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Claudia, un relato de alto voltaje




CLAUDIA

    Para Claudia el secreto del éxito es el trabajo duro. El trabajo duro consigue oportunidades y de su mano van las mejoras laborales. Y todo eso trae dinero.

    Nada más terminar la universidad, Claudia se puso a trabajar de ayudante de secretaria en un bufete de abogados. Su preparación y sus enormes ganas de ascender la hicieron subir rápidamente en su trabajo. Encadenó varios éxitos laborales con pequeños clientes que la hicieron que cada vez fuera tomando más responsabilidades con clientes más grandes. Ella valía para el trabajo. Acorde a su proyección laboral también iba creciendo su bufete. Claudia no es tonta. Es una espectacular morena de ojos azules, poseedora de cuerpo de escándalo y que sabe perfectamente cómo utilizar sus armas de mujer. Todos los hombres son estúpidos. Les hace un poco de caso, le ríes cuatro gracias y ya se creen que te van a follar. Utilizas sus torpes aproximaciones de apareamiento y les sacas provecho. En la universidad bastaba con que fuera a las clases con un pronunciado escote, se sentara en las primeras filas y descruzara las piernas sin bragas, para que los profesores babearan sin remedio. No había asignatura que suspendiera.

    Esa experiencia le fue muy útil en su trabajo. Al cabo de 5 años ya era la abogada principal del bufete sustituyendo a una vieja cacatúa de 60 años a la cual la habían pasado por la derecha los años y una ambiciosa Claudia. Las malas lenguas y las envidias de sus subordinadas enseguida la tildaron de trepa, puta y chupapollas. Nada más alejado de la realidad. Sólo le había chupado, hace años, la polla a Jesús, su jefe, una tarde noche en la oficina. Mientras él intentaba hablar con su esposa por teléfono, Claudia se introducía rítmicamente su polla hasta el fondo de la boca. Su jefe se corrió abundantemente encima de su cara, sus tetas y su pelo mientras le preguntaba, con la voz entrecortado, a la cornuda de su mujer cómo le había ido el día y si los niños ya habían cenado. Su jefe la ascendió al día siguiente. Francisco, el RRHH, en una barbacoa de empresa, en el jardín de su casa, para estrechar las relaciones interpersonales en eso que se ha puesto tan de moda en las empresas, también sucumbió a sus encantos. Francisco se las daba de Máster Chef y preparar unas hamburguesas de escándalo y por ello se dedicó toda la tarde a estar de cocinero en el jardín con su recién adquirida barbacoa americana. Claudia se posicionó distraídamente delante suya y de la fiesta, arrimó su culo a la pernera del jefe, le aparto un poco el delantal con la mano y le abrió la cremallera del pantalón. Sacó su pene medio erguido y empezó a masturbarle. El pobre hombre intentaba disimular saludando con la cabeza a los diferentes empleados sujetando con fuerza la espátula. Al pasar la hermana menor de su mujer, y hacerle un gesto para que fuera terminando las hamburguesas, eyaculó con fuerza en la mano de Claudia pringando su delantal y salpicando una parte de su vestido. Claudia se relamió la mano, se limpió la leche del vestido con una parte del delantal y se unió a la fiesta. Francisco torpemente se metió la flácida herramienta de nuevo en el pantalón. Él tampoco ya sería un problema en su promoción en la empresa.

    Definitivamente los hombres son estúpidos.

    Pero lo que más placer le causaba a Claudia en el mundo era jugar con ellos. Provocarles, ponerles a cien, reírse de ellos. Tomar el control y decidir cuándo y dónde se acababa el juego. Como una gata con un ratón. Era su juego favorito y se le daba de vicio.

    El juego con Jesús y Francisco ya no era divertido. Tras su ascenso, luego vinieron creyendo que podían exigir más favores y ella los mandó a tomar por culo a ambos. Ya había conseguido su propósito. Ya no eran necesarios y les dejó muy claro las consecuencias de sus indiscreciones.

    Claudia, poco después, abrió su propio bufete con todo lo aprendido junto a toda la cartera de clientes apropiadas de su anterior trabajo. Tenía muy claro que sólo contrataría a mujeres. Los hombres eran demasiado predecibles, dependientes y sólo piensan con la polla. El despacho le iba viento en popa.

    Una noche, tras estar todo el día en la oficina revisando un informe para un importante cliente para la reunión de la mañana siguiente, decidió que necesitaba divertirse un poco y relajarse. Y ella sólo se relajaba jugando a su juego favorito. Estaba sola en su despacho a excepción del repartidor de la máquina de café que rellenaba diligentemente, como todas las tardes, dicha máquina y Samir, el guardia de seguridad que cada poco pasaba a hacer la ronda.
    
    Era un atractivo y atlético muchacho rubio, de unos veintitantos años, con un corte de pelo vikingo. Era muy agradable, pero nada hablador. Las demás zorras de la oficina le tiraban los trastos cada vez que venía a rellenar la máquina de vending. El repartidor calzaba bien, sus pantalones apenas ocultaban un bulto indicando su descomunal aparato. Como estúpidas colegialas empezaron a llamarle el Banano a sus espaldas mientras intentaban provocarle con picantes comentarios tipo “Si tus brazos y abdomen son así de duros, no me quiero imaginar qué 'regalito' tienes ahí para mí”, “No llevo ropa interior”, “El café me gusta como el sexo: caliente, fuerte y encima de la mesa, ¿te tomas un café conmigo?”. El repartidor resistía bravamente todos los envites, realizaba su trabajo, rellenaba el café y se marchaba en silencio y con una sonrisa.

    Claudia decidió esa noche que iba a jugar un poco con él. Nada serio, le pondría a cien, se reiría de él y disfrutaría enormemente viendo como el muchacho se marchaba con un calentón de puta madre. Las demás abogadas no habían conseguido nada, eran simples aficionadas, jugaban en tercera regional, ella jugaba en la Champions.

    Se hizo una coleta en el pelo con un lápiz, se desabrochó la blusa un poco para que se le viera el sujetador negro y se acercó al muchacho.

    ¿Vas a tardar todavía mucho con eso? —le preguntó mientras el muchacho negaba con la cabeza. Quiero irme todavía a casa hoy. Y bien, ¿te gusta trabajar aquí? —preguntó Claudia con picardía. Supongo que sí, estás siempre rodeado de chicas guapas... las tienes a todas loquitas. Dicen que estás muy bien dotado. ¿Es cierto? —dijo mientras le rozaba la entrepierna con una mano. No me creo nada, son unas exageradas. Yo soy muy incrédula, ya ves, hasta que no veo las cosas, no me creo nada. Las cosas las tengo que tocar para creérmelas —dijo Claudia mordiendo una perla de su collar. ¿Tú qué opinas? ¿Crees que debería tocar algo? Bonitos pantalones. ¿Puedo probar la cremallera?

El muchacho seguía a lo suyo, reponiendo los vasos de plástico.

    —Habrás rellenado bien el depósito de la leche de la máquina, ¿verdad? Siempre nos quedamos cortas. ¿Cómo vas de leche? Uff, Aquí hace mucho calor, ¿no? —resopló Claudia desabrochándose otro botón más de su blusa. Sus grandes pechos ya eran perfectamente visibles mostrando incluso el inicio de sus pezones.

    El muchacho no se daba por aludido, rellenando pausadamente los depósitos de la máquina y comprobando el monedero. Claudia empezaba a impacientarse. No causaba ningún efecto en él y eso no le gustaba nada. ¿Había perdido facultades? Este era su juego favorito y el gilipollas del repartidor se estaba resistiendo demasiado. Era una bofetada en toda su cara. ¿Quién era ese imbécil para ignorarla así? Le agarró de la camisa y le chilló en la cara:

    ¿A ti que coño te pasa? ¡No te has follado a una tía como yo en tu puta vida, estás acostumbrado a tirarte sólo o a peluqueras y cajeras de supermercado! ¡Seguro que ni sabes follar bien! ¡Tú no sabes ni puedes comer caviar, sólo puto chopped! —dijo sarcásticamente mientras le soltaba con desprecio y le daba la espalda. Mañana le diría a la empresa de café que no volviera más este picha floja. Se inventaría algo. Tipo que se propasó con una de las chicas o que venía borracho al trabajo —pensó Claudia yendo a su despacho. Súbitamente alguien le agarró de la coleta, llevándola hasta atrás y le dijo al oído:

    ¡Me tienes ya hasta lo cojones! —susurró el muchacho. Mientras la agarraba de la coleta, con la otra una mano la levantaba la falda de tubo. Acto seguido pasó a bajarle las braguitas y dejárselas en los tobillos.

    ¿Qué crees que haces, gilipollas? —dijo sorprendida Claudia no sin cierta excitación. Desde luego no se esperaba esta reacción. ¡Joder con el gilipollas!

    El repartidor sacó su enorme polla y la aproximó al sexo de Claudia dejándola apoyada en su entrada. Era enorme. Dura. Nervuda. El mote de El Banano no era nada desacertado. Ella podía percibir la firmeza y calor del palpitante pene en la entrada de su vulva. Estaba extrañamente cachonda. En un mundo donde ella dictaba las normas, ella era la jefa, le agradaba, la excitaba que fuera otro el que fuera el dominador. Un macho alfa que estuviera al cargo. Un empotrador.

    El muchacho escupió en la palma de su mano y la restregó por el depilado coño de Claudia acariciando con el dedo índice un rato su pepitilla. Acto seguido se la metió entera agarrándola del culo. Claudia emitió un pequeño grito. No era de dolor, era de placer.

    —Vaya, vaya, ¿Qué tenemos aquí? —dijo. Este coñito está muy mojadito ya. Te gusta que te dominen, ¿verdad zorra? ¿Qué te lleven la contraria? Podríamos haber sido amigos, pero no, tú tan solo portarte como una puta. Podríamos habernos quedado para tomar un café alguna tarde, pero no, tú tan sólo portarte como una puta.

    ¿Cómo te atreves a llamarme eso, cerdo? —dijo una excitada Claudia.

    El repartidor la respondió llevándola, con la polla aún metida en su coño, a volandas hasta el filo de la mesa de su despacho. A Claudia todo esto le resultaba súper excitante. El muchacho utilizó ambas manos para abrirle del todo la blusa y bajarle el sujetador de un tirón. Las grandes tetas de Claudia se desparramaron sobre la mesa. Encima de los informes. Claudia estaba muy cachonda. En un mundo de hombres pusilánimes y blandos, ella necesitaba a un empotrador. Un hombre que no pidiera permiso y que cogiera lo que quisiera sin preguntar.

    Has sido una chica muy mala y maleducada. Ahora tendré que castigarte, cacho zorra.

    ¡No vuelvas a llamarme zorra, no soy una de esas putas a las que te puedes follar, yo... yo tengo estudios, yo... yo soy abogada! ¡Te voy a meter una demanda que te vas a...! —replicó débilmente Claudia, mordiéndose el labio, mientras seguían penetrándola con fuerza. Ella sin darse cuenta colocó ambas manos en cada uno de los cachetes de su culo para facilitar la penetración. El muchacho le daba certeras estocadas a un ritmo constante. Las tetas de Claudia acompañaban la cadencia bamboleando en círculos. El muchacho de vez en cuanto la azotaba el culo con una mano. Ella intentaba mantener los embistes y compostura agarrándose al otro extremo de la mesa. ¡Joder, que polvo me está echando el hijo puta! —pensó Claudia. El imbécil estaba a punto de hacer que ella se corriera. Se habrá puesto al menos un preservativo, ¿no?, no se le ocurrirá correrse dentro, ¿verdad?, dios mío, Samir está a punto de pasar y me va a pillar así... mientras Claudia pensaba en todas esas nimiedades, fue sorprendida por su propio orgasmo. Se inició en las plantas de los pies con un hormigueo, después fue subiendo por sus piernas en tensión hasta que llegó la placentera explosión. Claudia suspiró largamente.

    Ya... ya terminé. Ya puedes largarte de aquí, imbécil. —susurró una vencida Claudia con la cara apoyada en la mesa y los ojos aún cerrados disfrutando de su orgasmo...

    Esto no ha hecho más que empezar, guarra...

    La giró y la puso de rodillas. Él se quedó apoyado en el filo de la mesa. Su mástil desafiaba la gravedad.

    Debes aprender modales y valores. Tener un poco de educación. Vamos a ver si esa cochina boquita que tienes sirve para algo más que para insultar.

    Claudia estaba perpleja. El repartidor tenía una mente muy sucia y le estaba funcionando perfectamente con ella. Agarró vorazmente su polla y empezó a engullirla. Desde la base hasta la punta. Muy lentamente. Acompañaba el movimiento mirando fijamente a los ojos del muchacho. Estaba disfrutando, pero no se lo iba a demostrar al gilipollas.

    Hago esto por qué me obligas, yo... yo no quiero hacerlo. Me veo completamente forzada –respondía mientras se tragaba ávidamente la polla disfrutando cada centímetro.

    El banano suspiraba cerrando los ojos. Claudia era primera división chupando pollas. Y ella lo sabía. Ningún hombre le aguantaba más de 3 minutos. Pero éste era insaciable. Un reto descomunal como su polla. No parecía rendirse a su boca, lo único que conseguía era sentir sus palpitaciones y una mayor dureza. Parecía una barra de hierro. Tras unos minutos lamiendo, Claudia se dio cuenta que así él no se correría jamás, había que cambiar de estrategia. Pasó a posicionarse la enorme herramienta entre sus pechos. La polla del repartidor asomaba y desaparecía entre sus tetas como la lengua de una serpiente. ¡Madre mía, es enorme! —pensó Claudia. Casi no me la puedo meter entera.

    Ponte encima, cabálgame. —ordenó el muchacho.

    Claudia se terminó de quitar la falda, se desprendió de su blusa tirándola al suelo, depositó sus retorcidas braguitas encima de la mesa y dejando a la vista su tatuaje tribal encima de su sexo, mientras seguía sujetando su polla. A ese animal no hay que darle la espalda, no hay que perderle la cara, pensó. Empujó al repartidor sobre la mesa. Él recogió las braguitas y se las anudó al final de su polla. Claudia rápidamente volvió a coger el duro miembro y se lo deslizó lentamente en su mojado coño. Él acompañó sus acciones lamiendo sus oscuros y duros pezones. Acto seguido la rodeó con los brazos y mientras la besaba el cuello, la penetraba con fuerza. Claudia se mordía los labios para no chillar de placer. No iba a dar su brazo a torcer. No iba a demostrar debilidad. Una cosa era que su primer orgasmo la hubiera pillado en bragas, o mejor dicho sin ellas, y otra distinta era que fuera a tener el segundo sin más dilaciones. El repartidor empezó a aumentar la velocidad, estaba llegando a su clímax al igual que ella. Claudia sentía su polla palpitar en su interior. Le rogó al muchacho que volviera a llamarla puta, la palabra la excitaba de un modo extraordinario. Quiero que te corras en mi cara —dijo sorprendiéndose a si misma. Él hizo caso omiso y empezó a correrse dentro, ella lo acompaño con su segundo orgasmo. Claudia rápidamente levantó una pierna para poder sacar la polla y que terminara de eyacular sobre su tatuado abdomen. Viscosos chorretones de blanco esperma pringaban a Claudia, cayendo sobre el tatuaje, las mojadas braguitas, la pantalla del portátil y los papeles de la importante reunión matutina. La corrida no parecía tener fin y se asemejaba a un volcán en erupción. Tras un minuto, el volcán entró en estado de calma y ambos yacieron tumbados encima de la mesa. Claudia se levantó y se fue a un pequeño aseo. Ahí se limpió el semen del cuerpo con unos kleenex. El polvo fortuito le había gustado muchísimo pero jamás se lo reconocería al repartidor. Tenía dignidad. Y estudios. Al salir de nuevo al despacho, él ya se había marchado. Encima de la mesa descansaban desparramados los papeles de la reunión con los que se había limpiado su pene y una solitaria nota. “El próximo día te follaré el culo”.

    Claudia se mordió el labio. Estaba impaciente.

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Banda sonora de Claudia, un relato de alto voltaje

SZA, The Weeknd and Travis Scott - Power is Power


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