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Arsène Putain y las fotos comprometedoras (Una aventura de múltiples opciones)

 EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS



Arsène Putain y las fotos comprometedoras.
Una aventura dónde asumes el papel de Putain.

Comisaría de París.
Despacho de la comisaria Babette Fournier.

La imponente comisaria Babette Fournier está que se sube por las paredes. Enfadada con nada menos que contigo, el intachable inspector Arsène Putain, con la mejor cuota de éxito de toda París y ocasional amante de la comisaria.

—¡Gilipollas! Te lo dije hace tiempo y ni me has hecho ni caso. ¡La alcaldesa Morizet nos tiene entre ojo y ojo! Le he podido cerrar esa maldita boca de putita francesa aburguesada con una cuota de éxito intachable del departamento, pero ahora, ni así— se lleva los dedos al entrecejo y suspira pesadamente.

De pie con gesto sereno se te está poniendo durísima que tu jefa esté hecha una fiera. Siempre te ha puesto la autoridad. Fue una de las razones de que te hicieras inspector. No puedes dejar de mirarle los prietos muslos. La falda oscura que lleva Babette es más un cinturón ancho que una falda. Una mezcla explosiva si además lo acompañas de una blusa de seda color perla a punto de desparramar su amplio pecho. Para ser algo bajita, tiene Fournier buenas tetas.

Diseminadas encima de la mesa del despacho de Fournier, más de cincuenta instantáneas de un colosal pollón erecto. No puedes evitar sonreír. Reconoces de inmediato tu hermoso nardo, insultando con su tamaño toda ley que tuviese que ver algo con la gravedad.

No estás lo que tienes que estar. Con ingentes esfuerzos apenas consigues pausar tu incipiente erección al descruzar Fournier las piernas delante de ti, una y otra vez. Lleva tu jefa unas bragas azules divinas. Sus labios gordos íntimos del tamaño de medio melocotón son los que te gusta hundir a base de buenos pollazos.

—Estando tan cerca las elecciones municipales, la alcaldesa no quiere ni una depravación más en su ciudad, y me ha pedido... no, me ha ordenado que ponga a mi mejor hombre en ello ¡Estamos jodidos, Arsène! ¡Te tengo que poner al frente del caso sabiendo que el que calza tan bien, eres tú mismo!

» Y para empeorarlo aún más, en un alarde de transparencia de la alcaldía, la periodista Agnes Lafayette del diario "Le critique français" te acompañará en tus pesquisas. Me han prometido que no se inmiscuirá en tu investigación, que será muy discreta y que sólo tomará notas para un extenso artículo una vez detengamos al malhechor. Esto es un desastre. Quiero soluciones, Arsène y un plan de contención para mañana.

Asientes y al querer recoger las fotos de la mesa, Fournier te para en seco, golpeando tu mano con el puño.

—Te eso nada, monada. Estas son mías. Yo las guardaré para que no se pierdan. Me tienes muy harta, Arsène, tú y tu maldito pollón —grita Babette para bajar la voz avergonzada por su tono nada comedido—. ¡Cierra la puerta joder, que nos van a oír!

» ¡Acércate! ¡Y bájate de una puta vez la cremallera y déjame ver ese troncho criminal!

  • Te bajas la cremallera como un niño obediente y sacas la nudosa polla con una mano. Está más dura que una patada de allanamiento y más tiesa que un saco de leña. (1)
  • Sonríes y sin mediar palabra alguna, te das la media vuelta, dejando a tu jefa con las ganas y la boca abierta. ¡Eres un profesional! (2)

Babette se abre de piernas y empieza a mordisquearse los labios.

—Así es imposible —susurra Babette deslizando su mano entre sus muslos—. No me extraña que te la inmortalices cada cinco minutos con el móvil. Menéatela delante mía, Arsène. ¡Y ni se te ocurra correrte! ¡Joder, cada vez la tienes más grande y esos huevos están a punto de estallar! ¿Hace cuánto que no te corres, puto cerdo?

La mientes y respondes que desde ayer. En realidad, antes de entrar a trabajar esta mañana, has hecho una parada en el "Café Stop & Go" de tu amiga africana Ayana Deschamps para echarla un polvo. Mientras ella atendía la ventanilla del Drive y tú se la estabas metiendo por detrás.  La ostentosa corrida, que le metiste sobre los morenos cachetes del culo como si estuvieras haciendo fuego entre dos rocas, casi la vuelve blanca. La última salva se la reservaste para la tez, corrida que de paso jodió el micrófono del headset. Se tuvo que dejar de prestar el servicio de ventanilla durante horas. El encargado no se podía explicar la avería. Ayana juraba y perjuraba que sólo se le había vertido por descuido un café con algo leche. Escondido tras unas sacas de café, te hubiese encantado complementar tal aseveración con "bastante leche", pero te callaste. Bastante tenía ya la muchacha con haberse podido limpiar la "mascletá" de la cara y del culo con unos albaranes antes de que llegase el encargado.

Aceleras la masturbación delante de tu jefa, que con una mano se desbrocha la blusa y con la otra se acaricia la pepitilla. Tiene los ojos en blanco y no para de repetir una y otra vez que eres un cerdo, y un payaso, y un guarro, y un mal inspector. Amplios chorretones de corrida femenina bajan por sus muslos. Por la amplitud del charco a sus pies, parece que tu jefa hubiese roto aguas.

Por tu parte, estás deseando correrte sobe sus blanquecinas tetas de exageradas aureolas sonrosadas. Te acercas algo más con andares de pingüino. Restriegas tu explosivo glande ancho como champiñón tipo portobello sobre sus pezones. El calor que transmite Babette debe rondar los mil grados centígrados. Te vas a abrasar la polla. Menos mal que tienes crema solar a punto de soltar.

Vuelves a dar varios brochazos con tu pincel sobre sus pitones. Una corriente eléctrica recorre tu cuerpo. Se inicia en tus piernas para después incidir dolorosamente en tus testículos, y terminar en la punta de tu nardo. Incapaz de resistir más, eyaculas, sobre el pecoso pecho expuesto entre la blusa entreabierta de la comisaria Fournier, como un Titán.

Tras descargarte, Babette te pregunta que qué cojones haces todavía ahí y que vayas a investigar que para eso te pagan. Tu jefa abre el cajón de su escritorio en busca de unos pañuelos húmedos para asearse, cuando llaman a la puerta del despacho. Toc toc.

Te subes la cremallera y abres la puerta. Es la alcaldesa Morizet. La saludas y la dejas pasar al despacho. Sabías que había sobrepasado los cuarenta, pero desconocías que tuviese tal buen "meneo". A pesar de ocultar su perfumado cabello olor a membrillo bajo un moderno hiyab típico de los que profesan el islam, su encantadora mirada no está exenta de peligro. Es una mujer que no se anda por las ramas.

No puedes reprimir una sonrisa imaginándote las explicaciones de Fournier a la alcaldesa porqué está colorada como un ladrillo y despeinada como si hubiese venido a trabajar en moto. Sin mencionar la corrida entre las tetas que seguro sólo se habrá podido tapar a duras penas con un expediente a mano. Las tetas pringadas de tu masculinidad deben ser un espectáculo grandioso. El olor a semen debe poner en alerta a Morizet, aunque es muy cierto que la fragancia del esperma de Putain es muy tenue, tirando al olor de una piña madura. (2)


Al cabo de 25 minutos, llegas a tu apartamiento. Tienes qué pensar en un plan de acción. Nunca has sido de colgarle el muerto a nadie, pero está claro que debes darle alguna vía de salida a la comisaria y calmar los ánimos de la alcaldesa.
  • Llamas a Michelle Dupont, siempre tiene buenas ideas y además hace tiempo que no os llamáis. (3)
  • Recoges tu bolsa de deporte y sales dirección al gimnasio de tu amigo René "el tuercas". Soltando un poco de adrenalina, seguro que llegas a alguna idea. (4)

No lo coge y salta el buzón de voz. Su pizpireta voz te confirma melosa que llamará después... si quiere. Recoges tu bolsa de deporte y sales dirección al gimnasio de tu amigo René "el tuercas". Soltando un poco de adrenalina, seguro que llegas a alguna idea. (4)


Estás a punto de salir de tu apartamento cuando suena el móvil. ¿Será tu excompañera Michelle? No. Es una muy alterada Babette Fournier.

—¡Arsène! Tenemos problemas. Han aparecido centenares de fotos de tu polla en el Parque de atracciones de Dalt Wisney. No eres tan estúpido para haberlas repartido a tus amiguitas ahí. Podrás tener un pollón de caballo, pero no eres estúpido. Agnes Lafayette y yo, te esperamos en una hora en Wisneylandia. ¡Nos enfrentamos a algo más serio que una fan tuya o novia despechada!


Una hora más tarde.

—El gerente del parque está muy preocupado por la proliferación de fotos-polla por el parque. Wisneylandia se ha caracterizado siempre por su carácter familiar, para todos los públicos. Y ahora que se haya convertido en un lupanar de perversión dónde las familias deban tener especial atención en no encontrarse fotos de un rabo tieso es altamente preocupante. Es intolerable— expone Babette Fournier tanto a Agnes Lafayette como a Arsène Putain, cigarrillo en mano —. Os infiltraréis en el parque disfrazados de figuras temáticas para evitar ser reconocidos y recabar qué perversa alma pueda estar tras estos atentados contra la inocencia. El personal del parque es muy reservado, no sueltan prenda y no tenemos otra opción para pasar desapercibidos.

» Tú, Arsène, te disfrazarás de Perrufi. El querido perro humanoide del ridículo chaleco amarillo, amigo de Ratoniki que anda a dos patas y tú, Agnes, lo harás de la ratona Mika. Nadie sabrá de vuestra identidad a excepción del gerente, Monsieur Garrido y yo misma.

Aunque la idea de disfrazarte no te apasiona y pasar más calor dentro del traje que un camello con fiebre, reconoces que es un buen plan. En cambio, a Agnes no le hace todo esto ni puta gracia. Dice que nunca había estado antes en Wisneylandia y que tampoco le gustan demasiado sus personajes. Una mujer joven, guapa, moderna, de pelo largo a dos colores, de éxito apabullante, oculta debajo de un traje de ratona. Un insulto a sus años de carrera. Pero es lo que hay. Entre bufidos, acepta el trabajo de incógnito.

Mientras el gerente va en busca de los trajes, Agnes aprovecha para hablar contigo a solas.

—¿Sr. Inspector Putain? —susurra Lafayette, mordiéndose seductoramente el lacar del dedo índice tras cerciorarse que el gerente no os oye—. Es cierto que la ciudad de París le debe mucho, pero yo le tengo "calado". Conozco sus secretitos.
  • Te haces el tonto, diciendo que no sabes de lo que habla. Que eres un ejemplo de rectitud, un agente de la ley intachable y que no tienes secreto alguno más que el número PIN de tu tarjeta de crédito. Te callas lo de las foto-polla. (5)
  • Admites que eres un hombre de profundas pasiones y que no es ningún delito coleccionar ropa íntima de mujer y que tus fotos son de ámbito privado. (6)

—¿Me toma por un niñata estúpida? ¿Cómo se atreve? ¡Orangután! Sé lo de su colección de ropa interior femenina y lo de su polla descomunal. ¿Se piensa que sacando la polla todo está arreglado? ¡Cavernícola! Pues claro que tiene un interés especial en atrapar al malhechor que tan vilmente reparte foto-pollas por ahí. ¡He estudiado la polla de las fotos durante horas!

» Pero eso no su obsesión, lo que realmente le repatea, lo que le jode es que alguien se atreva a tener más polla que usted. ¡Admítalo! Se cree el rey de Francia. ¿Pues sabe algo? Desde siempre nos ha gustado cortar las cabezas en Francia, las con pelo o sin él. ¡Cerdo!

—Señorita Lafayette, le ruego que se dedique a investigar cosas serias en lugar de lanzar hipótesis inverosímiles sobre mi persona junto a sus amigas del Bar del muelle "Mete-Saca". Tenemos trabajo por delante —sentencias, sumamente agradecido de no haber caído en la provocación de Lafayette. Sabe mucho menos de lo que le gustaría admitir. Anda si supiera que la polla que buscan es la tuya. En fin.

El gerente se acerca resoplando cargado con los trajes de Perrufi y la ratona Mika. Os invita a cambiaros en una sala anexa. Hace un calor infernal. (7)


—Señorita Lafayette, que yo sepa no es delito coleccionar bragas ni tangas en este país. Es cierto que tengo muchísimas y adivine qué: "Me he follado a todas sus dueñas" ¿Quizá su problema sea que le gustaría que las suyas formen parte de mi colección? Y pertinente a las fotos...

—Qué me gustaría, ¿qué? —responde Lafayette indignada —¿Qué fotos?

—Las fotos que está repartiendo del malhechor —corriges rápido como el rayo—. Daremos con el criminal. Estoy seguro de ello.

Casi hubieses metido la pata y hubieses admitido que las fotos eran tuyas. Te has librado por los pelos. No los tuyos, puesto que estás más calvo que una bola de billar. La periodista sabe mucho menos de lo que le gustaría admitir. Anda si supiera que la polla que buscan es la tuya. En fin.

El gerente se acerca resoplando cargado con los trajes de Perrufi y la ratona Mika. Os invita a cambiaros en una sala anexa. Hace un calor infernal. (7)




El primer día en el parque pasa sin pena ni gloria. Y tras la jornada, Agnes con la cabeza de la ratona Mika debajo del brazo como el casco de un astronauta, admite que no ha averiguado nada. Tampoco es que la hayas visto preguntando mucho. Ha ido de divina. A verlas venir.

El segundo día más de lo mismo. Babette Fournier te ha acribillado a mensajes en busca de respuestas. Tu instinto te dice que el que se disfraza de Ratoniki no es trigo limpio. Nunca te ha caído bien el roedor con esos pantalones bombachos y dándoselas de intelectual. Pero tras observarle detenidamente, te percatas que sólo es un pobre diablo con menos luces que el coche de los Picapiedra.

En un descanso en la cafetería de empleados, le tiras los tejos a Cenicienta que ahora es mulata con el tema ese de la inclusión. Dice que no recuerda haber visto ninguna foto-polla por el parque hace días. Tampoco la locuaz Blancanieves -el personal la llama en secreto Putanieves- ha visto nada. Empiezas a sospechar que no darás con el criminal tan fácilmente. Al poco entra Agnes con la cabeza de Mika bajo el brazo y una flor de plástico horrorosa en la otra. Se deja caer en el banco. Estáis solos. No ha averiguado nada.

—¿Y usted? ¿Ha tenido algo más suerte? —pregunta la joven sorbiendo desapasionada un slushie verde hasta los topes de hielo para mejorar las ganancias de Wisneylandia. Apenas le he visto por el parque.

—Nada especial —mientes, omitiendo la parte dónde un grupo de japonesas cachondas de despedida de soltera te chuparon una tras otra la polla tras la casa de Putanieves, perdón Blancanieves. Les hacía mucha gracia que le estuvieran chupando el rabo al bueno de Perrufi.

Una, la que se iba a casar, dijo que era el sueño de su vida. Que las fantasías hay que cumplirlas cómo decía su amiga Marina de España. Tú no tienes ni idea de quién es Marina, pero sí sabes que la japonesa te está comiendo el rabo cómo si le fuera la vida en ello. Capaz de devorar tus 25 centímetros al completo sin rechistar. La demás amigas, algo beodas, no dejaban de jalear a la novia como si estuvieran desatadas en el "Osito Bailón". La más perjudicada se había pintado con pintalabios los ojos de Ratoniki en las tetas.

La mejor amiga de la novia no paraba de empujar violentamente la nuca a la casamentera al grito de "¡Cómete la polla entera, pedazo de puta!" 

Tus muchos años de experiencia te indicaron que la amiga estaba más que celosa de la novia, seguramente enamorada del futuro marido. No descartas que se lo haya follado. Te lo apuntas mentalmente. Son éstas, las frustradas, las que luego se dejan hacer de todo.

A petición expresa de la novia, sólo te bajaste la goma del pantalón azul y te dejaste el modulador de voz de Perrufi encendido. Y la polla a degustación del personal. Al eyacular sobre el rostro de la novia de rodillas con orejas de Ratoniki postizas, el alarido de placer se asemejó como si Perrufi se hubiese golpeado el dedo gordo del pie contra un yunque. ¡Yuhuyuhui!

—Vaya mierda —resopla Agnes, descolocada. No se había imaginado que esto fuera a ser tan difícil. —Nadie suelta ni prenda. Nadie dice haber visto nada. He pasado más calor que el guardia de las pirámides y encima se ha atascado la cremallera de la espalda. No puedo quitarme el traje de la puta ratona.
  • Te ofreces a ayudarla, aunque sea una borde de tomo y lomo. (8)
  • Te haces el despistado, y te marchas. ¿No va de lista? Pues que aprenda. (9)

—Le ayudaré, señorita Lafayette... perdón Mika.

—¿Con qué me está bajando la cremallera si tiene ambas manos en mis hombros? —interroga dubitativa la última ganadora del prestigioso premio francés, Albert Londres.

No contestas y sigues al lío. La cremallera baja suavemente. Tras caer el caer el disfraz carmesí de Mika de lunares blancos al suelo, descubres que Agnes, a excepción de unas diminutas braguitas de Pajarín -Wisney tiene el enemigo en casa- y unas medias de anillos rojiblancos por encima de las rodillas, no lleva puesto nada más.

Es una mujer muy hermosa, con la rotundidad que da la juventud y muchas horas sacrificadas en el gimnasio. Piernas torneadas, culo prieto, espalda musculada pero no demasiado. Pecho breve pero duro dónde las amplias aureolas ocupan la mayor parte del pecho. Resulta curiosa el tatuaje de un manillar de moto en la base de su espalda.

—¿Le gustan las motos? —preguntas como quién no quiere la casa mientras te vuelves a meter la herramienta salvadora de cremalleras rebeldes en el pantalón ancho de Perrufi.

Agnes se gira, ladea la cabeza y responde atrevida que las motos le dan miedo. Que lo que le gusta es que la monten. ¿Le gusta la velocidad? ¿Y montar en moto, Inspector?

—Depende de la moto —respondes y sin más preámbulos la pones a cuatro patas -el estilo favorito de Perrufi- y le metes una clavada de polla que le hacer perder el equilibrio a Agnes. Queda descartada el anal al comprobar que la periodista lleva una ristra de bolas chinas metidas en el trasero.

El jadeo de Lafayette es más parecido al ronroneo de un pequeño motor que a resoplidos. Tiene la joven un coño estrecho, terso. Poco acostumbrado a las visitas inesperadas. No es Lafayette de invitar a muchos a casa, pero los que invita, entran hasta la cocina.

—¡Condenado Perrufi! ¿Quién me lo iba a decir a mí que al final me iban a follar como una perra por los suelos por el cavernícola de Putain?

—La vida da muchas vueltas —certificas y le das un cachete al culo. Agarras del manillar de la moto a Agnes y le pegas un buen acelerón y le pones el conejo a 100. Tu polla palpita enloquecida dentro de la periodista. ¿El cuarto poder? ¡El cuarto pollazo!

Siempre te ha gustado follarte a las rebeldes, a las que van de listas, a las puritanas y sobre todo a las criminales encubiertas. Pensabas que te haría falta algún día más para descubrir la trama de las fotos comprometedoras de Wisneylandia, pero al final, ya has atado todos los cabos.

Le pegas otra estocada demoledora a Agnes. Rendida con el culo en pompa recibe tus estocadas entre exagerados jadeos. Saca la lengua cual perro tras atravesar el Sáhara. Hasta te parece que gruñe. La tapas la boca con una mano. Te la muerde. Luego te chupa los dedos en disculpa. Y tú que pensabas que el canino eras tú.

Por las contracciones de su sexo se acaba de correr hace algunos minutos. ¡El pollón de Putain ni acepta bandera blanca ni hace prisioneros! Lafayette te ruega que te corras fuera que siempre se le olvida tomarse la píldora y así lleva varias semanas. Antes de tomar una decisión, le metes otra embestida que de puro milagro no termina en corrida. Es hora de elegir.
  • Eres un caballero y la sacas antes. (10)
  • No la haces ni puto caso. (11)

—Hasta mañana, señorita Lafayette. Estoy seguro de que alguien la podrá ayudar.

Te encaminas decidido a la salida del vestuario. Agnes con voz de niña que jamás ha roto un plato se lleva los puños de las manos a los ojos, simulando llorar.

—¿Inspector Putain? Se lo ruego. Ayúdeme.

No eres de piedra y das media vuelta. La verdad es que la niña tiene un polvazo. (8)


Recapacitas y llegas a la sana conclusión de qué es mejor pedir perdón después que permiso antes y no la haces ni puto caso. (11)


11.

Tumbas a la periodista boca arriba y desplazas ambos muslos con tus brazos a un lado. Tu polla ha empezado a bombear latigazos de esperma dentro de Agnes que no para de gritar que no te corras dentro. Demasiado tarde. Le metes una buena corrida que deja tus huevos como uvas pasas. Tras eyacular te sientes exhausto de vuelta al banco.

Agnes perniabierta se restriega satisfecha el semen restante sobre su ombligo.

—¡Joder que el cuarentón! ¡Me has fundido el conejo! —ríe aliviada Lafayette al saber que el intachable inspector ha caído en su trampa.

—Creo que ya es hora de jugar con las cartas encima de la mesa, ¿no le parece, Srta. Lafayette?

Agnes se incorpora curiosa, ciertamente malhumorada. Las últimas gotas de tu masculinidad resbalan por sus muslos. Con el ceño fruncido está guapísima.

—¿De qué me está hablando?

—De su torpe plan para chantajear al departamento de Fournier con mis famosas foto-polla que usted misma se encargó de repartir por Wisneylandia hace algunos días. Cierto que no tenemos imágenes de usted repartiendo fotos, pero si la tenemos a usted. Usted dijo que jamás había estado antes el parque. Mentira. Revisando las cámaras de seguridad del parque y limitando las horas que hubiese podido aparecer, no me tomó mucho tiempo localizarla. Su pelo bicolor también ayudó.

» Para rizar el rizo, dejó su móvil encendido durante nuestra colisión sexual. No se preocupe, lo apagué cuando se la estaba metiendo por detrás.

—Está loco, ¡no sé de qué me habla!

—No me insulte. Usted aparece casualmente cuando estalla el escándalo de las fotos. Ofreciendo una investigación discreta. Tonterías. La he observado. No ha hecho ni una sola pregunta al personal del parque en dos días ¿Para qué? Sabía perfectamente quién había repartido las fotos. ¡Usted!

» Fotos que usted me repetía haber estudiado hasta el mínimo detalle, pero en cambio, cuando me vio la polla, no la reconoció. Y eso quiso que pensara. —continuas, mientras intentas subirte los pantalones.

Está la tarea difícil con el troncho de nuevo erecto. Si no te debieras a tu deber con Francia, considerarías seriamente echarle otro polvo a la periodista.

— Por supuesto que sabía que era el mismo troncho. Nadie tiene una polla como ésta en toda Francia. La verdad es que me importa bien poco cómo se hizo con mis fotos. Tengo muchas amigas y las reparto sin miramientos.

» Su plan era sencillo. Usted vendría pocas semanas después del paripé del parque diciendo que había descubierto al malhechor por su propia cuenta y amenazando hacer saltar todo por los aires. A no ser que...

—... que Fournier me diese acceso a todos sus informantes y casos pendientes. El escándalo de un "pervertido" dentro del departamento sería demasiado grande y tanto la alcaldesa como Fournier terminarían tragando como mal menor y me facilitarían esa valiosa información. Un campo abonado para multitud de futuros premios periodísticos. Pero ¿quién le iba a creer? Es su palabra contra la mía.

— La bodycam del traje de Perrufi. No es habitual tenerla activada por temas de protección de datos. Tengo todo grabado y ahora soy yo el que tiene la mano ganadora —aseguras con un dedo en alto a semejanza cuando Perrufi le da los sermones a su hijo Maks—. ¿Qué es una periodista sin credibilidad? Nada.

Agnes se muerde nerviosa los labios. La han pillado. Todo su plan, todos sus futuros éxitos a la mierda. Por querer jugársela al inspector Putain. Tiene que ofrecer algo para salvar su carrera.

—De acuerdo, seamos amigos. Escribiré un artículo alabando el cuerpo de policía. Lo maravillosamente competentes que son. Lo inolvidable de mi experiencia al trabajar codo a codo con ustedes. La alcaldesa estará contenta y dentro de un tiempo nadie se acordará de las fotos comprometedoras —negocia Agnes desnuda delante de ti— Y usted y Fournier, hacen la vista gorda de mi desliz y no arruinan mi carrera. Una periodista afín al cuerpo de policía puede ser muy valiosa. ¿Qué le parece?
  • Niegas con la cabeza. Las condiciones no te parecen justas. (12)
  • Asientes. Las condiciones te parecen justas y tras terminar de vestirte, te marchas silbando con las bragas de Agnes en el bolsillo. (13)

—Srta. Lafayette, yo no gano nada aquí y con este tipo de tratos ilegales tengo mucho que perder. ¿Qué más me puede ofrecer para convencerme?

Agnes te tira del pantalón y te saca el troncho. Se hinca de rodillas, acuna con una mano tus huevos y empieza a lamerte el pollón. Entiendes a la primera la oferta. Un polvo inolvidable.

—¿Un polvo? ¿Por quién me toma? —respondes haciéndote el indignado mientras la empujas contra tu miembro.

—Servicio completo. Tragando. Todas las veces que quieras hasta finales de mes. Sin excusas. Cuando tú quieras y lo que tú quieras. Tengo una amiga que acaba de salir de la universidad que se apuntaría si se lo pido. Dos coñitos jóvenes al precio de uno. Te lo firmo ahora mismo. ¿Tenemos un trato? Y por supuesto mis bragas y las de ella.

—Ahora sí tenemos un trato —replicas y te sientas en la mesa. Hubieses aceptado las anteriores condiciones igualmente. Sólo querías ver hasta dónde podía llegar la ambición de Lafayette.

Una vez te hayas corrido en su boquita de piñón, le quitarás las bolas chinas y se la meterás por el culo. Lo tienes decidido.

Todo ha salido a pedir de boca. Lafayette no deja de ser una inocente. No existen bodycams para el personal disfrazado del parque. Te lo has inventado. Pero ella se lo ha tragado todo, como se está tragando ahora mismo tu sable hasta la empuñadura. Te encanta Wisneylandia, es ciertamente un mundo mágico. (14)


Sales de Wisneylandia con la satisfacción del deber cumplido. Otro caso resuelto. Echas en falta haberte follado de nuevo a Agnes, pero sabes que tarde o temprano, volverá a pasártela por la piedra. Te pasarás por el "Cafe Stop & Go". Necesitas un café y una chupada. (14)


Días después.
Sábado por la mañana.

Babette Fournier no cabe en su gozo. No solo la alcaldesa Morizet está más que satisfecha del artículo publicado por Agnes Lafayette, sino que además las pervertidas fotos han desaparecido de la faz de la tierra por arte de magia. Un nuevo éxito rotundo de su comisaría y van un montón año tras año.

Decide llamar a Putain al móvil particular e invitarle a una copa por la tarde.

Suena el móvil. A pesar de que es ya media mañana, sigues en la cama. La noche ha sido larga. Apenas has dormido.

—Dime Babette —respondes medio dormido mientras una mano femenina te acaricia los pectorales y te muerde los pezones. Tienes el móvil con el altavoz puesto.

—Arsène, pásate por mi casa sobre las 21 horas. Hoy toca celebrar a lo grande. Pago yo y si eres un caballero te dejaré hacer aquello que tanto te gusta. ¡Nos vemos! ¡No hay excusas para no presentarte en mi casa!

La mujer al lado tuyo pone los ojos en blanco y muestra su descontento. Tenía la estúpida ilusión de que iba a poder pasar el sábado contigo follando. Entre dientes susurra que Fournier se ande con cuidado, que no es mujer de compartir ni que le vayan tocando la parruseta.

Aún sin llegar a oír lo que dice, reconoces en su mirada su enfado. No es una mujer habituada a que le nieguen nada. La das un fuerte cachete en su aceitunado culo y la giras boca arriba. Quieres montarla de nuevo por delante. Te encanta como jadea cuando se corre; es como un melódico hipo.

No tiene la mujer el pubis rasurado como las jovencitas de ahora sino algo más fosco. Pero su monte de venus es igualmente apetecible. Te encanta rozar tu glande hipersensibilizado con su vello íntimo. Aún vislumbras algunas perlas de esperma de tu anterior corrida junto a las lágrimas de cera de una vela junto a su pubis. Tiene unos labios íntimos gordísimos.

Le quitas el hiyab -no se lo había quitado durante los dos polvos anteriores por deseo expreso tuyo- y los utilizas para atarla las manos delicadamente por encima de su cabeza.

Nada te pone más que follarte a una mujer casada y si además es la alcaldesa de París, mejor.

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¡La banda sonora de "Las fotos comprometedoras"!

AJR - The good part


No te pierdas todas las aventuras del intachable inspector Arsène Tiberius Putain bajo el siguiente enlace o en su libro recopilatorio de próxima publicación.


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