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Arsène Putain y el escándalo Ludovico - 2a parte (Inspector Arsène Putain II #2)

 EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS



Arsène Putain y el escándalo Ludovico (2a parte).

Día dos.
Hotel Monzepat-Saint Omer.

Tras desayunar frugalmente, y decidir no devolver la llamada al número desconocido de la pasada noche a su móvil -no tiene tiempo para tonterías-, nuestro perspicaz inspector ya ha dado con un perfil inicial del chantajista.

El hecho de decidirse en entregar las amenazantes misivas con recortes de letras de periódico fue un hábil pero inútil intento de ocultar al autor o autora. Se trata de una persona sumamente culta y obsesiva en las formas. No sólo escogía las letras de los diferentes recortes, una por una –usualmente los viles criminales escogen palabras completas de los periódicos-, sino, además, acentuaba toda tildes y prestaba especial atención en comenzar con mayúsculas cada frase. Como si cometer un fallo ortográfico fuera un insulto imperdonable.

Decidido en no llamar la atención interrogando a todo el personal uno tras otro, Putain decide investigar las instalaciones menos conocidas del Hotel Balneario en busca de pistas y se dirige al servicio de lavandería a recoger su ropa limpia. 

Por experiencia propia, Arsène, sabe que las lavanderías esconden muchos secretos inconfesables. Infinidad de pistas, precipitadas notas o facturas de difícil justificación quedan olvidadas en los rebeldes bolsillos de pantalones arrugados. Camisas de hombre enviadas a toda prisa a limpiar con lujuriosas marcas de carmín. Ropa interior señalada con secreciones prohibidas.

El servicio de lavandería seguramente no será de acceso de los clientes, pero se hará el despistado. Preguntará por el estado de su camisa que hábilmente mando limpiar a todo urgencia para primera hora de la mañana.

Su sorpresa no puede ser mayor al encontrarse la puerta de la lavandería abierta de par en par y desatendida. Raro. Muy raro. Incluso en los hoteles más exclusivos, los ladrones campan por sus anchas en busca de hacerse con la carísima ropa de marca de sus adinerados huéspedes. El calor seco e intenso que desprende la lavandería pega su camisa de lino egipcio al musculado pecho de Putain, marcando sus pectorales como tallados en madera. 

Sin hacer apenas ruido, el inspector entra en la sala a rebosar de percheros, ropa de cama y lavadoras y secadoras ronroneando como gatos satisfechos. El olor a detergentes y suavizantes es abrumador, pero hay algo más. Algo sutil que sólo un agente experimentado, curtido en mil batallas como Putain reconoce al instante.

Unos jadeos entrecortados casi imperceptibles de mujer le confirman que ha hecho muy bien en ser discreto. Los resuellos provienen sin duda alguna de una de las estancias más alejadas. Putain afina el oído y se dirige raudo dispuesto a descubrir el misterio.


Entre sacas de ropa y secadoras a toda máquina, extasiada, se masturba con los ojos cerrados, la joven encargada del servicio de limpieza, aserrando una camisa de Putain por sus hinchados labios íntimos de mulata. Arsène reconoce su prenda de inmediato por las siglas bordadas de ATP de la manga.

Susurra la licenciosa joven una y otra vez el nombre de "Papito" mientras se muerde los labios con fuerza, exigiendo que sea éste que la castigue, que ha sido un niña mala, que no ha almidonado el cuello de la camisa como se le pidió y que merece muchos azotes en el culo.

—Vaya, vaya —susurra Arsène que se le está poniendo durísima mientras se sienta frente a la joven africana de rastas de colores en una butaca color verde aceituna. A Putain siempre le ha gustado mirar, prueba de ello es su amplia colección de fotografías robadas de los aseos de su comisaría.

Ajena a la presencia del agente de la ley, Kaya Diallo, acelera la velocidad de su muñeca. Se está corriendo. Muerde la camisa -no almidonada, es una niña muy traviesa- por el cuello, y al notar que va a eyacular intenta fútilmente tapar su inminente segregación con una manga de la prenda de vestir. No lo consigue y al estallar de placer, empapa la camisa con su olorosa e intensa eyaculación.

Desde siempre le gustado masturbarse con la ropa de algunos clientes. Es especial y la pone muy cachonda. Al terminar de correrse, exhala un largo suspiro y abre finalmente satisfecha los ojos para confirmar aterrorizada que no está sola.

—Dios santo —exclama avergonzada Kaya tratando de abrocharse la bata color perla. Tampoco lo consigue, sus tetas son demasiado grandes para permitir tales extravagancias sin negociarlas con antelación.

—Dios, que vergüenza. ¡Por favor, señor, no me denuncie! Yo creía estar sola —miente la desmadejada mulata incorporándose entre las sacas—. Si cuenta algo de lo que ha visto, me despedirán. Sólo llevo aquí tres meses. Necesito el dinero. Dios, que vergüenza. Discúlpeme. No se lo dirá a nadie, ¿verdad?

—Tranquila señorita. La ciudadanía jamás ha de temer de la justicia. Soy el inspector Putain y podemos sernos de mutua ayuda. Necesito de su colaboración. ¿Me ayudará?

—Sí, por supuesto. Pero no me golpeará con la barra o esa enorme llave de tubo que tiene metida en el bolsillo, ¿verdad? —Kaya señala con mano temblorosa el descomunal paquete de Putain.

—¿Esto? Esto es una polla, nena —responde Arsène incorporándose de la butaca y sacándola a pasear.

Kaya se santigua dos veces seguidas, menta a la Virgen de la Inmaculada Concepción, patrona de su Guinea natal y responde lascivamente:

—¿En serio, Papito? ¡Qué sorpresa tan linda! Debió estar pasándolo muy mal estando tan apretadita en ese pantalón tan estrecho. Con todo el calor aquí de las secadoras a todo meter. Kaya estira la palabra "meter" seductoramente.

—Conteste a unas preguntas y dejaré que no solo juegues un poco con la polla de Papi sino, además, podrás quedarse con mi corbata que te has guardado en el bolsillo de la bata, pequeña putita ladronzuela de las colonias francesas—negocia Putain cerrando con llave la puerta de la habitación.

Kaya sonríe picaronamente y responde a Putain que si no prefiere follar primero desabrochándose la bata del todo. 

Sus tetas se desparraman y salen disparadas como un gato en una tienda de mecedoras. Ella siempre ha sido de comerse el postre antes. Unos grandes pechos con aureolas como galletas campurrianas invitan al inspector a darse una soberbia hartada de tetas antes de visitar su tienda de golosinas exóticas.

Sentada sobre las sacas de ropa de cama, la joven le termina de bajar la cremallera del pantalón a Putain que sigue de pie. Tras admirar y acariciar el rabo del inspector con el respeto de quien acuna por primera vez un arma mortal, vuelve a santiguarse, alza la vista y con la polla bien amarrada entre sus manos, le exige al inspector que no responderá a ninguna pregunta hasta que no la mande de vuelta a las excolonias francesas en silla de ruedas.

Arsène, hombre de principios innegociables, accede aun a sabiendas que la africana no tiene ningún derecho a negociar. Pero un día es un día y antes de que Kaya pueda venir con alguna demanda más, le pega un pollazo que la desplaza a ella, a las sacas de ropa sucia diez centímetros camino a la pared y hace que se golpee la cabeza contra una lavadora que avisa con un estridente pitido que se acaba de joder aun estando en garantía.

Tras cuarenta minutos, de las cuales más de la mitad fueron follando y un poco menos de la mitad de exhaustivo interrogatorio, Kaya no sólo se puede quedar con la corbata prometida de Putain de trofeo sino además se llevó tres orgasmos vaginales legendarios. La carga de leche que se llevó metida dentro del conejo ya la quisiera una lavadora industrial de última generación. 

Tiene Kaya la absoluta certeza de que Putain la ha preñado de gemelos. El intachable agente de la ley se corrió dentro de su rizado coño y todavía tuvo carga para inundarla el valle de las tetas. Ella que se queda encinta con mirarla dos veces. Menos mal que se toma la píldora. Por qué se la había tomado ayer ¿verdad? Ya no se acuerda. La leche que se escurre entre sus muslos y melones parece decirle que "a ellos no les pregunten, que han venido a hacer su trabajo y lo han hecho"

El resto de la mañana el inspector lo pasa apaciblemente disfrutando de las instalaciones del hotel balneario que no todo va a ser duro trabajo.


Por la tarde.
Hotel Monzepat-Saint Omer.

A última hora de la tarde, llaman a la puerta de la habitación de Putain. Arsène cierra la tapa del portátil con la entrevista online a la influencer Happy Panda -tiene buenas tetas para lo pequeñita que es- y responde con un escueto "adelante". Sabe perfectamente de quién se trata.

—¿Inspector Putain? —pregunta modosita la recepcionista Carla aun sabiendo que es una cuestión estúpida. ¿Quién si no iba a estar en su habitación? Putain siempre la descoloca. No sabe por qué. Debe ser su aspecto varonil y lo bien que huele. Sin olvidar el pedazo rabo que gasta.

—Gracias por tu tiempo, Carla —Arsène se incorpora y le ofrece una silla a la muchacha. Te ruego me permitas hacerte algunas preguntas—. Te aseguro que no serán muchas.

—Sí, sí por supuesto. Las que sean necesarias. Estoy a su entera disposición.

—Como sabrás, el hotel está siendo objetivo de un infame chantaje. Suponer que lo desconoces sería sumamente estúpido por mi parte. Sé por experiencia propia que tienes una más que estrecha relación de amistad con Alessia.

Carla lo confirma con una mirada tímida y se siente en la silla ofrecida con las manos rebosando sobre sus rodillas.

20 minutos después.

—¡Usted me ha engañado! ¡Se ha aprovechado de mi inocencia! —jadea la rubia de melena corta con la falda arremangada encima de la cintura cabalgando encima del inspector—. Me aseguró que serían sólo unas pocas preguntas, me emborrachó con vino y me... me obligó a comerle ese hermoso rabo y luego a... a... montarle.

—No digas tonterías si ni siquiera has bebido nada —responde el intrépido inspector mientras le agarra firmemente el culo—. ¿Qué sabes de las circunstancias que rodearon la muerte de los anteriores tres maridos de la gobernanta? —pregunta un enérgico y desatado Putain.

—No mucho, el primero marido y padre de Alessia, Antoine Giroud, falleció en un accidente hípico cuando ella tenía unos diez años. Su caballo se encabritó en una carrera benéfica. Muerto en el acto —responde Carla con los ojos cerrados.

Es imposible que se centre Carla. Lleva cabalgando al inspector encima de la cama más de diez minutos, aunque es Putain el que le pega las estocadas que le roban el alma a pollazo limpio. Qué forma de follar tiene el cuarentón. El adalid de la justicia ha insistido que permaneciera vestida y que sólo se deshiciera de las bragas. Prenda que se ha guardado en el bolsillo ipso facto. Los cachetes del culo los tiene enrojecidos de las manos del inspector. 

Y así está ella ahora. Blusa y sujetador abierto, las tetas golpeando la cara del inspector como las olas un embarcadero en una tormenta, los botines calados, y el conejo despeluchado resistiendo el interrogatorio de Monsieur Rabo.

—¿Qué hay de los demás? —pregunta Putain pegándole otra embestida despiadada que deja a Carla sin habla. Clava nuestro bravo inspector 25 centímetros de carne en rollo hasta los huevos en cada estocada. Una vez su pétrea tranca hace tope, la retira lentamente hasta que sólo queda el prepucio acogido en el interior de la chavala. Después toca pollazo destroza conejos de recepcionistas al canto.

—Carmine Wouters. Murió de un infarto. Me voy a correr otra vez, joder —jadea Carla con los ojos en blanco y la lengua recorriendo lascivamente la dentadura superior—. Al parecer en acto de servicio al poco tras descargarse en las generosas tetas de Bernadette. La ambulancia se lo llevó con la polla tiesa y una sonrisa de oreja a oreja.

—Y qué hay del último esposo, ¿André Monzepat?

—No sé nada.

—No me mientas —replica Putain haciendo ademán de sacar el troncho del todo de una muy despeinada Carla, que parece que se ha tirado en paracaídas.

—¡No! por favor. ¡Hablaré! ¡Piedad! No la saque. Nunca, ¿me ha entendido? Si la saca, le mato —aúlla la chavala a punto de correrse una segunda vez—. Tenemos prohibido hablar de Monzepat.

Putain tira de las caderas de Carla hacia abajo y con la polla enterrada de nuevo en el ardiente y depilado sexo de la muchacha, vuelve a detener los inmisericordes pollazos. El duro y erecto miembro del inspector palpita dentro de la joven como el pecho de un atleta olímpico tras batir un récord mundial.

—Desapareció un buen día y tras más de cinco años sin saber de él, se le dio por muerto. Bernadette heredó todo el imperio Monzepat y no se ha vuelto a casar. Hubiese sido una estúpida. Tiene más dinero que se pudiera gastar en diez vidas. ¿Por qué compartirlo?

Putain se da por satisfecho y reanuda las estocadas. Carla rendida sobre el cuerpo de Arsène como si estuviera conduciendo una motocicleta en una carrera de MotoGP, se muerde los labios y se corre al sentir como el incansable pistón de Putain empieza a bombear abrasador esperma dentro de ella. Gracias a Dios. Ha llegado viva a la meta que no es poco. Pensaba que la iba a matar a pollazos.

La joven recupera un poco el aliento antes de incorporarse. Al ponerse de pie, de su dolorido sexo, una plomada de semen cae sobre el hercúleo abdomen de Putain que queda salpicado como la radio de un pintor. Splash. Carla observa de nuevo el miembro de Arsène. Nunca ha visto una polla más bonita. El troncho del agente es ciertamente una imagen poderosa. Deberían cambiar la Torre Eiffel como símbolo de Francia y poner la polla de Putain.

Al marcharse Carla por la puerta -sin bragas-, Putain contrasta en su libreta las confesiones de la muchacha. Coinciden con la información recabada esta misma mañana de Kaya. Le encanta su trabajo.



Antes de salir a cenar, vuelve a sonar el teléfono móvil del inspector. De nuevo, una llamada oculta. Aburrido, pero ciertamente intrigado, Arsène decide responder esta vez.

—¡Pensaba que no le ibas a coger nunca, Arsène! —es la voz de Nina Putova, la duquesa húngara, examante, madre de la infame y antigua ladrona de guante Nicole Moloko. Te espero en la barra del bar en diez minutos para ponerte al día. ¡Estás en grave peligro!

—Hola Nina, no será para tanto. ¿Qué tal estás? Podías haber enviado un WhatsApp —responde divertido Putain que no puede evitar que le suban las pulsaciones pensando en las caderas de la duquesa y su larga cabellera rubia lisa. Se la pone durísima follarse a la nobleza.

—Demasiado peligroso. No te lo tomes a chanza, Arsène. Ahora no puedo hablar. Te lo contaré todo en un rato —le corta ansiosa Nina— ¡Ah! y vete pidiendo lo que me gusta. Ya sabes.

—¿Qué te tape los ojos y te coma el conejo? ¿Qué te eche tres polvos seguidos sin sacarla? ¿Qué te muerda las tetas? ¿Qué te ponga mirando a la constelación de Cuenca?

—No seas vulgar Arsène. Sí, eso también, pero de eso ya hablaremos después. Un château Rufino mon amour de 25 años con poco hielo, una brizna de canela y un capricho de chili. Ten mucho cuidado Arsène. No te fíes de la puta de mi prima Bernadette. ¡Tiene una agenda oculta y es un milagro que aún no hayas caído en su malévola trampa!

—Lo tendré, Nina. Nos vemos en diez minutos —confirma Putain. No se esperaba la presencia de la duquesa Putova de Valèry en el hotel ni en sus sueños más salvajes, pero es desde luego una sorpresa muy agradable. Hace tiempo que no se ponen al día. Y seguro que ella también ha echado de menos las profundas conversaciones que tenían mientras su marido estaba de viaje diplomático, pero más su indomable rabo folla-nobles. Una verga que pone en su sitio a la nobleza sin tanta revolución, tanta guillotina ni tanta polla en vinagre. 

Y es que, ¡C'est la vie, no hay una polla como la de Putain!



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¡La banda sonora!

David Guetta, Bebe Rexha & J Balvin - Say My Name.


No te pierdas todas las aventuras del intachable inspector Arsène Tiberius Putain bajo el siguiente enlace o en su libro recopilatorio de próxima publicación.


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