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Arsène Putain y el escándalo Ludovico - 3a parte (Inspector Arsène Putain II #3)

 EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS



Arsène Putain y el escándalo Ludovico (3a parte).

Día dos.
Por la noche.
Hotel Monzepat-Saint Omer.

La duquesa Nina Putova de Valèry es un portento de mujer que ha dejado atrás con muchísima dignidad los cuarenta, de largo cabello rubio y ostentosas gafas de pasta color fuego que realmente no necesita a juego con el color del carmín de sus labios. Pero la clase no se compra, se posee. Y la duquesa tiene de sobra.

Sus piernas kilométricas desafían la mirada de todo hombre deseoso de descubrir el voluptuoso tesoro escondido entre sus muslos. De camino de la recepción al bar ya ha mandado a tomar por culo, con una sonrisa y con palabras mucho menos vulgares, a un caballero que se pensaba que la miel era para boca de asno.

Nina no camina como los mortales, clava en cada paso sus altísimos tacones de aguja sobre la desgracia de los mortales que conocen que jamás podrán beber de esa fuente. Las caderas de la duquesa enfundadas en una ajustada falda, que deja poco a la imaginación, se balancean juguetonas camino a la barra dónde le espera un curioso inspector Putain. Sus pechos generosos pero firmes para su edad intentan rebelarse en un corpiño tras una americana oscura abierta.

—Mi querido Arsène —Nina arrima la mejilla derecha para exigir su ósculo. Tras recibirlo se sienta en el taburete de la barra cruzando las piernas. Lo hace de una forma tan sutil que Putain apenas vislumbra su ropa interior de encaje color albino—. Apelo a tu discreción. Estás en peligro. 

—¿Y cuándo no lo estoy? Soy la envidia de todos los hombres del hotel ahora mismo contigo a mi lado. Habrá ya puesto precio a mi cabeza —responde vivaz Putain deslizando con dos dedos el vaso con el château Rufino mon amour de 25 años por la barra—. Cada instante contigo merece una vida.

Nina asiente complacida. Arsène es un seductor nato. Siempre sabe de antemano las palabras que quiere escuchar un mujer. Y cómo calza. ¿Qué le da de comer a la polla? Esta cada día más gorda. No le extraña que las mujeres se abran de piernas y le confiesen todos sus secretos. Por supuesto la duquesa no dice nada cuando el libertino agente de la ley le pone discretamente la mano sobre el muslo. Ella la oculta con su carísimo y exclusivo bolso de Yves Saint Laurent.

—Mi prima Bernadette nunca ha sido trigo limpio e incluso dudo de que realmente la estén chantajeando. Siempre ha sido muy fantasiosa con tal de conseguir sus objetivos —continua Nina cerrando los muslos y atrapando la mano de Putain—. ¿Quién te ha dicho que la chantajea? ¿Ludovico? Aparte de muy puta, mi prima es muy tonta.

—¿Quién es Ludovico? —pregunta Putain cuyos dedos han apartado el tanga de la noble húngara y tocan pelo. Aquí el amigo, que no el enemigo, está a las puertas. Tiene la duquesa el conejo más caliente que el Vesubio antes de sepultar Pompeya. Posee nuestro bravo inspector un don para apartar bragas en las barras de las cafeterías tal como pudo atestiguar sin duda alguna Svenja Korhonen meses atrás.

—Nuestro príncipe azul enmascarado imaginario de adolescentes. A excepción de nosotras dos, nadie más sabía de su existencia. El que nos leía poesía, nos escribía cartas de amor y nos mataba a polvos por las noches. Qué tontería más grande. Entre risas decíamos que tenía más rabo que el demonio y que no se veía harto a follar.

Putain se acerca un poco más a la duquesa aprovechando pedir una segunda ronda al barista. Les atiende un aburrido Maxim que está deseando terminar su turno y que debe estar pluriempleado en el hotel. Las falanges del inspector siguen pellizcando y chasqueando la incandescente pepitilla de Nina como en el juego de las canicas, indiferentes a la conversación. ¿Qué le importará a él Ludovico ahora mismo? Ahora hay metas más altas que alcanzar.

Putova se apura el trago para soterrar el jadeo que descubra su inminente orgasmo. Maldito kövér farok. Aprisiona aún más sus muslos y al hacerlo los dedos de Putain pasan a penetrarla. Aguantará entre menos y nada. Puto Arsène, va a hacer que se corra como una ordinaria plebejusok. Solo le falta cacarear como una gallina al ver entrar al gallo en el corral. Ella que es de altísima cuna. ¡No lo permitirá! Resistirá como Ferenc Rákóczi, héroe de la independencia húngara. Y ante esas y otras buenas intenciones, ya se ha corrido en un intenso orgasmo.

—Descubrirás que el tal Ludovico no existe —continúa una desmadejada Nina recuperando poco a poco el habla— y que, tras algunas semanas, el chantaje quedará en nada. El chantajista simplemente dejará de insistir en sus demandas. Pero el objetivo principal, oh, querido el objetivo real, se habrá cumplido.

Putain enarca las cejas curioso. No se está enterando de nada, entretenido en seguir abrasándose los dedos en el húmedo sexo de la duquesa. Tiene los dedos ardiendo como si trabajará en un turno doble de una fundición del País vasco.

—¡Tú! Agradecida por haber solucionado el caso que nunca existió. La casquivana de mi prima te invitará a quedarte en sus instalaciones durante un tiempo. Huir de las tensiones de la gran ciudad, disfrutar del campo, esas cosas. Te ofrecerá el especial de la casa poco después. Una buena corrida entre sus gordas tetas desvanece-maridos. ¡Qué demonios, deseosa de engancharte, te ofrecerá un 2x1 irrechazable!

» Su hijita Alessia y ella agarraditas de la mano en procesión chupándote y pasándose esa polla de caballo que gastas como una piruleta —continúa Nina a punto de su segundo orgasmo y alargando hasta el infinito la palabra polla—. La casa Monzepat necesita estabilidad tras la mala fama de maridos muertos o ausentes ¿Y qué mejor que el intachable y afanado inspector Putain, adalid de la justicia parisina, azote del mal? ¿Protagonista de mil portadas, paradigma del éxito? La fama de tenerte a su lado calentito sería impagable.

—¿Qué ganas tú con todo esto, Nina? 

—Justicia. La familia Monzepat se cree la dueña del mundo civilizado y la cara-puta de mi sobrina Alessia, la emperatriz de Francia. Hay que bajarles los humos, para bajarles las bragas, ya hay muchos. Estas niñatas de ahora se creen que lo saben todo. Que las que hemos pasado los cuarenta no calentamos ni una fogata con un lanzallamas y un bidón de gasolina. ¿Qué sabrán ellas? —bufa la duquesa agitando el único cubito de hielo de su tercer château Rufino. Está un poco achispada.

» Se piensan que no nos hemos comido una buena polla en la vida, las muy putas, cuando se han descargado más hombres encima mía en una noche de lo que jamás podrían soñar ellas en toda una vida. Seguro que más de un cipote derrotado era de sus queridos padres, fieles maridos o ejemplares hermanos. —relata enérgica pasando a la acción la picarona Nina deslizando un pie embutido en una media celeste de rejilla por el rabo de Putain—. ¿Te la sigo poniendo dura, querido?

—Durísima, como un tanque apuntando a un campanario —responde al quite nuestro bravo inspector.

Nina satisfecha muerde y lame una de las perlas de su pecaminoso collar, al hacerlo no deja pasar la ocasión para volver a apretar con ahínco la bolsa testicular del (e)recto inspector con el pie. No hay cosa que ponga a la duquesa más cachonda que saber que se la pone tiesa a los hombres cultos y educados. Máxime a su adorado Putain, un portento de masculinidad salvaje irrepetible. No le extraña para nada que su prima se lo quiera comer ella sola. Es Arsène un caramelito.

La envidia es muy puta, como su prima Bernadette, piensa divertida la duquesa Putova, licenciada en patrones de comportamiento humano. 

Sinuosa se acerca al cuello de Putain y le susurra: "Te he dado información muy valiosa, querido. Ahora te toca a ti devolverle el favor a tu duquesita". Le vuelve a apretar el paquete, esta vez con la mano.

Diez minutos más tarde.

Nina Putova Valèry no da crédito a sus ojos. Es algo digno de estudio. Es la segunda corrida perlada del inspector que siente deslizarse perezosa por sus muslos en cuestión de minutos. No la saca ni a tiros. ¿Para qué? La colosal tranca sigue igual de dura penetrándola inmisericorde como un martillo pilón. El inspector tiene la potencia de un miura desbocado. Como si no se hubiese descargado en meses. 

Apoyada sobre el capo de su Bentley Continental color oliva, con la falda subida, las bragas caídas y a merced del incomparable Putain, éste parece no verse harto. A este paso va a terminar jodiendo el sistema de suspensión del Bentley del todo. La alarma de seguridad del coche ya saltó antes y la duquesa se vio obligada a desactivarla a toda prisa. 

Mientras buscaba el mando del coche del bolso, la alarma no dejaba de sonar como un niño hambriento. No es fácil atinar a encontrar algo en tus pertenencias mientras te cae un pollazo desplaza-continentes tras otro. Tras encontrarlo finalmente, desparramó todo el contenido del bolso por el capó, ralló éste con el mando y de paso se corrió de nuevo con contundencia. Menos mal que nadie se acercó a cuenta del estruendo de la alarma a esas horas de la noche. Hubiese sido una vergüenza terrible. ¡La duquesa húngara insertada, desmadejada, como un pichón sobre el capo de un coche! ¡Follada en el garaje de un hotel a medianoche! ¡Con la cara pegada a la carrocería como una criada pobre!

Decidida a qué el riesgo de ser pillada in fraganti ya es demasiado alto (y para qué negarlo, con varios orgasmos seguidos entre las piernas es más fácil tomar decisiones lúcidas), Nina se gira y de rodillas, decidida, empieza a lamerle el cipote a Putain. Sabe que a su Arsène (son muchos años conociéndose) le gusta eyacular sobre la cara de sus amantes cuando ya se ha descargado al menos una vez antes dentro.

—Córrete mi amor. Sobre mis gafas —le ruega la duquesa sin dejar de apretarle los huevos a la pesadilla de la delincuencia parisina— ¿Te acuerdas de aquella vez en la balconada de mi palacete? ¿Cómo saludaba a mis invitados y a mi amado marido socializando mientras me desfondabas el conejo?

Putain recuerda vivamente la primera que copularon, a pesar de que ya han pasado algunos años. Cómo se formaban ondas de choque en el gordo culo PAWG de la duquesa con cada embestida que le metía, lo duro que tenía ella las tetas, el delicioso olor de las bragas de la duquesa en su boca, el chute de adrenalina el saber que los podían descubrir en cualquier instante. Él la estaba llevando a pollazo limpio a la constelación Putain pasando por su particular Vía Láctea.

Que inteligente es Nina, recordando ese momento, piensa el inspector.

Poco después, Putain agarra con ambas manos el rostro de la noble y se descarga como exigido por contrato en las gafas rojas de pasta de la duquesa. Por supuesto, las cubre al completo de espesa crema pastelera (la duquesa las tuvo que tirar después tras saltar la patilla también al "quinto coño"). Le tiemblan las piernas. A este paso, sí que le va a dar algo y se va a encontrar en peligro mortal.

No había follado tanto y tan de seguido desde que fue invitado por su ex ayudante Michelle Dupont a conocer Dover, Inglaterra. Coincidía con un fin de semana que no estaba el novio de ella. "Así tenemos más tiempo para nosotros", dijo Michelle. Putain no llegó a ver más que el puerto de la ciudad.


Día tres.
Por la mañana.
Hotel Monzepat-Saint Omer.

Tras haber dormido de un tirón tras el explosivo y muy satisfactorio encuentro con la duquesa húngara, nuestro inspector se dispone a atender la invitación de la gobernanta Bernadette y asistir a las afamadas carreras.

Un evento tan fastuoso come la carrera anual ecuestre Monzepat con más de dos mil invitados entre nobles, famosetes y con amplia presencia de la prensa internacional es, sin duda, el escenario ideal para terminar de atar los cabos que le quedan al caso del chantaje.

Aunque no duda de la veracidad del relato de Nina, siguen sin cuadrarle algunos partes de la historia. El blip anunciado la llegada de un mensaje al móvil rescata a Putain de sus pensamientos. Es de la duquesa.

"Lamentablemente no podrá asistir a las carreras pero que sí que llegaré a tiempo a la cena benéfica a mi honor que organiza la licenciosa de mi prima Bernadette. Querido, te ruego mantengas los ojos abiertos en todo momento y el rabo resguardado en los pantalones. Hay mucha loba suelta en estos eventos y yo soy la única que sabe tratarte como te mereces. Siempre tuya, Nina".

Un segundo blip remarca las palabras del mensaje con una imagen provocativa de la duquesa tapándose con una mano los pechos tras el volante de su Bentley. Con la otra tapa su boca abierta en O.

Antes de salir de su habitación, Putain se anota mentalmente que del pollazo que la va a meter a la Duquesa va a llegar de vuelta a Budapest sin hacer escala en ningún país. Para que luego digan que no es un defensor de la huella de carbono y la protección del clima.

Una hora después.
Hipódromo Monzepat-Saint Omer.

Entre vítores por otra carrera ganada con mucha diferencia, Alessia desmonta grácilmente de su caballo árabe "Sultán". Nada más ver al agente de la ley, ordena a un mozo de cuadra que se lleven su montura al establo y se dirige decidida a Putain.

Sortea una docena de caballeros deseosos de entablar conversación y una jauría de periodistas tirafotos. Decidida se acerca a Putain sin dejar de acariciar su fusta de arriba a abajo como si la estuviera masturbando. Sus pantalones de montar oscuros ajustados marcan su sexo como la pezuña de un camello.

—¿Ha disfrutado de la carrera, Monsieur Putain? —se retira el casco y sin esperar permiso se cuelga del fornido brazo del inspector.

—Un espectáculo incomparable— miente Arsène que ha llegado tarde y se ha dedicado a repartir algunas fotos polla suyas entre las camareras, vestidas todas ellas de esmoquin con pajarita terminado en una falda con volantes. Cada una de las camareras lleva su nombre en una coqueta chapa en una solapa. Con la polaca Zuzanna ya ha quedado para más tarde.

—Permítame hacerle de cicerone, querido inspector —exclama la heredera del imperio Monzepat—. Mi madre me lo ha rogado expresamente y luego le atenderá como es debido. Además, jamás permitiría que dejase a un hombre tan apuesto como usted desatendido en un lupanar dónde campan a sus anchas sus "amigas". Podemos tutearnos, ¿verdad?

Putain asiente y se deja guiar por Alessia por la abarrotada fiesta. El evento es un éxito total. La música de DJ David Jeta vuelve a acompañar una fiesta como aquella vez en casa de su defenestrado amigo Lanroché. Las altivas risotadas de los invitados y el tintinear de las copas de champán cubren los jardines con un alegre manto de diversión. Solo una inminente llovizna amenaza con enturbiar los festejos.

—¿Ve a la chica morena de pelo corto bob al fondo a la derecha? ¿La del culo respingón y que se ríe ostentosamente junto a tres viejos? Claro que sí. Es imposible no verla —Alessia desplaza con elegancia el cuerpo de Putain tirando de su codo—. Es Nicolette Melun, una ex íntima amiga mía que se pasó de frenada.
 
—¿Qué pasó para que dejarás de ser amiga tuya? —pregunta Putain recogiendo dos Martínis de una bandeja. Ya le había echado un ojo a la camarera de pelo largo rizado antes y no por las copas. Se la está poniendo otra vez dura y es que su polla tiene sus horas de comer muy medidas.

—Lo que pasa siempre cuando se va de lista. Nicolette le gustaba organizar en su mansión para su cumpleaños su famoso maratón de mamadas —continua Alessia tras sorber un trago de su copa y juguetear con la aceituna con su lengua—. Era la campeona indiscutible durante años. Dos mujeres, diez hombres para cada una y un reloj temporizador. Era de suma importancia que las corridas terminasen en la boca de la participante.

—¿Por?

—Ganaba la que consiguiese transportar el esperma en primer lugar a un recipiente de 100 ml situado a diez metros sobre un estrado y llenarlo. Una vez alcanzada la cantidad exigida, se detenía el temporizador. El premio era lo de menos cuando se tiene de todo. Todo se torció cuando cumplió los 23 años y en la quinta edición, una nueva contrincante pulverizó su récord a 36 minutos. A Nicolette no le gusta perder y humillada dejó de organizar las veladas. Desde entonces me la tiene jurada.

Continúan caminando por las lujosas instalaciones deportivas del imperio Monzepat. Alessia saluda amigablemente con la mano a multitud de invitados y periodistas. Desprende la hija de Bernadette un seductor aroma a manzana asada en Navidad adornado con canela. 

—¿La rubia cuarentona tetona de la ostentosa pamela? Es Mona Bosé, "La Levantapájaros". El de la silla de ruedas a su lado es su octogenario marido, el famoso fotógrafo Albert Bosé. Hace tiempo que no se la pone dura pero no tiene problemas en que otros se la follen. Eso sí, él tiene que estar delante. Le gusta mirar y dar órdenes de cómo se tienen que follar a su mujer, como si lo que dijera le importara una mierda a Mona todavía.

Alessia se detiene cerca de otra sirviente para dejar la copa vacía y servirse otra. Se gira y le susurra sensualmente a Putain al oído para que no le oiga la camarera que espera impasible de pie con la mejor de las sonrisas:

—¿Cómo van tus pesquisas? Mañana termina el plazo del maldito Ludovico, y aparte de haberte follado a mi amiga Carla, hacer cuatro preguntas, no me consta que hayas hecho mucho más.

—Bien. Tengo la investigación muy encauzada y podré entregar mis primeras conclusiones a tu madre algo más tarde.

—¿En serio? —exclama una muy sorprendida Alessia alargando la "o" final—. Estás lleno de sorpresas. ¿Quién se lo iba a decir a mi madre que, en cuestión de días, ibas a solucionarle este asunto tan desagradable que la privaba del sueño? Dime, ¿quién es el hijo o hija de puta que nos chantajea?

—Todo a su tiempo. No hay que tomar conclusiones precipitadas— calma Putain a la muchacha, deja su copa vacía y al recoger otra bebida (esta vez una copa de vino) roza intencionadamente la mano de la camarera y le guiña un ojo. Toma nota de su nombre para interrogarla en profundidad después. Ha empezado a llover.


Con toda la tontería y con la excusa de protegerse de la llovizna, Alessia ha ido apartando al indómito alguacil de la justicia cada vez más de la fiesta y han llegado a los establos. Tras asegurarse que nadie esté cerca (tampoco el cansino de su novio Louis) de un fuerte empujón tira a Putain a una de las cuadras desocupadas llenas de balas de paja. El suelo embarrado aderezado con infinidad de briznas de paja recibe sorprendido al inspector.

—He visto cómo mirabas a la zorra Nicolette, a la puta Levantapájaros, a las comepollas de las camareras ¡A todas! ¡En mi casa! No te lo voy a consentir. Eres un lobo hambriento insaciable, Arsène. Siempre con un apetito contumaz —exclama la joven mientras se desabrocha los pantalones ajustados y los deja caer al embarrado suelo. 

Al hacerlo no deja de golpear la fusta sobre la palma de su mano enguantada. Slash. De una patada se desprende los pantalones y los lanza contra la pared. No lleva ropa interior. Las botas y la camisa ajustada se la deja puesta.

—¡Me has puesto muy celosa y sabe Dios que eso no es muy inteligente! —prosigue Alessia tirando al inspector sus negros guantes a la cara— Te voy a follar, Arsène. Igual que me encanta montar a mis sementales a pelo, me gusta que me montan a mí. Acéptelo como un adelanto a tu buena labor, inspector. Por el tamaño de tu paquete estás con hambre y en la casa Monzepat-Saint Omer nadie pasa necesidades.

Alessia separa con dos dedos los labios de su estrecha vagina. Su apretado conejo no debe recibir tantas visitas como se le podía presuponer. Alessia sabe que Putain está deseando clavarle todos sus centímetros hasta los huevos sin pasar por la casilla de salida. Le tiene calado.

Ya se lo advirtió su madre, que jugase sus cartas con elegancia como la señorita que es. Cierra los ojos y dobla las rodillas hacía afuera para caer a plomo sobre el gordo y muy tieso miembro del adalid parisino. En un alarde de previsión empieza a morder la fusta de cuero para evitar gritar de placer. 

En la cuadra adjunta, a escasos metros, el semental "Sultán" relincha curioso.

Para mayor sorpresa de Alessia, no es su húmeda vagina la que acoge una estocada demoledora de carne, sino es su desprevenido clítoris el que recibe un inesperado masaje de la hábil lengua juguetona de Putain.

El parisino clava sus grandes manos en las pálidas pero duras caderas de la muchacha y haciendo uso de ellas desliza una y otra el sexo de la heredera Monzepat sobre sus indecentes labios. Como si estuviera haciendo fuego. Viciosos labios que no cejan en morder, chupar y lamer sin piedad la explosiva pepitilla de Alessia. 

El hecho de que Putain no se haya rasurado la incipiente barba, enloquece y catapulta a la estratosfera aún más a Alessia. Ella poco acostumbrada a recibir placer oral, agarra de la nuca al agente de la ley y se deja devorar al completo. Huelga decir que poco después, al morder Arsène su pepitilla, se corre sobre la ávida boca de Putain entre hipos entrecortados. 

Aun descoyuntada por el inesperado orgasmo clitorial, Putain pone a cuatro patas a la muchacha, la tira del pelo con la mano derecha y (ahora sí) le clava sus 25 centímetros hasta los huevos de una estocada que hace enloquecer de placer a Monzepat. 

"Me va a partir con ese pollón", es el primer pensamiento de la pelirroja. "Éste se corre dentro fijo, no sería la primera vez" es el segundo. El tercero es "Qué más da, si pronto seremos familia".

Tras rendirse a la evidencia que tiene la misma estabilidad con los brazos extendidos por las condiciones resbaladizas del piso de la cuadra que Bambi sobre el hielo, Alessia ladea la cara y la hunde en el húmedo barro, arquea la espalda y sube el culo para que Putain pueda aniquilar su sexo del todo. Que elija la puerta de entrada. Los surcos que se han marcado en el suelo con las tetas de Alessia nada tienen que desmerecer a los frenazos de un rally.

El sable de Putain continúa haciendo estragos entre las filas enemigas y solo es una cuestión de minutos que descargue todo su incandescente magma lechosa dentro de ella. Siente la obscenidad de su pene palpitar desatado como loco dentro de ella. No recuerda haber deseado algo más con más ahínco en su corta vida que el inspector se descargue dentro de ella.

A pesar de los ingentes esfuerzos de Alessia para defender el fuerte de la tormenta que se avecina, se va a correr de nuevo. Aprieta las paredes de su vagina tal como le ha enseñado su madre para aprisionar el troncho de sus amantes y se prepara para la inminente lechada.

Nada. Como quién ve llover. Putain no tiene prisa. Putain se corre cuando él decide. Pocas veces pillan al inspector a traspiés o a "traspolla". Tras cachetear y ponerle el culo a la heredera Monzepat más rojo que el pañuelo de un torero, el inspector aprieta los cachetes de su propio culo, tira con ambos manos de los hombros de la heredera hacía atrás y cruza victorioso a galope tendido la línea de meta. Siempre dentro como Dios manda. Fuera hace mucho frío.

Una corrida pulsante, larga y potente. Doce salvas de salvaje y ardiente leche inundan la desguarnecida madriguera de la señora Conejo Despeluchada. Alessia es consciente de que jamás hubiese podido hacerse cargo de la eyaculación en la boca como era su intención al llevar a Arsène a establo. ¡Sin atragantarse! ¡Hubiese sido una misión imposible, digna de Ethan Hunt! Habría hecho el más espantoso de los ridículos.

Eso es una certeza como que, si Putain hubiese sido su compañero en la famosa fiesta de cumpleaños de Nicolette años atrás, con una de sus descargas justicieras hubiese llenado el vial al completo. ¿Qué cojones ha desayunado? Alessia tampoco duda de que se acaba de enamorar.

Para evitar habladurías innecesarias, Alessia se retira de los establos a solas, dejando a Putain aseándose en un lavabo cercano del personal de mantenimiento. Aún se está subiendo los pantalones, cuando zumba su móvil. Es de nuevo la duquesa.

—¡Arsène! ¡Estaba confundida! ¡Ludovico es muy real! —exclama sumamente nerviosa Nina Putova Valèry al móvil —. Al salir de mi reunión en la ciudad, al llegar al coche, un sobre con fotografías me esperaba pegado a los limpiaparabrisas del coche. Era de Ludovico.

» Las fotografías mostraban tu reunión el primer día que llegaste con mi prima y mi sobrina en el despacho del hotel. Y un mensaje muy claro. Si en lugar de una cámara fotográfica, hubiese sido un arma, tú ya serías historia. Curiosamente no marcaba con una cruz roja tu cabeza si no tu majestuoso paquete. Era una cruz bastante gruesa, si te sirve de consuelo.

Putain no puede evitar sonreír. Hasta la criminalidad más abyecta sabe y teme sus armas.

—Las otras fotografías mostraban nuestra colisión sexual del garaje la pasada noche. ¡Estoy muy asustada, Arsène! Ludovico no es una invención de mi putísima prima para seducirte. ¡Ludovico es real!

Putain la tranquiliza diciendo que no debe preocuparse por las amenazas de Ludovico. Que, si realmente hubiese querido hacerles mal, no haría el gilipollas amenazando al personal de una forma tan poco imaginativa. Ludovico no deja de ser un pobre desgraciado en busca del vil metal que teme que con su chantaje original no va a rascar nada.

A la inesperada pregunta del inspector si hay otras cruces marcando las demás fotografías en otras partes, Nina responde que no.

—Me lo imaginaba —responde Putain. Acaba de dar con una pista importante de la identidad de Ludovico. Que sólo hayan marcado su rabo no le extraña, a fin de cuentas, es más largo que el de la Pantera Rosa.

Y es que, ¡C'est la vie, no hay una polla como la de Putain!




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Todos los derechos reservados

¡La banda sonora!

Ava Max - Salt


No te pierdas todas las aventuras del intachable inspector Arsène Tiberius Putain bajo el siguiente enlace o en su libro recopilatorio de próxima publicación.


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