El pazo de Alcina Benavente (Especial Cthulhu 2022)
EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS
—¿Qué cómo he llegado aquí? —responde un indignado, magullado y cubierto de hollín Norberto Gracia. Que, en cambio, firma como Norbert Jones sus trabajos fotográficos para la revista culinaria "Ponerse morado" para quedar más cool. Norbert le pega otra calada al cigarrillo, levanta la vista en dirección a la capitana Orduño de la comisaría, cierra los ojos para intentar no omitir detalle y empieza su terrorífico relato.
Hace una semana, recibí una invitación para cubrir el fin de semana de la feria anual del pulpo en O Poxardo de abaixo. Siendo un reconocido fotógrafo de platos típicos. ¿De verdad, que no me ha reconocido? Soy un huevo de famoso... Todos los gastos pagados en el momento y agasajado desde que llego al pueblo. A nadie le gusta que su gastronomía local salga fotografiada como una birriosa hamburguesa del Burger King, ¿Me entiende verdad?
Yo soy independiente, indómito, no me pliego al poder establecido, un verso libre... bueno, a lo que iba. Acompañaba la invitación una dulce foto de la anfitriona del evento y alcaldesa Alcina Benavente. En ella me lanzaba un beso imaginario presidiendo una enorme mesa con cuadros de pulpos a doquier. Además, qué cojones, estaba la alcaldesa para darle un arreo tras otro. De muy buen ver. No me entienda mal. ¿Lo he dicho en voz alta? Esto no se graba en ningún sitio, ¿verdad?
La capitana Orduño le afirma que sí y sigue tomando notas en una minúscula libreta. El flequillo de su morena cabellera le juega una mala pasada, y de su grácil soplido lo aleja dejando al descubierto unos inmensos ojos marrones. La camiseta blanca le está, al menos, dos tallas pequeña, y los pechos pequeños pero turgentes amenazan motín. Un sujetador negro espera agazapado, traicionero, tras la camisa para iniciar la rebelión rindiendo la plaza. Norberto calla un segundo, perdido en las montañas de la locura de la agente de la autoridad y prosigue su relato.
Al llegar a la estación de tren de la localidad rápidamente me percaté que el tiempo se había detenido como hace unos 100 años. Todo era antiguo, ahora lo llaman vintage, los edificios, las calles, las personas... A pocos metros del andén me esperaba el prometido medio de transporte. Una limusina Lincoln color azabache nada menos, de formas algo extrañas, como si la carrocería estuviese sufriendo. Pero oye, ¡una Lincoln! La verdad es que no me merezco menos. Me estaba gustando cada vez más como cazaba la perrita. Una espectacular hembra morena de armas tomar embutida en un vestido oscuro de amplios botones frontales color crema, guantes rojos y gorrilla me aguardaba junto al vehículo.
Un paisano, presumiblemente taxista, se acercó a mí dispuesto a hacer negocio. La chófer le miró y le ladró algo que no pude entender. El receptor de sus ladridos salió disparado como alma que lleva el diablo. ¿Sabía usted que la palabra chófer proviene del francés y significa "El que calienta"? Esto se lo cuento por qué tendrá sentido tras terminar el relato de mis pesares de la pasada noche… disculpe, continuo… Tras cerciorarse de qué en efecto era yo al que se dirigía al cartel en alto de mi nombre, la chófer agarró mi maleta como si no pesara nada y nos encaminamos al coche.
Entré en el vehículo empujando mi maleta dentro del asiento trasero. Arrancó el coche al segundo como si llevara prisa. Vamos, que no me dio tiempo ni a abrocharme el cinturón. Densos nubarrones se empezaron a formar al poco tiempo nada más salir de la estación.
Orduño levanta la cabeza y pregunta si de verdad pensaba ponerse como un niño bueno el cinturón de seguridad en una limusina.
—Que va —responde Norberto avergonzado de su torpeza y le oculta que el interior del coche le parecía que estuviera vivo, orgánico, como si respirara.
La conductora no cejaba en observarme por el retrovisor cada pocos segundos con esos enormes ojos azules como si fuera una presa. Incluso diría que me pareció que cambiaban de color. Imagínese mi sorpresa que, a los diez de minutos de trayecto, atravesando un denso bosque autóctono, el coche se detuvo y se echó perezosamente a un lado. La chófer descendió del coche y abrió con fuerza mi puerta. Al abrirla, observé que ella ya se había desprendido de la parte superior de su traje, la gorra, y de las bragas, dejando al descubierto unas torneadas piernas embutidas en atrevidos ligueros de encaje blancos. Su sexo depilado era un grito ensordecedor de seducción. Delante de mí se deshizo de los tacones encarnados, lamió el tacón del izquierdo y los lanzó al bosque por encima de su hombro. Se conoce que ya nos los necesitaba para conducir. Con ambas manos me quitó los pantalones que recorrieron volando el mismo camino que sus tacones. Aún estaba sorprendido cuando se sentó a horcajadas encima de mi polla erecta y…
—¿Usted ya se había bajado los calzoncillos y se había sacado el pene? —interrumpe curiosa la capitana.
El fotógrafo culinario asiente diciendo que él no era nadie para ponerle puertas al mar y que un polvo es un polvo, y polvo que no echas, polvo que pierdes. Además, el polvo lo pierdes solo tú y se lo termina echando otro.
Yo la verdad, estaba un poco nervioso y me corrí como un león a los pocos minutos dentro del húmedo coño de la morena. De veras que intenté sacarla, pero ella me lo impidió, al sentir mis bombeos finales, sentándose con más fuerza aún sobre mí. Así que me dejé hacer y me abandoné a mi suerte. Tampoco me ayudaba a que durara más, en el acto, los continuos golpes que me daba en el pecho recitando unas extraña jerga mientras danzaba sobre mi duro miembro. Le golpeé los cachetes de su primoroso y duro culo repetidas veces y le mordí los oscuros duros pezones como muestra de indignación. Ella se mordía una y otra vez los labios. ¡Se hizo hasta sangre! Y continuó montándome, como una posesa, hasta que se cercioró de que no quedaba gota alguna en mis testículos. Con toda la lechada que había echado, esperaba que algunas díscolas gotas se hubiesen escapado de su ardiente sexo, pero nada de nada. Todo para adentro. Decía no sé qué de que su jefe Carulo iba a quedar satisfecho, no sé si es importante. Se levantó sin besarme ni nada y salió de la parte trasera. Me sentí muy utilizado. Tengo sentimientos. Al salvaguardar mi flácido y exprimido miembro al cobijo de mis calzoncillos, me percaté del curioso tatuaje de un pulpo en su omóplato derecho. ¡Horroroso! Esta gente joven se tatúa cualquier gilipollez.
Orduño, resopla indignada o hastiada, eso queda a elección del lector.
La chófer, volvió a abrir la puerta y me lanzó los arrugados pantalones. Estos se habían perdido toda la fiesta. Las pocas monedas que llevaba se diseminaron por el coche. Mientras me ponía los pantalones, más mal que bien, arrancó la limusina y a la media hora aproximadamente llegaríamos al hotel.
Si le tiempo se había detenido hace un siglo en el pueblo, en el hotel lo había hecho hace dos. Una imponente estructura grisácea tristona albergaba mi alojamiento.
La guapa mujer de cabellera corta rubia y amplia sonrisa de la recepción, al hacerme entrega de las llaves de la Suite, me deseó una feliz estancia y qué pudiera cumplir con creces mi cometido tal como había manifestado la anfitriona. Dentro de unos minutos pasaría una de sus hijas por mi habitación para hacerme entrega de unos regalos y de un detallado plan de las festividades. Hijas, decía que tenía... ¿varias? Si ella misma no debía pasar de la treintena. El aire de esta parte de la región, desde luego hace maravillas. Le di las gracias por la atención prestada, sin dejar de elogiar mentalmente su estupendo culo en forma de corazón, y observar que en el hotel mayormente, decorado con motivos náuticos, redes, barcas y demás polladas de mal gusto, sobresalía la figura casi hipnótica de la alcaldesa Benavente flanqueada siempre por motivos cefalópodos octopodiformes.
La capitana Orduño carraspea, bufa y continúa apuntando en su libreta.
Acababa de salir de la ducha, cuando llamaron a la puerta. Me vestí apresuradamente con una minúscula toalla que me dejaba todo el trípode al aire. ¿Se ha dado cuenta que la mayoría de las ganchos de los abrigos parecen pulpos de dos brazos? Era sin duda una de las hijas veinteañeras de la recepcionista por el color cobrizo del pelo. De nuevo sin mediar palabra, me pegaron un empujón y me tiraron de espaldas a la cama.
—Muchacha, ¿Qué haces? ¡Eres muy pequeña para jugar con eso! —le grité poco convencido mientras ella escondía mi hinchado miembro dentro de su boquita de piñón con correctores dentales.
Tenía de nuevo una erección del quince. Me reafirmo que el aire de la región es maravilloso y le hace bien igualmente a mi testosterona. ¿No le parece? continúo... Eché los brazos para atrás y me dejé hacer. A caballo regalado, no le mires el dentado no sea que detenga el chupado. Qué forma de chupar con correctores y todo, Dios santo, cómo si no hubiese un mañana. Yo la ayudaba tirándola de sus coletas para que no se dejara ningún centímetro de cipote sin chupar. Acompañaba esos suaves tirones acariciándole el pelo como a un perrillo y diciéndoles que fuera buena con Papi. Me hizo prometerme que me correría dentro de ella, que si no Mamá y el Cachopo ése se iba a enfadar. Yo dije que no tenía problema alguno. Pocas veces tiene un hombre como ya pasados la treintena la oportunidad de disfrutar de un coñito joven y perfumado. Me insistió que no la engañase, que debía y necesitaba que me corriera dentro, que lo hiciese las veces que quisiera. Para ser tan joven, era muy pesadita. Le indiqué que dejase de chupármela si quería que no le pintara la cara a pistola. Que se pusiera a cuatro patas, se la iba a meter al estilo perrito y que me dijera su nombre. Me gusta llamarlas después a propósito con otro nombre, para en ese momento en el que se quedan tiesas de la sorpresa, meterlas hasta las huevos. No me respondió, pero si alzó el delicioso culo para que la embistiera. Le bajé las braguitas con una mano mientras con la otra le acariciaba el sexo. Luego, para despistarla, como lo del nombre no había funcionado, se la metí de golpe en el culo. Eso, a ella, no le debió cuadrar y empezó a gritar "¡Mamááááá!" como una puta loca. A los pocos segundos, la madre entró como una exhalación en la habitación. Yo creo que estaba en el pasillo por lo poco que tardó. Empezó a gritar y me temí lo peor. No sería la primera vez que un progenitor me pillaba metiéndosela por el culo a su hija. Recuerdo una sesión de fotos a una futura novia en Sanxenxo que por poco... Perdón, me despisto.
A los pocos segundos ya estaba la madre sacándome la polla del culo de su hija con la mano con un sonoro "plop" y ayudándome a metérsela a su hija por el ardiente, muy húmedo y bastante estrecho conejo. La madre no paraba de morderme los carrillos del culo y yo no cejaba en meterlo a la hija todo el equipo hasta hacer tope con los duros huevos. Estaba como poseso. Enloquecido. Me corrí entre espasmos, apretando las caderas de la niña con violencia como los botones laterales de un Pinball tras una exitosa partida. La madre lamió con devoción las últimas gotas de mi glande tras asegurarse el resto de mi corrida se quedase dentro del coño de su hija haciendo tope con la lengua. ¿No querías chachopo? Pues toma chachopo.
Ya me quería echar a dormir, cuando la madre, me ordenó que le tocaba a ella ahora. Así lo demandaba un tal Carolo. "Dejadme en paz, hijas de puta", creo que llegue a decir. Pero ni caso. Agarró mi tímida y extenuada polla y empezó a hacerme una paja entre sus inmensas tetas de amplias aureolas. Tampoco llevan ya blusa ni sujetador. En esta región la ropa tiende a desaparecer de modo misterioso. Mi glande asomaba vergonzosamente entre las montañas de la madre como pidiéndome permiso para hacerse duro de nuevo. Muy digno, la contesté a la madre que no iba a poder hacer me corriese, que uno tiene sus límites. Que uno puede echar dos a mi edad y ya es un campeón. Con tres, me pueden ingresar de urgencias. Que ya se podría esforzar muy mucho que, por hoy yo, ya había sacado la bandera blanca.
A los siete minutos ya había descargado dos veces más. La primera entre sus tetas, para su enfado, y la segunda en su rizado coño rubio, mientras la hija esta vez no paraba de chuparme los huevos como si fueran unos mochis de coco. Al descargar la segunda vez, entre espasmos, quede rendido y profundamente dormido. Mis sueños fueron intranquilos con olor a aguas marinas y sin dejar de notar una abrumadora presencia observándome.
Me despertaron los ruidos de los festejos. El trajín de cubiertos y mujeres riéndose alegremente. ¡Me había pasado durmiendo más de cuatro horas y a pierna suelta! Estaba agotado. Me vestí, agarré mi cámara fotográfica y me dispuse a hacer las primeras instantáneas de las festividades. Soy un profesional ante todo ¿Por qué me mira así? Al bajar a recepción, a pesar del escandaloso crujir de la madera de mis pisadas, nadie salió a mi encuentro. En la recepción todas las llaves del casillero estaban disponibles a excepción de la mía y las llaves de una vespa. Pues no debía tener tanto éxito la feria anual del pulpo después de todo. No me extraña que quisieran darle un empujón con mis fotos. Pero antes debía dirigirme al pazo de la alcaldesa que tan amablemente me había invitado a pasar el fin de semana con todos los costes pagados. Salí a la calle, y se hizo el silencio. Las aldeanas me miraron curiosas, dejaron de adornar las mesas y me percaté por primera vez que no había hombres en el pueblo. Sólo mujeres jóvenes y de mediana edad. Vislumbré una vieja meterse farfullando en su casa para que no la viera. Saludé alzando una mano, se echaron a un lado haciéndome un pasillo y me dirigí a la dirección de la alcaldesa. Qué raro todo. Las mesas más que estar adornadas para una feria de platos típicos parecían altares callejeros con multitud de velas. Una de las muchachas más espabiladas me dio una palmeada en el culo. Yo creo aquí están a falta de otra cosa que no es pulpo.
El pazo de Alcina Benavente situado en lo alto de una colina era una imponente casa solariega tradicional gallega, enjaulada por unas verjas negras de hierro fundido cubierto por una niebla fantasmagórica. Bueno... casa, le parecerá una tontería, pero tenía más aire de barco varado apuntalado y reconstruido. Coronaba la entrada principal unas frases que no supe descifrar, pero me apunté aquí "In absentia lucis, Tenebrae vincunt." ¿Sabe usted lo que significa? Es francés, ¿cierto?
La capitana Orduño aburrida toma la nota, la lee, dice que es latín y niega que sepa que signifique con la cabeza.
Tras cruzar la verja de la entrada, llamé a la puerta con los nudillos. Al poco me abrió la puerta una doncella menuda de origen de ojos rasgados. Vestía una cofia y una vestido que debería estar prohibido por lo corto que era. Mascaba ostentosa chicle. Plumero en mano me indicó que la señora me esperaba en la biblioteca para darme la bienvenida. Al encaminarme a la amplía escalera y maravillarme por los cuidados detalles de conchas marinas que adornaban el reposabrazos, la oí tras mía murmurar algo como que suerte tenía la hijadeputa mientras estallaba un globo de chicle.
De nuevo cuadros y más cuadros de Alcina Benavente con el pelo recogido en un moño bajo una pamela. Cada cuadro era más picante y con menos ropa. Una mujer de bandera. Había otros cuadros, pero esos eran mucho más feos, como pintados por un niño torpón y falto de arte.
—Son de Clark Ashton Smith —la corrige la capitana Orduño, mientras el "Entendido del Arte" continúa su relato.
Norbertín se desperezaba y yo empezaba a notar de nuevo una erección descomunal. Al llegar a la biblioteca, me esperaba ella sentada en un, a todas vistas mullido, sillón de cuero, copa en mano. Que portento de mujer. Vestida con una camisola de seda traslucida que transparentaba todas sus armas de mujer. Ligueros color crema y ropa de lencería de encaje. Sus braguitas intuían un cuidado vello púbico. Me ofreció una copa de vino y se disculpó por su aspecto. Le gustaba estar cómoda entre amigos. No hay por qué disculparse le dije mientras intentaba esconder mi descomunal erección con mi cámara. Súbitamente se levantó de su sillón y a una velocidad inusual, se plantó delante mía.
—¿Pero que tenemos aquí? —me dijo masajeándome el paquete. ¡El verdadero rey de las festividades del pulpo! No seas tímido, muéstrame tu gorda polla. Aquí todos somos amigos.
Yo no daba crédito a mi ojos, y como hechizado ya me había abierto la bragueta. Mi miembro y mis huevos se hallaban depositados en la enguantada mano de la alcaldesa. Esta los sopesaba como si estuviera pesando un kilo de gambones. A continuación, empezó a masturbarme lentamente mientras se apuraba la copa de vino. La depositó en una ornamentada mesa y con la otra mano empezó a masajearme los huevos. Dios, qué placer. Mi polla no paraba de crecer, parecía que iba a explotar.
—Muy hermosa, exactamente lo que necesitamos. Se asemeja al tentáculo procreador del Gran Shub-Niggurath. Espero que su estancia hasta ahora haya sido agradable y que aún le queden fuerzas para la fiesta en su honor, supongo que ya ha precalentado lo suficiente —comentó la guarra de la alcaldesa.
En estado febril yo asentía que sí, hubiese afirmado todo en esos momentos. Unas manos femeninas empezaron a desnudarme por detrás mía. Me levantaron la camisa de "Los Ramones" y me bajaron los pantalones caquis y los calzoncillos. Eran la doncella de la entrada junto a otra de falda aún más corta. La alcaldesa ya se había tumbado en la amplia mesa boca arriba, había echado al suelo unos documentos con árboles genealógicos y abría sus kilométricas piernas esperando a mi falo. Sus braguitas habían desaparecido por arte de magia. Una lástima, me las deseaba quedar de recuerdo. Una vez desnudo del todo, me empezaron a untar con olorosos aceites de algas marinas mientras la condesa impaciente les ordenaba que se dieran prisa, que necesitaba sentir la simiente de Catulu. Tenía que ser impregnada sin más dilación. Sí, sí, dijo impregnada, embarazada... ¡preñada!
—Es Cthulhu —la corrige de nuevo la capitana Orduño.
Norberto sin percatarse de la corrección, continúa relatando.
Agarré sus duros grandes pechos con mis febriles manos. Mis manos apenas las cubrían. Sus tetazas estaban ardiendo y sus pezones, duros como piedras. Intenté besarla, soy un caballero después de todo, y ella me apartó la cara y me hizo lamerle los enormes pezones. Sus pezones sabían salados y tras unos minutos sacándoles brillo, se la clavé con una estocada de carne que la hizo poner los ojos en blanco. La viciosa alcaldesa me rodeó con sus piernas mientras una me mordía sin cesar los pezones y la otra me estrangulaba el cuello con ambas manos, lo que en me ponía aún más como una moto. ¿Usted conoce esa variante sexual? se llama halterofilia o algo así… ¿no estoy en lo cierto? Una tercera me pasaba el plumero, por los pocos centímetros que sobresalían cada segundo, por el pollón penetrador mientras otra me golpeaba el culo con una regla de madera. Ambas me siseaban al oído como serpientes. Yo estaba como mareado, la habitación daba vueltas, sentía que toda mi fuerza se estuviera succionando a través de mi nervuda polla. Y escuchaba el sonido de unas gaitas a lo lejano. ¿Estaban tocando la gaita las doncellas? No. Me estaban tocando la mía. Joder. Me encanta esta parte de la región. Le voy a dedicar un especial entero...
De nuevo, y sin poder reprimirme más, me volví a correr como un coloso, como un titán. Una corrida descomunal entre las piernas de la noble señora Benavente. Saqué a duras penas mi deshinchado miembro y restregué mi glande en sus voluptuosos labios íntimos como un pintor de brocha gorda loco. Ya no podía más. Estaba seco del todo, las bolas como canicas y peor aún no había hecho ni una sola instantánea. Por la luz de la ventana ya estaba anocheciendo. Madre mía, qué me había pillado el toro…
—Ya, ya, prosiga por favor… titán —responde la capitán haciendo un aspaviento con la mano.
La alcaldesa se incorporó y ordenó a sus doncellas que me prepararán para el sacrificio que yo ya había cumplido mi cometido. Que el descendiente de Cthulhu la había obsequiado con su simiente. Me agarraron del cipote una, una del cuello y la última se quedó al cargo de mi cámara junto a la alcaldesa. No vea que fuerza se gastaban ahora las doncellas. Pero la ocasión la pintan calva, y aprovechando que mi polla disminuía de tamaño, me zafé y de un pollazo las noqueé a ambas.
—¿De un pollazo? ¿Con el pene flácido como acaba de admitir? —enarca las cejas Orduño mientras ladea la cabeza de izquierda a derecha.
—Bueno, me ayude un poco de un palo de golf cercano... bueno... bastante, bueno... del todo.
Cayeron al suelo y después escaleras abajo. Antes de irme las toqué las tetas. Me lance al exterior. Fuera había una multitud con antorchas esperando mientras berreaban en vasco, o gallego o yo qué sé… yo no entendía nada. Estaban todas, la chófer, las del hotel… Les dije que eran muchas antorchas para hacer fuego, que con una espabilada que supiese hacer lumbre, bastaba. Un tronar las sacó de sus ensimismamiento y oscuras nubes empezaron a soltar lastre. Al mismo tiempo que Alcina Benavente gritaba desde la ventana, con todas las tetas al aire, que debían sacrificarme, matarme… qué pesada… y yo que pensaba que le había echado un polvo de campeonato… tampoco es para ponerse así, ¿no cree? La multitud se quedó en primer lugar descolocada, después se cabrearon y empezaron a lanzarme horcas y perseguirme. Menos mal que aún tengo algo de fondo y les di esquinazo. Al llegar al pueblo, me pude hacer con las llaves de la vespa y aquí estoy. Asustado y mojado como un perro chico.
—Bueno, pues ya tenemos todo lo que necesitamos. Yo creo que miente más que habla. Y también creo que lo único cierto es que ha robado una moto. Lo más inteligente es que ni presente cargos contra la alcaldesa ni el pueblo. No tiene ningún tipo de pruebas, sería la palabra de todo un pueblo contra la suya. Le dejaré en la estación de autobuses y asunto finiquitado. ¿Le parece bien, sr. Gracia? —pregunta la capitán levantándose de la mesa y echando el cerrojo. —Y para que yo no presente cargos contra usted por haberme hecho perder el tiempo con su extravagante historia, exijo que me muestre a Norbertín.
Norberto asiente, tiene una reputación que mantener y se baja la cremallera de nuevo. Escupe sobre Norbertín, el muy puto ya está dispuesto... no se ve harto, y se pone al tema.
Epílogo 1 – Una hora después.
Sí Mamá, está todo arreglado. No va a presentar ningún cargo y se da por conforme si el pueblo tampoco le denuncia. ¿Qué si me ha impregnado? Pues claro, ya sabes lo persuasiva que soy cuando quiero. Aún le quedaba una buena corrida… Pues claro que sé que nos jugamos mucho… El último descendiente directo de Cthulhu no es poca cosa… no creo que sepa de su linaje. Es bastante bobo. Lo más importante es que hemos recibido su simiente al menos cinco de nosotras. Ahora le engendraremos varios vástagos a nuestro señor y dará comienzo su pospuesto reinado… Yo también te quiero, adiós. ¡Iä, iä, Cthulhu fhtagn!
La capitana Orduño Benavente cuelga el teléfono a la alcaldesa, se termina de subir las empapadas bragas, se asea el conejo repleto de leche, se anuda la corbata y sale de la habitación.
Epílogo 2 – Horas después.
Metido en el autobús, Norberto no puede dejar de revivir el extraño fin de semana que le ha tocado vivir. Se ha hinchado a follar que no a trabajar. En cuanto llegue a la capital, se tomará unos días libres y pondrá la polla en remojo. Le arde sobremanera… una cosa es haberse hecho al vasectomía hace un año tras ese viaje desbocado a las islas Canarias, y otra tener a Norbertín casi en carne viva tras tanto trabajo extra, tanto que le tiene que meter en un cubo con hielo...
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Leonard Cohen - I´m your Man
Os dejamos algunas obras de Clark Ashton Smith para valorar su trabajo. Lamentablemente, los cuadros con Alcina Benavente quedaron destruídos en un horrible incendio años atrás.
Combinar terror cósmico con Chtulhu no es nada fácil y creo que la historia de Alcina Benavente ha quedado francamente bien. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMuy bueno.
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