Madame Le Noir
EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS
Madame Le Noir
La entrada del local nocturno Madame Le Noir es una aburrida puerta de grueso acero al fondo de un callejón desapasionadamente iluminado. Incluso el neón que corona la puerta, indicando un establecimiento diferente al que busco, parpadea de forma incontrolada. Dudo de que este sea realmente el sitio, pero el enlace de las coordenadas enviadas a mi móvil no deja lugar a la duda. Es aquí.
Llamo a la puerta repetidas veces, se descerraja una abertura rectangular a la altura de mi cintura y una voz me ordena introducir ambas manos. La derecha con la palma abierta hacia arriba y la izquierda mostrando el código QR que se me envió apenas 20 minutos antes. Antes de que el guardia de seguridad me deje entrar, siento un ligero pinchazo en el índice de la mano derecha. El guardia gruñe algo en un idioma eslavo y me deja entrar. Al cerrar la puerta veo llegar a la entrada del callejón un taxi del que se baja un hombre en esmoquin.
Me conducen por un pasillo con grafitis de neón y me hacen esperar en un lujoso cuarto. Diferentes pantallas de televisión muestran el interior de Madame Le Noir. Una barra de bar artísticamente decorada con botellas de colores en las estanterías, una cama en forma de corazón dónde dos hombres penetran y lamen a una rubia tatuada de pelo corto, un reservado dónde una asiática goth completamente vestida está destruyendo en un glory hole con sus labios y sedosa boca a más de diez hombres atados en fila, estos cubiertos con una máscara con una cremallera cerrada por boca. El contador del monitor indica 18 corridas entre exclamaciones de récord semanal.
No estoy solo en la habitación, me acompañan un hombre joven vestido con un chándal azul de ADIDAS (¿no se habían pasado de moda?) con una poderosa erección difícil de ocultar, un musculado nórdico de mandíbula cuadrada y un mulato de ojos abiertos canturreando una canción de Maluma. Al poco entra el último invitado en la estancia, el hombre del esmoquin, arreglado como un pincel.
Una puerta lateral entre dos pantallas se abre y una amable pero autoritaria voz nos recibe con un “Bienvenidos a Madame Le Noir”. Es la voz de Papa Booze, nuestro anfitrión de esta noche. Vestido con elegancia clásica y perfumado exquisitamente, un hombre caucásico de unos 40 años de aspecto musculado se encuentra flanqueado por dos exuberantes mujeres. A la derecha, una vestida de dominatrix con una peluca corta estilo boob de color platino y labios pintados de azul neón, a la izquierda otra imponente hembra oculta tras una amplia mascara de conejo masticando una zanahoria en forma de falo, de turgentes pechos y aureolas adornadas con purpurina de colores llamativos. Ambas alzadas por encima del resto de mortales en tacones de punta de alfiler.
Esta noche es especial tanto por el evento que tendrá lugar cómo por el premio. Papa Booze, sólo permite la participación al juego mediante rigurosa invitación y oficialmente ni Madame Le Noir ni esta noche jamás habrán existido.
—Las reglas son simples y muy claras —comienza a explicar Papa Booze —. Cinco participantes, se sentarán en una mesa circular cubierta con un mantel de terciopelo negro opaco durante un máximo de una hora. Encima de la mesa podrán disponer de todas las bebidas y tabaco que soliciten. Sólo podrán fijar la vista en los demás contrincantes o de los objetos encima de la mesa. Si desvían la mirada durante más de tres segundos, perderán y tendrán que abandonar la mesa. Una mujer se posicionará debajo de la mesa cuyo único cometido será hacer que eyaculen, haciendo uso de las partes del cuerpo que ella decida. Aleatoriamente les podrá lamer, estrujar, golpear, masajear sus miembros y testículos durante un máximo de dos minutos por turno. Si un participante cree descubrir que su contrincante está siendo “atacado” por nuestra Reina, lo podrá denunciar y si se comprueba por nuestras cámaras que es cierto, el denunciado tendrá que abandonar la mesa. Si en cambio el denunciante se equivocase (movido por un farol del denunciado) será él, el que tendrá que retirarse de la mesa. No habrá segundas oportunidades. Si después de una hora aún quedasen participantes, se declarará a los restantes jugadores igualmente perdedores y quedarán eliminados. No habrá reembolso alguno de los 20.000 € depositados en fianza. En cambio, un único ganador se embolsará 75.000 € — se detiene Papa Booze — y el mayor de mis respetos.
Asentimos en silencio. Me detengo en analizar a mis contrincantes. El hombre del chándal azul abre y cierra nerviosamente las manos, mientras en cambio el hombre del esmoquin sonríe impasible sin inmutarse, alejado de este plano. El mulato brasileño no para de pegar saltos como una rana enjaulada, el nórdico suda copiosamente y ha empezado a devorar con la vista las tentaciones a su alrededor.
—Ahora dispondrán de 30 minutos para prepararse y relajarse en nuestras instalaciones. Este tiempo será el que emplearemos en comprobar la fiabilidad de sus cuentas bancarias y analizar la muestra de sangre extraída a la entrada del local en busca de drogas que pudiesen inhibir su erección o hacerles partir con alguna ventaja —continuaba el maestro de ceremonias —. Ponemos a su disposición todo tipo de entretenimientos durante estos treinta minutos. Recuerden que nuestras mujeres no son putas ni se las puede denigrar en ningún modo que no haya sido pactado previa y exclusivamente con ellas. Todas ellas están aquí por propia voluntad. El límite lo ponen ellas. Esto no es un sórdido local de alterne. Y si ustedes incumplen esta simple regla, serán expulsados “apasionadamente” del local con un amable souvenir de nuestros guardias de seguridad que no olvidarán en su vida. Disfruten de Madame Le Noir, señores. Les prometo que esta velada será inolvidable.
Recorremos el ancho pasillo hacia la sala principal. A ambos lados del pasillo se encuentran multitud de puertas, la mayoría cerradas. A la derecha, enfrente de una de ellas esperan impacientes un grupo de hombres semi desnudos con sus pollas tiesas, vestidos de marineros con una camisa a rayas rojas. Se abre la puerta y consigo vislumbrar a una mujer atada de las extremidades del techo vestida de capitana de barco. Un hombre sale llorando con una trompeta. Cuatro puertas más adelante a la izquierda, unos exagerados jadeos de mujer llamando a Papi desvelan una orgía descontrolada. En la última habitación antes de acceder al salón principal, un hombre está atado en una especie de camilla boca abajo, mientras se oye el chasquido del látigo de una dominatrix.
El salón principal está ampliamente iluminado con estatuas de falos gigantes, de color gris de marcadas venas, a los extremos. Una veintena de sinuosas camareras atienden a los comensales. Algunas vestidas de época victoriana de amplios volantes. Una DJ vestida de militar de pelo largo rasurado a los lados y una pierna cargada encima de un hombre en cuclillas es lamida mientras toca. Un hombre se masturba violentamente frente una pareja de lesbianas.
Me siento cerca de la barra, concentrado en descubrir los posibles tics de mis compañeros de partida. A mi lado una mujer de considerables proporciones se come a besos a un huésped. Busco al mulato. Éste se ha sentado en un mullido sofá color deseo mientras una camarera vestida únicamente con una máscara de gato de peluche le lame con lascivia el duro miembro. La gatita de amplios pechos recubiertos de un tatuaje tribal disfruta sin duda de la extraordinaria verga del mulato. Sus pausados lametazos van desde la base de sus testículos hasta detenerse en la punta de su enrojecida polla solo para detenerse y acoger su miembro de nuevo entre sus pechos. El mulato aúlla de placer y trata de aferrar el rabo postizo de la gata amarrado al cinturón de ella. Ella le susurra que es una gatita muy pequeña que necesita su leche todos los días para hacerse mayor. Al poco de retirar mi mirada, el mulato terminaba eyaculando cual toro salvaje encima de sus orejas postizas mientras ella maúlla satisfecha. Está claro, que la baza que va a jugarse el mulato es descargar las cañerías antes de la final.
En el otro extremo de la barra, el hombre del esmoquin bebe pausadamente su gin-tonic ajeno a todo con los ojos cerrados. Ha rechazado previamente a la oronda mujer. Esta enfadada murmura entre dientes “Mejor, soy mucha carne para tan poca salsa”.
El hombre del chándal azul está siendo montado cual potro salvaje por una negra de terso culo cómo si no hubiese un mañana. Le golpea con ambos puños el pecho descubierto mientras le insulta, afirmando que es un mierda, un impotente. El deportista parece haber pactado con ella este tipo de seducción y agarra con ambas manos su culo cual salvavidas del RMS Titanic. Espesos hilos de blanco semen explosionado dentro de ella abandonaban su sexo y mojan la alfombra persa debajo de ellos. Ella no se da por aludida, sigue cabalgándole, mordiéndose los labios y continúa insultándole, negándole un respiro. Entre jadeos, él a duras penas consigue rescatar su enrojecida polla del encarnado coño de ella sólo para volver a correrse cual manguera desbocada en el culo de la fémina entre gemidos. Ella se levanta presta y vierte el contenido de las últimas gotas derramadas sobre su cadera en una copa de champán para beberse su contenido al instante.
En cambio, el nórdico, ha tomado una parte mucho más activa y derrama botellas y botellas de Möet Chandon en los pechos de dos mujeres vestidas de enfermera de bata abierta y estetoscopio para hundir su calva cabeza poco después. Ellas ríen exageradamente y le besan la parte trasera de la cabeza.
La voz de Papa Booze me arranca de mis cavilaciones y nos invitaba a tomar asiento en la mesa. Un reloj digital marca 60 minutos.
—Estimados señores, en breve, comenzará el juego. Les ruego se pongan cómodos. Permítanme presentarles a la reina blanca, a la prueba viviente de la existencia de Dios, a Beatrix Désir -anuncia un exultante Booze al borde del paroxismo religioso. Entre un espeso humo y al ritmo de una antigua canción de Modern Talking, se nos revela la personificación del deseo. La reina entre las mujeres. ¿Las demás mujeres? Insignificantes ante ella. Burdas sombras deslucidas. Insectos.
Enfundada en cuero negro ajustado, y portando un corte de pelo estilo Hime, su largo pelo azabache le alcanza el lugar donde la espalda pierde su casto nombre. Ella no camina… se desliza hacía nosotros. Su minúscula falda revela unos muslos torneados en unas medias negras de rejilla. Una pequeña fusta oscura se vislumbra sujeta a su cadera izquierda. Sus pezones erectos desafían los límites del vestido, agujereándolo. Lanza sus gafas de pasta negra de espejo a la mesa y nos susurra con la voz de los ángeles díscolos del infierno si vamos a portarnos bien. Sus labios carnosos enrojecidos nos invitan a placeres jamás imaginados. Entretiene su mirada en mí y su lengua lasciva se pasea por las comisuras de los labios. Dios, esto va a ser mucho más difícil de lo imaginado. Se agacha, y se sumerge grácilmente en las entrañas de la mesa quedando oculta debajo de ella. Papa Booze nos ordena bajar las cremalleras de nuestros pantalones y en el caso del deportista deslizar el pantalón del chándal hasta por encima de las rodillas y desenfundar nuestras armas de hombre. El minutero empieza a descender. El juego ha comenzado.
El mulato es el primero en perder los papeles, y hacer teatrales muecas. Intenta disimular, pero su miembro aun extremadamente sensible por la reciente eyaculación no es capaz de soportar la tensión de Beatrix al empezar a masturbarle. Es denunciado por el nórdico y eliminado. El haber eyaculado antes no parece haber sido el mejor de los planes.
Noto pequeños mordiscos en mis testículos y como, poco después, sus labios succionan uno de mis huevos mientras unos ágiles dedos recorren mi mástil. Consigo mantener la compostura a duras penas, mientras mi miembro se hincha entre sus manos. Gotas de semen perlan mi glande. Ella las recoge sedienta entre sus carnosos labios. Carraspeo e intento mostrar una normalidad de la que carezco. El hombre del esmoquin me mira interesado, inseguro de denunciarme. ¿Será un farol? No se decide y ello me salva. Beatrix abandona mi desolado miembro con un apasionado beso succionador en el glande.
El nórdico empieza a sudar y a maldecir en el idioma de los países más fríos del mundo, pero donde al parecer mejor se vive. Demasiado exagerado. El deportista pica el anzuelo y le denuncia. Se equivoca y es eliminado. Al levantarse, aún se tropieza con sus pantalones y cae de bruces. Unos guardias de seguridad se lo llevan con una brecha en la cabeza. Por gilipollas.
Quedan en liza, el nórdico, el hombre del esmoquin y yo. El hombre del esmoquin permanece impasible, ni una sola mueca que pudiese indicar algo. Parpadea al tomar su gin-tonic y sonríe. El nórdico empieza a ponerse nervioso viendo que los minutos pasan y seguimos jugando. La reina blanca empieza a lamerle los testículos y morderle la parte interior de los muslos. Agarra con firmeza su miembro y lo empieza a estrujar como el pato de goma de un infante. La eyaculación es masiva e instantánea. Incapaz de disimular su gemido de placer, tomo la iniciativa y le denuncio. Es eliminado.
El hombre del esmoquin no pierde detalle, y viendo que Beatrix no está comiéndole la polla, piensa en denunciarme. Se lo piensa. Podría no estar con ninguno ahora mismo, es una posibilidad. Me mira fijamente. Mientras tanto la Reina Blanca me está obsequiando la mamada de mi vida. Alternando velocidades, mordiéndome el glande, sacudiendo mi miembro cual sonajero y restregando mis gotas de esperma por sus labios. No me inmuto. Hay algo raro en el hombre del esmoquin. Es virtualmente imposible que la reina de Madame Le Noir no haya pasado por el tras casi 50 minutos, pero no ha dado ninguna muestra de interés… me mira y me lanza un beso. ¡Es eso, es gay! No se la ponen tiesa las mujeres, y desde luego cuenta con una ventaja estratégica con la cual no había pensado. Pero a su vez es su perdición, le guiño un ojo, y sacó mi lengua a pasear, entreteniéndome en la fila de los dientes superiores. Alcanzo la cubitera de la mesa y froto uno de los cubitos de hielo en mis pezones. Los ojos se le desorbitan, quiere más. Una muestra de disgusto se asoma a su cara cuando Beatrix empieza a masturbarle y le denuncio. Enrabietado se levanta de la mesa dando un puñetazo.
La señorita Désir ha vuelto a ocuparse de mí, aunque ya no hiciera falta hacerlo. Me reclino hacías atrás en mi silla, y dejo que el público al completo vea como tras lamer mi glande, y agarrar violentamente mis bolas con una mano, mi polla se empieza a curvar, señal inequívoca de que me voy a correr. Ella lo sabe, y no se detiene. Saca su lengua y chasquea con ella mi explosivo miembro. Me corro encima de su cara, al ver la erupción de mi zumo vital, se introduce la polla en la boca para no perderse ni una sola gota de mi elixir. Mi verga palpitante termina rindiéndose en sus dulces labios. El público estalla en aplausos. Ella se pone de pie y cual prestigiosa actriz de teatro dobla la espalda y agradece la atención. Mis últimas gotas de semen terminan lubricando mis zapatos. Ella se ha marchado como la reina de la lujuria que es. Recojo sus bragas, las huelo y me las meto en el bolsillo.
Epílogo.
Estoy tumbado desnudo en mi cama. Fuera llueve con intensidad. A oscuras, sólo el débil reflejo de mi iPad alumbra la estancia. Sigo esperando el ingreso de los 75.000 € ganados a mi cuenta bancaria. Un trueno retumba en la lejanía. Sé que ella no tardará en llegar. Recorro lentamente mi miembro erecto con mis pulgares y me entretengo masajeando mi hinchado bálano. Estoy lleno de excitación, mis testículos están a punto de estallar y el simple roce de las sábanas me produce una hermosa agonía. Oigo unas llaves abrir la puerta y después de algunos minutos, su silueta de diosa se recorta en nuestro dormitorio. Es ella. La diosa de la lujuria. Beatrix Désir. Mi compañera, mi cómplice de fechorías. Un plan trazado meses atrás para esquilmar a Papa Booze llega a su fin.
—¿A quién tenemos aquí? Ah sí, a un vil tramposo —me susurra, mientras se desprende del abrigo de visón, dejando al descubierto su cuerpo nacido en el cielo y esculpido en el infierno. Sólo unas medias negras y unos tacones visten su desnuda piel. Las bragas no las pudo recuperar en el local.
Me agarra de las muñecas, y me las ata cruzadas con sus medias encima de mi cabeza. Se sienta a horcajadas sobre mi rostro. El olor de su húmedo sexo me inunda los labios. Abro ávidamente mi boca y la penetro con la punta de mi lengua. Empiezo a degustarla, a lamerla lentamente. Ella agarra con fuerza mi hinchado miembro cual se tratara del motor de una embarcación, mientras las primeras gotas de excitación resbalan por mi duro mástil.
—Haz que me corra, haz que se corra Mami. Mami necesita relajarse, Mami ha tenido un día muy duro y necesita correrse -me ordena autoritaria mientras me golpea las caderas con su pequeña fusta y empuja con su mano derecha abierta mi rostro hacía su sexo.
Obedezco mientras el resplandor de la pantalla de iPad me indica que se acaba de realizar una transferencia a mi favor desde una cuenta desconocida. Sonrió y me corro casi al instante mientras empiezo a perderme en su húmedo paraíso.
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Excelente relato!! me encantó, y la verdad que dan ganas de ir a un club como ese ;)
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