Translate

Claudia en "Vagón compartido"


EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS

 



    Claudia Domínguez casi pierde el AVE de regreso a Madrid. Le faltó un pelo. Y todo por culpa del "peseta". El taxista se pasó la salida de la estación viéndole las voluptuosas piernas encajadas en sus blancas medias de rejilla y tuvo que dar una vuelta del copón. Por supuesta ella no le pagó la tarifa. Y así se lo hizo saber al taxista avergonzado de su desliz y torpeza. Mario aceptó sin rechistar y sin dejarla de mirarla las piernas por el retrovisor interior. En esas piernas se perdería hasta un batallón de los más intrépidos exploradores, pensó. Ella por supuesto abrió un par de veces las piernas fugazmente para hacerle ver las braguitas incrustadas en su sexo. A Claudia le encantaba jugar con los hombres. Estaba convencida que, si abría y cerraba un poco más las piernas, al final el taxista le llevaba hasta el bolso al andén. ¡Qué predecibles son los tíos!

    —Pero llegaremos a tiempo, ¿verdad? Si no cojo esté último a las 21 horas me quedo en tierra —exclamaba compungida mientras el taxista pisaba a fondo y fantaseaba con un final parecido el año pasado cuando aún trabajaba en Santillana del Mar.

    A Claudia nadie le ha regalado nada y ella -como toda mujer- tiene sus armas y artimañas para seducir a los hombres. En el fondo son todos unos niños. Sueltas tu larga cabellera morena, mordisqueas una patilla de las gafas y les enseñas un poco el escote con un aliento de sujetador negro. Continúas alabando sus bíceps (¿Vas al gimnasio?) o comentas con tus ojos castaños abiertos como platos que huelen de fábula (Tu colonia me vuelve loca) y firman todo lo que le pongas delante. Contratos, arrendamientos, sentencias de muerte. Todo mientras berrean como cabras famélicas con una erección del quince. Y cómo todos son muy machos, apenas un puñado se echan atrás después para negociar mejores condiciones.

    —Bueno, niña, ahora a descansar —piensa Claudia mientras toma asiento en el solitario vagón cerca de la ventana, deposita la oscura chaqueta a un lado y se desabrocha un poco la blanca blusa. Le ha entrado un calor infernal con las prisas. Enciende el portátil, introduce su contraseña "PutaAma01", revisa el correo comprobando satisfecha que a mediados de mes ya ha alcanzado los objetivos trimestrales. El tren se pone en marcha perezosamente. Cierra el portátil, y echa un último vistazo a la estación Santa Justa de Sevilla antes de descansar los ojos. Su último pensamiento, antes de caer dormida, es la esperanza de que nadie ocupe un asiento cerca de ella en las algo menos de tres horas hasta Madrid.

    La voz de los altavoces anunciando que Córdoba será la próxima parada, la despierta de repente. El vagón sigue desierto a excepción de un joven frente a ella. Un mochilero de pelo largo está enfrascado mirando su tablet con los auriculares puestos. Al ser su dispositivo electrónico la única fuente de luz en el casi oscuro vagón, el reflejo de lo que está visionando se refleja claramente en la ventana. Duerme en su regazo una muy abultada chaqueta vaquera acribillada a parches de lugares que sin duda ha visitado. Una vieja guitarra descansa en el asiento anexo. Ella, curiosa, fija la mirada en la ventana para hacerse una idea de lo que está viendo…

    No cabe en su asombro… El muy cerdo está viendo una película pornográfica y se la está meneando debajo de la mugrosa chaqueta.

    —Será cochino —sentencia Claudia —y ni se ha dado cuenta que me he despertado. Seguro que el muy guarro me ha estado mirando las tetas durante un buen rato antes. Y ahora se la está terminado de tocar con la película. ¿Qué película será? ¿La habré visto? —vuelve a fijar la mirada en la ventana. La película no le suena.

    Una mujer de color nubio le está comiendo ávidamente la polla a un blanco hasta los huevos en una especie de choza africana. Él está vestido de explorador con el salacot medio caído y ella, claramente, es una indígena. La pared de la choza canta a decorado y casi se cae revelando a un tramoyista. El director ha querido hacer su obra maestra de la seducción con cuatro duros y se nota. Pero, en fin... si apenas cubre gastos para toallas ahora que todo es gratis en Internet. Definitivamente, no ha visto la película.

    —Al menos podía bajar el volumen, joder. Se oye todo —piensa indignada Claudia. Mientras tanto, la nubia le ruega al hombre que se corra como una ametralladora en su negra cara mientras le mete un dedo en el culo. —Qué escándalo. Y el tan pancho, masturbándose delante de mía, debajo de esa puta y mugrienta chaqueta. Seguro que la tiene gordísima y unos huevos a punto de explotar. Todos los artistas callejeros, mochileros, suelen tener unos pollones enormes. Ella tampoco encuentra explicación a ese fenómeno. Este, en concreto, tiene pinta de tener un arma de destrucción masiva entre las piernas. Será guarro. Seguro que ha "ametrallado" a más de una en todos esos lugares que ha visitado. Las habrá puesto perdidas de su "arte" y luego a visitar otra ciudad. Y si te he visto no me acuerdo. Puto hippie de polla gorda.

    Ella carraspea y suelta un sonoro ejém. Samuel no parece darse cuenta e incrementa la velocidad de crucero pajil. Claudia vuelve a carraspear y esta vez sí, Samuel se da cuenta que su compañera no sigue dormida tal cómo imaginaba. Del susto se le cae la chaqueta al suelo descubriendo una venosa y perlada polla. ¡Lo sabía!, exclama en su interior Claudia.

    —Eres un puto guarro, niño, meneándotele delante de mí. Así, por la cara, en mitad del tren. Vergüenza te tendría que dar tener una polla así, digo tocarte esa polla tan gorda delante de una señorita como yo —afirma elevando la voz. Claudia no puede dejar de mirarle el aparato mientras mordisquea la patilla de sus gafas. Samuel no detiene su masturbación desafiándola con los ojos para pasar, a continuación, a clavárselos en sus tetas. Claudia no da crédito al descaro del mochilero.

    Baja lentamente su puño por el mástil del hinchado glande hasta la base de los huevos, dónde se detiene y hace bailar la tranca de derecha a izquierda. Y vuelta a empezar. Sin un atisbo de vergüenza tras la sorpresa inicial.

    —Tápate ese pollón o córrete de una puta vez. Nos vas a meter en un buen lío a ambos. Va a venir el revisor y nos van a echar a los dos… a ti, por marrano y a mí por puta pensando que me gusta que se la meneen delante mía.

    —Pues échame una mano, joder, y terminamos antes de que nos pillen —sentencia Samuel apretándose los depilados huevos. Su perlada tranca palpita rebelde en su otra mano.

    ¿Perdona? ¿Qué? ¿Quieres que yo te la menee para que te corras antes? ¿Sólo para evitar que nos echen a los dos? ¡Vete a la mierda y termina de una puta vez!

    —No… quiero que me la toques, quiero que me la chupes, cacho puta.

    La voz lejana del revisor le comunica a un distante pasajero que Puertollano será la próxima parada y le ruega amable ver el billete.


    —Vas listo, cabrón. Ya puede darte prisa y correrte.

        Samuel la sigue desafiando con la mirada. La indica que no lo hará sin ayuda. Claudia se sorprende pasándose la lengua por los labios.

    —Anda dame eso —concluye Claudia, falta de alternativas y temerosa de volver a liarla, al mismo tiempo que se sienta al lado del cachondo pasajero y le mete cuatro meneos a la gorda polla. A ese ritmo no te vas a correr nunca. Joder.

    Claudia se ha vuelto a liar. Ya lo hizo hace algunas semanas en el club Swingers de la Plaza Mayor. 

    Iba siempre acompañada con su amigo homosexual Genaro aunque no fuera un verdadero acompañante. Él enseguida desaparecía del tablero de juego en busca de su reina mientras ella disfrutaba enormemente viendo y analizando como se comportaba la fauna local en el club apoyada desde el bar-discoteca. Ella nunca iba a follar. Tenía más clase y estilo para los que ahí se reunían, tenía estudios, mujer de negocios de éxito además de abogada. Y de las buenas. Claudia iba por el morbo de mirar, a reírse de ellos y a decirles a todos con su mera presencia lo inalcanzable que era para ellos. Lo que no podrían follarse ni en un millón de años. Que fueran eligiendo a otras mujeres. Las pasadas de peso, las mayores, las feas, las tontas. Claudia pensaba firmemente que, si eras una mujer como ella, atractiva, cuerpo escultural, de éxito, inteligente no venías a un sitio como este a ofrecerte como en un mercado de tres al cuarto. Ibas a estos sitios ya que no te comías una mierda fuera si no sacabas la cartera. El club era el último bastión de los que no querían o podían pagar por sexo y creían que su cuerpo era pago suficiente.

    Ella estaba por encima de todos ellos. Era una diosa entre vulgares mortales. Un ser superior. La gente que revoloteaba por aquí seguramente eran personas sin estudios, anodina, en definitiva, gente vulgar. Disfrutaba enormemente rechazando continuamente a los valerosos y valerosas que educadamente se le acercaban.

    ¡Qué inmenso placer verles las caras al ser rechazados y dejarles con las ganas mientras se iban con el rabo entre las piernas! Ella disfrutaba la escena mientras bebía pícaramente de su copa de champagne. Claudia estaba fuera de esa liga de perdedores o perdedoras. Ella reservaba para el club el mismo atuendo; traje de chaqueta, pantalón de pinzas, pelo recogido y una pequeña máscara negra que le ocultaba medio rostro. La máscara era necesaria no fuera que algún cliente de su despacho pudiera reconocerla. Eso no era inteligente y ella era muy inteligente.

    Claudia no perdía el control nunca. Eso no le gustaba nada. Exceptuando aquel incidente con el muchacho de la máquina de vending del corte vikingo de la oficina. El gilipollas fue capaz de follársela en su propia oficina, encima de su mesa como una vulgar perra en celo y sólo le faltó metérsela por el culo. Es verdad que Claudia disfrutó enormemente de la colisión sexual que tuvo con él, pero fue una debilidad que no se podía repetir ni permitir. Tuvo que anular la reunión del día siguiente ya que al follador no se le había ocurrido mejor sitio e idea echar parte de su masculinidad en el dossier.

    Al día siguiente, ya más calmada, ya decidió que no renovaría el contrato con la empresa de vending. Así se evitaría que volviera el Sr. polla gorda a follársela. Incluso había amenazado con metérsela por el culo, el muy cabrón.

    Mientras se llevaban la máquina a los pocos días, Claudia no pudo evitar un pequeño escalofrío recorriendo su espina dorsal. Recordaba la extraña noche en la que perdió el control de la situación. Sin percatarse se había metido una mano bajo la falda. Tenía las braguitas empapadas. Rápidamente se metió en su aseo particular y se masturbó rememorando el escarceo provocándose un orgasmo brutal. Salió a los pocos minutos para la reunión habitual con su equipo. No se puso las braguitas, estaban imposibles y chorreando.

    En el club, Claudia sonreía mientras observaba. Ella no era para ellos. Que miraran. Que fantasearan. Que se tocaran pensando en ella. No había nada que le diera más placer y le divirtiera más que el conocimiento que era inalcanzable.

    Lo que pasó aquella noche en la oficina no era más que una anécdota. No volvería a pasar nunca más. Ella volvía a estar al control.

    Pocas horas más tarde a Claudia se le estaban follando entre tres.

   A cuatro patas, se la estaban metiendo por su arrebatador culo, que había pasado de ser virgen sólo desde unos minutos, mientras le hacía una mamada a otro individuo y masturbaba otra polla con una mano. El pelo revuelto hasta la cintura se movía con cada inflexible estocada en su culo. Sus gemidos iniciales de dolor rápidamente quedaron ahogados por sus gemidos de placer. Y también ya que apenas podía emitir sonido por la enorme polla negra que tenía en la boca. Sus grandes tetas bamboleaban al compás de cada penetración haciendo que se deslizaran al suelo los pocos restos de blanca leche de la corrida que quedaban del tercer hombre. Éste había eyaculado tan brutalmente sobre sus tetas que la había pringado casi al completo. Mientras la blanca leche rebotaba por sus senos abriéndose camino, Claudia obtuvo su primer orgasmo.  El penetrador trasero con un gutural sonido, agarrando fuertemente sus caderas, anunció su eyaculación descargando todo en su interior. La sacó aún dura mientras ríos de leche salían de su culo como si hubiera descorchado una botella de champán. Los últimos estertores de su explosión cayeron sobre su espalda y parte de su largo pelo. El negro de la polla en su boca pareció que respondía al envite y quiso descargar también. Claudia fue hábil, pudo sacar el negro mástil para que su lechada sólo embardunara su mejilla izquierda y parte de su todavía puesta máscara. El moreno gruñó ofendido. El cabrón quería correrse en su boca. "No en esta vida, imbécil", pensó Claudia.

    Desmadejada como estaba, le costaba recordar cómo había llegado a esta situación, cómo se le había ido de las manos. La había vuelto a liar otra vez como ahora...


    Samuel bufa de placer mientras su polla parece engordar segundo tras segundo en la mano de la ejecutiva. La paja no parece surtir el efecto deseado y Claudia pasa al plan B. Se aparta el pelo a un lado y baja su cabeza hasta la tranca. Samuel, con la mano izquierda, guía a Claudia hasta su brillante polla tranca mientras su hábil mano derecha ya ha vencido la débil barricada de las bragas de ella y la está masturbando. Claudia se habría quejado de no tener toda la polla en la boca y ser incapaz de decir ni . —Dios, que polla gasta. Me va a desencajar la mandíbula. Y el hijo de puta no sólo tiene una verga gloriosa sino además unos dedos largos y hábiles. Me voy a correr como una colegiala. Puto mochilero.

    —Sigue chupando, me voy a correr –afirma Samuel –. No veas como la chupas para ser tan remilgada.

    Claudia le mira ofendida, aun con las gafas puestas, y se revuelve. Él no se va a correr antes ni de coña; Ella va antes.

    Y más le vale, que esos dedos sepan tocar algo más que una vieja guitarra, qué cómo no se corra, le va a denunciar al revisor por violación. Él responde pegándole un apretón a las tetas y clavándola toda la polla en la boca.

    La voz cada vez más cercana del revisor, vuelve a pedir a otro pasajero el billete.

    Samuel hunde sus dedos en la vulva de Claudia, y recoge sus dedos índice y corazón en forma de cuchara una y otra vez en su húmedo sexo. El juego de su muñeca aplicando el mollete de su palma en su clítoris, termina por hacer que Claudia se corra. Su grito de placer queda ahogado, otra vez, por una polla en su boca.

    El revisor ya está sólo apenas a seis metros. ¿Sus billetes, por favor?

    Samuel agarra con ambas manos la cabeza de Claudia y se corre como un titán en su boca. Sus piernas se estiran hasta hacer tope con el asiento delantero. Cierra los ojos y falto de fuerzas deja caer el dispositivo electrónico dónde la nubia, acompañando de modo providencial a Samuel, acaba de recibir una salva de leche en sus labios pintados de color celeste. Claudia se incorpora y aun con la descarga de leche en su boca mira atónita como el revisor ha llegado a sus asientos.

    —¿Billetes, por favor? —solicita el revisor. Sólo la oscuridad reinante ahora que la Tablet ha caído boca abajo evita que el revisor se fije en la vencida polla del mochilero. Claudia se termina de tragar la descomunal descarga de Samuel, y responde con una pastosa lengua que ahora mismo le enseña los billetes. El revisor aburrido apenas mira los billetes de ambos y abandona el vagón. Al poco, el altavoz anuncia que la próxima parada será Ciudad Real y Samuel se levanta, recoge sus cosas y se marcha sin despedirse. Claudia le observa por la ventana cómo sale del andén y se pierde en la noche. Aproximadamente cincuenta minutos después, el AVE llega a Puerta de Atocha Almudena Grandes y Claudia abandona igualmente el tren sumida en sus pensamientos.

Meses más tarde.

    Claudia ha vuelto a tomar el mismo tren nocturno dirección a Madrid. Recorre los solitarios vagones en busca de su asiento, cuando ve un joven dormitando con una mugrienta chaqueta escuchando a un volumen demasiado alto a Edith Piaf. Se acerca y se sienta junto a él. Sigue gastando una polla que debería estar prohibida por la convención de Ginebra. Se quita las repentinas húmedas bragas, se las tira a la cara y empieza a masturbarse delante suya. —Ahora que se joda él — piensa lasciva. El joven abre los ojos y sonríe con esa sonrisa que es la perdición de toda mujer.

    —Ya era hora de que aparecieras, me estaba gastando un dineral en billetes. —mientras se arrodilla delante de ella y saca a pasear su lengua que se hunde en el sexo de Claudia como un cuchillo caliente en mantequilla.

    Puto cerdo greñudo, ahora me la vas a pagar todas juntas, piensa complacida Claudia antes de dejarse hacer y entregarse a su ansiado placer.


¡Si te ha gustado la historia de Claudia, pásate por el siguiente enlace para su primera aventura y déjanos un comentario!

 Sigue a Valentin@ en Instagram


SafeCreative 2204261001143

Banda sonora de Claudia en "Vagón compartido"

Edith Piaf - Non je ne regrette rien


Céline Dion - Pour que tu m'aimes encore


Tiësto & Karol G - Don't Be Shy (Part One)



Tiësto & Karol G - Don't Be Shy (Part Two)





Comentarios

  1. Muy buen relato. Me ha encantado el Flashback del Club Swingers de Madrid y el inesperado final. ¿Habrá tercera parte?

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

OpenFly Air, Part IV - Two hot hostesses in Galicia

El pazo de Alcina Benavente (Especial Cthulhu 2022)

Lucía en "Academia de azafatas calientes"

Madame Le Noir

Nicole Moloko y el cinturón de castidad de Mata Hari (Inspector Arsène Putain #1)

Lola en "Turno de noche"

Azafatas en la nieve (OpenFly Air, Parte III)

Plomo caliente entre las piernas (Especial Salvaje Oeste)

Vania en "Sin agua caliente"

La guerra fría más caliente (OpenFly Air, Parte II)