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Rebelión en el taller de Santa Claus (Versión canalla)

    

El mismo relato pero en versión juvenil

    El elfo Fingus estaba hasta el rabo de la navidad, de Santa Claus, del reno Rudolph y de su puta madre. Todos los años igual. Reventado a trabajar 16 horas en un inmenso taller en el Polo Norte en unas condiciones de semi esclavitud. De bucólico y bonito no tenía ni el nombre el taller. A ti te han contado que es un sitio mágico dónde sólo unos seis elfos trabajan, cantando la mayor parte del día, fabricando juguetes rodeados de exquisita decoración navideña, árboles de Navidad artesanales, nacimientos, coronas, guirnaldas adornadas y demás gilipolleces. Pues no. Si no te sabes ni los nombres de esos elfos tan maravillosos. El taller es un inmensa fábrica oscura con múltiples cadenas de montaje donde más de doscientos anónimos elfos están descojonados realizando juguetes a destajo. En unas condiciones tan miserables que se producen múltiples accidentes y bajas laborales, véase lumbagos, manos atrapadas, caídas de palés de peluches en los pies... La producción no puede parar. Hay que llegar a todo el mundo. Otros elfos, menos cualificados, se dedican a coger los artículos y a preparar los pedidos. No pueden ni ir al baño, se les penaliza y suelen orinar en botellas de plástico. El reparto tampoco descansa. Por no tener, no tienen ni convenio laboral.

    Fingus, nuestro elfo, estaba harto de dejarse el lomo. Y aún así, este año no era el peor, el anterior se llevó la palma. Él proviene de un orgulloso linaje de elfos artesanos carpinteros. Toda su familia siempre se había dedicado a la fabricación de pitos de madera. Pues ya nadie pedía pitos de madera en sus cartas de deseos. Pedían pitos de los otros. Y el año pasado estuvo toda la campaña navideña en la sección adulta. Fabricando Satisfayer, pitos de látex, muñecas de goma, cosas de ese estilo vicioso. Qué bajo había caído nuestro orgulloso artesano.

    Hace unos años, un elfo, Betus, con ínfulas de grandeza, subido a unas cajas de madera (bastantes cajas, los elfos son bajitos, no son altos como en el Señor de los Anillos, que os creéis todo, coño) empezó a arengarles para que se rebelaran contra el sistema. "La maquinaria del capitalismo se engrasaba con la sangre de los elfos", decía el muy hijo puta.

    Los elfos, ilusionados con el cambio de aire que prometía este, le votaron en masa para formar el sindicato de la UGET (Unión General de Elfos Trabajadores). Una vez elegido, el elfo Betus, se liberó, o sea, no iba a trabajar nunca, y se le veía muy animado con una carpeta yendo y viniendo sin hacer nada. Las condiciones de los elfos no cambiaron nada. Es más, fueron a peor. Ya tenían un sindicato, no podían quejarse, y disfrutaban de un descuento de 1€ para el comedor. 

   Fingus, en acto de rebeldía, de vez en cuando metía, en algunos paquetes, notas denunciando sus miserables condiciones. Pero con escaso éxito. Se armaba un poco de revuelo y en China o Taiwán  se mejoraban un poco las condiciones, nunca en el Polo Norte.

    Algo tendría que ver que no pusiera "Made in North Pole", digo yo. Pero este año iba a cambiar todo, este año se iba a enterar el gordo, ese que ya había sufrido 3 infartos por sobrepeso, y el reno con cirrosis.

    Había pergeñado todo un plan para dinamitar las navidades de todo quisqui, junto a otro elfo harto de vivir y de otras cosas, en el amplio comedor del taller mientras comían desganadamente una especie de gelatina rosa con bastoncillos de duro camelo.

    Os preguntaréis la razón por la que simplemente no dejaban el trabajo y se dedicaban a otra cosa. La cosa está muy mal ahí fuera. Fuera hace mucho frío, como les recordó Santa Claus en una ocasión. Todos los elfos malvivían fuera de la temporada navideña. Algunos trabajaban de jockey hípicos, otros en despedidas de solteros disfrazados de bomberos. Los enanos creyendo que todos iban a ser actores famosos como el de Juego de Tronos habían abandonado el divertidísimo y valoradísimo trabajo de noche de fiesta esposados a la muñeca de un borracho, para toparse de bruces con la realidad. Que el cine y la tele no contaban con ellos. Cuando quisieron volver, su puesto lo ocupaban los elfos a mitad de precio. A ellos sólo les quedó volver a los circos a meterse en cañones y ser despedidos hacia una red para algarabía de los espectadores. También hacía mucho frío ahí afuera para los enanos.

    Pero volvamos a nuestros elfos conspiradores. El otro elfo, Ludwingus, para rematar la mierda de las navidades, confirmó a Fingus lo que ya se llevaba rumoreando varios años. El taller de Santa Claus, junto a todos sus trabajadores, se iba a subarrendar durante 2 semanas, a partir del 25 de diciembre hasta el 5 de enero. Tres jeques árabes, de nombres estrambóticos, se metían de lleno en el negocio juguetero y ampliaban la oferta hasta Reyes. Consecuencia, dos semanas más descojonados y trabajando de sol a sol. Y el gordo colorao tumbado bebiendo vino caliente, y contando billetes, junto al reno al que sólo se le veían  dientes amarillos. Por supuesto, Betus llevaba varias semanas desaparecido. Desde su sindicato decían que estaba trabajando para sus afiliados, preparando escritos y recursos. Sentado calentito en su casa.

    Mientras Fingus se dejaba otro diente con el puto caramelo, explicó el plan a un Ludwingus ya desdentado.

    El elfo conspirador había saboteado desde el inicio de la campaña navideña todo el ala de la fábrica que se dedicaba a la parte tecnológica. Introducido una mala programación en la fabricación de microchips y semiconductores. El resultado, artículos defectuosos. Y casi todos los aparatos electrónicos llevaban. Hala, este año no habría ni Smart TV, ni teléfonos inteligentes, ni consolas Playstation, ni Satisfayer, ni ostias. Este año tocaba ver guiñoles en una caja de madera, hablar con un bote atado a otro con una cuerda, jugar con un pito y satisfacerse con el mencionado pepinillo. No, si al final, habría hasta que agradecerle el sabotaje. Iba a conseguir que se volviera a lo tradicional, a lo auténtico. Ya estaba bien de que todo el mundo estuviera atolondrado delante de una pantalla. Si es que le tendrían que poner hasta una estatua, una exquisita de él subido a unas cajas de madera. Fingus el magnífico.

    Por supuesto el gordo empezó a ponerse nervioso. Todos los artículos estaban mal. Nada salía en los plazos programados. Aumentó la duración de los turnos creando un mayor malestar entre los elfos. También les quitó el descuento de 1€ del cheque comida, había que dar ejemplo ahorrando. Los elfos estaban derrengados, hasta los huevos y muy cabreados. Por supuesto, de Betus, ni rastro. Todo salía según lo planeado por Fingus, su caldo de la rebelión estaba listo.

   Con cuatro mítines ilegales, tras los interminables turnos, y subido a sendas cajas de madera, se prendió la mecha. Todos los elfos armados con antorchas, horcas, azadas tomaron el taller. Lo primero que hicieron fue desvalijar la máquina de coca-cola y romper muchos cristales. Eso venía en el manual de primer curso de Revolución y lo sabía cualquiera dijo un elfo, muy subidito, con cresta. También dijo de robar televisores con un pasamontañas pero pasaron de su culo. Estaban muy ocupados echando al gordo y al reno a patadas del taller en plena noche. Santa se fue corriendo en calzoncillos, ni vestirle le dejaron, y ya era la segunda vez que le pasaba en poco tiempo y a Rudolph, le pintaron de vaca, le pusieron unas barbas postizas y un cartel de Ciervo vendido al capital.

    -¡Qué soy un reno, joder! -rebuznó Rudolph pero de nada le sirvió.

    Al grito de Elf Lives Matters! y ¡Viva el taller de los elfos! se finalizó la revolución y la huida de Santa, Rudolph y Betus (sí, sí, ése también salió dejándose los huevos con su carpeta que curiosamente estaba vacía a excepción del Marca). Un muy serio Fingus, erigido líder del Taller de los elfos, proclamó muy orgulloso:

   -¡La edad de Santa ha terminado, el tiempo del elfo ha llegado! ¡Nuestro taller será un faro en la oscuridad! ¡Todos somos iguales! ¡Nuestro nombre se coreará durante milenios como símbolo de sostenibilidad, trabajo en equipo y condiciones laborales! ¡Seremos eternos!

Una semana más tarde, un lúgubre cartel colgaba medio vencido de la puerta del taller. Rezaba: SE TRASPASA, SE VENDE O LO QUE QUERÁIS. SE ESCUCHAN OFERTAS.

     A ver, era normal y se veía venir. No todos valemos para llevar un negocio. Nos creemos que nos ponen delante de uno y lo llevaríamos con la gorra y la punta del nabo. Craso error. Hay que tener unos conocimientos básicos y una seriedad. Los elfos habían estado casi dos días de fiesta, bailando, comiendo, bebiendo, destrozando cosas. Lo típico en una celebración élfica. Uno incluso llegó a plantear los 7 mandamientos del Taller de los elfos y se dispuso a inmortalizarlas en una pared. Se suponía que eran unas normas básicas que regirían el devenir de su reciente conquista. La primera decía: Todo humano que vista o se parezca a Santa es enemigo. Y ya no escribió nada más legible.

Los siguientes 6 mandamientos eran un cúmulo de tachones, faltas ortográficas y atentados a la lengua, tampoco faltó el habitual dibujo de una polla. Si es que era muy inculto el puto elfito de las narices.

    Resumiendo, la fiesta se había acabado y tocaba pagar las facturas. Fingus en ese momento, tirado debajo de una mesa con una merluza de cojones, se percató que las cosas había que pensarlas un poco antes. Que las revoluciones están bien, dan un subidón de la pera y dan puntos para ligar con el sexo contrario (o propio, que hay que ser abierto de mente) pero ya está. El barco se hundía y todos estaban metidos en sus camarotes. Fue en busca de Ludwingus apartando botellas, esquivando congéneres bailando y saltando sobre diferentes fuegos. En la anterior oficina de Santa le halló. Se estaba probando su traje, evidentemente le quedaba como un saco, de hecho no podías distinguir si lo que se había puesto era el traje o el propio saco. Ambos se miraron e hicieron lo que dos adultos elfos suelen hacer. Se agarraron del cuello, empezando a darse de hostias y a echarse la culpa de todo. De la mala ejecución de la revolución, de sus nefasta consecuencias, del precio de la gasolina y del fracaso de sus matrimonios. Si algún día queréis hartaros a reír sin casaros con un enano, como dice la canción, observad la pelea entre dos elfos borrachos. Te partes.

    Tras unos minutos zarandeándose, ya con los ojos hinchados y golpeados como pulpos, se les había quitado el bravío. Constataron tristemente que su rebelión era una puta mierda. Ellos no tenían ningún conocimiento técnico o de gestión de una empresa. Sólo eran buenos haciendo pitos de madera y, el otro, apretando tornillos. Los restantes 198 elfos tampoco eran unos lumbreras y eran más bien escaqueados. Total, se habían acostumbrado a trabajar sólo dos meses al año y no les hagas trabajar más que se estresan. Reciben el resto del año una paguita, que junto a lo que hacen en negro, les vale para hacer lo justito y ya.

    Había que devolverle el mando al viejo de rojo so pena de que se torcieran aún más las cosas. No andaba lejos Santa, a dónde iba a ir en gayumbos con el frío que hace, junto a su reno. A la semana, los elfos rindieron la plaza en una triste ceremonia y se traspasó de nuevo el poder a Santa. Éste dijo que había entendido el mensaje y que las cosas iban a cambiar de aquí en adelante.

    La verdad es que todo siguió igual. Santa resultó no ser rencoroso, Rudolph tampoco, y decidió no despedir a nadie. Bastante tenían los elfos por ser unos mataos. Sin embargo este año los pedidos salieron tarde y a medias. Que no os cuenten historias raras, de que si una pandemia, el encarecimiento de lo contenedores, un barco que se queda cruzado en un canal y demás polladas. Si este año no os llegan las cosas es por qué ciertos elfos se les hincharon los huevos y montaron una (infructuosa) rebelión.

    Fingus y Ludwingus siguen siendo amigos aunque a veces se agarren del cuello para recordar lo cerca, y lejos, que estuvieron del éxito en la...

REBELIÓN EN EL TALLER DE SANTA CLAUS.


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Comentarios

  1. Hahaha, muy bueno. Un placer tener al amo del humor en mi / nuestro blog.
    2 preguntas ¿Están estas historias ubicadas en el mismo universo de Max y Rufino? y ¿Habrá una colaboración de contenido adulto, tal como prometes, próximamente?

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  2. Sí y sí. A ver si estoy a la altura.

    ResponderEliminar
  3. Una triste realidad, siempre es lo mismo en cualquier continente.
    Me ha gustado el relato, menos mal que le dejaron los calzones a Santa CLaus.
    🎅

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