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Vania en "Se alquila ático"

EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS



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    Asomada a la ventana, Vania Guillén observa curiosa cómo su potencial cliente llega al lujoso piso de alquiler en el distrito de Chamberí, Madrid. Necesita cerrar el trato como sea. Este mes va jodida de cifra.

    Se alisa la oscura falda ajustada de cuero azabache y comprueba que su blusa color nieve que intuye su negro sujetador de encaje esté inmaculado. La larga cabellera rojiza de la que presume Vania siempre ha sido un exótico extra en las negociaciones con sus potenciales clientes. Lo sabe y lo remarca ondeando su pelo delante de sus clientes que terminan firmando lo que ella quiere mientras fantasean con follársela, como si eso fuera una cláusula innegociable oculta. En cambio, el piercing íntimo de su depilado clítoris que culmina con un tatuaje del afable rostro de la Pantera rosa es nuevo y le hace una gracia inmensa a su marido. En toda Madrid la conocen como La Pumuky. Que sepan de ti es, definitivamente en un negocio tan exigente como éste, una ventaja estratégica.

    Toc, Toc. Vania abre la puerta con la mejor de sus sonrisas y queda sorprendida de que el apuesto joven no sea el esperado señor Mayoral alias Dedos largos. Se muerde una de las patillas de las gafas. Nunca ha necesitado gafas, pero es este otro de los trucos del buen agente de bienes raíces. Las gafas dan postín. Postín que no necesita el joven de la puerta. Este joven nada tiene que ver con el Don Fulgencio, sudoroso, panzudo y poseedor de unos dedos indiscretos cortados a hachazos. El eslabón perdido entre el hombre y el simio vestido. Un trajeado eslabón perdido portando una corbata de colores para aparentar ser más moderno que el museo Thyssen. Hombre de poquísima gracia tanto de verbo como de cuerpo. Una desgracia, más bien.

    Pero, éste joven, en cambio es harina de otro costal. Porte atlético, pelo revuelto, americana gris y pantalones vaqueros descoloridos. Debe ser el ayudante cañón de Don Porcino. Son apenas las diez de la mañana, demasiado pronto para Fulgencio. A Vania no le extraña, que mande a su socio. Quizás algo joven, pero ella también lo es, qué coño. Quizás, el sufrido ayudante, se lleve una miradita al parador Jarandilla de las tetas de Vania de regalo. Pero primero al negocio.   

    —Entre por favor, lo tengo todo preparado para firmar —afirma una resoluta Vania depositando la carpeta con las condiciones sobre el bloque de la cocina americana. Soy Vania Guillén, agente de bienes raíces. Entiendo que a Don Fulgencio, le ha surgido un contratiempo, pero seguro que nos apañaremos nosotros y llegamos a buen puerto la firma. ¿Verdad? El apartamento es una maravilla. ¿Le puedo ofrecer un café, señor...?

    —Daniel, con Daniel es suficiente, no soy tan viejo. Que apartamento más bonito. Muy luminoso. Un café estaría bien. Me apetece. Solo, sin azúcar. Aún me pesa el caviar de esta mañana. Hay que cuidarse. —mientras le guiña un ojo y deja el llavero de su coche con una desproporcionada F, descaradamente en la encimera junto al móvil. No quisiera alargar esto demasiado. He aparcado el Ferrari descapotable en segunda fila y después me espera un taxi en casa para llevarme al aeropuerto. Tengo una importante reunión en Abu Dabi.

    La señorita Guillén se percata que el posible comprador no lleva ni maletín. Lo tendrá todo en el descapotable o hará la transferencia con el móvil. Estos jóvenes agresivos son así. Todo digital. ¿O quizá en realidad no esté interesado en el apartamento y sólo sea una visita de cortesía? Tendrá que intentar convencerle cómo sea... va muy jodida de cifra, de lo otro... no. Hace algunos días, un torpe repartidor de pizzas de la cadena Pizza Lord se llevó una reprimenda por entregar 30 minutos más tarde de lo anunciado por su marca. Ella exigió además, como compensación por la espera, se llevó una pizza marinera gratis y una comida de almeja. Es una de sus debilidades.

    Vania termina de servirle el café al señor descapotable y se siente lasciva encima de la encimera de mármol negro frente suya, cruzando las piernas embutidas en medias de rejilla color "Quita el hipo". Aparta las llaves del coche a un lado y sonríe. Vaya, vaya con el sustituto de Don Fulgencio, piensa pícaramente. Descruza lasciva las piernas —hoy no lleva más que un tímido tanguita— y echa mano de la carpeta con las condiciones de compraventa.

Cafetería "La verbena de doña Milagros", unas horas antes

    Para un extranjero no habituado al alboroto típico de una cafetería de España, al estruendo de la vajilla, al incesante murmullo de una televisión encendida, las encendidas risotadas de los clientes, el ruido es insoportable. Pero no es la barahúnda lo que tiene a Daniel hasta lo cojones. Lo que le tiene hasta los mismísimos huevos, es el boca chancla del empresario Don Fulgencio. No hay día, que cuando le sirve el café con sus dos porras en la cafetería, no le ponga la cabeza hecha un bombo con lo mucho que gana, las increíbles vacaciones que se gasta junto a las más bellas modelos —que siempre se termina follando sin poder evitarlo— y las espectaculares cenas que disfruta junto a la élite empresarial de Madrid.

    —Me conozco a todos mis clientes, son todos unos golfos. Si yo hablará, más de una empresa caería —afirma al rato tras salir del retrete llevando de regalo una tira de servilleta de papel en el zapato derecho. Murmura; "Café, cigarro y muñeco de barro" mientras moja el tercer churro tras las dos porras de rigor en el café, y vuelve a la carga con su inmensa sabiduría reverendo dominical. —Menos mal, que soy súper discreto. Niño, ponme otro carajillo, que hoy estoy bravo. ¿Te he contado ya lo del piso de Chamberí? Pues lo voy a comprar de picadero. Que le den por culo al dinero y a la parienta. Yo, a follar, qué bastante trabajo ya todos los días. Y la tía esa, la agente inmobiliaria de MundoPiso2025, la que llaman La Pumuky, me va a chupar hasta los huevos, sino no hay trato. ¡Vaya si lo va a hacer, la cacho golfa! ¿Qué pasa con el carajillo, Dani? Estás lento de cojones hoy —sentencia Don Fulgencio mientras se limpia el bigotillo con una servilleta de papel y la tira al suelo.

    Dani conoce muy bien a la que el baboso de Fulgencio llama "La Pumuky". La pelirroja viene todas las mañanas a tomarse un café antes de empezar su jornada. Siempre se la queda mirando. Un cañón de mujer. Absorto en sus pensamientos, Don Fulgencio le regresa de un zarpazo vocal a la tierra, pidiéndole que le ponga el carajillo, y esta vez que sea menos cicatero que de costumbre. Daniel esgrime su mil veces ensayada sonrisa, le pone el carajillo y termina de verterle discretamente el resto del contenido de "HappyEnd". Un potente laxante que le va a dejar sentado en el trono durante horas mientras él ocupa su ansiado lugar en la visita del inmueble más tarde.

    —Don Fulgencio, a usted sí que no se la juega nadie. Tiene usted un ojo... —decreta Daniel mientras termina de limpiar una taza de café con un trapo y encestar, sin tocar aro, el vial vacío del laxante en el cubo a tres metros a la derecha mientras pronuncia un inaudible mec, mec.

    El señor Mayoral se ríe como un reno asmático con hipo, rojo como un ladrillo, mientras le pide cambio para la máquina tragaperras. Daniel termina de maquinar su estudiado plan perfecto representado como un plano azulado del Coyote y el Correcaminos en su cabeza.


Barrio Chamberí, ahora

    —Bueno, ¿qué le parece señor? —indica Vania, mientras le va mostrando las distintas habitaciones empezando por los dormitorios acompañando cada sinuoso paso con el repiqueteo de sus tacones. Amplios ventanales que permiten la entrada de luz natural la mayoría del día. Habitaciones completamente amuebladas. Cada habitación con un estilo diferente, personal. El dormitorio en estilo colonial. Bañera de hidromasaje. Cocina abierta estilo americano… para entrar a vivir. Una ganga en estos tiempos revueltos —termina Vania tras bajarse un poco, a decir bastante, la falda que se había subido libidinosamente al abrir las cortinas y había dejado al descubierto su tanga color rosa. De pie con los brazos en jarras, la agente inmobiliaria espera las primeras reflexiones de su cliente.

    —Uff, ciertamente todo muy bonito, pero el color amarillo piolín de las habitaciones me echa para atrás. No creo que pueda relajarme con unos colores tan intensos. Soy muy Zen. Y me inclino más por el estilo industrial o neo Noir. Además, es usted, aunque esté un rato buena, demasiado joven, muy inexperta me temo. Prefiero tratar otro día, con una persona con más experiencia, la firma del trato.

    Daniel creía haber leído en el apartado de decoración de la revista HobbyConsolas o Jara y Sedal que eso siempre descolocaba a los agentes inmobiliarios.

    —Se refiere al color ambarino, por supuesto. Eso no es inconveniente. Mañana podemos encargarle a una empresa de confianza que pintemos el apartamento al completo con la tonalidad que desee. Sin ningún problema ni coste añadido. Siempre y cuando haya un compromiso serio de alquiler. En cuanto al estilo industrial, usted realmente no sabe qué es, ¿verdad? Y le puedo asegurar que tengo bastante experiencia en cualquier campo que me toque batallar sin necesidad de terceras personas.

    —Bueno, cierto, también me preocupan los costes de calefacción y comunidad. ¡Desorbitados! ¡Con tantos metros cuadrados y unos techos tan altos!

    —Discúlpeme, señor... un apartamento como éste, en pleno Chamberí, ¿me va a decir que unos pocos € van a ser un argumento determinante para su decisión final? Además, estarían incluidos en la cuota de alquiler. Pero, claro si usted quiere aparentar algo que no es, este tipo de cuestiones son de suma importancia. Por cierto, sabes que el llavero de tu coche es un Ford, ¿no es cierto? ¿O decís carro o buga entre los chulos de tus amigos? Me temo que no tienes ninguna intención de comprar nada. A lo sumo te llega para comprar la estación del Norte del Monopoly a plazos. Además, no has comido caviar en tu puta vida. Dime la verdad, Daniel… ¿A qué has venido? ¿A reírte de mí? ¿Has venido a follarme? Te he leído las intenciones nada más entrar por la puerta. Se te ve venir desde el portal.  ¿Es una broma de mi amiga Claudia?

    —Mira, tienes razón. Sólo soy un camarero de una cafetería tres calles más abajo y estaba hasta los cojones de oírle a Don Fulgencio hablar de lo genial que es su vida. Quería conocerte, hacerme un par de fotos tipo príncipe nigeriano y aparentar en Instagram. Al menos un día, no sé, unas horas… Y dejar de ser el rey de los churros poniendo cafés envuelto en humo como el Coyote tras caerle un cohete en el melón. Quiero por una sola vez, ganar.  Menos plaf plaf del Coyote (Carnivorous Vulgaris) y más mec mec del Correcaminos (Accelerati Incredibilus). Aunque el Correcaminos sea un caradura, al que nada lo sale bien, no es malo. No es como el cursi del puto ratón Jerry al que encima de tocarle las bolas al pobre gato Tom, siempre se sale con la suya. Le odio a muerte. Y es verdad, no he comido en un restaurante bueno desde la boda de mi hermano Agustín. Y me llevo la bollería del día anterior a casa de mi madre los domingos. Y tengo un tatuaje tan descolorido de Piolín en el hombro que parece entre cabreado y muerto. Ya lo sabes todo. Lo siento, Vania —confiesa un derrotado Daniel sin apartar la mirada, al que le han descubierto el farol antes de lo esperado, mientras Vania no puede parar de reír con los símiles de Daniel, golpeándose los muslos enrejados de lujuria. Y follo menos que un perro atado a una higuera.

    Esto último no era verdad, su mujer podía dar buena cuenta de ello, pero eso no tenía por qué saberlo ella.

    —Eres todo un partido, troglodita, pero eres sincero y divertido. Me encanta. Más básico que el mecanismo de una piruleta y más primario que un cavernícola, pero capaz de reconocer sus debilidades. Pensaba que ya no existían. Has dicho dos cosas muy, pero que muy interesantes que me han dejado pensativa y húmeda.  Dime, troglodita… ¿por qué te llaman el rey del churro y hace cuánto que no te comes un Pantera Rosa?



Algunos minutos más tarde

    Vania ha arrojado su empapado y pegajoso tanga contra la botella de vino tinto que tenía previsto descorchar tras cerrar el alquiler del inmueble un día de estos. Éstas se han quedado colgadas del cuello del espumoso tras girar graciosamente dos vueltas enteras y derrotadas parecen una bandera caída de una exitosa subida a una ignota montaña.

    Ahora abierta de piernas con ambos torneados muslos apoyadas sobre los hombros del Triple C (cavernícolus camarerus cachondus) en el amplio sofá, Daniel ha apartado sus gordos labios íntimos y le ha empezado a lamer y morder la excitada, a la par que esquiva, vulva con una dedicación casi religiosa. Su pepitilla está hinchada de excitación mientras su pierna derecha no deja de golpear a un enojado Piolín del que sólo se vislumbra los tres pelos de la calva coronilla. Las manos de su amante, atrapadas en las redes de sus medias blancas, le impiden hacer uso de ellas, y su diabólica lengua es la única herramienta que le queda al pobre camarero a su disposición. Ella encorva su espalda y empuja la cabeza a su volcánico sexo incandescente. Él amaga, queriendo hacer la gracia, con retirar su boca de la boca del volcán.

    —¿Qué te has creído, pedazo de Neandertal? ¡Sigue chupando! —le ordena Vania entre jadeos, cabreada que se la prive de su merecido premio. ¡Me tienes harta, joder!

    Él vuelve a sus obligaciones con la sonrisa oculta en el húmedo coño de la pelirroja. Antes de que el rey del churro se vuelva a hacer el gracioso, Vania se corre en su boca mientras no deja de sujetarle la cabeza.
Sin avisar, por listo, por Neandertal. 

    Daniel se bebe golosamente el líquido lechoso femenino vertido tras el orgasmo de Vania sin rechistar y al terminar por fin libera su enrojecida polla del ajustado vaquero.

    —Ya está bien de chupar, ahora quiero follar, partirte por la mitad —sentencia Daniel, con el churro en la mano, dispuesto a hundirlo en el "chocholate" de Vania mientras la Pantera rosa con las cejas levantadas observa curiosa.

    Ya era hora parece asentir la tranca. Agarra a Vania por las caderas y le mete una estocada que la deja sin habla, con los ojos en blanco y la lengua fuera. Cualquiera que lo hubiese visto habría pensado que la hubiese matado del pollazo. El rey del churro es inflexible y la mete la dura y gorda polla en el excitado y volcánico conejo sin miramientos.

    Una violenta estocada tras otra. Daniel retira su polla para cargar a Vania entre sus musculados brazos dirección al dormitorio principal. La tira encima de la cama sin contemplaciones. Ella queda culo en pompa, piernas juntas, espalda hundida. Su larga cabellera ígnea ha quedado partida cual catarata en dos partes perfectas a cada lado de su exuberante cuerpo. El camarero la magrea las tetas por detrás, y con la palma de la mano empuja su espalda aún más hacia la cama, para ahora con el culo más alzada si cabe, meterle un ataque atómico de polla supersónica destructora de coños. Vania no puede ni articular palabra de reproche al estar su cara hundida en el cojín algodón 100%.

    —Me vas a partir, Daniel —afirma Vania, mientras abre sus labios vaginales algo más para permitir la entrada de más polla. Quiero sentirte hasta los huevos.

    Daniel que tiene un ojo clínico para las necesidades de sus clientes antes de que las formulen, sacude tres bofetadas en el culo de Vania hasta dejárselo al rojo vivo. Las acompaña de agresivas pero pausadas penetraciones. Vania se muerde los labios. El rey del churro con cada estocada saca la enrojecida polla lentamente, disfrutando de cada centímetro del interior de ella, para después cuando solo queda su glande besando su clítoris, meterle otra violenta penetración. La pobre agente inmobiliaria no alquilará el ático hoy, pero se acaba de volver a correr con los 20 cm del churro del camarero. Sus pezones excitados rozan una y otra vez la delicada colcha de seda, poniéndola en primera fila de salida para llegar a Marte sin parada.

    Nuestro Coyote tampoco pueda más, y al sacar al genio de la lámpara maravillosa de Vania, se corre como un toro encima del culo y espalda de Vania al grito de ¡Viva España! Espesos latigazos de caliente semen cubren los carrillos del trasero y la espalda hasta la nuca de la agente. Las gotas resbalan perezosas espalda abajo y ponen perdida la cama de matrimonio. Como Daniel es muy cavernícola, se limpia la polla con el pelo de ella, y una vez aseado le mete un pollazo final para dejar que su tranca se deshinche dentro de ella. Mec Mec. 

Barrio Chamberí, más tarde

    Vania y Daniel, están tumbados agotados y sudorosos en el piso de la cocina. Ella se incorpora buscando las bragas mientras Daniel no pierde la ocasión, para palmearla de nuevo el enrojecido culo y amagar con morderla el trasero.

    —¡Que viva España! —dice mientras expulsa el humo del cigarrillo. Que buena estás, joder, Pumuky. Me tienes seco. Hoy en este piso, hace algunos días de repartidor de pizza. Tengo la tranca al rojo vivo. Solo me falta vendármela.

    —Hablas demasiado amor. ¿Cuándo tienes que volver a la cafetería? Mi tacita de chocolate se he quedado con más ganas de churro —sentencia Vania inclinándose sobre su marido para una sesión adicional. Le pone como una perra en celo hacerlo en el trabajo.

    —¡Ni se te ocurra tocarla! —amenaza Daniel intentando proteger su más preciado amigo del ataque furibundo de la gorgona pelirroja con sus dos manos.

    —Anda, cavernícola, déjame pegarle una rechupadita rápida y luego ya te vas al trabajo en tu maravilloso y lujoso Ford o al aeropuerto —sonríe mientras le muerde el prepucio tras retirar toda la piel de la herramienta de un hábil movimiento de su mano diestra. Lo estás deseando... pues como yo.

    Daniel se echa las manos hacía atrás de la cabeza con un resoplido y deja que Vania, pechos bamboleantes en ciernes con sus sonrosados pezones, le trabaje la polla con sus gruesos labios a conciencia, sabiendo que el cómo buen Neandertal que es, le meterá una buena corrida en la boca. Eso te va a pasar por lista, por Pumuky.

    Los juegos de rol son una constante en su azarosa vida y aunque ya ha entrado en alguna que otra conversación, un posible trio con la mejor amiga de Vania, Claudia o el amigo del alma de Daniel, El Banano, de momento estos encuentros son acicate suficiente para encender su vida sexual. ¿Quién sabe? Tal vez más adelante. No les gusta descartar nada. 

    Y mientras Daniel no dejaba de mirar como los labios de su voluptuosa mujer subían y bajaban lentamente sobre su nervuda polla con la sana intención de descargarla una última vez, Don Fulgencio seguía reinando a oscuras en el retrete de la cafetería "cagándose", y nunca mejor dicho, en el Altísimo.



¡Si te ha gustado la historia de Vania, no te puedes perder su primera colisión sexual bajo el siguiente enlace y no olvides dejarnos tu comentario!

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Banda sonora de Vania - Se alquila ático

Henry Mancini - The Pink Panther theme


The Weeknd - In your eyes



Comentarios

  1. ¡No me esperaba que fuera la misma Vania del relato de "Sin agua caliente"! Luego al reelerlo, ya SÍ me dí cuenta de todos las pistas. Que bueno.. .ahora espero con ansiedad una tercera parte :)

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  2. Lo mejor de todo el ¡¡ viva España!!
    😊Creo que lo escuché en alguna ocasión 😉

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