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El último héroe griego (Especial Mitología griega 2023)

EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS



La historia ha sido cruel e injusta con uno de los mayores héroes griegos de todos los tiempos.

La historia recuerda los nombres del astuto Ulises, del sabio Néstor o del bello Aquiles. Todos ellos poseedores de éstas y más virtudes. Recordamos de memoria las legendarias batallas que libraron, batallas que los han hecho inmortales. Merecedores de estar entre los Dioses. Pero poco se sabe de Póllux o Pollideuces.

¡Ah, injusta es la historia! Pareciera que hubiera bebido del río Lete, el que provoca el olvido.

Y fue precisamente él, el magnífico Póllux, el que dio con la clave para entrar en Troya tras diez interminables años de cruenta guerra. Fue él quien después liberaría a Ulises y sus compañeros de la hechicera Circe y fue él el último hombre conocido en saber de la ubicación de legendaria isla de las Amazonas.

El ciego Homero, el autor de los principales poemas épicos griegos, pilares de la literatura occidental no podría nombrar al bravo Póllux por motivos que os explicaré en detalle más adelante. Póllux ciertamente no tenía las habilidades o atributos de sus compañeros de aventuras. Ni poseía la astucia del gilipollas de Ulises, ni la sabiduría del pesado de Néstor y tampoco la belleza del imbécil de Aquiles.

Pero tenía sin duda algo sumamente más interesante que le sacaría de muchas tesituras. Una particularidad que haría morir de envidia al mismísimo Zeus.... tenía un pollón de caballo, como si fuera Pegaso.

Una derivación del nombre de Póllux llegaría hasta nuestros días para referirse al nabo masculino.

Póllux estaba hasta los cojones de la guerra. Diez años ya acampando a las puerta de la ciudad de Troya pasando penalidades y penurias. Sólo porque Helena y Paris se habían encoñado. El despechado marido de Helena, Menelao -vaya nombrecito para pasar a la posterioridad, en algunos lares helenos le llamaban Melameneo- no podía soportar que se hubiese fugado la bella Helena con uno más joven.

Iracundo le declaró la guerra a Troya.

Y puesto que todos los reyes griegos habían jurado defender al cornudo Menelao, partieron con una horrible desgana y mil naves -ya serían menos- rumbo a Troya. 

Entre ellos el afamado Ulises de Ítaca y el bello Aquiles, al cual descubrieron oculto y vestido de mujer en la corte de Licomedes en Esciro. Su madre, acojonada, pero que tenía también todavía muchas opciones de ponerla mirando a Cuenca, lo ocultó entre las damas temiendo que se cumpliese la profecía. Aquella en la que moriría en batalla.

Sorprendentemente apenas puso objeción a ser reclutado a pesar de conocer su fatal destino. Algunos dicen que prefería la muerte a pasar un día más entre las arpías de las féminas de la corte y de la hija del rey Deidamia (sí es nombre de hombre, terminado en "a"), a la que ya le había hecho un bombo. Algunos afirman que incluso se fue bailando a embarcar junto al amanerado Ulises mientras Deidamia se quedaba calvo de tirarse del pelo avergonzado de su hija. A Ulises le subieron borracho al navío. Aquí ya podéis ver que apuntaba maneras de ser un zote.

Y en esta tesitura estaban los griegos, que ya habían perdido un montón de soldados, abatido al bello Aquiles de un flechazo en todos los talones -vaya tino, todo hay que decirlo ya que los expertos arqueros troyanos le apuntaban a los cojones- y abocados al homosexualismo a corto, medio y largo plazo.

Pollideuces, más listo que el hambre y poseedor de un arma nunca vista -un pollón que le llegaba hasta casi la mitad de la musculada pierna- y viendo que en una de éstas por la noche se lo iban a "calzar" sus compañeros, esgrimió un plan infalible. Bañarse a diario, cara al tendido -como en los gimnasios de ahora- en un río cercano para que le vieran todos los Dioses habidos y por haber.

Sabiendo que las casquivanas damas troyanas eran todas unas libertinas y ansiosas de sentir otro tipo de espadas cárnicas que las de los melenudos troyanos, pronto recibió una invitación para que, al abrigo de la oscuridad y a la luz de la luna, acudiese a la muralla desprovisto de toda arma. Ilusas. 

Antes de entrar, condición sine qua non, tenía que satisfacer a las tres mejores amigas de Helena. Decían que era una condición innegociable, condición impuesta por la reina. Mentira. Andrómaca, Hécuba y Políxena se llamaban las lagartas, hijas sin duda del pérfido Hades.

Tras desmadejarlas a todas ellas -Políxena no podía abrir los ojos de la lechada que le había metido, Hécuba cojeaba ostentosamente del pollazo recibido y Andrómaca tenía el culo más caliente que la entrada a los dominios de Hades- le indicaron el paso secreto a las dependencias privadas a la bella Helena. 

Tras diez años con Paris, un muchacho muy guapo pero que se movía menos que una piedra pintada, la reina estaba deseosa de otras batallas y temía quedarse hecha un estropajo enclaustrada. 

Mientras, se colaba en las dependencias privadas de la MILF Helena, las damas no paraban de asombrarse del pollón que gastaba el amigo. "¡Vaya polla!" "¡La tiene como la de un caballo!", repetían las muy lobas sin parar. Póllux que siempre fue muy audaz, le metió un polvazo a Helena que la dejó semi inconsciente y con el conejo a rebosar de dulce aguamiel lechosa.

Ya por la noche, y tras hacer otra vuelta de honor con las tres damas, Póllux abrió las puertas de la ansiada muralla dejando entrar a la ciudad a sus hastiados y muy barbudos compañeros.

Luego se apuntaría el tanto el tontainas de Ulises. Que todo fue idea suya afirmaba el muy fariseo. Que si el caballo de Troya, que si los troyanos estaban de fiesta y bajo el sueño de la bebida, que si... pollas. ¿Alguien aún se cree que construyeran un caballo de madera en diez minutos para albergar a una treintena de soldados malolientes y sarnosos durante horas? ¿Con qué madera? ¿Y nadie se dio cuenta? Tonterías.

Fue todo una brillante estratagema de Póllux. Ni caballo de Troya ni nada. De lo único que tuvo que ver un caballo en esto, fue con la polla que calzaba el amigo.

Los griegos se hicieron con Troya, la saquearon y, de paso, les echaron una maldición para que no volviesen a casa. Mientras tanto Pollideuces ya se había follado a la mitad de la corte troyana y otras dos veces más a Helena. Esta aun estando algo mayor -tenía unos cuarenta años- tenía un arreo y unas tetas gordas que no se veían hartas de leche masculina. Gallina vieja, buen caldo. ¿Y Paris? ¡Yo qué sé!


Abandonaron Troya rumbo a casa con lo puesto. Después de diez años haciendo el tonto, ahora el señorito Ulises tenía prisa por volver a los brazos de su amada Penélope. Agamenón quería hacer un sacrificio a Atenea para asegurar una buena travesía mientras Menelao pasaba de todo.

Al final, no se hizo nada de nada, y así les fue. De aquellos lodos, estos polvos.

Lo dicho, sin apenas víveres, muy mal peinados, y con el miedo en los huesos por la maldición echada por los troyanos, Ulises junto a sus hombres se perdieron durante semanas en alta mar. Y orgulloso como era -todos los tontos lo son- no preguntó a nadie y terminaron en la isla de los Cíclopes, hogar del temible Polifemo.

Aprovechando que estaba pastando éste a sus ovejas, al listo y espabilado de Ulises no se le ocurrió mejor idea que darse un banquete con toda la comida que tenía el cíclope achantada en su cueva. Menudo cabreo se cogió el hijo de Zeus, que al volver, pegó cuatro voces y los encerró a todos. Hala, todos a verlas venir. Polifemo ya se había comido a dos de los compañeros. Pintaba en bastos para la comitiva glotona.

Pollideuces le propuso al cíclope hacer las paces con un barril de buen vino que tenía guardado para las ocasiones especiales. Polifemo, que siempre fue algo borrachín, terminó bebiendo un vino más malo que darle a un padre con un calcetín sudado y cayó dormidito. Ocasión que aprovechó Ulises para cegarle. Ya está. Ése era el plan que se le ocurrió al figura. Cegarle. ¿Para qué? Pues para nada. Así todo. A lo loco.

Al final Polifemo, al despertar ciego y cabreado, y (no) viendo que las ovejas tenían que salir a pastar, dejó salir a las criaturas una a una, mesándolas el lomo para asegurarse que no se le escapará ningún griego entre ellas. Pero Póllux y los demás se habían amarrado a los vientres de las ovejas y salieron ocultos de la cueva. Y habrían salido victoriosos del todo si al gilipollas del Ulises, en un amago de bravuconería y libido, no se hubiese llevado bajo el brazo a Galatea. La más bonita de las ovejas de marcado estilo andaluz y ojito derecho, bueno único ojito de Polifemo para que le hiciera compañía por las frías noches. Hasta los labios le pintó.

Y como era tonto, le gritó al hijo de Zeus, una vez metido en el barco y pensándose a salvo que se llevaba a Galatea. Que él, Ulises, era muy listo, que a él no le encerraba nadie y que le recordarían hasta el siglo 31. Polifemo fuera de sí, siguió la voz y lanzando rocas al barco.  Estas impactaron en el navío y terminaron matando a muchos compañeros junto a la bellísima Galatea de labios pintados. Más mal que bien, pudieron salir a la mar.

Por parte del indignado Zeus, se llevaron otra maldición -ya llevaban dos, con una más te regalaban un escudo de madera- para hacer el viaje aún más divertido. Ulises como también era un diestro con las matemáticas estaba convencido que maldición negativa + maldición negativa = bendición.


Tras espantosas semanas a bordo del barco, donde no sólo reinaba a sus anchas el desánimo, el mal humor y la peor de las hambres, llegaron a la isla de Eea, hogar de la hechicera Circe. Era ésta una hembra de libro.

Desaliñados como estaban, con los dientes amarillentos, uñas negras como el tizón y oliendo como tigres, Ulises mandó a Pollideuces -al cual le tenía cada vez más manía, al negarse éste repetidas veces a sus lascivas apetencias- y a todos sus hombres a presentar sus respetos a la hechicera de largo cabello oscuro rizado y culito respingón. 

Ulises, que era muy pintón con esa barba que se mesaba para dárselas de intelectual, sabía que el palacio de Circe se encontraba rodeado de fieros leones y voraces lobos. Temiendo ser devorado por las bestias -Ulises tampoco era muy valiente- éste espero en el barco medio escondido hasta que las fieras se hartaran de griegos huesudos y luego aparecer él todo pichi después a negociar la rendición de Circe. ¿Qué rendición? Ni él lo sabía.

Al llegar la comitiva al palacio de Circe, una mansión de piedra en el centro de la isla, la afable Circe, toda risas y amabilidad, los invitó todos a asearse en un río cercano y disfrutar de un opíparo banquete. La única condición que puso la malvada hechicera era que uno de ellos, o todos juntos, tenía que echarle un señor polvo que hiciese palidecer al mismísimo Hermes.

Los marineros, después de hartarse a comer como animales, entre todos eligieron a Póllux para la tarea encomendada de Circe y se echaron a dormir. La Hechicera viendo que la hacían el feo de no pegarse por echarla un polvo -con lo coqueta que era ella- se agarró un rebote de aquí al Olimpo y los convirtió todos en cerdos. Ya prácticamente lo eran con lo que tampoco hizo falta mucha magia. Todos a excepción de Póllux que ya tenía la polla sacada y le estaba golpeando la boca con ella.

Le apresó la tranca con las dos manos -una no hubiese sido suficiente- y tras hacerle una buena chupada de esas mirando desde abajo a los ojos, con agarre de los huevos y finalización en boca, y una vez descargado apropiadamente el héroe, se le llevó en volandas al dormitorio. Ahí seguirían follando durante días enteros mientras los compañeros gruñían cómo los cerdos que eran y se rebozaban en las charcas. Todo un espectáculo circense.

Póllux ya se conocía el percal. Sabía exactamente que palos tocar para salir indemne de las mujeres poderosas. Hace años, en uno de sus viajas, se encontró con la gorgona Medusa que muy envalentonada negociaría un trato con él. Si era capaz de no convertirse en piedra al verla, se la podría follar por el culo las veces que quisiera y de paso le regalaría el don de la potencia y de una polla siempre tiesa. Pero para eso antes tenía que cumplir y no convertirse en piedra como los demás que habían intentado copular con ella convirtiéndose en esas bonitas estatuas de piedra que adornaban su jardín.

Medusa no podía dar crédito a sus ojos, no sólo le estaba magreando las tetas como si estuviera masajeando pan, sino además lo único que tenía como una piedra, era la colosal tranca. Cuentan que Medusa no paraba de gritar "Auxilio" mientras el potente Póllux le metía hasta los huevos por el culo. Otros dicen que, hasta las serpientes de su cabellera, tiesas como las ramas de un olivo, abrían los ojos de par en par en cada estocada que le metía el pícaro griego. El astuto Póllux se había pintado unos ojos encima de los párpados -bastante mal, por cierto- para dar el pego. 

Luego ya de espaldas a Pollideuces y a cuatro patas, la gorgona se dejó hacer de todo, y aún hoy se pregunta cómo no la dejo en cinta puesto que la tranca una vez harta de culo alternaba de agujero cada pocas embestidas. De sus voluminosas corridas aún hablan en el Olimpo.

Desmadejada y satisfecha, le perdonó la vida y su ardid. Menudo es Póllux. Ya poseía una tranca descomunal, que ahora con el ungüento, parecía el hermano pequeño de la sota de bastos.

A la semana ya se dignó a aparecer el señorito Ulises, al parecer muy preocupado -en realidad, muerto de hambre tras comerse medio barco de madera- y Circe que ya estaba con el conejo al rojo vivo, accedió a transformar de vuelta a los marineros y que se quedaran en su isla durante unos días.

Ulises, que era un jeta de manual, se aprovechó de la circunstancia y se quedaron apalancados casi un año a mesa y mantel. Vamos, la envidia de cualquier okupa. Después la embarazó -eso creía él, el muy iluso-, y viendo que le tocaba pasar manutención un día de éstos, decidió tras un año abandonar Eea y poner rumbo a Ítaca y reencontrarse con su adorada y cornuda Penélope.


La hechicera Circe sugirió a Ulises y a sus hombres, para bordear la infame isla de las pérfidas sirenas, dos rutas alternativas para volver a casa, o bien dirigirse hacia las errantes rocas Simplégades o pasar entre la peligrosa Escila y el remolino de Caribdis.

De igual modo, Circe previno que para salir indemne del peligro del canto de las sirenas -unas casquivanas- usarán tapones de cera para no sucumbir al hechizo de su canto. Ulises que era un cotillo de tomo y lomo, mandó que le ataran al mástil de uno de los barcos para no perder detalle del espectáculo.

Al llegar a las proximidades de la isla, las estupendas sirenas, mostrando todos sus encantos au naturae en las rocas y viendo que no las hacían ni puto caso, decidieron subirse en tropel a los navíos. Una docena de hermosas sirenas de cuerpo entero de mujer -nada de medio cuerpo de merluza, como dicen erróneamente por ahí- sedujeron a los incautos marineros y se montó una bacanal de escándalo. Tenían unas ganas horrendas de pillar cacho, ya que estaban hasta el coño de estar subiditas a las rocas pasando frío y cantando a un público inculto poco agradecido durante años. Y que, bajo falsas leyendas, pergeñadas por las feas mujeres de los marineros, hacía que por ahí no pasara ni el Tato.

¿El resultado? No pasaba ni un mísero navío por ahí. Unas falaces historias difundidas por las esposas de los marineros -que son muy malas, menos mi madre y mi hermana- y que temerosas de que los marineros se rindieran a los placeres carnales que las sirenas ofrecían sin pedir nada a cambio, habían soltado la bola que los atraían a una dolorosa muerte. Unos seres, medio pescado medio mujer, que se comían a los marineros enteros, cuando lo único que se comían eran las pollas dobladas de aquí a Cartago.

Mientras tanto, Ulises, atado al mástil no paraba de gritar que le soltarán. Que eran todos unos cabrones. Nadie le hizo ni puto caso, sordos como estaban.

Al caer la noche, los marineros descargados en los huevos y del temor de una muerte segura, se pusieron manos a la obra y continuaron su viaje a Ítaca. ¿Ulises? Más cabreado que un grifo y con los testículos a punto de explotar. Por si acaso le dejaron dos días más atado. Para quitarle el bravío dijeron.

Ulises, ciertamente un zote y desoyendo los sabios consejos de Circe, cruzaría a los pocos días por donde no debía entre Escila y Caribdis. Con un resultado de perder el barco y a todos sus hombres a excepción de Póllux. 

Agotado y ya solo al cargo de un maltrecho bote, abandonaría a Póllux en la primera isla que encontró, una que estaba envuelta en brumas misteriosas. Quedaba mejor y lucía más, llegar así a Ítaca. Como único superviviente. Dónde iba a parar presentarse así o con el Polla Gorda de Pollideuces.

El vil Ulises se presentó a la fiesta de su mujer Penélope hecho un risión. Menuda orgía se llevaba montando la amiga desde su partida. Tenía Ulises más cuernos que el padre de Bambi. No obstante, montó un pollo afirmando que su cabreo venía por la razón de que no lo hubiesen reconocido disfrazado de porquero y no por ver a su esposa hartita a todo. Así que dio muerte a todos sus pretendientes/amantes. Tarea fácil puesto que todos estaban bastante desmejorados por días y días de vino y sexo desbocado.

Años más tarde, a Ulises lo mataría Telégono, su presunto hijo -era en realidad hijo del Polla Gorda- con Circe, que seguramente envenenado por la matraca de su madre de ser un padre ausente, se lo cargó de un flechazo. 

Y para enredar más las cosas Telégono se casaría con Penélope, y el más famoso de los hijos de Ulises, Telémaco con Circe. ¡Hala, todo queda en casa en esta desestructurada familia!

Pero al igual que la suerte le fue esquiva a Ulises, la de Póllux fue más benévola. La isla donde le abandonaron resultaría ser la perdida Isla de las Amazonas. En esta isla no había presencia de hombres y estaba a reventar de amazonas eternamente jóvenes y con un índice de follabilidad bastante alto. Se rifaron a Póllux -llevaban años sin catar varón- durante el resto de su vida. Una buena vida.

Aquí ya se pierde la pista del bravo último héroe griego.

El prestigioso, y ya fallecido historiador experto en genealogía, Don Timorato Parra ha rastreado su línea genealógica hasta nuestros días, le emparenta con Giacomo Casanova, y ubica un descendiente directo suyo en el pueblo de San Juan de los Olmos, Ávila. El afortunado se llama Aurelio Ruíz, pero la verdad es que hasta la fecha este hecho no se ha podido comprobar.

Gracias muy especiales a mis héroes Klaus & Luis Fernández.

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¡La banda sonora de "El último héroe griego"!

ERA - Ameno (Extended)


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