que te la pone más dura que el peñón de Gibraltar!¡Dímelo, joder!
¡Putain calla para no mentir, pero parece mentira que tras tantos meses de affaire no sepa que el inspector es un verso libre y que la única amante a la que le puede ser fiel es la ciudad de París!
Ayana cacarea como un gallina tras ser aturdida por otro intenso orgasmo y descabalga dolorida y temblorosa su montura. Al hacerlo una sonora lechada abandona atropellada su encarnada papaya de abundante vello púbico ensortijado y se desliza grumosa por sus larguísimos muslos azabaches para terminar manchado sus botas de piel de lagartija.
Sin perder el tiempo -sabedora que la paciencia es una virtud de la que adolece Putain y que su marido está a punto de llegar- clava las de rodillas en la moqueta persa de su apartamento y da buena cuenta -sin perder contacto visual en ningún momento- del inflamado bálano de su agente de la ley favorito.
Suben y bajan sus falanges por el grueso falo del Putain como si tocaran un arpa. Toca apresurarse. No está fino ni bien visto que Gerard la sorprenda con una polla metida en la boca por muy moderno que se las dé su marido. ¿Qué diría el vecindario? ¡Pues que afortunada es Gerard si le engaña con tal semental!
Ya son muchos meses de encuentros furtivos para conocer que al intachable inspector gusta de eyacular sobre su cara de postre en cada encontronazo sexual. Ayana siente el cada vez más rápido palpitar de las venas del pollón de Arsène y como éste se curva desafiante en su boca. Ahora sí que está a punto de caramelo. Es hora de su ansiada crema facial.
Putain hunde sus manos en el voluminoso pelo afro de Deschamps y deja que su troncho explosione como una batería de fuegos artificiales el cuatro de julio estadounidense sobre el rostro de su amiga. Nada más orgasmar y maquillar a Ayana de paso de peatones, ésta oye la puerta del apartamento abrirse.
—¡Cariño, ya estoy de vuelta! —vocifera Gerard pasando directamente a la cocina cargado de bolsas sin pasar por el comedor donde su santa mujer culo en pompa está terminando de asear con su lengua el hinchado glande de Arsène—. ¿Qué quería tu amigo, el inspector?
—¡Mi amor! Qué alegría verte. Nada importante. Que si sabía algo del pendón desorejado de mi hermana Imani. Ya sabes que siempre anda metida en líos —responde Ayana con la boca pastosa de la brutal masculinidad del inspector.
Con el agua de una maceta se adecenta como puede el pelo y la cara. Para disimular el sabor ferroso del esperma, agarra un caramelo de menta de un tarro de la mesa y lo empieza a chupar. Y de chupar, va servida hoy la amiga.
Para terminar de hacer el paripé, va al encuentro de su marido a la cocina haciéndose la inocentona para darle opción al fauno de Arsène de salir por la puerta. Menos mal que el licencioso inspector sólo le subió un poco la faldas y le bajó las bragas. Por cierto, ¿dónde cojones están?
—¡Me encanta tu nueva pasta de dientes de menta! —alaba el pánfilo Gerard mientras le retira con el índice una díscola perla de "pasta dental" de la comisura de los labios—. Uf, estás ardiendo. Estás sudando, ¿Te has tomado la temperatura? Espero que no te vayas a constipar.
Mientras tanto, el inspector Putain y su termómetro bajan la escalera silbando con la mente afilada como un bisturí y los huevos más descargados que la app de Brawl Stars para móvil. En su bolsillo se lleva afanadas las bragas de Ayana.
Ya tiene decidido qué pasos seguir, aunque ello no esté desprovisto de riesgo. Visitará el lavadero de coches de Ambrose "Papa" Toussaint -una tapadera sin duda para blanquear dinero, tiene gracia esta expresión siendo Toussaint de color- "l'impoluto Monsieur Putonium" en un barrio de mala muerte de París y le hará algunas preguntas indiscretas.
Quizás suene la flauta que desde luego no será la suya. Tras otro concierto soberbio, las dos próximas horas estará descansando en el camerino de su pantalón.
Lavadero de coches "l'impoluto Monsieur Putonium".
Dos horas más tarde.
Escondido entre callejones y viejos edificios industriales, se encuentra escondido el lavadero de coches de Ambrose "Papa" Toussaint.
Su fachada, desgastada por años de uso está cubierta por un rastro de musgo y grafitis descoloridos de artistas callejeros con escaso gusto y menor arte. Un mosaico de charcos y manchas de aceite que reflejan el grisáceo cielo de París sobre el suelo del lavadero. El penetrante olor a detergente, el inconfundible perfume de los productos químicos y el acre olor de la gasolina envuelve el local a partes iguales.
Putain estaciona su Porsche a escasos metros de la puerta principal y al poco de bajarse, observa curioso como un hombre sale despedido de unos de los tres lavaderos en funcionamiento. Tras levantarse, se marcha cojeando con más palos metido en el cuerpo que un tienda de cestas y con factura futura de 2.530,15€ en el dentista. El inspector reconoce al hombre. Es Mohammed "Mojo Mayhem" Bashir, un delincuente árabe de poca monta, conocido por sus problemas con las mujeres y más feo que un pie por debajo. Ahora sin algunas piezas dentales no está para tirar cohetes precisamente.
La responsable del vuelo sin motor del desgraciado es una morena de pelo oscuro corto que satisfecha se limpia las manos con un trapo.
—No ha pagado lo que adeudaba —se disculpa la señorita Cactus al ver al inspector—, y me ha querido tocar las tetas— añade, aunque sea del todo mentira—. ¿Sabe que la vida es una gran erección de odio?
Viste la chica un mono de color verde veneno con la parte superior anudado a la cintura. Los pezones de sus melocotones están a punto de rasgar la camiseta manchada de grasa o ¿es sangre resaca? Después con una manguera de agua a presión limpia de toda prueba el lugar de aterrizaje del moroso.
Putain no entiende nada, pero sonríe sin añadir ninguna imaginativo comentario. Después se pasa la mano por los labios como sí cerrara una cremallera y entra en la recepción.
—¿En qué le puedo ayudar señor? —pregunta la muchacha rubia con dos coletas de caballo laterales vestida igualmente con un mono, pero esta vez, de color azul cielo desde el mostrador.
Cosido al mono de trabajo en una pequeña tira figura el nombre de Burbuja. Al acercarse el adalid de la justicia un poco más a la muchacha, confirma lo que ya presuponía. Desprende la rubia el mismo calor que la matrícula de un cohete. Seguro que pagan un dineral al mes en aire acondicionado.
—Soy el inspector Putain. Quisiera ver al señor Toussaint.
Madeimoiselle Burbuja levanta el dedo índice y con un sensual "un segundo" llama por el interfono. Tras escuchar y asentir detenidamente, cuelga.
—El señor Toussaint no se encuentra en nuestras instalaciones actualmente, pero su secretaría, la señorita Luna Bellum, le atenderá de inmediato—. ¿Desea que lavemos su deportivo entre tanto? Tenemos una oferta extraordinaria por 12,95€ que incluye los servicios de espuma de color y doble secado. ¡Todo a mano! Me comprometo personalmente a que, si no queda satisfecho al 100%, le resarciré con un detalle muy especial marca de la casa.
Putain acepta la oferta con una pícara sonrisa fantaseando con que el detalle sea una paja entre las tetas de la señorita Burbuja teniéndola amarrada de las coletas. Tiene Burbuja una capacidad de convicción como si pudiera hablar hasta con los animales. La anaconda de Putain no podría estar más de acuerdo y se revuelve depredadora en su cubil.
Suena el interfono. Burbuja recoge la llamada y tras colgar le indica a Putain que haga el favor de pasar al despacho al fondo del pasillo donde la espera la Srta. Bellum.
Aun sentada en su despacho tras una espantosa mesa de madera caoba, Luna Bellum emana fiereza sexual. Su sedoso y largo cabello rojo en cascada, enmarcan su rostro de muñeca de niña que jamás ha roto un plato -o se ha comido una buena polla, piensa Putain-. Su voz, suave, pero a la vez persuasiva no oculta su autoridad capaz de calmar la más brava de las tormentas con una sola palabra o encender las más bajas pasiones con un susurro.
Completa su presencia, Bellum con una figura esbelta descompensado por sus inmensos pechos en un traje ajustado escarlata de falda, medias de rejilla blancas y botines negros. A su lado de pie, cruzada de brazos y con cara de malas pulgas, una muchacha con un ostentoso lazo rojo que hace juego con el color de su mono. A Putain no se le ha escapa el detalle que ella y las otras dos muchachas -Burbuja y Cactus deben ser hermanas.
—¿Por qué desea ver a Monsieur Toussaint? —interroga Bellum sin presentarse y sin andarse por las ramas. Ella no necesita caer bien.
—Buenas tardes, soy el inspector Putain. Algunos testigos vieron al sr. Toussaint en una escena de un crimen acontecida en la sala "Nenúfar" hace algunos días. ¿Conoce la sala o a su dueña, la ilusionista Morgana Blair? ¿Tiene constancia que su jefe la hubiese visitado hace poco? —pregunta anotando en una pequeña libreta detalles importantes del caso como las medidas de la tetas de las hermanas y el color probable de sus braguitas.
—¿Cómo dijo que se llamaba otra vez? —contraataca Bellum sin empezar a responder a las preguntas del agente de la ley. Ella va a otra cosa.
—Inspector Arsène Putain —repite pausadamente el intachable inspector haciendo hincapié en su cargo dentro del departamento de policía.
—Lo lamento, no sé quién es. No he oído hablar de usted en mi vida.
Miente. Putain lo sabe y a ella le traiciona una leve sonrisa. Al inspector no se le escapa una mentirosa ni con alas. La secretaría cañón de Toussaint sabe perfectamente quién es -vaya si lo sabe, juraría que incluso ha detenido su mirada más de un vez en su entrepierna- y se hace la ignorante para tocarle los huevos. De momento le está saliendo de maravilla. Los tiene durísimos.
—Disculpe mis modales. ¿Le apetece tomar algo? —se incorpora Luna Bellum de su asiento. Plisa la falda de su ajustado traje y le ofrece una copa de coñac Michel Camus Royale. Su manicura es excepcional.
Antes de que nuestro bravo agente de la ley pueda decir una sola palabra, Luna le retira la copa—. Soy una maleducada. Usted está de servicio. La señorita Pétalo le traerá un poco de agua—, y vierte el carísimo contenido del coñac a una indignado potus, que está hasta los huevos de tragarse bebidas espirituosas.
La chica bambolea su puntiagudo culo aprisionado en su mono de color fuego, agarra desganada una botella de agua de una mesa y tras echarle el aliento -congelando la botella al instante- se la lanza al azote del mal parisino con menos miramientos que puntería.
Putain agarra la botella al vuelo -está el líquido elemento más frío que el candado de un iglú- aunque hubiese preferido agarrarle el peluco a la pelirroja Pétalo. Debe ser la muchacha algo marimandona por el gesto contrariado en acatar las órdenes de Luna Bellum.
—Le diré a Monsieur Toussaint que ha venido a verle. ¿Puedo hacer algo más por usted? ¿Un café? ¿Quiere que Pétalo le haga una mamada mientras se termina de secar su Porsche? —continua la secretaria, señala a la muchacha cruzada de brazos y se vuelve a sentar descubriendo unas finísimas bragas de encaje rojo putón.
El azote del Mal declina la oferta y no por falta de ganas. Toda París sabe que Putain es intachable. ¡Incorruptible! Además de que es muy posible que haya cámaras y micrófonos grabando la conversación. No hay que perder jamás la cara -ni el culo- al enemigo como decía su abuelo español. El ayudante en la entrepierna de Putain disiente, reclama ser algo menos papistas que el Papa y hacer alguna que otra excepción. ¡No todo va a ser trabajo, parece que exclama el ayudante! El inspector apacigua la inminente rebelión con un fuerte apretón.
—Dígale a Monsieur Toussaint que me llame o se pase por comisaria. Le dejo mi tarjeta para poder contactarme —sentencia Putain besando la perfumada mano a cereza para después pasar su tarjeta entre las apretadas tetas de la mujer como si estuviera fichando a la salida de una fábrica. Luna, boquiabierta, no se esperaba la hábil jugada del tahúr del licencioso Putain.
La señorita Burbuja con el oído pegado a la puerta, al escuchar los pasos de Putain, se aparta unos metros. Después acompaña a Putain a la salida y le indica donde se encuentra su deportivo estacionado.
—Espero que todo esté a su gusto —le entrega las llaves del Porsche sin dejar pasar la ocasión para surcar con su índice la palma de Arsène— Si no fuera éste el caso, ya sabe dónde debe ponerme la reclamación —abre la boca formando un círculo—, y estaré encantada de apaciguar su "problema".
Nada más cerrarse la puerta y mientras el azote de la criminalidad parisina arranca su brillante Porsche 911 -el coche está como nuevo muy a su pesar-, Luna llama por teléfono.
—Tenemos un problema. Sí, tal como anticipamos. Ha venido Putain.
Gimnasio de boxeo y taller mecánico "El pato mareado".
Una hora más tarde.
—Lo que sospechábamos. Te han metido tres audífonos espía en el coche y han intentado hackear el navegador GPS del Porsche para averiguar tus últimas direcciones. También se ha intentado acceder a la lista de contactos del móvil vinculada a tu coche. No han tenido éxito —confirma el mecánico y mejor amigo de Putain -si descontamos el que tiene Putain entre las piernas- con vehemencia.
—Perfecto —responde el inspector con una amplia sonrisa—. Ahora tengo a Toussaint exactamente donde quería y el juego que empezó con el robo del anillo del Rey Salomón cada vez tiene mejor pinta de poder ganarse.
El argelino René se ríe, se golpea los muslos con ambas manos y le ofrece otro chupito de su mejor botella de bouhka*.
—Oye René, me está entrando hambre de la buena. ¿A qué hora vienen tu prima Zuleika y sus dos amigas?
René destornillado de la risa y mesándose la barba, le responde que en cualquier momento y le ruega que respete -al menos al principio- a su prima.
*Aguardiente de higo.
¡Continuará!
¡No te pierdas la primera parte de este caso, aquí!
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Vaya, vaya con el Inspector. ¡Ahora contra las Supernenas! ¡Puede con todo! ¡Buen relato cpomom siempre!
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