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Descenso al Cielo / Madame Le Noir, Parte II

Descenso al cielo (Madame Le Noir, Parte II)



    El maestro de ceremonias me dejó las cosas perfectamente claras en mi primer día en Madame Le Noir.

    —Tu trabajo consiste en atender a nuestros exclusivos clientes con celeridad y sin ninguna pregunta que no esté relacionada con el tipo de bebida que desean. No hacemos preguntas personales. No preguntamos NADA. La privacidad de nuestros clientes es sagrada. Nada de lo que veas aquí, sale de aquí. NADA. Tu contrato es de 6 meses renovables a dos años. Y posee una cláusula de confidencialidad. Si en algún momento en estos meses tuvieras la tentación de apuntar, grabar por cualquier tipo de medio digital o impreso en nuestras dependencias, causarás baja de forma inmediata. Te puedo asegurar que podemos arruinarte la vida de múltiples modos que harán que desees no habernos conocido nunca. Por supuesto, aquí los móviles están prohibidos. Si tienes que llamar a tu novia, novio o a tu mamá, lo harás cuando acabes tu turno. Aquí te asignamos un nombre, lo puedes elegir si quieres, pero NUNCA darás el tuyo real. Si cumples con tu trabajo, con tus obligaciones, podrás disfrutar de los placeres que te ofrece Madame Le Noir y que no son para los demás mortales. ¿Me he explicado con claridad?
    —Sí, contesté.
    —Bienvenido a Madame Le Noir —contestó el maestro haciéndome una exagerada reverencia.

    Mis cometidos principales serán atender los pedidos de las diferentes salas. Estaré al cargo de la barra del ala este. Armado con una Tablet, atenderé los pedidos con la mayor rapidez posible cuando se produzcan y siempre sin hacer ningún tipo de pregunta. Me ayudarán en mis labores, las doncellas Jacinta y Marina, una vestida con un vaporoso albornoz transparente y la otra con una máscara de un conejo de peluche. Marina es de formas más menudas que Jacinta. De pelo largo color castaño, pechos pequeños, sembrada de lascivos tatuajes, es una belleza andaluza. Reservado y con un timbre de voz extraordinariamente bajo. Cómo si solo supiese susurrar. Jacinta es algunas años más mayor, madrileña, chula, sin pelos en la lengua. Directa. Muy divertida por lo irreverente que es. Su pelo color fuego es la perdición de los hombres. Me encanta. Me pregunto si su sexo también será del color de la pasión.

    En principio estamos exentos de participar en cualquier actividad lúdica de Madame Le Noir, aunque se toleren. La decisión es nuestra con la única condición de recuperar esos momentos de asueto, más tarde. “Es mejor echar un polvo, o chupar un coño, que andar por ahí con la polla tiesa en los pantalones cual bomba atómica a punto de explotar” -nos asegura solemne el maestro de ceremonias.

    Jacinta y a Marina tienen muchísimas tablas en Madame Le Noir, saben exactamente cómo hacer que pobres incautos pidan la botella más cara de champán, mostrando apenas un furtivo pecho. Seducen a los hombres cual la bruja Circe de Homero.

    —Otra botella, niño, para la mesa 46 -Jacinta se ha retirado con una mujer a la sala Paris y me pide que le cubra el turno.
    —Claro, sin problema —asevero.
    —A lo mejor te cae algo después, atontado —me dice haciendo una bola con la lengua dentro de su boca.

    Tras salir a los 10 minutos de la sala, ni ella me lo da ni yo se lo pido.

    Durante las primeras semanas, me educan en todas las particulares facetas de Madame Le Noir y me ocuparé de la barra auxiliar de la zona este, la más cercana a las salas privadas. En las salas privadas sólo se puede acceder mediante una tarjeta magnética. La confidencialidad de lo que acontece dentro es máxima. Cualquier invitado es libre de reservar cualquier sala y los servicios que ahí se ofrecen. Todas las habitaciones disponen de cámaras de seguridad para salvaguardar la integridad de sus invitados, tanto de la clientela como del personal. Se graba absolutamente TODO. Este hecho es conocido por sus clientes y pueden disfrutar de una copia en un servidor en la nube sin gasto añadido. Otra copia permanece en poder de Madame Le Noir hasta que el cliente deja de ser miembro activo del club y es destruida... en teoría. Tanto al entrar como al abandonar el local por una puerta de servicio, somos sometidos a rigurosas pruebas de drogas. Una cosa es que nuestra clientela consume, otra distinta que lo hagamos nosotros. No se nos permite estar colocados a no ser que hayamos participado en alguna fantasía de un cliente. Esas fantasías son las más caras.

    Mis turnos son de 12 horas, 6 días a la semana. ¿Un trabajo ingrato? Ni mucho menos 45 días de vacaciones. Médico privado. 80.000 € al año, libre de impuestos. Soy libre de irme cuando quiera, pero ni me lo planteo. Si hay un Edén terrenal, es éste. Nada que ver con mi anterior trabajo en un garito a pie de playa en Ibiza. Dónde no solo me tenía que partir el lomo en negro sino además para ganarme un dinero extra, follarme a toda nórdica que me hiciera ojitos.

    —Tu polla muy grande, no como novio —me balbuceaban en aceptable castellano.

    Y que quieres que te diga, siempre me ha gustado follar y además follo bien y si me pagaban generosamente, pues mejor. Y al fin al cabo, siempre podía elegir con quién. Pero Ibiza en invierno es una novia desdentada, y terminé instalándome en Madrid. Al poco tiempo, un antiguo compañero me hizo llegar una oferta de trabajo dónde podría encajar. "Piden máxima discreción, pero es un sitio de puta madre". Y terminé presentándome a una entrevista, dónde no me hicieron ni una sola pregunta en las dos horas que estuve. Pensé que había perdido el tiempo, pero a las pocas horas, a mi móvil llegaban unas coordenadas, una hora y un día.

    El parpadeo de la pantalla de mi Tablet y un suave pitido me devuelve al presente. La sala Berlín. Dos botellas heladas de vodka Belvedere Luminous Night con tres copas. En cuestión de pocos minutos, pasó a la sala y deposito las botellas cerca de una gigantesca cama de color azul petróleo. Dos voluptuosas mujeres integralmente vestidas de cuero negro con máscaras de gas recortadas por la parte frontal le están chupando la polla a un hombre de negocios de rasgos eslavos. Éste se encuentra tumbado, con la vista clavada en el espejo del techo, agarrando el perfilado culo de cada una de ellas con sus grandes manos de oso. Una de ellas, detiene la felación para acercarse a la bandeja y servirse una copa. La otra dama prosigue sin detenerse, mientras el, fuera de toda atadura, se corre en su boca. Gruesas gotas de semen se deslizan de la máscara de gas, aclarando el negro cuero con motas de marfileño elemento. La dama con la copa en la mano me ordena salir y al hacerlo me da un cachete en el culo. Abandono la sala, con la polla dura de un quinceañero.

    Madame Le Noir no es lugar de alterne, cualquiera es libre de irse, a nadie se le obliga a satisfacer unos servicios que no se hayan pactado anteriormente. Todo se puede comprar, pero no es barato. He visto a importantes hombres de negocios arruinarse en una noche, a actrices famosas deshacerse de todo tipo de ataduras y ser montadas por detrás por hombres vestidos de vaqueros, mientras ellas relinchan y visten únicamente unas bridas en la boca y una silla de montar a la espalda. He visto políticos llorar de satisfacción al ser azotados por nuestras dominas.

    Marina se ha ganado un dinero extra, masturbando a un exjugador de fútbol vestida de conejo en la sala Estocolmo. Comenta entre risas, que mucha polla, que mucho dribling pero que, a puerta de gol, se hinchaba de balón y pegaba el petardazo.

    —Si quieres tener entre tus manos una verga de verdad, pásate por mi despacho —le afirmo divertido.
    —¿Tú, Atontado? Anda que no tiene que llover todavía para eso, niño —me sonríe de vuelta. 
    —Anda, niño, tira que te están esperando en los columpios.

    Jacinta no para de reírse al fondo. Me rio con ellas, sé encajar los golpes y oculto mi erección apretando mi verga contra la nevera de la barra.

    Tampoco el nombre del local es un nombre casual, corresponde al nombre de la dueña del establecimiento. Durante este primer año, no la he visto jamás. Jamás hace presencia en los habitáculos inferiores, no participa nunca en actividades lúdicas en las salas, y como tampoco acepta invitaciones por muy económicas gratificantes que pudieran ser. Suya es el único lounge del piso superior y a la cual sólo se accede mediante un ascensor privado. Se rumorea incluso que dispone de una entrada particular, y una terraza de dimensiones imperiales con piscina incluida con las mejores vistas sobre Madrid. En cambio, su mano derecha, el hombre que me contrató es omnipresente, aunque desaparezca a menudo en las salas Bondage y jamás pida nada de beber.

    Las siguientes semanas pasan sin mayores incidentes, a excepción de los típicos juegos entre mis niñas y yo. Nos reímos, me llaman atontado y yo les miento diciendo que de ellas solo vale la ropa, que lo demás es todo para joderlo. En el fondo, nos apreciamos. Algunos días más tarde, el maestro de ceremonias me comunica que me ascenderá a la barra de la sala principal. Valoran mi discreción. El anterior mesero había cometido la torpeza de admitir a un cliente que le gustaban mucho sus películas. Fue denunciado por el cliente y despedido ipso facto. Por gilipollas.

    Es tarde, y estoy a punto de terminar mi turno. Termino de reemplazar las ultimas botellas vacías de la barra del bar cuando recibo una orden de última hora. Sala Oslo. 4 botellas de vino de La Morera de San Lázaro, un excelso rioja.

    Entro a la sala como siempre sin avisar y al acceder a ella, oigo sonrisas pícaras desde la bañera de hidromasaje, mezcladas con temas del libertino Billy Idol.

    —¿Perdón? —susurro.
    —Entra, chico del alcohol —me llaman dos voces extrañamente familiares.

    Sumergidas en una inmensa bañera de espuma, cual imposibles sirenas, Jacinta y Marina, me invitan a disfrutar de ellas.

    —Hoy toca premio gordo, mesero. Te vamos a follar hasta el alma esta noche.

    Deposito la bandeja en un taburete cercano, y mientras Jacinta me desabrocha la bragueta, Marina me está mordiendo y lamiendo los pezones con una delicadeza extraordinaria. Mi polla sale disparada de mi pantalón como un muelle. Ambas empiezan a lamer mi mástil al unísono, mientras me acarician los huevos. Me siento el hombre más afortunado del mundo. Me sumerjo en la bañera aún a medio vestir y empiezo a lamer a Marina, que ha abierto sus piernas de par en par mostrándome su goloso sexo depilado con la inicial de mi nombre. Se ríe. Jacinta tiene agarrado vigorosamente mi erecto miembro con la mano derecha y me susurra al oído 

    —¡Fóllatela, atontado!


    No espero más, y de una estocada, la penetro violentamente. Sin preámbulos, sin aviso. No nos hace falta. Ella cruza las piernas tras mi espalda, y empieza a morderme los hombros. Miles de voltios recorren mi cuerpo. Sus breves pechos acarician mi peludo torso. Ella gime y me llama Papi, que no me detenga, que se va a correr. No me detengo. Quiero que se corra con mi polla dentro de ella. Lo hace como la diosa que es. “Mi turno” me reclama Jacinta, y me agarra de mi explosiva verga, dirección a la cama. Sabe exactamente lo que quiere. Se tumba en la cama de espaldas a mí mientras Marina derrama el contenido de una botella sobre mi polla. Mientras Jacinta sigue tumbada de espaldas mostrando su perfecto culo en forma de corazón al revés. Marina se desliza boca arriba entre ella y la cama, con sus labios lamiendo a Jacinta. Un rombo de paraíso se me es ofrecido. Acaricio mi glande y penetro a Jacinta, que está de espaldas a mí. No podré aguantar mucho más. Marina lame aleatoriamente a su amiga y mis testículos. Termino corriéndome como un toro dentro de Jacinta. Ni ella pide que retire mi verga, ni me hubiese dado tiempo tampoco. Hubiese sido intentar detener la mar con una tirita. Marina empuja mi culo hacia el sexo de su compañera de fechorías asegurándose que no se malgaste ni una sola gota, que todas terminen al lugar que pertenecen por derecho, su húmedo sexo.

    Poco después mi verga agotada, abandona por motu proprio, el húmedo paraíso de Jacinta. Marina aprovecha para terminar de sorber mis últimas gotas de semen de mi bálano. Mientras se visten y se marchan entres sonrisas de niñas traviesas, con las restantes dos botellas de vino en la mano, caigo dormido en la cama mientras el piloto de la cámara de seguridad deja de parpadear.

    A la mañana siguiente, dos compañeras distintas me acompañan en mis nuevas labores. Sólo ahora me percato que la noche de ayer fue una despedida. Ellas permanecerán atendiendo la barra del ala este. Sonrió. No hay mejor despedida posible. Una de mis nuevas compañeras, Danica, de Eslovaquia, no pierde el tiempo, y oposita a ser mi nueva mano derecha. Presenta sus credenciales, chupándome la polla en la despensa algunas horas después mientras hago inventario. El parpadeo de mi Tablet me indica la entrada de un nuevo pedido. Pero esta vez el cliente no será uno de los habituales. Termino de correrme sobre los amplios pechos de Danica, restregando con mimo mi glande y pintando sus aureolas de color nieve.

    Raudo y temeroso por el tiempo perdido con Danica, accede al ascensor privado con el pedido de las dos botellas de güisqui Glen Turner Heritage Malt Scotch a 9.000 € la botella. Una suave música de ascensor me acompaña hasta el piso superior. Al abrirse, las puertas, descubre una opulencia jamás imaginada. Un amplio Loft, con unos impresionantes ventanales, elegantemente decorado al estilo industrial, al fondo, un extraordinario sillón y ahí está ella. Mujer de color de una belleza sexual desaforada, viste con un traje ejecutivo de chaqueta color crema y camisa negra. Unos pechos explosivos, desafiantes de cualquier tipo de gravedad, firmes. Debe estar cerca de los 40 años, aunque su cuerpo disponga de tentaciones qué más quisiera cualquier jovencita de 20. Un portento de mujer. La fruta prohibida qué secretamente todo hombre desea. La celadora de los secretos de hombres y mujeres, la reina de los destinos todos los mortales, fuma cigarrillos finos en lentas caladas y espera. A su lado, el hombre que me contrató, el maestro de ceremonias, Romeo Kaboom. La frase que pronunciará Madame Le Noir a continuación me helaría la sangre.

    —¿Por qué me has traicionado? — Has vendido material audiovisual confidencial a terceros, has violado la más sagrada de nuestras normas. La confidencialidad. Ya no eres nada. Eres un mierda.

    No sé qué decir. Estoy atónito. Debe tratarse de un error.

    Sólo ahora me percato que las acusaciones no están dirigidas hacia mí, sino al maestro de ceremonias. Éste intenta disculparse entre balbuceos, alegando que su intención nunca fue faltarle el respeto a Madame Le Noir pero que sus deudas de juego le habían cegado durante los últimos meses.

    —Estás despedido. Con efecto inmediato. Nos hemos asegurado de bloquear todo el contenido que has intentado vender. Hemos destruido tu identidad digital y hemos vaciado tus cuentas. No somos unos vulgares matones y no te mataremos. No necesitamos hacerlo a no ser que nos toques los cojones. Lárgate, tienes 5 minutos.

    Ni un solo reproche por parte del maestro de ceremonias, no hubiese servido de nada. Al abandonar cabizbajo Romeo Kaboom, el loft, Madame Le Noir se dirige por primera vez a mí desde que entrase por la puerta.

    —Por otra parte, te he estado observando durante estos últimos meses, aceptarás el puesto del nuevo maestro de ceremonias - no era una pregunta sino una aseveración - Dejarás de ser un simple chico detrás de la barra del bar sirviendo alcohol con una polla enorme. A partir te conocerán por Papa Booze, sé que tus amigas te llamaban cariñosamente Papi y que empezarás a destacar tras la barra, hace que tu nuevo mote sea aún más adecuado. Y ahora deja que vea esa enorme verga tuya.

    La obedezco y me abro la cremallera. Mi polla erecta desafía el plano horizontal deseoso de un rol más activo.

    —Vístete, Papa Booze —me ordena la Madame divertida mientras se muerde el labio y palmotea mi verga —. Tómate el día libre. Mañana empiezas como nuevo jefe de ceremonias. Hay muchas cosas que quiero cambiar…

    Me adentro en el ascensor y mientras se cierran las puertas, esgrimo una sonrisa.


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¡No te pierdas la primera parte y la tercera parte de Madame Le Noir, pulsando el enlace!

Banda sonora de Madame Le Noir, Parte II

Bryan Ferry - Slave to Love


Scott Buckley - Sanctum

Booktrailer de Ascenso al Infierno - Madame Le Noir, Parte III



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