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Plomo caliente entre las piernas (Especial Salvaje Oeste)


EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS



🇬🇧 english version

    Llegué un martes al atardecer, a pie, a Booze Ridge, un apartado pueblo minero en la mitad de la nada del oeste americano. Mi caballo falleció de agotamiento un día antes en el desierto de camino al pueblo. Había cumplido el ingrato cometido de llevarme a galope durante demasiadas horas por el caluroso desierto. Cuando torció exhausto las patas en medio de un polvoriento valle, como buen samaritano, le descerrajé un tiro en la sien. Alcé la vista al sol, me limpié la frente de sudor y recorrí el resto del camino a pie.

    Nadie debía sospechar ni hacerle preguntas incómodas a un extranjero vestido de riguroso negro llegando a pie desde el desierto, así que esperé que el tren de las 18:46 llegase a Booze Ridge. Cuando aminoró la velocidad para entrar en el andén, salí tras una loma y me metí el último oxidado vagón de un salto. Salí mezclándome entre los pasajeros a la bajada.

    Odio el desierto y más el calor. Booze Ridge no superaba la docena de casas. La mayoría de los mineros vivían cerca de la mina y el pueblo se había quedado como tránsito con un lastimoso apeadero. La única y amplia polvorienta calle principal estaba salpicada de heces de caballo, sudor y sangre. Casas maltrechas de madera a ambos lados, la mayoría tuertas, edificadas sin arte ni concierto, vencidas por las inclemencias del desierto, parecían dados tirados desde el cielo. Destacaba una barbería, un prostíbulo coronando el salón y el despacho del difunto alguacil ventilado con amplios balazos y un amplio agujero desde donde se divisaba una celda. Un rescate con incierto éxito supongo. Una desvencijada, tétrica y lastimosa iglesia reinaba imponente al final de la calle. En cambio, el salón me saludaba con su alegre musiquilla y su olor a güisqui barato. Opté por entrar en él con el fin de saciar mi sed y apaciguar mi cansancio. ¿Quién necesita una iglesia si puede encontrar la devoción más honesta en el fondo de un vaso?

    Una ramera, desde la baranda en el piso superior, me indicaba, levantándose algo las enaguas, si quería pasar un buen rato y saciar algo más que mi sed. La sonreí, hice caso omiso de su oferta y me acerqué a la barra. Lancé una moneda al tabernero y le ordené que me pusiera un trago.

    —¿Por dónde cae el rancho de Masterson, hijo? — pregunté escueto sin presentarme.

    El posadero, un hombre pequeño de estatura y ambiciones aún más diminutas, medio calvo y de bigote prominente, me observó con mirada perdida y se secó las manos con un trapo.

    —A unas cuatro millas al norte, siguiendo las vías, es inconfundible, padre. Le puedo llevar mañana si quiere. Le puedo preparar una habitación para pasar la noche y asearse. No se la cobraré, Padre, tan sólo le pido que bendiga humildemente mi local. Necesitamos un poco de ayuda de nuestro amado Señor tras tantas desgracias. —aseveró mientras se besaba la cadena con la cruz de San Cristóbal colgada de su velludo pecho.

    Le di las gracias y después de apurar de un segundo trago mi bebida, le pedí que me pusiera algo de cenar. Hice muy bien en quedarme con el alzacuellos del cura después de meterle un tiro entre los ojos y tres en los huevos al siervo de Dios y anterior dueño del alzacuellos mientras intentaba abusar de una niña. Dios aprieta, pero no ahoga. ¿Quién me iba a decir a mí, que ser tan devoto me iba a dar tantas alegrías?

    Tras cenar, subí a la habitación, y ordené que me prepararán una bañera con agua caliente. La joven pelirroja, hija del posadero, de menudos y firmes pechos, culo prieto y cara inocente, que me trajo el agua con varias palanganas, se quedó muy sorprendida con la visión de mi revólver. Un arma con culata de nácar adornado con el símbolo de una serpiente carmesí que deposité en el taburete. Tras verme desnudo, y constatar lo musculado que estaba para ser un humilde reverendo, y sin poder desviar la mirada de mi otro revólver, me preguntó cándidamente;
 
    —Creía que los sirvientes de Dios no necesitaban armas —me confesó, mientras terminaba de chuparme lentamente la polla, vallándola con sus manos en forma de triangulo.
    —Los caminos del Señor son inescrutables y envueltos en penumbra —le respondí agarrándola firmemente de la cabeza mientras me corría como un bisonte salvaje en su pálida cara y sobre su abundante cabello rojizo. Ella recibió la lechada con los ojos cerrados y la boca abierta. Quizás esperaba recibir la eucaristía. No deje de sacudir mi polla sobre su mejilla de delicadas pecas hasta entregarla las últimas gotas de toda mi simiente. —Son caminos muy traicioneros y llenos de peligros. Me has mentido, niña. No eres muy virgen como afirmabas, sino muy puta. Esta no es la primera polla que te comes. Debes conocer ya todas las pollas de este apestoso pueblo. Pero Jesucristo también perdonó a María Magdalena, la ramera, y le dejó que le limpiase los pies. Y yo dejaré que me termines de limpiar la verga con tus carnosos labios. Los pecadores también son criaturas del Señor. Te perdono, pero no le cuentes tus pecados a nadie. Es mejor así. No hay mayor perdón que la omisión del pecado.

    Le ordene que rezará cuatro Padres Nuestros y dos Ave Marías, y mientras se adecentaba el rostro y el cabello pringoso, le golpee con la culata de mi revólver y la mande salir. Necesitaba dormir.

    Al caer la noche, llamaron a la puerta. Estaba, como de costumbre, despierto. Duermo apenas dos a tres horas por noche. Abrí la puerta con mi revólver agazapado tras la espalda. Era la madre de la muchacha, una exuberante dama irlandesa de pelo largo rizado fuego, apenas vestida con una transparente bata que marcaba su contundente silueta y un pizpireto ombligo. Venía acompañada de su hija. Gracias a Dios, la hija había sacado todo de la madre y no del canijo del padre. Ambas pasaron a mi habitación sin preguntar. La madre estaba avergonzada por el anterior comportamiento de su pecadora hija. La pecosa se lo había contado todo hacía un rato. La madre me relató que ella era de origen noble, mal casada por unas deudas de juegos de su padre. Me pedía la absolución tanto de ella como de su hija de las fauces del Maligno. No podía negarme. Tenía que darle validez a mi fachada de cura.

    Ambas abandonarían la habitación, a la hora, con mi desinteresada absolución y los coños encarnados a rebosar de leche caliente como el plomo. No descarto que alguna de ellas fuera con un bollo mío en el horno y el padre aumente su familia en nueve meses. Mientras me corría en el interior de la madre no pude evitar exclamar un sonoro "Jiihayyy"La madre era tan puta como la hija, de casta le viene el galgo. Sí, señor. Amén.

    Todos salimos ganando, ellas con el perdón del señor y yo con los huevos bien secos. Bueno, tal vez, el padre, no ganara nada aparte de unos cuernos para adornar su salón.

    Al día siguiente, el posadero me llevó al rancho de Hans Masterson, alias el sueco, sin dirigirme la palabra.


   
    El sueco, se había hecho con una pequeña fortuna en plena fiebre del oro en el año 1850. Se haría con los derechos de explotación de una mina de extracción de cobre a finales a las afueras de Booze Ridge. El anterior propietario, un navajo llamado "Bisonte rojo" le cedería las tierras de modo sorpresivo para desaparecer poco después en extrañas circunstancias. Las cosas le fueron muy bien a Masterson, hasta que un grupo de apaches y navajos, forajidos muertos de hambre, entraron en su rancho, asesinaron a su esposa y a su hijo mayor Leopold. Malherido y loco de ira, Masterson organizó una batida junto a unos ex soldados pagados y arrasaron el poblado indio, violando y asesinando tanto a hombres, mujeres como niños. Después se recluyó en su rancho, sembrando de minas todo el terreno. Nadie conoce la ubicación exacta de las minas y acceder al rancho es tarea prácticamente imposible a no ser que quieras tener un billete al cielo en primera clase. Nadie entra si no quiere el sueco. Y así ha sido durante los últimos dos años.

    Y ahora es cuando entro yo. Había sido invitado a una reunión con el viejo. La paga era generosa y la tarea fácil para un mercenario sin escrúpulos, habituado a no hacer preguntas, como yo.

    El viejo carcamal me esperaba mascando negro tabaco, montado a caballo a una milla de su rancho. Le acompaña su enclenque hijo Joe de pie. Acababa de aliviar su vejiga y observaba intranquilo, mano en la cartuchera, la llegada del carromato. El tabernero detuvo atemorizado el caballo. Se santiguó, me besó las manos y se despidió de mí. Me reí en silencio pensando que estas mismas manos, las mordía y lamía su santa esposa para no gritar de placer mientras la jodía como una perra en celo mientras su hija esperaba su turno en la cama mirando sin cesar ansiosa a su madre. Alabado sea el señor.

    He optado por dejarme el alzacuellos. Creo que me sienta bien y me da postín. Nadie dispara a un cura de primeras sin temer ir al infierno a galope.

    —Le agradezco que aceptara mi invitación, le ruego que me perdone, pero debo taparle los ojos de camino al rancho. No me fío ni de Dios, y ambos sabemos que, por oro, usted vendería hasta a su puta madre — masculla el viejo, carcomido por la edad.

    Asiento, no sin antes mencionar, que no me desharé de mis niños, de mi colt y de mi cuchillo. Una cosa es no ver y otra muy distinta, ser un estúpido. Masterson accede a la petición escupiendo otra salva de tabaco. Me monto en un tercer caballo, traído para la ocasión, tirado por el hijo.

    Tras treinta minutos, llegamos al rancho. Sé perfectamente que hemos dado más de una vuelta innecesaria. El viejo no es tan estúpido para ir en línea recta. Me quitan el pañuelo y compruebo de primera mano que a Masterson le ha ido muy bien. El rancho es una maravilla de estilo tejano de blanca fachada colonial, con edificios laterales anexos que no eclipsan la inmensidad del edificio principal. Observo que apenas hay personal de servicio. Los que hay son en la mayoría nativos y mejicanos. Cuento unos doce vaqueros apostados en diferentes áreas del rancho. Ex soldados y mercenarios. No se fía de nadie. Desmontamos y nos acercamos al edificio central que se encuentra flanqueado por dos cañones de la guerra de secesión.

    Antes de entrar, una bellísima rubia, su hija Charlotte, me mira con desdén desde la baranda del edificio central situada encima de la puerta principal. Es una imponente joven de larga rizada cabellera dorada, de generoso pecho y ojos color humo capaces de acabar con el celibato de cualquier siervo del Señor. La saludo, pinzando mi sombrero azabache y levantando la mirada. Ella responde con desdén bufando y dándose la vuelta. Tiene un culo para correrme un rodeo durante horas. Antes de terminar el trabajo, cabalgaré entre sus piernas o me comerá la polla, pienso convencido. Dónde pongo el ojo, meto la polla, digo la bala, bien lo sabe el Altísimo. 

    Atravesamos la finca, camino a una arboleda dónde una mesa con agua fresca, fruta y algunas botellas de aguardiente nos esperan. Un molino de viento chirría perezosamente y nos observa desde la lejanía. Un alegre canturreo y el chapoteo del agua, desvía mi mirada unos metros a la derecha. Una joven india, de apenas veinte años está duchándose, valiéndose de un barreño de agua y una cacerola de acero. Apenas algunos pocos trapos, amarrados entre si con cuatro púdicos palos, la ocultan Es una nativa de bronceada piel canela de pechos pequeños puntiagudos de pezones oscuros, caderas anchas, culo en forma de corazón invertido y goloso sexo. Libidinosas gotas resbalan por su larga oscura caballera, se deslizan perezosamente por sus pechos para terminar amontonándose en su frondoso vello púbico dónde gordos labios vaginales se abren paso. Las refrescantes gotas ante tanta voluptuosidad caen rendidas desde el prieto sexo a sus sensuales descalzos pies. Ella tararea una canción ajena a todo y a todos. Joe la observa sin pudor, con una mano metida en la bragueta. Se la está tocando con violencia. No es la primera vez que la ve asearse y seguramente deseará follársela todas los días. Y la habría forzado seguramente si no fuera porque el viejo no se lo permite. En todo caso, él va primero, pero por el poco interés que muestra al ver a la húmeda "Pluma negra", asumo que es impotente.

    —Si realiza bien su encargo, puedo decirle a Pluma negra que se la menee un rato —me indica el sonrosado viejo—. Joseph no estará de acuerdo, pero me importa una mierda lo que opine el inútil de mi hijo. No todos somos unos salvajes. La india es buena yegua, de coño y muslos prietos. Con carácter, como todos los putos indios aquí, pero no desobedecerá si se lo ordeno. Tiene una deuda de vida conmigo.


    Antes de sentarnos a la mesa y servirme un trago, Masterson, me indica con la mirada que preste atención a un improvisado cuadrilátero a pocos metros. Un mejicano y un chino boxean envueltos en sangre hasta la extenuación, jaleados por media docena de vaqueros, mientras el cañón de su hija, recién llegada a la mesa, observa aburrida bebiendo a sorbos. Su caro vestido francés está a punto de rendir la plaza, explotar y desparramar como un torrente sus gordas y blancas tetas a todos los presentes. Ella lo sabe demasiado bien y juega sus bazas admirablemente.

    —Escuche atentamente, Padre, si es así como quiere que le llame. Necesito que retire a un indio que me lleva tocando las pelotas desde que tuvo la mala idea de volver de entre los muertos. Hace unos años, me hice con algunas tierras, reconozco de una forma quizá poco ortodoxa. Qué más da. La tierra es para quien la trabaja, no para cuatro putos indios vagos. Bisonte rojo, descontento con el trato más que justo que le ofrecí, se echó atrás a los pocos días y quiso recuperar sus tierras. Un trato es un trato. Le dije que se fuera a tomar por culo. Poco después organizó un ataque a mi rancho. Cercenó las vidas de mi amada María y de mi pequeño Leopold. Dios los guarde en el cielo. Nadie entra en mi casa y se ríe de mí. Acabé con toda su maldita tribu. Algunas bestias no merecen vivir. No deje a nadie vivo a excepción de la joven Pluma negra. Me quiere con locura, y no para de agradecerme la vida que le he dado en el rancho —relata con los ojos inyectados en sangre, Masterson. Es ciertamente un hombre de grotesco de aspecto porcino—. Ahora tras algunos años, el maldito indio ha vuelto de la tumba y mis hombres, mierdas supersticiosos, no se atreven a ir en su busca y meterle dos tiros en las tripas. Dicen que la abandonada mina de Klaus Wolf, donde se esconde, está en tierra sagrada. Putos mierdas. Acepte el trabajo, tráigame su cabeza para adornar mi comedor junto al fuego y se llevará una buena paga. Acepté la hospitalidad de mi rancho, y tras la cena le indicaré donde encontrar al maldito indio. ¿Y qué le parece follarse de paso a Pluma negra? Mi hijo está loco por joderla. Que le den por culo. Pluma negra no es miel para el asno de mi hijo. Hay mujeres a las que hay que respetar y casarse con ellas, como mi María, Dios la tenga en el cielo, y otras a las que hay que follárselas para que sepan quien es su dueño. Acéptela como un regalo de hospitalidad. Un plus exótico al oro que recibirá. Seguro que le gustaría montarla, pegarla un par de buenas hostias y descargar su frustración entre sus piernas. Usted es de los míos, nos reconocemos entre nosotros. Un superviviente. Amén, como diría usted.

    Asiento y confirmo mi predisposición a aceptar el trato, aunque rechazo la oferta de follarme y golpear a la nativa. Soy muchas cosas, pero no un violador abusivo. 

    Hace algunos años, en uno de los caprichos del destino, me hice acreedor de un favor ciertamente especial por parte de un indio navajo moribundo al cual salvé la vida y él, en compensación, me llevaría a su poblado para purificar mi negra alma. En el interior de su tipi, fumamos y bebimos durante horas, y sellamos el pacto de acudir siempre en el socorro del contario. Caí dormido.

    Al despertar, yacía tumbado, envuelto en humo, sudoroso y rodeado de tres nativas tan desnudas como yo. Eran las tres hijas del navajo, hermanas que se llevaba poca diferencia de edad entre ellas, y ninguna mayor de veinte años. Sin mancillar por las inclemencias de la maternidad. Prietas como las bridas de un carromato.

    No me podía mover. Extrañas esencias embriagaban mis sentidos y lejanos canturreos confundían mi mente. La delicada mano repleta de sonoras pulseras de la joven india llamada "Liebre veloz" exprimía mi verga pausadamente mientras con la otra mano acariciaba mis hinchados huevos. Repetía sin cesar en su idioma navajo que la serpiente debía aceptar su posición en el desierto. Que aún no debía descargar. Todavía no. Otra india con el pelo suelto y las puntas terminadas en dos trenzadas coletas llamada "Flor de noche" aplicaba olorosos aceites a mi pecho y pezones valiéndose de un pequeño rastrojo. Aprovechaba cada capa de aceite para mordisquearme y lamerme los pezones. Mi polla palpitaba y estaba a punto de estallar. Liebre veloz seguía masturbándome y negándole a mi dura serpiente escupir todo el veneno acumulado. Repetía que la serpiente debía ser humilde en el desierto. Que una liebre le iba a liberar de su engaño, apresarla y mostrarle la verdad. La tercera india "Loba sedienta" se había sentado en mi cara y no he disfrutado de un coño más caliente en mi vida. Era sofocador. Lo lamí con una devoción casi religiosa. Mi verga estaba en su cenit. Mis huevos doloridos a punto de soltar la ansiada lechada. La nativa detuvo el acto de exprimir y ordeñar mi hinchado y venoso miembro. Susurrando en navajo, se dejó caer encima de mi verga. Apenas pude agarrar sus sudorosas y bronceadas caderas antes de correrme dentro de ella como un oso salvaje. No pude exclamar ningún tipo de placer ya que el rizado coño de la india me llenaba la boca. La nativa de los aceites chupaba y lamia ahora mis huevos que bombeaban una monstruosidad de leche caliente al interior de Liebre veloz.

    —La liebre atrapa a la serpiente. Y ésta la inundará con su rabia y será al fin libre sabiendo el lugar que le corresponde.

    Mi semen escapaba del coño de Liebre veloz para deslizarse en espesos y cálidos ríos marfileños por mis huevos. Ahí era recogida por la boca sedienta de la hermana Flor mientras la última hermana sentada en mi cara se corría aullando como una loba, amarrando mis cabellos y balaceándose sobre mi rostro. Liebre veloz, semi girada, obligaba a su hermana a seguir succionando mis bolas. Tenía Flor ambos huevos atrapados en su golosa boca. Con cada succión, yo volvía a eyacular una nueva salva dentro del ardiente coño de Liebre veloz y con cada salva, Liebre volvía a empujar a su hermana Flor para que succionará de nuevo mis huevos y por ende mi cálido y abundante veneno. Transcurrieron varias horas hasta que el círculo perfecto quedó cerrado, el pacto sellado y mi serpiente despojada de toda venenosa maldad. Al fin estaba en sintonía con mi animal interior.



    En el cuadrilátero, el chino cae al suelo, para morir entre espasmos mientras amplias bocanadas de sangre manchan las botas de su hija. Charlotte, ahora sí, muestra interés y aplaude a rabiar. Masterson se apura el trago, se limpia la barbilla y se sirve un trago más. ¿No es bonito mi rancho? —afirma satisfecho.

    A la mañana siguiente, abandonaría la granja de Masterson junto al hijo, sin que esta vez me cubrieran los ojos. Joe me despidió a las pocas millas, deseándome suerte e indicándome la dirección del asentamiento del díscolo indio. Una mina abandonada a unas cuatro horas a caballo al noroeste.

    —Tenga cuidado, padre, es listo como una serpiente —asevera mientras escupe una espesa salva de tabaco a su diestra con trazas de sangre–. Muy listo.

    Le indicó que debería dejar de mascar tabaco, que le llevará a la tumba. Un consejo por otro.

    Al anochecer, ya estaba de vuelta con la cabeza ensangrentada de Bisonte rojo resguardada en mi zamarra de cuero mientras silbaba una nana infantil.

    Hans Masterson no cabía en su gozo y tras comprobar el contenido de la zamarra, me abrazó y empezó a gritarle y golpearles en el pecho a todos sus guardias que eran unos mierdas y que yo era el único hombre de todos ellos que había tenido los cojones de matar al puto indio.

    —Pase la noche con nosotros, mataré un buey y lo asaremos esta noche, y bébase todas las botellas de alcohol que quiera. Qué cojones, le daré el doble de lo prometido, pero cuéntemelo todo. No escatime en detalles —gritaba el sueco, sin cejar de mirar una y otra vez la cercenada cabeza.

    La exuberante Charlotte, complacida, me observaba sinuosa a pocos metros y mientras Hans no dudaba en alzar la zamarra con la cabeza dentro del antaño orgulloso navajo a todos los presentes, se acercó a mí, depositando sus manos sobre mi sudoroso pecho y jugando con mi alzacuellos, y me susurró al oído —Yo también deseo recompensarle. Esta noche le voy a chupar la polla hasta dejarle seco, padrecito y, si se porta bien, y me cuenta más detalles, dejaré que me la meta por el culo. Soy la hija de Masterson, Charlotte Masterson, y aquí se hace lo que yo quiero. Aquí no hay Dios que valga, padrecito. Hará lo que yo le diga. Toda la noche. Luego ya me confesaré o no —terminó la frase apretándome con fuerza el paquete, masturbándome brevemente por encima de las chamarras. Después me mordió el lóbulo derecho y volvió a susurrarme—. Boca y culo. Culo y boca. Puede elegir el orden. Me da igual.

    Pluma negra, en cambio, que estaba terminando de recoger unas lastimosas hortalizas en el huerto anexo, no pudo evitar desviar la mirada. Antes de entrar en la casa, Joseph, me palmeó la espalda diciéndome que jamás dudó de que, con la ayuda de Dios, íbamos a terminar con esta pesadilla. Amén.

    Se bebió a raudales aquella tarde. El viejo estaba contento e incluso se animó a bailar durante un rato. Las botellas que se fueron vaciando sirvieron de diana para la mayoría de los guardianes que excepcionalmente se le liberó de sus obligaciones aquella noche. Otro combate de boxeo, con mal resultado para un mejicano esta vez, animó la velada para regocijo de los presentes.

    Charlotte harta de esperar a que fuera más tarde, me agarró de la mano, y me llevó a un pajar lindante. Desesperada por sentir mi miembro entre sus tetas, se desabrochó el vestido incluso antes de entrar en el pajar. Sus hermosas tetas salieron a comprobar la situación con los pezones duros. Ahora, toca pecar y después disculparse ante al señor — decía mientras me bajaba los pantalones violentamente. Se reclinó sobre la olorosa paja y bajándose las enaguas, me mostró un delicioso melocotón coronado por una grácil mate de pelo dorado.

    —¿Qué va a ser, padre? —me ordenaba Charlotte, desesperada por sentir mi pecaminosa y descomunal verga dentro de ella. La aparto las piernas y la metí una estocada de 20 cm de carne en rollo en su chorreante coño sin avisar. Alabado sea el señor por ser tan generoso conmigo y otorgarme armas tan poderosas. Ella apenas pudo exclamar más que un profundo jadeo mientras me clavó las uñas en la espalda. Tras meterle cinco pollazos más agarrando sus gordas tetas, apretando sus duros pezones, retiré mi nervuda polla, restregué mi glande por sus labios íntimos, la giré y se la metí hasta los huevos en el culo. Ella pegó un respingo de placer. Le debió parecer bien ya que no replicó mientras se mordía los labios. No me iba a ir por las ramas y me iba a correr cuando me apeteciese. Dios, cómo me gusta follarme a las niñas ricas que van de púdicas.

    Más o menos, cuando ella alcanzaba su primer orgasmo y yo estaba a punto de descargar mi leche en su níveo, ahora enrojecido, culo, un grupos de apaches y navajos accedieron a la granja por el camino seguro de minas que les había indicado. Un sendero apenas vigilado por Joseph que se llevó una flecha entre los ojos mientras se masturbaba viendo a unas orondas criadas mejicanas lavar los cubiertos.

    —¿Qué está pasando ahí afuera? —pregunta entre jadeos Charlotte al oír el alboroto mientras sus tetas bambolean al ritmo de mis penetraciones. —Parecen disparos…

    La hago callar con otra estocada de polla y me descargo al final voluminosamente en su estrecho culo.

    —No te preocupes, están borrachos y de fiesta —la tranquilizó mientras mi verga se retira semi flácida y ordeñada de su interior. Con una mano le cubro la boca.

    Poco después, silencio y los sollozos de varias criadas. Incapaz de ocultar ya la situación, me limpio la polla en el vestido de Charlotte y le indicó que se esconda si no quiere que los indios la violen y maten. Ella me ruega que no la abandone. Le respondo que el destino de su familia hace tiempo que se decidió, que ella debe ser lista y esconderse si no quiere sufrir las iras de los navajos. Nada queda del porte autoritario de la señorita Masterson. Asustada, con el vestido arrugado y con la caja de caudales recién reventada por mi revólver de carne. Salgo del pajar canturreando, descargado de alma y de cuerpo, abrochándome el cinturón del pantalón

    El viejo está atado a una mesa, golpeado y respirando de forma entrecortada. Seis navajos le rodean. Él escupe blasfemias sin parar. Qué poca educación. Abrazo al líder de la banda, Águila triste, hermano de Pluma negra y le aparto a un lado. Me acuclilló delante de Masterson y le aclaro su situación:

    —Masterson, le voy a ser sincero puesto que mentir es una blasfemia frente al Señor. No pasará de esta noche. Les ha tocado las pelotas a mis amigos durante demasiado tiempo. Creo que no hace falta detallarle como los indios han conseguido entrar en su amado rancho, pero quizá si se merezca saber que todo fue un plan de Bisonte rojo y su hija perdida, Pluma negra. Sabíamos que jamás podríamos cruzar su campo minado sin saber exactamente la localización de cada una de las minas. Como también conocíamos que era usted el único que lo sabía y jamás lo desvelaría por las buenas... a no ser que le cegase la victoria. Bisonte lo tenía claro, y pago el precio más alto posible para rescatar a Pluma negra y engañarle... Su propia vida.

    Tomó la voz, la hija perdida, y extrajó de una zamarra de cuero que le tendió su hermano, un extraño revólver, viejo y herrumbroso. Conocía esa legendaria arma, aunque jamás pensé que existiera realmente. El revólver del diablo. Seis balas, seis almas. Si mueres en poder del revólver antes de haber agotado sus balas, antes de haber pagado el tributo, tu alma pertenece el infierno. Y jamás la dispares contra un inocente, puesto que entonces el diablo se cobra tu alma a cambio de tu torpeza y el revólver desaparece más rápido que una virgen en un burdel.

    —Le prometo que no haremos daño alguno a Charlotte y que ella y sus sirvientes serán libres de marcharse durante lo que reste de noche. Mañana arderá su maldito rancho hasta los cimientos. Ha sido un viejo estúpido, creyéndose que ansiaba su maldita protección cuando en realidad le he odiado cada segundo de mi vida. Que me tocará, que se la meneará delante de mí sin éxito, que me ofreciera como un regalo de bienvenida, me hacía enfermar. Me quería como a una adorable muñeca de porcelana exótica para adornar su maldita sala de trofeos. Le maldigo mil veces, arderá esta noche en su infierno de los pieles blancas, asqueroso viejo. Sus tierras pasarán de nuevo a manos de los míos, oh sí, me aseguraré de ello. Mi padre, sacrificó su vida para engañarle. Hace años, debió asegurarse a conciencia de nuestras muertes. Yo no cometeré el mismo error —afirmó socarrona mientras descerrajaba un disparo a quemarropa de su revólver contra el vientre de Hans Masterson. Éste abrió los ojos exageradamente una última vez y murió entre arcadas de sangre.

    Tras incendiar el rancho, una delgada línea de criados cargados con hatillos, y toda la ropa que pudiesen llevarse, abandonaría la granja de Masterson. Oculta entre los criados y vestida con harapos se encontraba Charlotte. Nada quedaba de su altanería y con su antaño cabello revuelto y sucio, parecía una cualquiera.

    El fuego, y los disparos habían ahuyentado a los caballos y no quedaban monturas para todos. Por ello compartimos Pluma negra y este humilde siervo del Altísimo, un caballo. 

    —Vaya, parece ser que tu señor cristiano de verdad te ha bendecido —sugirió, mientras mi polla volvía a erguirse al sentir el contacto del culo desnudo de la nativa. Con una sonrisa ladeada, le aseguré que el Señor ama a todas sus criaturas por igual pero que algunas más que a otras. Desmontó del caballo y con la vista puesta en el asombroso espectáculo del rancho ardiendo en la fría noche, me pidió desmontar igualmente.

    Sorpresivamente y sin mediar palabra, la nativa, me arrojó al suelo, depositó la cabeza de su padre dirección al rancho y empezó a montarme como solo los indígenas saben montar sus caballos. A ella le excitaba de un extraño modo follarme delante del rancho en llamas y también para demostrarme que era más mujer que Charlotte. Soy un privilegiado del señor. Me montó a pelo, sin montura y sin piedad. Sus pechos golpeaban una y otra vez mi rostro, embriagándome con su delicado perfume de india libre y salvaje. Gemía con cada estocada y se relamía ostentosamente. El reflejo del lejano fuego creaba extrañas siluetas sobre su perfecto cuerpo y sobre la cabeza de Bisonte rojo. Parecía sonreír.

    Yo hacía de tripas corazón para no eyacular con cada bajada que realizaba la nativa. Llegó un momento que ya me fue imposible, me encomendé al nuestro Señor, y sin apenas darme tiempo para sacar mi polla de su coño, se iniciaron las primeras eyaculaciones que salpicaron su culo de salvaje y mis estiradas piernas. Ella aullaba como una loba en celo, para levantarse acto seguido y, en cuclillas, agarró medio enloquecida mi tranca, y terminó de exprimirla sobre su abdomen y pechos. Violentas ráfagas de semen salpicaron su rojiza piel hasta la barbilla. Al terminar con mi leche aún sobre su cuerpo, hurgó en una zamarra india que le había entregado su hermano horas antes y empezó a embadurnarse con las cenizas de sus antepasados. Quedó en trance e inició su particular danza de la victoria, aullando en navajo.

    No era de extrañar, nos había derrotado al final a cada uno de nosotros.

 Epilogo

    Volvería a cruzarme con Charlotte Masterson años más tarde en El Paso, pero en unas condiciones muy diferentes, pero por supuesto esta historia no corresponde contarla aquí. ¿No os parece?


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Muchas gracias a Klaus Fernández por la multitud de correcciones, consejos y desafíos que me presentó con el relato y a Luis Fernández por animarme a la fiesta temática. Sin sus innegables aportaciones a este relato, la historia solo serviría para adornar el fondo de un abrevadero de Booze Rigde :)

Banda Sonora de "Plomo caliente entre las piernas"

Ennio Morricone - Man with a Harmonica


Ennio Morricone feat. Vásáry André - Once Upon a Time in the West


Ennio Morricone feat. Reyjuliand - Once Upon a Time in the West (Epic version)


The Communards with Sarah Jane Morris - Don´t leave me this way













Comentarios

  1. Otro gran relato de Valentin@. Enhorabuena. Echo en falta algo el humor de otros relatos, pero sigue siendo una gran historia de alto voltaje. Y forma parte de la subtrama de "El Revólver del Diablo" del mes del Salvaje Oeste del blog "Décimo círculo del Infierno". Gracias.

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  2. Gracias a Valentin@ por sumarse al reto de escribir un relato ambientado en el Oeste. Cómo siempre, un relato muy excitante. A ver a hay continuación y estamos ante una nueva saga tipo OpenFly.😌

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  3. Gracias por aceptar el reto. No es fácil escribir a petición y que se ajuste tan bien a lo que habíamos pedido sin salir de tu estilo siempre fresco. Gracias de nuevo.

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  4. Enhorabuena valentin@!!si es cierto que se echa en falta un poco más de ese humor que siempre te acompaña pero también hay que decir que todas y cada una de las historias que se te ocurren y proponen son muy originales y entretenidas.

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