El masaje (Perlas de pasión #5)
EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS
Me llamo Jon.
En mi trabajo como masajista a veces tengo mis contadas recompensas. Normalmente, mis clientes son viejas chochas con las carnes desparramadas o futbolistas con lesiones.
Algo muy poco gratificante, pero no es el caso si me toca dar un masaje a Maite Sierra, esposa de un rico banquero, y que, por su talla de pecho natural, una talla 34G, la llamamos Maitetas, la reina tetona.
Es un lujo, posee una figura curvilínea y voluptuosa, cincelado por horas de gimnasio, que es una delicia masajear y, que no pocas y mal disimuladas, erecciones me causa.
Es, a la vez, tortura y placer recorrer su cuerpo, cubierto de perfumados aceites.
En mis fantasías, me imagino explorando su depilado valle de Venus, perdiéndome en medio de sus pechos, lamiendo sus pezones, besando sus carnosos labios y cuello, corriéndome en su cara.
En los masajes, ella es poco comunicativa. Llega, se desviste, se tumba en la camilla cubierta de lino suave y la tapo con una toalla.
Me advirtieron que a la Sra. Sierra no le gusta las chácharas. Sólo quiere el masaje. Nada de charletas insustanciales.
Siempre es así.
Desde hace años, pero todo cambió hace dos semanas.
Ese día, la tocaba masaje relajante. Era la última sesión de la noche y, tras terminar con ella, cerraba mi local y me marchaba vencido a casa.
Yo estaba bastante cansado -había tenido una sesión horrorosa con un deportista duro como una roca, dos viejas pesadas hablando de sus firulais- y andaba un poco despistado.
Mientras relajaba las articulaciones de la Sra. Sierra con mis dedos, me aproxime sin darme cuenta, demasiado a su sexo. Ella suspiró dando un ligero respingo, pero no dijo nada.
Me disculpé como pude y seguí con el masaje por sus muslos. Tenía una erección del quince.
Me imaginé introduciendo mis dedos en sus vulva, jugar con su pepitilla y lamer entero su depilado coño perfumado a Chanel nº 5.
Notaba mi polla hacerse cada vez más grande en mis pantalones blancos, esperando que no se me notara demasiado y que no reventaran ahí mismo.
Otra vez, al girarme rocé su rostro con mi paquete.
Me hice la rubia y seguí masajeando sus muslos.
Sentía mi verga rodeada y atrapada de un húmedo calor, tal era mi excitación.
Pero al girar mi vista hacia mi miembro, lo vi completamente dentro de la boca de la Sra. Sierra.
Ella me había bajado los pantalones y bóxer, e introducido el pollón en su boca.
Lo lamía rítmicamente, acariciándome los cargados huevos con una mano. Como si fuera lo más normal del mundo.
Me quedé bloqueado, no sabía qué hacer. ¿Cómo era posible esto?, pensé.
—Yo... yo. Disculpe, yo no sé qué ha pasado... —intenté articular mientras ella aumentaba el ritmo.
Era divino el espectáculo. Mientras me chupaba la verga como un ternerillo recién destetado, aparté la minúscula toalla y con un dedo el fino tanga. Con dos dedos empecé a masturbarla sin vergüenza, con la otra mano la estrujaba sus gordas y naturales tetas.
Decidí jugármela. De Lost to the river.
Pisé mis caídos pantalones y bóxer para terminar de quitármelos y me subí a la camilla. Me tumbé boca arriba y posicioné a la Sra. Sierra encima.
Ella, milagrosamente, no había soltado en ningún momento mi polla.
Pasé a comerle el coño con ganas, olía maravillosamente y palpitaba de placer. Debía habérselo depilado hace poco ya que al lamerlo me pinchaba un poco los nacientes pelos.
Tras unos minutos, ella tuvo un feroz orgasmo. Lo noté por sus espasmos y ya que me apretó con sus labios aún más mi pollón a punto de estallar. No me hice de rogar y la acompañé con el mío propio.
No hay nada más placentero en este mundo que un orgasmo conjunto, sentir las contracciones de tu placer liberado junto al de tu amante.
—Me corro... joder... Sra. Sierra. Yo... yo no puedo aguantar más, Dios, tiene usted una boca maravillosa. ¡Me corroooooooo! —grité al borde del desmayo hundiendo mi cara en su coño.
Me corrí como un adolescente en su boca, una que no dejó de tragar toda mi hombría sin rechistar.
La mamada que me hizo la Sra. Sierra está, sin duda, dentro del TOP 3 de las más placenteras en toda mi vida.
Cuando terminé de echar todo, ella se levantó, se limpió la boca con una toallita y se dirigió a la puerta sin mediar más palabra.
Yo aún tenía la polla goteando cuando se giró y exclamó:
—Esto nunca ha pasado. Si me entero de lo más mínimo de que vas del pico, te mato. ¿Estamos?
Sensual Jane es la inspiración para Maite Sierra.
***
Quedé muy sorprendido, que a las pocas semanas, ella volviera. Había concertado una cita a última hora, como la última vez.
Esta vez vino acompañada de su marido.
Mientras esperaban en la sala de recepción, preparé la sala doblando una toalla encima de la camilla, preparando mis aceites y eligiendo la música horrorosa budista que pongo como siempre.
Pasaron ambos.
Me quedé descuadrado, normalmente hago los masajes individuales y me lancé a preguntar
—Esto, Sra. Sierra, ¿desea un masaje conjunto? No es frecuente que... —intenté articular.
—Por favor, Jon, te corriste el otro día en mi boca, puedes llamarme Maite. Hoy no quiero un masaje, hoy me vas a follar delante de mi marido. Puede ser, ¿no?
Me quedé lívido.
Su marido se sentó en una silla y, con un gesto de la mano, me indicó que empezara.
Maitetas se desabrochó la camisa, se quitó el sujetador, bajándose a continuación la falda de tubo. No llevaba braguitas. Sólo se dejó puesto los ligueros negros y los tacones
—Le he contado a mi querido marido como me follaste el pasado día. No se lo cree, dice que es imposible, así que vas a demostrárselo ahora mismo —me dijo mientras me bajaba de una tacada el pantalón junto a los calzoncillos.
Mi polla ya estaba firme y lista para la batalla, saliendo como un resorte.
Estaba muy excitado, nunca lo había hecho con una persona mirando, pero era una oportunidad, la de follármela de nuevo, que no podía rechazar.
Abrí un cajón para coger unos condones. No era la primera mujer que me había follado en mi gabinete. La que abrió mi marcador fue una morena veinteañera con un leve lesión de esquince que me follé, mientras su madre permanecía pacientemente en la sala de espera, ajena a todo.
—¿Dónde vas con eso, Jon? ¡Para follar con condón, ya lo hago con mi marido! ¡Quiero sentir tu polla al natural, sentir cada centímetro, toda tu fuerza!
Lo volví a guardar avergonzado.
—Sra. Sierra, ¿No prefieres que empieces primero con un ligero masaje, unas caricias...?
—¡Tutéame, sinvergüenza! —replicó Maite mientras me agarraba del rabo y me echaba sobre las camilla—. ¡Cuando descargaste litros de tu leche en mi boca, no me hablabas de usted! ¡Dime Maitetas, puto desgraciado, me pones a mil!
—¿Cariño? —acertó a preguntar su marido— ¿Cómo sucedió todo?
—Me hizo montarle. Me agarraba las tetas y exclamaba. "¡Cabalga, cabalga hasta el amanecer, zorra!" —respondió Maitetas mientras se introducía mi verga en su mojado coño. Una vez acomodado mi rabo en su interior, empezó a cabalgarme furiosamente cerrando los ojos y jugando con su cabello.
Las gordas tetas de Maite se balanceaban sin control, aunque intentara sostenerlas con mis manos. Eran tan grandes que no tenía manos suficientes para domarlas.
Sólo acertaba a ver como mi polla entraba y salía de su chumino.
—¡Cabrón, golfo! —chillaba el marido—. ¿Qué más te hizo ese desgraciado?
—Cuando se cansó de estrujarme las tetas, y chuparme los pezones, me montó por detrás agarrándome de los hombros —continuó—. ¡Me decía que me iba a pegar tal follada como tú no habías sido capaz en tu puta vida! Mis lolas describían círculos mientras me follaba como a una perra.
Yo estaba en la gloria, penetrándola por detrás, viendo ese pequeño tatuaje de su hombro y agarrando, de vez en cuando, sus tetas para coger impulso y meterla hasta los sudados huevos.
—¡Pero no creas que se sentía satisfecho con eso, con penetrarme sin piedad! —relató Maitetas—. Me susurró al oído mientras me mordía el cuello, que iba a follarme el culo también, ¡que lo estaba pidiendo a gritos!
—¡No puede ser! —negó el cornudo marido—. ¡Si nosotros nunca lo hemos hecho por ahí, eso es muy vulgar!
—Pues lo hizo. Escupió sobre su inflamado glande, y lo estuvo paseando por el alrededor de mi bonita entrada trasera y me la metió entera —siguió relatando—. ¡Me la metió por la puerta trasera muy despacito, que no chillara, que no era la primera vez que me la metían por ahí! ¡Que fuera mensos remilgada y me llamó puta! ¡Sin respetarte nada, mi amor! —explicaba Maite mientras me sacaba la polla del coño y se la metía en el culo.
Ella pegó un brinco sacando la punta de la lengua y gimiendo de placer.
Yo ya había llegado a la conclusión de que no pintaba nada ahí, era un mero medio para su placer. Una víctima que me lo estaba pasando bomba.
Empecé a sentir pequeñas descargas en los huevos, señal de que iba a correrme en breve.
Ella se percató y se apartó para que saliera mi polla de su culo, para acto seguido, girarse y obligarme a montarla.
Su coño estaba chorreando. ¡Qué placer, por Dios!
Tenía mi polla estaba atrapada en su coño como atrapado estaba Aladino en la cueva de Alí Babá. No podía salir. Y tampoco quería. Iba a correrme dentro, dentro de esa maravillosa cueva repleta de tesoros.
—¿Y se corrió este hijodeputa dentro de ti? —preguntó el esposo.
—No. El muy canalla afirmaba que mis gordas tetas se merecían una corrida como Dios manda, que me iba a tener que limpiar con una sábana.
Yo ya no veía nada, estaba aguantando como un campeón dentro de ella, a punto de perder la batalla e inundarla de espesa leche. Tenía claro que iba a ser generosa y abundante.
No hay nada más patético que tras un polvo de la hostia, el tío eche una puta mierda de lechada. Un polvo espectacular merece una descarga acorde. El que diga lo contrario, es un picha floja.
Saqué mi polla a duras penas, me erguí un poco y descargué un chorro abundante mientras ella me ayudaba con ambas mano. Espesas ráfagas de leche pringaron sus tetas, su cara, sus manos. Todo perdido. Las últimas gotas, mis perlas de pasión, cayeron sobre su coño. Parecía que no hubiera corrido nunca, tal fue la cantidad que eché.
Rematé la faena volviendo a meter mi polla en su chumino para que se deshinchara al calorcito.
—¿Ves? ¡Igual que la vez anterior! Su lechada estaba muy caliente y tuve que apartar la cara ya que estaba pringando toda mi rostro y mi pelo —describió Maitetas—. Le supliqué, por favor, que se corriera donde quisiera, en cualquier parte de mi cuerpo menos en mi pelo. ¡Acababa de venir de la peluquería! ¡Pero no me respetó ni eso!
—Ya veo —dijo el marido mientras babeaba de placer viendo a su mujer follada por otro hombre y se tocaba el miembro por debajo del pantalón.
Maitetas en todo el acto se había corrido tres veces. Habíamos follado como animales, como si se fuera a acabar el mundo hoy mismo.
Tras unos minutos, cuando mi tercer brazo de hombre salió rendido de su interior, Maite aún con las piernas apuntando al techo, preguntó a su marido:
—¿Ves cómo no te he engañado? ¿Y ahora qué hacemos, amor?
—Queremos un bono de diez sesiones, por favor —suplicó el marido.
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