Arsène Putain y el museo de curiosidades Zaborski (Especial Halloween 2024)
EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS
ARSÈNE PUTAIN Y EL MUSEO DE CURIOSIDADES ZABORSKI
Museo de curiosidades Zaborski.
Víspera de la Noche de Todos los Santos.
—Muchas gracias agentes por venir en mi auxilio tan de improviso y en una noche tan especial— agradece la joven Dorotea Zaborski con un fuerte acento húngaro, invitando al intachable inspector Arsène Putain y a su superiora, la comisaria Babette Fournier a entrar en su mansión de las afueras de París.
La comisaria Babette Fournier, una voluptuosa pelirroja cañón que acaricia los cuarenta años, pero con el chasis más cuidado y pulido que una adolescente merced de las abolladuras de la inexperiencia, responde que «la policía de París se debe a sus ciudadanos, sea la hora y el día que sea».
También es cierto que, la alcaldesa Morizet, no le dejó opción alguna a Fournier de desoír la llamada de socorro de la familia Zaborski. Las generosas donaciones al partido político liderado por Morizet por parte de Dorotea Zaborski no se podían poner en riesgo.
Las exigencias de la alcaldesa eran claras. Que hicieran acto de presencia en el museo ella y su inspector más notorio, el intachable Arsène Putain, con una cuota de éxitos rayando en lo obsceno. Que resolvieran el caso costase lo que costase.
—¿Cuándo se percató de la ausencia del espejo? —interroga Putain tomando la iniciativa de la investigación con la mejor de sus sonrisas sin dejar de hacerle un traje a la joven. Unos pechos redondos aprisionados en un vil escote, unas caderas generosas y un culo gordito pero prieto en forma de corazón invertido. «Seguro que no lleva ni bragas», se convence Putain. Pensamiento del que da fe su díscolo ayudante de la entrepierna.
Sus planes, desde luego, distaban mucho de pasar la noche investigando el robo de un espejo expuesto en el museo. Tenía proyectado ir a visitar a dos azafatas españolas de la puntera aerolínea OpenFly Air que estaban de paso por la Ciudad de Luz. Lucecitas, quizás, no fueran a ver, pero desde luego Arsène tenía toda la intención de fundirles los plomos a las dos. Darle más duro y más de seguido que un robot limpiador averiado a un rodapié. Menos sería una grosería intolerable por su parte, pero la comisaria Fournier también puede ser muy convincente.
—Hace apenas unas horas —continúa Zaborski arrastrando las palabras en el idioma que tanto cuidó Gustave Flaubert—, tuve la corazonada de que el espejo faltaba en mi colección. El espejo sustraído no es uno normal de bolsillo, como tampoco lo es nada en mi célebre museo. Es sumamente especial, capaz de predecir el futuro.
—¿Y no le predijo el espejo que lo iban a robar? —pregunta sarcásticamente nuestro intachable inspector.
—¡No sea insolente inspector Putain! El espejo es caprichoso y no revela su verdad a los ojos de cualquier zoquete. Su robo es una pérdida invalorable. Encuéntrenlo y les prometo que haré realidad cualquiera de sus deseos más salvajes.
—Entiendo que podemos descartar que lo haya robado un visitante, puesto que su museo lleva cerrado desde principios de semana. ¿Sospecha de alguna persona? ¿Seguridad? ¿Personal de limpieza? ¿Tiene enemigos? —continúa Fournier viendo la aparentemente nula sintonía entre Putain y la joven Zaborski.
—¿Y quién no los tiene? Seguro que usted tiene a decenas de mujeres engolosinadas y después despechadas por su particular modo de llevar las investigaciones, ¿no es cierto inspector? —responde altiva Zaborski jugueteando con las monedas del pañuelo de su cabeza sin dejar de mirar a Putain, aunque la pregunta viniese por parte de Fournier.
—Alguna menos —responde Putain esgrimiendo una sonrisa cómplice—. Mi fama me precede, pero mi única amante es París. Y le aseguro que es muy exigente— continúa tocándose disimuladamente el paquete.
—Me imagino. Les ruego me acompañen al piso superior de la mansión. Les mostraré dónde tuvo lugar el robo.
La mansión museo Zaborski es un fascinante edificio de piedra blanca de tres plantas embutido en un aura de misterio. Su fachada está adornada con decoraciones de madera talladas, cuenta la misteriosa historia de la familia Zaborski. Las ventanas, tan grandes como sucias, vidrieras de colores apagados, transforman la poca luz que se filtra por ellas en un cálido, brillante e hipnótico juego de colores.
Se accede a la planta superior por una gran escalera de madera pulida. Las oscuras paredes de la mansión, débilmente iluminadas por lámparas de gas, susurran al paso de los agentes de la ley. En cambio, el amplio museo, repleto de estanterías, cuadros y bien iluminado, parece querer llevar la contraria al aspecto desolador de la planta baja.
Putain, sorprendido por no encontrar por ninguna parte un tablón con los precios para disfrutar del museo, pregunta a la zíngara el importe regular que habría que abonar en la entrada. La joven le responde con un ominoso: «Cada visitante paga el precio de forma individual. Algunas veces es muy poco y otras veces más de lo que el visitante se puede permitir».
Poco después, Dorotea Zaborski les indica que preparará algo de té con no sé qué mierdas y que no tuvieran reparos en investigar lo que estimasen, pero que se abstuvieran de tocar nada sin su permiso. Antes de que el velo de las cortinas de coloridas bolas tape la masiva puerta de la sala museo tras Zaborski, Putain ya se la ha cepillado dos veces.
«Ese culo tiene dos buenas vueltas en la noria de Monsieur Putain, le magnanime», piensa nuestro adalid de la justicia que no solo es un agente excepcional e intachable, sino que, además le iba a quitar el mal humor y la cara de acelga a la zíngara al estilo Putain en un santiamén o pollamén.
Y desde luego, el exagerado contoneo de las caderas de la gitana es pura provocación. Él sabe de eso, y mucho. Su mal disimulado cabreo hacia su persona es todo postureo. Oculta deseos ocultos y Arsène se imagina muy bien por dónde van los pollazos. Su nardo aprueba esa innegociable certeza endureciéndose al instante y amagando asaltar la Bastilla a toque de corneta desde su prieto pantalón.
Babette Fournier empieza a hacer fotos de la escena del crimen con el móvil y a tomar notas en su cuaderno, sacando la punta de la lengua, con cada registro.
—Desde luego, este museo es extraordinario —susurra, extasiada con la multitud de fruslerías expuestas, todas cubiertas de fino polvo. Se calla que tanto objeto misterioso la está poniendo cachonda. Desde luego el éxito del museo debe ser limitado.
Clic. Foto al mapa de un lugar que no existe en la Tierra. Clic. La ropa de encaje con la que encontraron muerta a Marilyn Monroe. Clic. Una moneda antigua que siempre cae de canto. Clic. Una límpida llave que no abre ninguna puerta conocida.
Entretanto Arsène, hombre de olfato animal agudizado, se fía a su instinto. Pronto saltarán todas las alarmas y sabrá exactamente dónde buscar y las preguntas que debe hacer para solventar el caso. Tiempo al tiempo. Curioso, observa a su derecha la momia de un hombre con la mandíbula desencajada vestido con un elegante traje tweed de tres piezas. Se trataba de un hombre con estilo, desde luego.
Una maravillada Babette no deja de hacer fotos. Ensimismada, al echarse unos pasos hacia atrás, se golpea el culamen con el duro canto de un estantería baja (o eso cree ella). Se aparta displicente y sigue haciendo fotos. Clic. Libro que cambia su contenido cada vez que se abre. Clic. El último cigarrillo de James Dean. Clic. Un reloj de arena que corre hacia atrás.
Nuevamente al dar un paso al lado, colisiona con algo duro.
—Je serai maladroit! ¡Con todo lo grande que es la sala, y no hago más que tropezarme con mesas, sillas y estanterías! —refunfuña airada Babette— ¿Dónde estás Arsène? ¡Queda mucho por hacer!
La sorpresa es mayúscula cuando la comisaria al girarse se da de bruces con el bravo inspector y descubre aterrada, o quizás no tanto, que no se estaba golpeando con el mobiliario sino con el pollón del inspector. Del susto se le cae el móvil, la lupa grandota que llevaba y la libreta color amarillo canario.
—Pero ¿cómo es posible que la tengas otra vez tiesa? —replica Babette que no sale de su asombro al levantar la vista y palpar (es una profesional y debe asegurar su presunción) el colosal miembro del inspector por debajo del pantalón —¡Si ya te la chupé y te corriste como un león antes de entrar en la mansión! ¡Qué va a pensar Madame Zaborski! ¡No podemos dar esta imagen, joder! ¡Qué vergüenza, coño!
—Oye guapa, me sacas de mi casa en mitad de la noche, sin respetar mis horas de comida...
—¡Son las ocho de la tarde! —corrige ofendida la comisaria que, a pesar de su "indignación", no ha dejado de manosear el rabo de Arsène—. Anda trae para acá ese rabo tieso antes de vuelva Zaborski con el té. Siempre me toca arreglar tus desaguisados—, zanja el asunto la pelirroja comisaria sin dejar de mirar la puerta y empujando a Putain contra una estantería a rebosar de adornos esotéricos polvorientos.
Sin más dilación, Babette le baja la cremallera y empieza a dar buena cuenta de los inflamados 28 centímetros del inspector. Para acelerar la eyaculación y finiquitar el asunto pendiente a la mayor presteza, Fournier masajea con una mano y con dureza intermitente los testículos de Arsène. Con la otra mano, valiéndose de su pulgar, recorre el perlado glande una y otra vez. «¿Por qué hace aquí tanto calor? El cuadro al óleo del gato vestido de caballero británico no me estará mirando ¿verdad?»
—Descarga en la palma de mi mano —demanda Fournier ya más centrada, dándole alegría y buen ritmo a la zambomba de Arsène—. Ya sé que prefieres otra vez correrte en mi boca y cara, pero tienes más peligro que un barbero con hipo. Te conozco de sobra, con la tontería me vuelves a pintar la cara a pistola y a ver cómo se lo explicamos a Madame Zaborski, que el señorito tenía que descargar en su museo y yo pintada de geisha.
Cruje el entablado de madera con el paso decidido de Zaborski subiendo las escaleras. Pronto llegará a la sala. El miedo a ser descubierta asusta a la comisaria de tal modo que termina pegándole un violento estirón al pollón del inspector como si abriese un paraguas encasquillado. Golpea el glande de Putain, más veces seguidas que la víctima al botón de un ascensor en una película de miedo. Al final, todo ello junto, es mano de santo o mejor dicho de santa.
A duras penas, Babette puede retener la colosal y cálida lechada del intachable parisino, formando una improvisada caja con ambas manos. La diestra atrapa el bálano de Putain y a la siniestra condena la única vía de escape de la eyaculación a modo de tapa. Pareciese que Fournier hubiese atrapado un saltamontes de las ostentosas sacudidas dentro de sus manos.
Un loro tuerto disecado encarcelado en una caja de cristal, medio pelón, de rostro agrio, empieza a vociferar con voz grabada metálica "¡Guarra! ¡Insolente! ¡Puta! ¡Estrecha!". Pareciese que solo la hubiese tomado con Babette, dejando al margen a Arsène. La cuenca del ojo restante de Ricardo, el loro parlanchín, es apenas una fina rendija dentada torpemente zurcida.
Zaborski debe estar a escasos metros de la puerta y la comisaria con las manos desbordadas con la mascletá del agente y a falta de opciones (su faldita púrpura anillada será todo lo mona que quieras, pero adolece de bolsillos) toma la única salida posible.
Valora que el bravo agente se corra en unas cortinas espantosas, pero lo descarta, se aparta un poco el vestido, retira algo sus minúsculas humedecidas bragas y desliza el contenido de la grumosa lechada sobre la oquedad que le brinda la prenda íntima y su cuerpo. Al menos, hasta que pueda cambiarse de ropa interior, la simiente de su compañero de correrías (y nunca mejor dicho) quedará a buen resguardo.
Putain, entretanto ajeno a los graves problemas de su superiora, ha mandado al serpentario a su valerosa anaconda y mete las manos en los bolsillos (él si tiene) de su pantalón para despistar.
A mayor sorpresa de Putain y Fournier, Zaborski no tiene intención alguna de entregarle su té y en cambio, condena la única puerta de la sala-museo con llave.
—Madeimoselle Fournier, Monsieur Putain, tienen hasta el amanecer para descubrir el paradero del espejo perdido —les susurra la pitonisa, zíngara, tahúr o lo que sea tras la puerta habiendo ya perdido el fuerte acento húngaro que la caracterizaba—. Los animo a esforzarse antes de que los primeros rayos del sol iluminen mi humilde morada. Si tuvieran la desgracia y la torpeza de seguir en ella, sus almas quedarían atrapadas para siempre y formarían parte de mi colección permanente, al igual que la polvorienta momia a su derecha. Un amante excepcional con una polla indómita que se pasó de frenada. ¡Me dejó el conejo como la boca de Gustavo, el teleñeco*! ¡Nadie le hace un roto a Zaborski!
—¿Ha dicho como la boca de un teleñeco? —balbucea atónita Babette fantaseando con un rabo capaz de tal prodigio—. ¿Cómo dices que se llamaba? ¿Tiene algún pariente en Francia?
—¡¿Eso que importara ahora, pedazo zorra?!— replica Zaborski o el loro disecado, no pueden estar seguros de nada ya—. Os deseo la mayor de las suertes. Os hará falta. Y dejaros de estupendas ideas como llamar con el móvil pidiendo ayuda. No hay cobertura en todo el museo ni en el terreno adyacente. Ahora vuestro destino depende exclusivamente de vuestro ingenio y perspicacia.
Madame Zaborski da por finalizado su discurso con una sonora carcajada que encuentra eco en otra de Ricardo y se retira.
—¡Esta gilipollas no me va a dar la noche! ¡Aún no sabe con quién se la está jugando! —se revuelve Babette —Arsène ¿Tienes un mechero?
—No fumo y, por favor Babette, dime que no ibas a ir armada con el mechero cerca de cada estantería en busca de una salida secreta en forma de corriente de aire que moviese la llama, ¿verdad?
—¡Claro que no, polla de asno! —miente Babette viéndose descubierta—. Era... era para encenderme un cigarrillo para calmarme, pero me acabo de dar cuenta de que no llevo tabaco.
A la número uno de su promoción, Babette Margaux Fournier, no le cuadra nada. No solo no tiene ni idea cómo salir de ésta, sino que además el puto loro no deja de carcajearse y llamarla "meretriz". Ella que iba vestida tan mona, a lo Daphne Blake de la serie de Scooby Doo, con su ajustado vestido púrpura y su pañuelo verde. Y si no tuviera ya bastante, encima con una pastosa corrida de medio litro de semen de su compañero entre las piernas. Qué desastre.
—¡Puta! —sigue pregonando el loro con su chirriante voz enlatada—. Os va a costar un ojo de la cara salir de aquí. ¡Putaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!¡Aaaaaaa!¡Aaaaa! —replica el loro en bucle pareciendo que se hubiera atascado con una canción de Chimo Bayo.
Entretanto, Putain que no ha perdido el tiempo en banales reflexiones, intuye la forma de salir del museo. Raudo se dirige a unos de los objetos del museo, en concreto a la impoluta llave expuesta que no abre puerta alguna conocida.
Demasiado extraño que fuera el único objeto que no estuviese cubierto, el manto de la indiferencia polvorienta del museo y prueba más que suficiente de un uso reciente.
«Ahora sólo queda averiguar dónde encajar la llave para salir de la sala», piensa Putain lanzando la llave repetidas veces al aire para volver a atraparla cada vez con mano firme.
Pocos segundos después, Putain sonríe ante lo obvio. Se dirige a Ricardo y sin aviso previo, le introduce el objeto metálico en la cuenca vacía y gira la llave. El pobre loro tuerto solo atina a gritar que tiene derechos y que están abusando de su persona. Arsène no le da ninguna importancia a que el pájaro pareciese tener más vida de la que se le suponía.
Acto seguido, diferentes trampillas se abren a lo largo del piso con un rugido. Brummm. Una engulle a una despistada Babette levantándole la falda por encima de las caderas y marcando de paso su regordetes labios íntimos y otra diferente al inspector que no ha dejado de atenazar a Ricardo del gaznate. Putain ya se esperaba una salida de estas características.
La experiencia es un grado y si ésta viene acompañada de un pollón como el suyo, vale el doble.
*Muppets en el resto del mundo a excepción de España. A la rana Gustavo se le conoce en Latinoamérica como René y en el resto del mundo como Kermit.
Sin temor alguno de que la trampilla esconda una trampa mortal, Arsène cae tres metros por una empinada trampilla que le lleva a toda velocidad a las entrañas de la mansión Zaborski. Menos de un minuto después, aterriza en una estrecha y tenebrosa sala alargada, de fría piedra cubierta de moho, con la elegancia de un hombre preparado para todas las eventualidades. De Babette no hay ni rastro.
El pobre Ricardo yace desmenuzado a sus pies, con el pico arrugado hecho un amasijo de madera, chapa y con su único ojo colgando de un muelle a la virulé. Putain no pierde ni un minuto en cuestionarse cómo podía un autómata ser tan interactivo. Extraño, pero ¿no lo es acaso todo en este jodido museo?
Sea lo que sea, nuestro indómito inspector decide avanzar por el pasillo que se abre al final de la sala. Un camino de losas irregulares, la mayoría de ellas rotas, que crujen a cada paso bajo sus pies. El silencio reinante solo es sesgado por el goteo lejano de agua y el chisporroteo de las llamas de las pocas antorchas que iluminan el pasadizo proyectando alargadas y tétricas sombras.
A lo largo del pasillo, una docena de puertas negras de madera podrida y mohosa, con cerraduras vencidas invitan al inspector a visitarlas.
Tras echar un rápido vistazo a ellas y cerciorarse de que se trata de calabozos, Putain decide apresurar el paso. Su destino no puede ser otro que la sala iluminada al final del pasillo, donde reconoce desde la lejanía el inconfundible lamento apagado de Babette.
Arsène conoce muy bien el sonido de cuando Babette tiene algo metido en la boca que le impida hablar. No es ninguna sorpresa verla al entrar en la sala con la boca amordazada y atada con gruesas cuerdas de tobillos, piernas y brazos de una silla. Le baja con delicadeza la mordaza.
—¡Gracias a Dios que me has encontrado Arsène! No recuerdo la última vez que estuve tan indefensa, atada vilmente y vendada de ojos.
—Fue hace cuatro días en mi apartamento de Moûtiers, a la falda de los Alpes —corrige Arsène mientras intenta desatar a su jefa y amante ocasional.
—¡No tan deprisa! —grita la voz de Zaborski que vuelve a hablar con muchísimo acento húngaro saliendo como una aparición fantasmal de entre las sombras y le sube con violencia la mordaza nuevamente a Babette—. Habréis dado con la salida secreta del museo, pero seguís atrapados en los terrenos de mi mansión y tampoco habéis averiguado el ladrón del espejo.
—¿Te refieres a este? ¿Lady Jarana? —contesta Putain levantando un pequeño espejo sujeto por una cadenita dorada y dándola un irónico nuevo mote—. ¿El que se encontraba metido en el bolsillo interior de la momia del museo?
Zaborski hace ademán de atraparlo, pero el inspector, más ágil que la cintura de un buen torero, aparta el espejo antes de que Dorotea pueda hacerse con él.
—En primer lugar, el robo fue desde el primer momento una excusa para hacernos venir esta noche a Fournier y a mí a tu mansión. Aún no sé la razón, pero lo averiguaré.
—¡Dámelo! Os juro que os dejaré marchar si me lo entregáis. El espejo de Grimhilde, la reina negra no debería estar en las impías manos de un energúmeno como tú.
Entretanto, Babette, desesperada se revuelve en sus ataduras viendo que ni puede meter baza ni puede liberarse de sus ataduras.
—¿Meff fai a folfar fe ufa pufa fes? ¿Of fe foi a fafar fa foffe afata fa fofidaa fiffa? * —interrumpe Babette dando saltos en la silla.
No hay un Dios que la entienda.
*Me vais a soltar de una puta vez? ¿O me voy a pasar la noche atada a la jodida silla? (Nota de servidor@. De nada)
—¿Por qué nos has hecho venir? Desembucha, zíngara de los cojones o te juro que estrello el espejo contra la pared— amenaza Putain que no puede evitar que se le ponga la polla como el tubo de escape de un camión viendo tan apurada a Zaborski.
—El espejo solo muestra el futuro a una persona un número limitado de veces, después pierde su capacidad de clarividencia. Pero si el espejo es recuperado por un ser puro, libre de maldad o, en su defecto, con una tranca digna de Hércules, se "resetea" y el propietario puede volver a disfrutar de su mágico don. Eso sí, estará obligada a cumplir sin remilgos con la primera visión del espejo que hubiese visto el descubridor como recompensa.
—Ahí es donde quería llegar yo —sonríe Putain abriendo la tapa metálica del objeto y viendo detenidamente lo que le depara el futuro—. Justo lo que me imaginaba, responde y empieza a bajarse la cremallera para dar inicio al alzamiento de su nervuda y pétrea cachiporra con más energía y determinación que los cien mil hijos de San Luis que en el año de 1823 fueron a liberar al rey Fernando VII de los liberales españoles.
—¿Qué te propones? ¿No irás a meterme esa monstruosidad? —brama indignada la zíngara subiéndose la falda y quitándose las botas de cuero de tritón a toda prisa. Poco después lanza las bragas a una esquina revelando un sexo ensortijado adornado con bolitas de colores—. ¡Yo soy de cuna alta, una descendiente directa del noble linaje de la familia húngara Zaborski! Nuestros antepasados han derrocado imperios, han asesinado príncipes regentes, han ordenado a nuestro capricho cardenales y pontífices. Estamos emparentados con Vlad Tepes, el empalador de Valaquia ¡El mismísimo conde Drácula!
—Calla joder, te debes a tus cacharritos y el espejo lo dice muy clarito que te voy a dar más duro que a un cajón que no cierra, más fuerte que Hacienda a un autónomo. ¡Te voy a enseñar como empala -y sin tanta gaita familiar- un Putain! Esta noche te va a llevar un regalo bien preciado para tu colección. ¡Tanto huevo Fabergé perdido cuando está claro que de lo que adolece tu museo es de unos buenos huevos Putainé!
Tras clavarle de una estocada su erecto y grueso pollón al completo hasta los huevos (y no precisamente los de Fabergé) y zarandearla cual saco lleno de patatas, Zaborski se entrega entre jadeos complacientes al inspector. La verdad es que Dorotea ha sido siempre muy mala actriz y muy amiga del postureo.
Al final, tanto viaje haciendo uso de multitud de portales interdimensionales por infinidad de universos paralelos para hacerse con los objetos más extraordinarios para su museo, la lleva una y otra vez a la misma conclusión... Nadie folla como un Putain.
Es completamente indiferente en qué tiempo o realidad esté recolectando objetos para su museo; siempre termina topándose con un Putain.
Nada importa el oficio que desempeñara en otras realidades Putain; sastre, guardés de cementerio, boticario, pastor o conserje; el final siempre es el mismo. Follada en cada plano como a una perra de baja cuna por mucho que se pudiera hacer la estrecha. Putain siempre se sale con la suya o, mejor dicho, mete la suya.
Y, si no que se lo digan a la momia disecada del Putain del diferente plano existencial expuesto en su museo. Un miura descomunal como el que ahora disfruta entre las piernas. No la dejó embarazada de milagro y solo porque negoció, le disuadió con el chiquito en el último momento. Si no ¿de qué?
Respecto al Putain de esta realidad, decide hacerse la tonta y no confesar que el espejo es en realidad una baratija, una engañifa comprada en un mercadillo de Toledo hace algunos meses y que sabe de sobra que el agente no ha visto una mierda pinchada en un palo en el espejito. Algunas veces hay que ayudar a los Putain a cumplir con sus obligaciones adquiridas históricamente, aunque las desconozcan.
Sabe a ciencia cierta que a un Putain sólo se le saca todo el potencial cuando cree estar al mando. ¡Qué manera de dar pollazos! Mientras le siga metiendo esas furiosas e inmisericordes estocadas, desplazadores de placas tectónicas continentales, a ella le vale, y si encima la puta pelirroja de Fournier (la tiene mucha manía y no sabe por qué, son cosas de mujeres) no le queda otra que mirar, pues mejor. Y lo de mirar estar por ver aún al haber aterrizado sus bragas encima de la testa de la contrariada comisaría.
Una vez que ella haya orgasmado trece veces, porque tienen que ser justo ese número (aunque Dorotea a veces se despiste y sea alguno más), invocará un hechizo que les hará olvidar tanto a Fournier como a su adorado Putain todos los acontecimientos acaecidos esta noche. Se despertarán cada uno en su casa sin recordar nada. Aquí paz y después gloria.
Ventajas que tiene una noble de tan alta cuna como la suya este día tan especial de Todos los Santos, se relame Zaborski clavando con fiereza sus largas uñas en el granítico culo del adalid de la justicia. Qué gusto, ¡joder!
FIN.
Todos los derechos reservados
¡La banda sonora!
L'Orchestra Cinématique - Hungarian Dance No.5 (Epic Trailer Version)
L'Orchestra Cinématique - Ave Maria (Epic Trailer Version)
Jeje, muy bueno. Buen relato, deseando leer más.
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