Arsène Putain y el escándalo Ludovico - 1a parte (Inspector Arsène Putain II #1)
EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS
Arsène disfruta semi
recostado en una de las cómodas tumbonas del exclusivo Hotel Balneario Monzepat. A
escasos metros se alzan los caprichosos vapores danzantes de la piscina
climatizada de aguas termales. Tras los amplios ventanales de la piscina, una camada de caballos pasta apaciblemente.
A pesar de que Carla, la recepcionista
de turgente pecho, apretado blusón crema a punto de estallar le comentase
que las instalaciones exteriores cerrarían en menos de una hora, Putain no se dio
por aludido e insistió en aprovechar la piscina de aguas termales antes de
meterse en la cama tras bastantes horas al volante de su Porsche 911. Se merece
un descanso tras meses de agitada lucha contra la vileza criminal de París. No se cansa la delincuencia de morder el polvo bajo la eficiente labor de nuestro intrépido inspector.
El premio de una estancia
con todos los gastos pagados por una semana por Babette Fournier, la jefa del
inspector, como pago en especie por la alta cuota de casos resueltos, es todo
un acierto.
—Estará casi solo, sr.
Putain —indica con una amplia sonrisa la recepcionista de puntiagudos pitones entregándole una mullida bata con el logo del hotel. ¿Le parece
bien una talla XL? —pregunta la joven mordisqueando una nacarada uña color
cobalto del dedo índice sin dejar de analizar al adalid de la justicia con sus grandes ojos claros.
Putain asiente y le da las gracias. Tras cambiarse en el vestidor vuelve a cerciorarse que su colosal tranca de 25 centímetros no ha sido jamás amiga de tallaje alguno a pesar de la recepcionista acertara con las talla de su musculado cuerpo. Un cuerpo esculpido a sudor en el salón de boxeo de su amigo René "el tuercas" y forjado a pasión indomable entre las piernas de infinidad de satisfechas amantes femeninas.
A punto de caer dormido, oye como dos jóvenes se sumergen cuchicheando en las aguas de la piscina. Una
de ellas es la rubia recepcionista que debe haber acabado con su turno y desea
darse un breve chapuzón antes de volver a casa. ¿Permite la dirección que
empleados hagan uso de las carísimas instalaciones del hotel? Qué más da, el no
dirá una palabra y se seguirá haciendo el dormido.
Acompaña a Carla, una menuda
pelirroja de armas tomar. Pecho breve, pero con un culo redondeado para
compensar dispuesto a plantar cara al más osado. Cualquier otra persona sin el
hábil ojo del inspector no se hubiese percatado que ambas se han desprendido de
la parte superior del bikini al amparo de los vapores termales.
Yacen ambas púdicas indumentarias
exhaustas a un lado de la escalinata. Putain afina el oído. No habría llegado a
un porcentaje tan alto de casos resueltos siendo un zote.
—¿Lo ves, tía? Calza como
un caballo. ¿Te lo dije o no te lo dije? —le susurra al oído Carla a Alessia, la
díscola hija de la gobernanta del Hotel Monzepat.
La pecosa Alessia no
puede evitar soltar una risita. Jamás en sus dieciocho años de vida ha llegado a ver una tranca tan colosal. No puede ser. Será de mentira como las películas que ve a escondidas. La casquivana de su amiga Carla, de más edad, se come
las pollas dobladas, pero a buen seguro que no catado ninguna de ese tamaño.
—Vamos a pedirle que por
favor nos acerque nuestras tollas y ya verás como le vemos el rabo. Le he dado una
bata mal tallada. Te lo digo yo que calza como un animal. Cuando le vi entrar
en el hotel, el paquete de su entrepierna me dejo sin habla. ¡Parecía fundido
como queso sándwich sobre su pernera!
Alessia le reprende pegándole un puñetazo al hombro a
Carla que sea tan vulgar sin dejar de fantasear cómo debe ser lamer un cipote
como el de Putain junto a su amiga del alma. Pasándose la tranca de mano en
mano como hermanas. Sharing is caring! Sentir el elixir de la descarga de una potente corrida bajando por su
garganta. Ya nadie se corre como Dios manda. Cuatro disparos lastimosos de escaso volumen. ¡Ella quiere corridas espectaculares que la pongan perdida de cálido maná masculino!
—¿Señor? —pregunta Alessia tapándose los pechos y tomándole la delantera a su amiga—¿Nos
puede echar una mano y alcanzarnos las toallas?
En realidad, hubiese preferido preguntar: "¿Le importa echarnos un polvo y reventarnos a pollazos?
Pero se calla para que su amiga Carla no descubra que ella es en realidad bastante más puta de lo que se piensa ella.
Está súper cachonda. La culpa la tiene la inminente llegada de la regla y si no la echan un "delicioso" (o dos) no habrá un Dios que aguante los dolores.
—Claro, responde Putain, incorporándose como un resorte. Al hacerlo, como era de esperar el troncho de Arsène se encabrita y asoma curioso entre los pliegues de la bata. Como si hubieran tocado corneta en un cambio de guardia en un cuartel. No lleva bañador. ¿Para qué? Todo mejor al aire. Bien podría haberlas acercado las toallas depositadas en su tranca, como un camarero lleva la servilleta del antebrazo.
Putain espera que ambas
abandonen la piscina y le lanza funestamente mal a cada una su toalla. A la
diestra de Carla y a la siniestra de Alessia. Sin embargo, ambas apresan ágiles
sus respectivas toallas, pero descuidan al hacerlo, seguir cubriendo sus turgentes y divinos pechos. ¡Arsène nunca da puntada sin hilo!
—Vaya, vaya con el señor
Putain. ¿Le gusta verles las tetas a las señoritas? Por lo que veo a su amigo
está encantado —Carla recorre sensual con un dedo el falo erecto del inspector
para terminar apretándole la bolsa testicular. ¿Tiene usted lo que hay que tener para resistir el envite de dos
jovencitas deseosas de rabo, tío guarro? ¿Un cliente que llega a última hora de
la tarde al check-in y tocarme las tetas con sus deseos de darse un
chapuzón?
Alessia mira golosa a su amiga mordiéndose los labios. Se le acaba de adelantar.
—¿Por qué no lo averiguáis por vosotras mismas? —responde nuestro inspector dejándose caer en la tumbona mientras se aparta las alas de la bata. Su polla tiesa como la mojama es una invitación en toda regla. Abundantes gotas de excitación perlan el glande del adalid de la justicia.
Alessia no puede evitar mirarle el paquete a Arsène. Está como hechizada. Tiene una polla descomunal. Polla que ya ha empezado a lamer la rubia Carla, mientras el agente de la ley de vacaciones se lleva sus brazos en forma de almohada tras la calva.
No es la primera polla
que se come Carla, pero si la que más le está costando meterse en la boca. No
sólo es larga como un día sin pan, sino que además es gorda como una lata de pelotas de tenis. Es
una monstruosidad insultante. Con mirada suplicante le ruega a su amiga que le ayude
con el troncho.
Alessia no pierde comba y empieza a mordisquearle los huevos al inspector, mientras Carla sigue dando
buena cuenta del pollón. Gruesas venas violáceas como relámpagos marcan desde
el prepucio hasta el final los generosos 25 centímetros del rabo demoniaco de
Putain. Carla acostumbrada a que los hombres se corran en su boca de piñón a
los pocos minutos, no para de sorprenderse de la potencia del hombre. Está como
si nada. Otro día en la oficina. Ni se inmuta. ¡Puta tranca de los cojones!
Ahora tanto Alessia como
Carla se pasan la polla de mano en mano, de boca en boca con la vana esperanza
de quedar medianamente bien ante las bravuconadas antes expuestas con tanta
ignorancia. Lo que antes eras risitas ahogadas ahora es dedicación absoluta.
—Vaya, vaya. Esto parece que necesita un estímulo —afirma Carla desesperada por el devenir de los hechos—. ¡Métesela por el culo a mi amiga! Es virgen por el detrás y está harta de serlo.
—¿Perdón? —exclama Alessia mientras suelta momentáneamente el pirulón de Arsène. Se la acaban de jugar.
—¡Calla joder! —replica la recepcionista—. Lo estás deseando desde que me viste cómo me la metía tu novio gilipollas picha enana en Nochevieja.
Sin más explicaciones, Carla primero le retira el bañador carmesí a un lado, luego le masajear el ojal con dos dedos lubricados con saliva para a continuación apartar los duros y prietos cachetes de su amiga. Alessia atónita, pero deseosa, se agarra al cabezal de la tumbona y abre las piernas. Será doloroso sin duda alguna pero una polla así no se ve todos los días. Y si hay que perder la virginidad por detrás que sea con un pollón y no con una mierda de picha como la de su novio Antoine.
—Cuando quiera, señor.
Estoy preparada. Soy la única que queda doncella por atrás de entre mis amigas.
Arsène asiente y tras repetidas cachetadas al culo de Alessia, escupe sobre su miembro y empieza a penetrar analmente a la pelirroja.
Despacio, restriega el miembro como una brocha de pintor primerizo. Luego introduce con cuidado el
cabezal en forma de champiñón en la prieta roseta de la muchacha. Putain será muchas cosas, pero
ante todo es un caballero sin igual. El ahogado jadeo de Alessia amortiguado
por los apasionados besos que le da Carla a su amiga, le indican
inequívocamente que Alessia está en el séptimo cielo.
—¡Métemela toda, joder! ¿A
qué cojones estás esperando? —grita enloquecida Alessia girando al cabeza de un
lado al otro como la niña de El exorcista haciendo uso de un vocabulario igual de profano.
Carla que no ha dejado de
besar a su amiga y chuparle los breves sonrosados pechos, pasa a morder por
detrás los huevos al inspector. Los depilados testículos de Putain son duros
como castañas. Y las estocadas inmisericordes. Alessia grita de placer y tras
varias lanzadas e insultos más contra el gobierno, el clero y la familia de Putain, se corre como una novia. El primer orgasmo lo pudo disimular, pero el
segundo inesperado por lo rápido que le ha alcanzado, la delata. Un orgasmo anal es delicioso y ya no veas, dos.
Putain sabe que todo tiene un límite -incluso él tras veinte minutos sin tregua carnal- y que no podrá resistir mucho más. Un culo virgen es un premio excepcional. El placer es incomparable. Su polla apresada dentro de Alessia no cabe en su gozo. Palpita y se hace cada vez más gorda. Podría correrse sin duda alguna una segunda vez dentro de ella, pero esta vez prefiere que su lechada adorne la cara de la frescales de Carla. Retira su polla del culo de Alessia con un sonoro plop. A los pocos segundos de que el arma de Arsène abandone la armería de la pelirroja, gruesos lagrimones de esperma abandonan malhumorados el interior de la muchacha. Es una corrida de libro de los récords. Nada de una cucharada sopera. Él no es de correrse tímidamente como un colegial, él se corre siempre como un titán.
—¿Qué haces, gilipollas? —aúlla Alessia. ¡Que te corras dentro, joder! Al decirlo siente el volcánico calor del semen de Putain abandonar a borbotones su ano, inundar sus labios íntimos y se calla avergonzada—. ¿Cuántas veces se ha corrido ya el semental?
—No seas egoísta, puta niña —le
reprende Putain y se dirige con la polla apresada en la mano a Carla ¿Conoces el espectáculo
de las fuentes del Hotel Bellagio de Las Vegas?
Carla asiente con la
cabeza, se hinca de rodillas y saca la lengua perforada con un piercing.
Claro que conoce el espectáculo. Siempre quiso ir a la Ciudad del pecado.
Putain se sacude la polla como si fuera una recortada, le retira el pelo del rostro a la rubia y sin más miramientos se corre sobre el bellísimo semblante de la muchacha, que hace bien en cerrar los ojos. Las Vegas ya no cae tan lejos. Los latigazos inundan la cara al completo de la trabajadora del hotel que acepta su premio de rodillas como la niña bien que ha sido siempre. Un poco puta, pero de las buenas. Carla mueve su carita y la boca abierta de un lado a otro para recibir las descargas en toda su haz. ¡La está poniendo perdido el pelo!
Alessia aún con el culo
dolorido y amoratado se arrodilla al lado de su amiga y empieza a besarla con pasión
desmedida, aseándola de la brutal lechada. Mientras lo hace, Putain restriega
su polla sobre el pelo y nuca de la hija de la pelirroja.
La hija de la gobernanta se incorpora a
duras buenas y besa a Putain. Carla hace lo mismo en la otra mejilla. Y le
recuerda que le debe un orgasmo. Putain sonríe y las ve irse semi en carrera.
Bueno en realidad solo a Carla, Alessia parece que acaba de salir de un coche
volcado.
Arsène se retira a su
habitación para poder finalmente descansar y dormir algo. Comprueba su móvil.
Dos llamadas perdidas de un número desconocido. Está
agotado. Al poco queda profundamente dormido.
Día uno.
Al día siguiente por la mañana.
Tras desayunar y acercarse a recepción para informarse de las actividades de ocio disponibles, la recepcionista -es Carla que debe haber iniciado su turno- le indica que tiene una nota de la gobernanta del hotel a su nombre.
La nota escrita con una pulcra caligrafía le ruega que Putain se personifique en su despacho con la mayor de las urgencias. Arsène enarca las cejas y sorprendido pregunta si Carla conoce a qué se debe tanto apremio. Las recepcionistas de hotel son una fuente inagotable de información.
—Desconozco los motivos, señor Putain, pero le recomendaría atender a la gobernanta sin dilación. No es la señora Monzepat-Saint Omer una mujer que le guste que le hagan esperar. Gustosamente le acompañaré a su despacho. Haga el favor de seguirme.
Con un chasquido de dedos indica al atolondrado de Maxim, el becario, que atienda la recepción durante su ausencia. Maxim se sube las gafas de culo de vaso hasta el puente de la nariz y los ve marchar dirección al ascensor. De buen grado, le pagaría un pollazo a ese culo, pero la señorita Carla es una niña bien y seguro que se sonrojaría ante tal propuesta deshonesta y licenciosa.
El lujoso ascensor está atestado con una familia rusa con cuatro críos, y un carro maletero con forma de góndola semi circular atiborrado de maletas. Tanto Carla como Putain se posicionan a la derecha del carro maletero dejando la familia a la izquierda. La recepcionista queda de espaldas a escasos centímetros delante de Arsène.
Nada más iniciar el ascenso, Putain arrima el paquete al culo respingón de Carla. La familia agotada rusa perdida en sus pensamientos no se da ni cuenta. La recepcionista ni corta ni perezosa, echa un brazo hacía atrás y le baja la bragueta al inspector al amparo de la montaña de maletas. En cuestión de segundos, su hábil mano ya está magreando la dura y ardiente polla de Arsène. Maliciosamente, Carla golpea a propósito con cada estrujón el glande del inspector contra su falda.
"¿Y todo esto se lo metió en el culo de una tacada Alessia?", se maravilla Carla sin dejar de estrujarle la polla a Arsène como si acelerara una moto.
El ping del piso anuncia la inminente llegada al piso de la familia rusa que se despiden amablemente. Carla se echa con una sonrisa a un lado y recoge su mano para ocultar su crimen. Tendrá que acelerar la paja puesto que apenas disponen de algunos segundos más antes de llegar al piso de la gobernante. Para su mayor sorpresa, Putain ya ha retirado a su jugador más valioso del campo.
Ofendida y descolocada, la masculina voz de Putain le susurra que él no se conforma con una paja entre pisos.
Un ping notifica la llegada del próximo piso, el de la gobernanta. Se abren las puertas y Carla le señala con un mohín al inspector que el despacho está al fondo del pasillo.
Putain le da las gracias y se marcha sin darse la vuelta. Sabe que Carla se le va a quedar mirando. Lo que no sabe Putain, es que la recepcionista se empezó a masturbar nada más cerrarse las puertas del ascensor de lo caliente que le había puesto el inspector. Apenas se había pinzado dos veces la inflamada pepitilla cuando ya se había corrido. Fue orgasmo instantáneo y brutal.
Al cruzar el pasillo dirección al despacho, Putain se maravilla de la cantidad de veces que la gobernanta sale en los lienzos acompañada de diferentes hombres. La mayoría de ellos de avanzada edad. La puerta del despacho está abierta y Arsène entra anunciándose con un "¿Permiso?".
—¡Inspector Putain! Lamento profundamente molestarle en su fin de semana libre. Pero las circunstancias me obligan a abusar de su buena fe —informa la gobernanta del Hotel.
—No se preocupe —responde un solicito Putain.
Desprende Bernadette Monzepat-Saint Omer un erotismo aristocrático. De mujer inalcanzable. Decidida, enérgica, el tipo de mujer que insinuando más que mostrando lleva los incautos hombres a la ruina económica. Melena pelirroja ondulada. Ojos verdes intensos. Débilmente maquillada. Belleza salvaje. Pecho ligeramente caído pero orgulloso de todas las batallas que había lidiado y salido victoriosa. Unas tetas dónde su fallecido marido -el segundo de los tres esposos- se metía unas corridas de escándalo casi a diario y que terminaron provocándole el infarto que le llevó a la tumba con la picha tiesa.
Putain se ahorra la torpeza de preguntar cómo ha llegado a la certeza de que es un intachable agente de la ley. La gobernante no hospedaría en su hotel balneario de lujo a cualquiera sin haberlo investigado anteriormente.
—No me iré por las ramas. ¡Mi familia está siendo objetivo de un cruel, infame e injustificado chantaje centrado contra mi ganadería de caballos! ¡Amenazan con envenenarlos! ¡En especial se ceban con mi semental de pura sangre "Aníbal"! El vil chantajista me ha dado una semana de plazo —continua una alterada gobernanta, pitillo en mano.
Ya lleva más de diez víctimas por el cenicero a rebosar cerca de la licorera.
—Estoy desesperada. Ayúdame y mi acaudalada familia le estará eternamente agradecida. No se hable más. No soy una mujer a la que le digan que no. ¿Nos hemos entendido?
Tras la gobernanta, asoma una muchacha de unos veinte años, de mirada curiosa y seductoras caderas. Putain la reconoce al instante.
—Disculpe mis modales, señor
Putain. Soy una muy mala anfitriona. Esta es mi hija Alessia, el orgullo de mi
vida. Hija de mi primer difunto marido, Antoine Giroud. Es un poco tímida, muy inocentona y le cuesta entrar en calor con los extraños. Este año la ingresaré en el elitista colegio "Rufinus et deus" a ver si se espabila.
"La inocente eres tú, querida", piensa el inspector.
Alessia vestida de
amazona con su casco de competición azabache, su frac azul oscuro, pantalones elásticos
beige sin costuras y una fusta en mano, se acerca cojeando al inspector.
—Un placer conocerle, señor
Inspector. Su fama sin duda le precede.
—Gracias, señorita Monzepat-Saint Omer. Veo que cojea ostensiblemente. ¿Un desafortunado accidente equino? Espero
que no sea nada grave.
—Un inesperado semental cuya
potencia subestimé. Pero ya saben lo que dicen de los caballos sin domar; nunca deben sentir tu miedo y jamás debes darle la espalda.
—Sin duda, sin duda —responde el inspector.
—Se le tengo dicho a mi hija, pero la juventud no hace caso, nunca hace caso. ¿Nos ayudará inspector? —ruega la pelirroja Bernadette Monzepat-Saint Omer bajando un poco el tono de exigencia—. Si este chantaje llegara a la prensa, sería un escándalo mayúsculo difícil de ocultar.
Tiene Bernadette un más que notable parecido con
su examante, la duquesa húngara Nina Putova. Arsène estaría por afirmar que son familia. ¿Pero quién no está hermanado de algún modo entre todas las familias nobles?
—Por supuesto, mi señora —responde
Putain. Haré todo lo que esté en mi mano. Una lenta pero inexorable erección le indica al inspector que su polla ayudara como de costumbre en las investigaciones pertinentes.
Decidida Bernadette taconea
con sus piernas kilométricas enfundadas en medias de rejilla oscuras hacia su mesa. Desencaja con rabia un cajón del escritorio y desparrama decenas
de cartas intimidatorias escritas con recortes de letras de periódico. Las firma un tal Ludovico.
—Por supuesto, tiene la completa libertad para investigar e interrogar a quién considere necesario del hotel. Sólo le pido que sea discreto. En dos días se celebra en nuestras instalaciones la tradicional carrera anual de caballos Monzepat y mi hotel estará a rebosar de periodistas que no necesitan pólvora extra para sus tabloides.
El inspector le confirma a la gobernanta que discreción es su segundo apellido. Tras recoger las misivas para su estudio posterior más en detalle, Bernadette le ordena a su hija Alessia que le acompañe a la salida mientras se sirve una copa. Alessia obedece sin replicar y lo hace colgada del brazo del inspector.
—Sr. Putain— le musita la menuda Alessia al oído mientras le desliza decorosa la fusta por la entrepierna sin que le vea su preocupada madre—. Ayúdenos con este inconveniente tan desagradable y le prometo que será usted el que salga cojeando de nuestro próximo encontronazo.
Arsène se despide besando la palma de mano de la joven. Tiene tarea por delante. Y el que se pensaba que iba a descansar esa semana. ¡Putain no es un hombre que se arrugue ante los desafíos!
Está en juego su palabra y profesionalidad. Suficiente motivo para resolver el caso y tal cómo le ha prometido la creída hija de la gobernanta, después habrá premio extra, aunque Putain está seguro de que se la podrá follar antes. Sin olvidar a la recepcionista... por lista.
Ya echaba de menos al bravo inspector y sus andanzas eróticas. Ahora necesito más. :)
ResponderEliminarPutain ni decepciona ni defrauda. El estilo del intachable inspector es así. Directo al tema.
ResponderEliminar