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Marina en "Cenas navideñas" (Saga Marina Parte 5)

EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS



Día 23 de diciembre, tarde.

—¡Pues esto es todo, amigos! —exclama la exuberante Marina mientras se limpiaba con unas servilletas la intensa lechada de sus generosos pechos expulsada por su compañero de trabajo.

Marina se había propuesto, dentro de las mil fantasías sexuales que tenía, realizar en lo que quedaba de año un particular reto. ¡Un excitante calendario de adviento erótico festivo!

Desde el día uno hasta el veinticinco de diciembre, cada día debía abrir una ventanilla de este calendario y follarse a alguien. Daba igual quien fuera, conocido o desconocido.

Iba a buen ritmo habiendo realizado diariamente variados encontronazos sexuales; con su portero de la urbanización en la garita, con un vecino en el ascensor, con un desconocido en un probador, con dos gemelos mecánicos en un taller de coches, con una amiga en una sauna...

La traca final, y mejor experiencia, era el último día, el veinticinco, en la que pensaba llevar a su esposo a un exclusivo club de swingers en Madrid, Pollón y Zumba.

Quizás, incluso, podrían ahí hacer un menage a troi o una orgía entre cuatro o cinco. 

¡Cuántos más, mejor!

Sólo pensar en ello, se ponía cachondísima.

Ya era veintitrés de diciembre y no había fallado, que sí follado, ningún día.

La última víctima de su reto fue su compañero de trabajo, Antón, que ahora mismo yacía medio desmayado con la polla flácida apoyado contra unas estanterías.

Antón, un tío recién casado, íntegro y fiel, había aguantado como un titán las continuas provocaciones de Marina durante todo el año.

Pero Marina no estaba para perder su racha en este reto.

Hoy iba tarde, su futura presa, el repartidor de Amazon, no se había presentado al medido día en casa para traer su pedido a casa, y se le acababa el tiempo.

Marina trabajaba en un pequeño empresas de planificación de bodas llamada "Cupido en acción" y estaba próxima la hora de cierre. Ni corta ni perezosa, echó a la vieja urraca con su atolondrada hija que miraban los diferentes vestidos de la tienda y cerró el pestillo de la puerta.

Antón, ajeno a su suerte, revisaba unos albaranes en la oficina.

Marina se desprendió de su vestido quedándose solo con las braguitas y los tacones.
 
—¡Antón, yuhúúúú! ¿Dónde andas? —dijo mientras se acercaba sinuosamente a la oficina.

Abrió la puerta de golpe mostrando toda su esplendorosa anatomía al pobre Antón no pudo escaparse por ningún sitio. 

—Marina... Marin... ¿qué haces? ¡Por favor! Yo... no... —suplicaba el pobre.

Pero una cosa es la que dice tu boca y otra es lo que exclama tu polla. Y la polla de Antón no podía estar más en las antípodas de lo que decía él. Estaba a punto de reventar dentro de sus pantalones.

—¡Déjate de gilipolleces, no tengo tiempo que perder y sácate ya la tranca! ¡Que me tienes loca por chuparte hasta los huevos! —exigió Marina.

Antón, derrotado, se sacó tímidamente la herramienta, pero no sin exclamar antes argumentos fútiles tales como "por favor, no digas nada a mi esposa", "sólo será esta vez", "estoy recién casado", "soy un hombre fiel" o "menudas tetazas tienes".

Tonterías que a Marina le importaron poco oír.

Una frases que no poseen sentido alguno cuando te están chupando la polla, como a los ángeles, un bellezón rubio con un cuerpo de escándalo.

Marina le empujó contra la mesa desparramando todos los albaranes por el suelo. A ver quién es el listo que luego los vuelve a ordenar.

Posicionó el, cada vez más grande, pene entre sus ubres e inició su masturbación.

—Tranquilo, compañero, sólo te vas a correr en mis tetas. No me la vas a meter, y con eso ya no eres infiel y podrás seguir mirándole a la cara a tu flamante esposa —justificaba Marina al hombre mientras le recorría amorosamente con la lengua toda su masculinidad.

La verga asomaba cada pocos segundos en medio del valle de las tetazas como si fuera una marmota comprobando si había llegado ya el buen tiempo. A los pocos minutos, Antón se corrió, por supuesto sin avisar, con fuerza hercúlea en la cara y tetas de Marina.

Para no querer serle infiel a su mujer, y andar con tantos remilgos, su eyaculación fue generosa y potente.

—El semen de los casados es diferente, siempre es mejor —pensó divertida Marina—, tiene un sabor más auténtico, es más denso y, vaya, ¡sí me ha pringado todas las tetas!

Se terminó de limpiar la cara y los melones con unos albaranes, vistiéndose acto seguido.

—Compañero, ya cierras tú la tienda del todo, ¿vale? Tengo una prisa horrible —dijo mientras tachaba el día veintitrés de su calendario.


Día 24 de diciembre, mediodía.

—Marina, amiga, ¿cómo vas? —preguntaba su prima Tania al teléfono—. Está noche cenamos en casa de tus papis, ¿verdad? Por cierto, ¿sigues con el reto de tu calendario de adviento?

Ah, hola, sí prima, voy bien. De hecho, ahora mismo me pillas finiquitando el del día veinticuatro.

—Joder, tía, mira que eres guarra. Bueno, te dejo que también me pillas liada. ¿Sabes algo de mi novio Paco? Había quedado con Mario para unas cerves antes de ir para allá...

—Ni idea, hace horas que no sé nada de ambos —respondió Marina intentando que no se le cayera el móvil del pollazo que le había propinado Paco mientras seguía penetrándola a cuatro patas.

—¡Primita, nos vemos en nada, chao, chao! —contestó Tania colgando y apoyando ambas manos en el pecho de Mario.

¡Será puta! —pensó Tania mientras lanzaba el móvil a tomar por culo.

Ella cabalgaba encima de la polla de Mario desde hace ya unos minutos. Si la puta de su prima iba a pasárselo bien este diciembre, ella no iba a ser menos. A saber, dónde coño estaba su novio Paco, desde luego con el que tenía entre sus piernas no era.

Mario llevaba ya un rato sufriendo, tenía la polla a punto de estallar y la hijadeputa de la prima, una escultural morena de pelo rizada no dejaba de botar sobre él poseída por el deseo sexual prohibido de follarse al marido de su prima.

Tania se apiadó de él y, jugando con su el pelo y voz temblorosa, le dio permiso para que él pudiera correrse también. Mario intentó sacar su verga de la placentera madriguera, pero Tania se lo prohibió con un gesto.

—¡Te vas a correr dentro, cacho cabrón! ¡Quiero sentirlo todo dentro, toda tu leche y si, por suerte, me dejarás preñada se parecería al gilipollas de Paco! ¡Ni se dará cuenta, el muy imbécil! —chilló la morena teniendo otro orgasmo sólo pensando en la maldad que acababa de expresar por su boquita de piñón.

Mario siempre fue bien mandado y cruzando sus brazos por detrás de la espalda de la prima, la aproximó a su rostro. Mientras le comía la boca, empezó a correrse en su interior. Al inicio, tímidamente, después con furia retenida. No se le pueden poner puertas al mar.

Tal cantidad de masculinidad no había coño que lo pudiera contener y el zumo vital empezó a salir a borbotones en cuanto la vencida verga, se retiró de su interior.

Casualidades de la vida, mientras que a Mario se le iba la vida por los huevos eyaculando, Paco hacía lo mismo sobre la torneada espalda de Marina. 

Paco, con un esfuerzo sobrehumano, y por respeto a su casta novia, la había sacado y apoyándola contra los redondos cachetes de Marina había empezado a expulsar leche.

Con una mano se sujetaba la frente y con la otra se agarraba el mástil como si recargara una pistola Nerf.

Ella le provocaba empujando, reiteradamente, su perfecto culo contra sus hinchadísimos huevos.

Las ráfagas de semen sobrepasaron la cabeza de Marina estrellándose contra la pantalla de su nueva TV LG Flat IA SuPutaMadre.

Ella se revolvía, satisfecha, con la interacción sexual, y gemía de placer como una gatita.

Paco no podía dejar de pensar en su novia.

Tania era muy inocente y él muy sinvergüenza, pero es que, con una hembra como Marina, no hay dios que se resista.

Para compensarla a su novia Tania, luego le compraría unas flores o unos bombones y apañado.


Día 24 de diciembre, noche.

La cena de Nochebuena en casa de los padres de Marina fue un tormento.

Aun siendo pocos, aparte de los propios padres, sólo asistían la propia Marina con su marido Mario, Blanca (la hermana de Marina), Tania y Paco.

Estos últimos no pararon de discutir en toda la noche, echándose continuos reproches acerca de supuestas y mutuas infidelidades.

Marina y Mario se miraban alzando los hombros. No entendían nada.

Los padres de Marina y Blanca intentaban mediar pidiendo paz en honor de la señalada noche, pero no hubo manera.

Ángela, la madre, era una mujer de armas tomar. Una auténtica MILF. Ella rondando los cuarenta y pico, para nada aparentaba su edad, era un portento de mujer. La típica hembra que bien podría volver loca a cualquier hombre más joven.


Todo lo que tenía, lo tenía bien puesto y con el plus de la experiencia que dan los años. Sabe lo que quiere y no se anda con remilgos. Óscar, su padre, estaba bien contento.

Ya en la cena, aprovechando que Tania y Paco habían salido a fumar (y seguir discutiendo) a la terraza, Isabel preguntó por los planes de sus hijas para el día siguiente.

Blanca respondió que iba a ver un cercano mercado navideño y Marina que comerían con el padre de Mario.

Ángela y Óscar se pusieron rígidos, torciendo el morro. No les agradaba la idea. El padre de Mario, Daniel, era una persona non grata por unos hechos acontecidos en el pasado de los que estaba vetado hablar en la familia.

—Vosotros veréis, pero ese señor, por decirle algo, no es de fiar. Es un sinvergüenza —refunfuñó Óscar mientras recogía la mesa de mal humor.

Ángela callaba su respuesta.

Marina estaba harta de ese mal rollo y le dijo a su esposo:

—Vamos, voy a enseñarte mi habitación de cuando vivía aquí de pequeña. Mis padres la han mantenido igual —exclamó mientras tiraba del brazo a Mario subiendo las escaleras.

Nada más pasar la puerta de su antigua habitación, cerró la puerta detrás de ella y se apoyó contra la madera.

La habitación estaba tal cual la recordaba. Con sus pósteres de grupos musicales y su enorme oso de peluche en la cama.

—Y ahora, queridísimo esposo, me vas a comer todo el coño. En mi habitación. Con mis padres y mi hermana en la planta inferior y delante de mi peluche, Don Osito.

Mario sonrió y se puso a la faena.

Día 25 de diciembre, mediodía.

Daniel recibió a la pareja con una gran sonrisa al verlos aparecer en su finca de Ávila. Su nueva novia, que se gustaba de llamar Flor de Luna, pero en su carné de identidad rezaba Eva María, era una atolondrada chica de veintipocos años, adicta al yoga, vestida con mallas, con un corte de pelo con flequillo y un poco mística.

Tras los pertinentes besos y abrazos, todos pasaron a tomarse un vino a la terraza.

Había heredado Mario de su padre la buena planta, ya que Daniel, a pesar de ser un hombre maduro, se mantenía muy en forma por su afición a la escalada. Su piel bronceada resaltaba aún más su canosa barba incipiente de varios días y su blanca dentadura. Sus bermudas apenas podían ocultar el paquetón que calzaba similar a la de un potro salvaje.

Marina estaba salivando solo pensando en los placeres que habría dado esa herramienta a todas las novias que habían pasado por la vida de su suegro.

Tras una agradable comida ecológica preparada por Flor de Luna, ella les preguntó:

—¿Os apetece hacer unos ejercicios de yoga conmigo? ¡Son súper armoniosos! Es una nueva técnica muy en sintonía con la naturaleza y acorde a los ciclos del horóscopo aborigen de Nueva Caledonia.

—Flor de Luna, por favor, llévate a Mario a realizarlos en el solárium, yo tengo que ponerme al día con mi preciosa nuera de cotilleos familiares —exclamó Daniel cogiendo amorosamente del hombro a Marina. ¿Te apetece contármelos mientras practico contigo una masaje oriental recién aprendidas en uno de mis últimos viajes?  


A Marina no le pareció mala idea, y en menos de lo que canta un gallo, se encontraba desnuda tumbada bocabajo encima de una camilla de masaje solo cubierta con una pequeña toalla cubriendo su bonito y respingón trasero.

La habitación tenía luces suaves y cálidas. El aire estaba impregnado con el aroma dulce y relajante de los aceites esenciales. Marina cerró los ojos y dejó que Daniel comenzara a aplicarle un aceite en los hombros con movimientos lentos y circulares.

Daniel poseía unas manos expertas que trabajaban suavemente sus músculos tensos.

—Marina, ¿cómo están tus padres? ¿Ángela sigue igual de guapa? —preguntó Daniel.

—Sí, sí. Están bien —respondió Marina—. Una pregunta, ¿por qué razón nadie te habla de mi familia? Erais muy buenos vecinos y amigos desde la infancia. ¿Qué hiciste truhan?

Daniel pasó a sus brazos y luego a las piernas, aplicando la presión justa en cada parte del cuerpo.

—Por tonterías sin importancia, en tu familia son un poco dramáticos familia —contestó divertido—, lo único que hice fue follarme a tu madre embarazada de tres meses. Lo recuerdo como el mejor polvo de mi vida. Tienes una madre extraordinaria, es una leona en la cama.

» Me suplicó que me quitara el condón y me corriera dentro de su precioso coño.

» Por supuesto, lo hice con sumo gusto. No podía negarme. Sus gritos de placer casi despiertan a tu padre que se hallaba durmiendo en la habitación de al lado.

» Afortunadamente, ella ya estaba encinta de Óscar y te llevaba en su interior, de lo contrario, con tanta lechada que la eché, hoy yo sería tu padre.

Marina abrió los ojos de pura sorpresa. No daba crédito. Daniel era un puto sinvergüenza. Y eso la estaba poniendo a mil.

Daniel continuó masajeando el cuello y cabeza de Marina. Todo el ambiente era embriagador, mezcla de los aromas de lavanda y eucalipto.

—Pero no temas, Marina, tu madre no fue la única de tu familia que me calcé. Hace unos años, también a tu tía Isabel y hace poco a tu hermana Blanca, ya sólo me quedas tú. ¿Serás una niñita buena y dejarás que me corra dentro de tu coño, al igual que hice con el resto de tu familia?

Marina en ese instante comprendió perfectamente la razón de que en su familia no cayera bien el padre de Mario.

Al girar la cabeza, vio la nervuda y gorda polla de su suegro apoyada en el cabecera de la camilla. Daniel le cogió la nuca a Marina y orientó su boca hacia su gorda y erecta polla. 

—No podemos decir nada de nada a Mario— dijo Marina entre chupada y chupada—. No creo que sea muy apropiado que sepa esto, que me has seducido con malas artes dándome un masaje.

—Estate tranquila —respondió Daniel mientras disfrutaba del sexo oral y acariciaba el pelo a Marina como si fuera una perrita—, mi hijo Mario ahora mismo debe estar corriéndose encima del peludo coño de mi novia, Flor de Luna.


***
Una hora antes...

—Mario, debes prestar atención —le recriminó Flor de Luna—, todas las posiciones en esta versión de Yoga tántrico son importantes.

Mario tenía muchas virtudes, pero tener flexibilidad y dotes para el Yoga, no era una de ellas. A duras penas podía hacer alguna que otra posición sencilla. Para él, y casi todos los hombres, todas las posturas de yoga parecen ser invitaciones para follar.

Flor de Luna intentó encausar el ejercicio mostrándole cómo se podía mantener el equilibrio sosteniendo un cuenco de agua en una de sus manos.

—El agua no puede derramarse ni una gota —explicó—, yo me tumbaré bocarriba encima de esta colchoneta, levantaré ambos brazos y piernas, y tú posiciónate encima mía. E intenta hacer una flexión acercándote lo más que puedas a mí. Absorbe mi equilibrio, abre tus chakras y entra en mi paz.

Mario hizo lo ordenado y se quedó a centímetros de la boca de Flor de Luna y apoyando su, cada vez más abultado paquete, en su sexo.

Flor de Luna desprendía un perfume embriagador, su boca invitaba a besarla, su cuerpo a poseerla.

—Perdona, Mario, ¿me estás arrimando la cebolleta al coño? —preguntó—. ¡Chico malo! ¡Así no podemos seguir! ¡Estás muy excitado! ¡Desincronizado! Para esto hace falta que tu mente esté en blanco, con paz interior, ¡y no pensando en metérsela a la novia de tu padre!

—Discúlpame, ahora mismo me incorporo...

—Yo no he dicho eso. No pasa nada, anda, sácate ese pollón de los pantalones y métemela de una puta vez. ¡Que me tienes más caliente que el horno de una panadería industrial!

Mario se abrió la cremallera del pantalón y liberó a la anaconda. Le bajó las mallas para descubrir un sexo muy peludo, de las bragas no había ni rastro. Se conoce que depilarse y llevar ropa interior no casaba con el yoga de los cojones.

Flor abrió un poco más las piernas para que la penetración fuera más sencilla.

—Recuerda, mientras follamos, no puede derramarse ni una gota de agua del cuenco que sostengo en lo alto de mi mano —explicó Flor mientras hacía la pinza con sus piernas sobre el trasero de Mario.

Mario asintió y empezó a penetrarla con ganas. Flor movía la cabeza de lado a lado mientras follaban. Tenía un coño estrecho, acogedor que hacía que fuera un tormento no correrse en cada estocada.

Tras varios minutos, Mario ya no podía más.

—¿Pue... puedo... correrme ya, por favor? —suplicó haciendo esfuerzos sobrehumanos.

Flor de Luna se lo concedió, total, ella ya se había tenido varios orgasmos minutos atrás, le sacó el duro miembro palpitante de su conejo y le masturbó hasta que, Mario con un gruñido, se corrió estrepitosamente encima del vergel de su coño. Una de las ráfagas de esperma casi le borra un pequeño y feo tatuaje tribal que tenía Flor de Luna encima del ombligo.

En el puto cuenco ya no quedaba ni una gota de agua con tanto vaivén en la cópula y por poco no queda ni el propio bol.

***

—Voy a empezar a follarte en la misma postura en que lo hice con tu madre y hermana— afirmó sin ningún pudor Daniel. 

Él, con un gesto de la mano, le indicó que apoyara su cara contra la camilla y elevara el culo, para que él pudiera trasladarse hacia esa posición. Recorrió con la mano su espalda hasta detenerse en su perfecto culo. Le dio varias cachetadas para, acto seguido, escupir sobre su inflamado glande. Agarrando su polla, más dura que el turrón de oferta, lo restregó varias veces lentamente contra el sexo de Marina.

Ella estaba a cien, deseando que la penetrara de una vez, no veía la hora de sentir esa monstruosidad en su interior.

Daniel riendo, y sabiendo que todo estaba listo, lubricado y caliente, la penetró, para sorpresa de nadie, por el culo.

—Vaya, vaya, fui el primero con tu madre y tu hermana Blanca, pero veo que aquí llego tarde, pequeña putita —manifestó mientras hacía tope con los huevos en su puerta trasera.

Marina no podía creérselo. No ya que su suegro se la estuviera follando por el culo, eso la excitaba mucho, si no que su madre y su hermana hubieran perdido la virginidad anal con él.


Daniel gruñía mientras la daba certeras estocadas a Marina, ella, con los ojos cerrados, recibía con agrado la masculinidad del hombre maduro. Él sabía lo que se hacía y lo hacía de maravilla.

Cuando Marina tuvo su primer orgasmo anal, Daniel se apiadó de ella y pasó a penetrarla vaginalmente.

Con una fuerza inusual en un hombre de su edad, siguió percutiendo hasta que ella tuvo su segundo orgasmo.

Daniel se detuvo unos instantes, la besó suavemente el cuello y le dijo:

—Ahora voy a correrme también yo por segunda vez, y será dentro de tu pequeño coño de putita, no admito menos. ¿Vas a ser tú la oveja negra de la familia, pequeña zorra?

—¿Cómo que la segunda vez?

—Cariño, me corrí en tu culo cuando tuviste tu primer orgasmo, ya ahora quiero hacerlo en todo tu divino potorro. Tal como hice con tu madre y Blanca. ¿Serás capaz de aguantarlo?

Marino asintió con la cabeza y acto seguido sintió un chorro de calor en su interior. Daniel se estaba corriendo como un animal. Ella, no iba a ser menos, y tuvo su tercer orgasmo.

—¡Me encanta vuestra familia! —exclamó Daniel mientras, medio desmayado, le estrujaba las tetas a Marina y su enorme eyaculación daba los últimos coletazos.

Ambos cayeron derrotados encima de la camilla.

Marina ni en sus fantasías más locas podía haber imaginado un cierre de calendario más excitante. Esta noche ya no irían al club de swingers, aquí había muchas cosas que hacer todavía.

Y, efectivamente, la follisca no se acabó ahí.

Más tarde hubo una orgía entre ellos a cuatro bandas, de varias horas, que dejó a Marina y a Flor con el coño escocido y a ellos, con el nabo en carne viva.

Marina estaba muy satisfecha con el broche de oro de su reto. Fue inmejorable.

Y ahora la siguiente fantasía que deseaba realizar era...

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¡La banda sonora del relato!
OFENBACH - Overdrive (feat. Norma Jean Martine)


Imágenes: Sydney Sweeney, Angel Wicky

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