Nicole Moloko y el cinturón de castidad de Mata Hari (Inspector Arsène Putain #1)
EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS
PRIMERA PARTE - El cinturón de castidad de Mata Hari
—Informe detallado, ¡ya! —demanda enérgico y sin miramientos el inspector Putain a su joven ayudante Michelle Dupont. Ella nerviosa recita los sucesos acontecidos en el museo. Putain se termina de un largo sorbo su café, estruja el vaso de plástico y lo arroja a un cubo de basura. Las tetas puntiagudas de la menuda DuPont marcadas como un sudario tras el pullover naranja casi le hacen fallar el tiro.
—Ayer viernes, robaron el cinturón de castidad perdido de Mata Hari. Tras cerrar las puertas del museo aproximadamente sobre las 21:45 de la noche, la pareja de agentes de seguridad activó el sistemas de seguridad y apagaron las luces principales. Unos veinte minutos después ambos guardias empezaron a acusar el efecto de un potente cóctel compuesta por las drogas Flibanserina, Ketamina y Mefedrona. Mareados y drogados, se retiraron a dar suelta a un incontrolable frenesí sexual desatendiendo sus obligaciones. Aún estamos intentando averiguar cómo llegaron ingerir el brebaje —recita, una chillona Michelle con voz de ardilla, de carrerilla mientras se alisa la falda burdeos. Esta vez sí le ha dado tiempo a ponerse las bragas tras el polvo de rigor que le echa su novio antes de salir de casa y a la vuelta del trabajo. Algunos días desmadejado del polvo, se deja olvidadas hasta sus gafas de pasta negra y se pasa el día entrecerrando los ojos como un topo para ver. Hay días que no pierde sólo las gafas si no hasta la noción de la realidad de los pollazos que le mete su novio senegalés contra la pared. Tiene toda la casa descarrillada. Ella es muy inocente, criada para ser una señorita como las de antes, bajo la mirada ultracatólica de su padre, el prestigioso juez Dupont. Suficientes dolores de cabeza ya le ha ocasionado a su padre saliendo con el moreno Gideon. Ahora siendo la fiel ayudante del afamado Inspector Putain, las cosas parecen haberse encauzado en casa. Aunque su conejo enrojecido opine otra cosa.
»Todo parece indicar que Nicole Moloko aprovechó el libertinaje de los guardias para tranquilamente desactivar el sistema de seguridad, incluido el avanzado de pesaje con comunicación directa con la comisaria. Las cámaras de seguridad pudieron captar cómo la vil ladrona Moloko incluso se llegó a parar a pocos metros cerca de la Srta. Ayana Deschamps (28 años, casada hace poco, natural de Marsella, familia desestructurada) y masturbarse con un objeto fálico en forma de cruz terminado en cabeza de… ejém… polla a pocos metros. La guardia Deschamps —Michelle señala a una bella joven negra de frondoso pelo afro de talla atómica de tetas y amplios pendientes de aro —le estaba realizando una paja cubana a Jules Rimbaud —continua la ayudante subiéndose con el dedo índice las gafas al puente de la nariz. Fuera, un relámpago refuerza el tono solemne de la narración.
Deschamps aún tiene la blusa abierta de par en par. El valle de su Titímanjaro negro sigue inundado por una generosa lengua glaciar de esperma. Avergonzada ha intentado taparse los pechos, pero Michelle se lo ha prohibido explícitamente. Que se esperara hasta la llegada del inspector. La hija del juez Dupont no es tonta, sabe que el irreprochable y muy profesional inspector Putain otorga muchísimo valor en la cuidadosa preservación de todas las pruebas. Querrá ver con sus propios ojos la prueba del delito. En cambio, a Jules (42 años, casado, dos niñas, parisino) le han permitido subirse los arrugados pantalones. Nadie necesita ver una polla abatida y vencida, goteando en un museo, dejando resbaladizos charcos de semen ¡Y menos en el Louvre!
Arsène Putain asiente satisfecho las explicaciones de su joven ayudante. No sólo tiene Michelle un arreo de tres pares de cojones sino además es eficiente y meticulosa. Si él no fuera tan intachable, se la follaría un día de estos. De momento se la meneará con las fotos picantonas que le hizo (tomadas a escondidas por un ventanuco de los aseos de la comisaria) para aceptarla en el cuerpo años atrás. Se acerca a Ayana y manda que al panzudo Jules Rimbaud se lo lleven a comisaria para que preste declaración. La verdad es que ya no necesita nada de él, pero que se joda. Si hay algo que le disgusta sobremanera a Putain son los tíos que se sacan la polla en el Louvre. Le tendrán toda la noche en vela en una celda, le pagaran dos, tres buenas hostias por inmoral y después le dejarán irse.
—Buenas noches, Srta. Deschamps. Entiendo que esta asustada por todo el revuelo montado, pero ya puede estar tranquila. Necesito que me explique a todo detalle que ha pasado aquí. Todo, desde el detalle más íntimo. No omita nada. Es imprescindible para mi investigación. Ah, y déjese la blusa abierta. Necesito hacerme una idea concienzuda de qué ha acontecido aquí. No escatime en detalles. Ayúdese de sus manos si es necesario para que me haga una idea gráfica del delito.
Ayana asiente asustada y relata al inspector cómo tras la ronda habitual para invitar a los últimos visitantes y antes de cerrar, ella y Jules fueron a buscar un café a la maquina dispensadora. No pagaron puesto que la chica de la máquina vending estaba terminando de reponer y los invitó. Después achucharon a la chica que se diera prisa y se fuera a tomar por culo antes de que hiciera acto de presencia la anunciada lluvia sobre París.
—¿Podría hacernos llegar un retrato robot de ella?
—No, señor inspector, me temo que no. Ya habíamos apagado las luces y apenas nos fijamos en ella. Llevaba además una raída gorra calada hasta las cejas y unas gafas grandes de sol reflectantes.
—¿Cerraron con llave las puertas de la sala tras ella? —señala Putain, dejando a un lado del banco su empapada gabardina gris. Un clonc desde el interior de la gabardina del inspector sobresalta a Ayana. Se pensará que es un arma. Este hecho agrada sumamente a Arsène. Le gusta que las mujeres le teman, cuando en realidad el causante del estruendo es un llavero de los gordos que lleva siempre encima.
—¡Por supuesto! Aunque... ya no lo sé con seguridad —afirma una compungida Ayana mientras sus lolas bambolean y danzan ritmos africanos delante de los ojos de Putain.
Arsène desvía la mirada a la puerta y su experimentada mirada descubre al instante que la puerta de la sala ha sido manipulada —continue, por favor—. ordena imperativo.
—Me empecé a sentir muy rara. Estaba ardiendo y muy húmeda, como desatada. Frenética. Sólo pensaba en la polla de mi compañero, si era tan gorda como parecía bajo los pantalones caquis. Deseosa de bajarle los calzoncillos y meterme de una estocada su tranca de blanquito en la boca. Enloquecida. Quiero a mi marido, muchísimo, pero yo estaba desbocada como una yegua... ¡Desatada! Necesitaba esa polla desmelenándose en la comisura de mis labios. Saborearla, sentir su ardiente inflamación, agitarla como el sonajero de un niño y me recompensara con una explosión de cálida leche. Que me dijera lo muy puta que era.
—No se detenga—exige Putain, sintiendo una incontrolable erección bajo sus pantalones, estrangula su miembro para detener su erección, pegándose simuladamente un fuerte apretón al paquete.
—Le agarré de los huevos, y ahí —señala un cercano e indignado banco —me levanté la camisa y puse a resguardo su latiente polla entre las tetas y el sujetador. Le lamia y mordía el glande mientras no paraba de acunar su tranca entre mis pechos, de restregar su glande en mis pezones. Quería ver como se corría entre mis tetas. Sentir su pringosa leche de blanquito colonizador desbordarse sobre mis gordas lolas. Estaba como ida. Jules no estaba mucho mejor y me hundía sus manos en mi pelo afro. Parecía que estuviera fregando a mano. Su polla estaba a punto de estallar en mi cara. Me llamó puta negra cuando le metí un dedo en el culo. Me encanta que me insulten, me hace sentir muy guarra y cachonda. Eso no es delito ¿verdad?
El inspector niega con la cabeza y con ayuda de un bolígrafo aparta primero la camisa de Ayana a un lado y después desabrocha con el mismo objeto el sujetador con suma agilidad. Los pechos de Ayana quedan finalmente liberados y salen disparados como tras el golpeo perfecto de la bola blanca en una partida de billar. Salpicadas aún de masculinidad, una teta a cada lado y al hoyo. Una telaraña de semen puentea resignada los pegajosos pechos de la guardia. Sus chocolateadas desproporcionadas aureolas africanas destacan como los ojos de un oso panda.
—¿No se dio cuenta que no estaban solos? ¿De alguien más estaba en la sala?
—Me pareció oír un jadeo tras mía, pero yo no estaba para nada, señor inspector y Jules tampoco. Se estaba empezando a correr entre mis tetas y bastante tenía yo que su corrida no me saltase un ojo o los pendientes de aro que gasto. ¿Le gustan? Son de la marca Pandora —Ayana pinza ambos aros con las dos dedos, provocando al levantar los brazos, otra estampida de tetas africanas salvajes. Pero estuve ágil y casi todas las salvas lechosas terminaron en mis labios. Bueno, creo. Algunas recorrieron mi pelo como un coche en el París-Dakar. Cuando empezaron a sonar las alarmas poco después fue como despertar de un sueño y luego todo se llenó de gente haciendo preguntas. Jules más tieso que la mojama, estaba como electrocutado, polla en mano. ¿Me puedo tapar ya?
Putain la espeta a esperar un poco. Se retira los guantes de cuero para restregar a conciencia las pringosas lolas nubias con ambas manos desnudas. Toma varias muestras de semen en un vial y se vuelve a poner los guantes marrones.
—¿Voy a perder mi trabajo, señor inspector? Por favor, dígame que no. Yo he colaborado. Soy una buena chica. Me han drogado. Tengo los papeles en regla. ¡Yo soy la víctima aquí!
—No se preocupe. Ya se puede vestir, ya tengo todo lo que necesito. Váyase a casa. Dele su número de teléfono a mi ayudante. Me pondré seguramente en contacto con usted durante la semana cuando no esté su marido.
Nicole Moloko, la pérfida ladrona de guante blanco ha vuelto a hacer de las suyas, de eso no cabe duda. Está seguro, tanto cómo que se llama Arsène Tiberius Putain.
De nuevo, Moloko, se ha salido con la suya. Está seguro de que las imágenes de los videos de seguridad que revisará después confirmarán de que es ella. Le mostrarán a la putísima Nicole Moloko. Embutida en su habitual traje negro de látex ajustado. Con esa cremallera inconfundible desde la nuca hasta el culo que no deja nada a la imaginación. Y valiéndose de su máscara negra de gas distintiva para ocultar su rostro. La verá acercándose despreocupada al pedestal del cinturón de castidad. Danzando al ritmo de Nigel Stanford como si tuviera todo el tiempo del mundo. Siempre pone la misma canción a toda volumen. Haciendo el robot. Brazo para arriba, giro de cintura, brazo colgando. Huyendo y escapando de la justicia, tras llevarse su valioso botín delante de las narices de la entregada policía de París. ¿Por dónde se habrá escapado esta vez? ¿Una claraboya? ¿El lavabo de señoras? ¿La puerta del servicio? ¿El sistema de alcantarillado?
—El gritito de sorpresa de Michelle desembota a Arsène de sus pensamientos. Le confirma sus peores temores. Han encontrado de nuevo un regalo para Putain en el pedestal. El mismo dónde se alzaba orgulloso el cinturón de castidad de Mata Hari para ser venerado por el público. La broma habitual de Moloko para ensañarse con la desgracia de Putain. Enrabietado se mesa la calva. Su hermosa cabellera morena le abandonó con alevosía y nocturnidad ya hace casi dos décadas. A punto de cumplir los 40, calvo desde los 22 años, sigue disfrutando de un cuerpo ágil y una mente despierta, pero de nuevo le toca estar un paso por detrás de la maldita ladrona.
Fiel a su modus operandi, la ladrona ha dejado sus húmedas bragas como prueba irrefutable de su delito. Putain las olisquea. No cabe duda alguna... son de Moloko. Nadie huele como ella. Se las mete en el bolsillo interior de la gabardina y se retira malhumorado (y cachondo) a la comisaria para el redactar el decepcionante informe y enfrentarse a la ira de la comisaria Babette Fournier. Puta Moloko, pronto te atraparé —piensa.
Putain, camino a la salida del museo, tira el vial con el semen de Jules al cubo de basura. En realidad, era una excusa para tocarle las tetas a la negra.
Me encanta la historia. ¡Enhorabuena!
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