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Las Brujas de Zurratemicoño II

EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS



"Dónde tengas la olla, no metas la polla"

—Mamá, me han dejado preñada. Estoy de casi ocho semanas —confiesa una avergonzada Paula a su madre, Silvana.

Silvana está fregando el mágico espejo cuenta putas verdades. Aunque ya podría ser el jodido espejo menos sincero y callarse lo de que "está cada día más vieja". Como siga así, lo hace añicos y siete años de buena suerte.

—¿Y quién es el brujo, supongo que, de altísimo nivel, que le ha hecho el bombo a mi niñita, a mi escorpioncito? —pregunta la bruja superiora con brillo en los ojos.

» ¡Espera, no me lo digas! ¡Seguro que es un hijo del afamado brujo vudú Papa Mamba de la calurosa Nueva Orleans! ¡O mejor el hermano de un djinn de la perdida Atlántida de las arenas!¡Ya sé! ¡Está aparentado con el noble linaje de Merlín!

—Del Leroy Merlín, no te jode —responde Paula—. ¿El padre? ¡Ni idea, pero seguro que no es brujo! ¡Debe ser del montón! ¡Y de milagro no ladra! ¡Jajajaja!

—¡Pero que me estás diciendo, cacho putaaaaa! —grita encolerizada Silvana mientras se transmuta en un dragón de tres cabezas—. ¡Qué te ha dejado preñada un gilipollas! ¡Un no-brujo! ¡Yo te mato, zorrón verbenero!

Silvana intenta agarrar del pelo a su muy puta hija, pero con el tamaño de un dragón y con esas garras tan pequeñas, la licenciosa y de cabeza poco amueblada vástago, se escapa rauda por la puerta.

—¿Y dónde estaba tu hermana mayor Aramis? ¡Rapándose el coño en lugar de velar por nuestro noble linaje! ¡Por las siete rabos de Belcebú, yo no me merezco esto!

Cierto es, y no lo saben las bobas de sus hijas, que su padre tampoco era un mago. Era otro de esos hippies con perro que se pierden en el bosque. Ella era joven, inexperta y también un poco puta y se hizo pasar por una excursionista encontradiza. Él debía tener algún poder mágico, no hay otra explicación factible, ya que al calor del fuego y tocando la maldita guitarrita, se la zumbó. Hechizándola con malas artes. Dos veces. Mientras se la follaba contra un árbol con las braguitas, con dibujos de calaveras, en los tobillos, el puto perro aullaba satisfecho a la luna.

Al día siguiente, él se había ido y ella se había quedado preñada de Aramis. Lo que os digo, era mago. Dos polvos y desapareció. Silvana le dijo a sus padres que la había embarazado el rey duende del bosque, que sólo aparece una vez al año, y ellos se lo creyeron.

A los dos años, volvió el despreocupado hippie al bosque y Silvana se propuso hacerle pagar su descaro e impertinencia. Le convertiría en un feo batracio o, mejor, en una cabra desdentada. Esta vez no se la follaría a cuatro patas como a una perra en celo.

Encima de una vulgar y mugrosa manta a cuadros, otra vez con el perro mirando, y con las patas apuntando a la luna, la dejó preñada de Paula. No se puede decir que follara mal el gilipollas si hacemos caso a los gritos provocados por los múltiples orgasmos que le provocó el bellaco, hijo de mil chacales.

Como sus padres son imbéciles, les dijo que esta vez había quedado encinta de un unicornio mágico y pollón. Bien podría haber dicho también que fue un enano carlista recogiendo uvas.

No cabe duda de que si sus hijas eran tan putas era por su herencia paterna.

Sin mayor dilación, la Suprema se dirige, voz en grito, a las estancias superiores de su guarida en busca del pendón desorejado de su hija mayor, Aramis. Al llegar se encuentra con la puerta cerrada de la habitación. Con uno de los más hechizos más vulgares. Voltea los ojos y en menos tiempo que se la ha corrido más de uno entre sus torneadas piernas brujeriles, deshace el candado, abre la puerta y se la encuentra, repanchigada, perniabierta.

—¡Estudiando nuevas pócimas, decía la muy puta! ¡Tocándote la chirla estabas! ¡Vamos, tienes tarea! —demanda Silvana manos en jarras.

El gato Otto, espectador a pocos metros, maúlla compungido. También a él, le han jodido la fiesta. Se estaba poniendo morado a mirar.

—¡Sales de inmediato a Jodetxu! A tu querida y boba hermana, le han hecho un bombo hace ocho semanas y la muy pánfila ni sabe quién le ha metido la varita. ¡Qué vergüenza! —aclara Silvana llevándose la mano al caballete de la nariz.

»¡Entérate quién ha sido! ¡Nuestro linaje se está debilitando cada vez más por vuestras malas cabezas, por bobas, por putaaaas! ¡Llévate a Otto! No sirve para nada, pero al menos no me molesta aquí, cada vez es más mirón. Y si sigue así, sin aportar nada en esta decente casa, se va a convertir en el plato principal de la cena de esta noche. Yo, mientras tanto, averiguaré junto a la imbécil de tu hermana, cómo ha podido fallar el hechizo protector anti- embarazos que lanzo todos los días. ¡Y no creas que no tiene tarea el hechizo! ¡Le tenéis haciendo horas extras todos los días, zorrones! 

Aramis asiente, recoge sus cuatro bártulos y sale rumbo a Jodetxu. Tras ver salir volando con su escoba a su hija mayor, Silvana no puede evitar acordarse de cuando visitó junto a su entonces amiga del alma, la bruja Red Lily, las festividades de San Juan decenas de años atrás. Se hicieron pasar por dos estudiantes de arte francesas tontitas de Erasmus con boina y camisa a rayas. Llevaban hasta una baguette, un caballete de pintor bajo el brazo y hablaban, para disimular, como para adentro. Vaya noche loca. Los aldeanos las enseñaron todas las costumbres locales desde el jugar al mus hasta la maderada, el noble transporte fluvial de los troncos hasta la desembocadura del río. Más que Erasmus al final era Pollarada y Orgasmus.

A los españoles no hay nada que les guste más que pasarse por la piedra a las francesas tontainas. Debe ser por algún trauma no resuelto de la invasión francesa del 1808. Total, terminaron atadas, por brujas y putas, más por lo último que por lo primero, a un poste en medio de la plaza mayor por las mujeres del pueblo para quemarlas a ambas en una hoguera improvisada. Qué risa.

—¡Paula! —grita de nuevo la Suprema fuera de sí— Cuéntamelo todo de inmediato. Desde el principio. ¡De algo te acordarás, mala pécora!


Por la noche.

Aramis ha regresado sin Otto y sin pistas. Eso sí, mal peinada y bien follada. A saber, que ha hecho por la tarde.

—¡Esto es un desastre! ¡El apocalipsis! — piensa Silvana—. O me ocupo yo o esto se va a la mierda.

Menos mal que a la Suprema no le faltan recursos, no ha llegado a esta posición siendo una pánfila, y tiene esbozado un plan. En el sótano, oculto tras una manta hecha en sus años mozos por Paula y que Silvana tuvo que decirla "que era muy bonita" siendo un horror de fea, está un espejo Poecraft.

Único en su clase, permite viajar en el tiempo un determinado número de veces. Con cada uso, se resquebraja un poco, más o menos dependiendo de lo atrás que vayas en el tiempo, y llegará un momento en que parta del todo y deje atrapado al viajero.

Silvana sólo lo ha utilizado una vez para cierto affaire con Merlín para quedarse preñada, pero el malandrín la sacó en el último momento dejándola la barriga pringada de su descendencia y el conejo vacío.

La suprema recita dos frases, hace un círculo con dos dedos y se adentra en el espejo.

Antes, al caer la tarde.

—¿Por dónde empiezo a buscar? Jo, Otto, no tengo ni zorra idea. He salido a todo meter y ni he preguntada a Paula —le confiesa a su gato, antaño un mozalbete que se pasó de frenada con Silvana, que se está limpiando lastimosamente las bolas con una pata levantada.

Con un estridente maullido le señala con su graciosa zarpita la taberna a poco más de 50 metros

—¡Eres una genio, Otto! Qué mejor sitio para enterarnos de todo que la taberna del pueblo. Aparcó la escoba voladora tras unos setos, se adecentó el pelo y se puso al lío. Pues anda que no es lista ella ni nada.

La taberna, medio en penumbra, estaba semi vacío a excepción de media docena de fornidos zagales jugando al mus. Se apostaban los cuartos en una castigada mesa de madera, y entre ellos también se hallaba un barbilampiño joven cura. El panzudo mesero limpiaba aburrido, una y otra vez el mismo vaso. Algo más apartada, oculta bajo las sombras del fondo del local, una mujer extrañamente familiar sorbía un té aromático. Nada más entrar la joven bruja, uno de los que muchachos que tocaba, bastante mal, un acordeón, deja de castigar a todos con su peculiar arte y traga saliva. Un perro deja de ladrar y un cuadro religioso de Jesús, dando de merendar a doce gorrones, se cae.

Aramis se acerca a la barra y se pide un vinito de la tierra. El gracioso del mesero le responde que el vinito que le iba a servir no iba a ser de la Luna. La muchacha le ríe la gracia y mentalmente se apunta convertirlo un lagarto feo de cojones para más adelante por chistoso. El más atrevido de los muchachos se acerca a Aramis, subiéndose los pantalones y el paquete, e invitándola a una ronda tras escupir en un cubo. Más que un salivazo, parece que le han disparado al cubo con una pistola de perdigones.

—Gracias, pero no mucho. Tengo un problema en las piernas si me paso con el vino —responde haciéndole ojitos al bravo zagal. 

Patxi atónito pregunta si le duelen las piernas después.

—No, se me abren —contesta maliciosamente Aramis.

La mujer del fondo susurra un inaudible: "¡Será puta!".

Tras dos horas, y a tras la quinta corrida en la cara de uno de los zagales del pueblo que ha dejado a la mayor de las hijas de Silvana como la radio de un pintor de brocha gorda, Aramis aprovecha la ocasión, ahora que ya había cogido confianza, para preguntar si han visto a una chica de las características de su hermana. El más robusto de ellos, Antxon, y el primero que se la metió por el culo aquella tarde, asintió retirando su flácida polla del rostro de la bruja. Patxi, su mejor amigo, asiente con vehemencia cada silaba de su amigo, mientras se termina de limpiar la tranca con el gorro puntiagudo de la joven bruja.

—¿Paula? Ya creo que la conocemos. Estuvo aquí hace algunas meses. Para las fiestas de San Juan. Muy divertida, abierta de mente y de pier... bueno, muy cachonda. Pasó por la tasca, estuvo un buen rato y luego se marchó.

—¿A dónde? Decídmelo de inmediato, batracios inmundos o ...ayyyy, ¡qué gusto y que calentita, joder!

El que iba para cura, acababa de dejar su segunda voluminosa bendición entre las piernas de la hermana mayor del noble linaje de Zurratemicoño al grito de "La tierra para quien la trabaja, me cagüen en lo más alto" y "¡Viva Mateo Morral!". Antes, mientras le comía el chumino a Aramis no dejaba de afirmar que "el Señor cuida de todas sus ovejas, aunque estén descarriadas".

—¡Ya te advertí que te corrieras fuera la primera vez, cabrón! ¡Ni se te ocurra volver a hacerlo, chico malo! —gritó Aramis mientras daba buena cuenta de la tranca de Patxi y de otro muchacho aleatoriamente, ambos electrocutados de placer mientras bebían de un porrón de vino.

Pasó otra hora así de divertiday Aramis, viendo que ésta bacanal no tenía fin, y que cada vez llegaban más muchachos, poco habladores, a saludar a la recién llegada, decide retirarse. Ya volverá otro día con las ideas algo más claras y el coño menos escocido.

Montada en su escoba de vuelta a casa, ya volvía encinta. El gato que se volviera andando por mirón.

Por supuesto, la extraña de la taberna era una indignadísima Silvana, viajera en el tiempo.

No sólo el putón de su hija se ha ido con las manos vacías y alguna que otra cosa llena, sino que también se ha dejado olvidado a Otto. Alguno de estos muchachos debe ser el que ha preñado a su escorpioncito. Y espérate que no fuera el tabernero. ¡No todo vale! ¡Joder!

Debe pensar en algo.

La Suprema lanza un hechizo paralizador y agarra del pollón al más dotado del grupo. Con otro sencillo hechizo de memoria podrá indagar en el recuerdo del muchacho que pasó hace casi ocho semanas. Hace cuatro aspavientos con los brazos y recite dos frases en vasco arcaico y listo.

Pues no.

El zagal está bloqueado por alguna extraña razón. Puede que sea por qué toda la sangre la tenga ahora en otro sitio. ¡Y mira que esté ha descargado por lo menos dos veces en su hija!
¡Todo son dificultades, demonios! Quizás si le masturba un poco el miembro, pueda empezar a recordar algo. Silvana le tumba sobre una mesa y empieza masajearle el saco testicular y lamerle un poco el falo.
 
—La verdad es que calza bien el condenado —piensa la Suprema.

El rabo cada vez está más gordo y no decae nada. 

—Es un desperdicio no aprovechar esta maravilla. Es casi como la del padre de mis hijas se dice a sí misma.

Silvana mira a ambos lados, se cerciora que todos están paralizados, y se aparta un poco las bragas. Con una mano se introduce el miembro en su oscura cueva. No entra del todo, el puto muchacho la tiene gorda y larga. La Suprema empieza a botar rítmicamente sobre el rabo. ¡Madre mía, qué placer! Súbitamente el zagal la agarra del culo con ambas manos aumentando el ritmo. 

—¿Cómo es posible? ¡No debe estar del todo paralizado! ¿Otro hechizo que sale mal? ¿Qué pasa aquí últimamente?

Podría hacer algo, pero el muchacho folla cómo los ángeles caídos. ¡Qué manera de meterla hasta los huevos, besarla el cuello y los pezones!

—¡Lo convertiré en un cuervo! ¡Qué atrevimiento tan descarado! Yo... yo... le convertiré... en... —gime la Suprema mientras oleadas de placer y orgasmos recorren su cuerpo.

El muchacho también culmina el suyo estrujándola firmemente las gordas tetas mientras encoge las piernas. Por supuesto, todo dentro. ¡Qué polvazo la ha echado!


Minutos después, guarida de las Brujas.

Ya de regreso a casa a través del espejo, Silvana agotada no puede ni con las piernas. Tira el sombrero a una esquina del cuarto y cae a plomo en su sofá preferido. Esta descoyuntada. Se pasa una mano por la vulva aún incandescente. Restos de la marfileña descarga del zagal aún perlan en abundancia su vello púbico recortado en forma de caldero humeante.

Lanza un hondo suspiro. Su sexo sigue al rojo vivo. Se pasa la mano por la pepitilla, la pinza delicadamente y no puede evitar lamerse los dedos de placer. Se encuentra febril ¿Para qué saldrá de casa? Ni se ha enterado del ogro que ha dejado preñada a Paula y encima se la han follado, al igual que a su otra putísima hija Aramis como a dos perras en celo. A pesar de estar ardiendo de calor, al rato queda profundamente dormida. Su último pensamiento, antes de caer en brazos de Morfeo, es que solo le faltaría que hubiese cogido frío... o que la hubiesen preñado como a un pavo en navidades... pero eso es imposible. ¿Verdad?

Otto aprovechando que la ocasión la pintan puta, perdón calva, se retira brincando a cumplir su cometido secreto. Todo está saliendo a pedir de boca. Putas brujas.

El estridente alarido de Aramis y Paula despierta de su letargo a Silvana. Estaba soñando de nuevo con los excursionistas del año pasado.

—¡Mamááááá! ¡Estamos preñadas!

Silvana se incorpora torpemente como un pato mareado de sus butacón. Le aprieta todo y le duelen las tetas una barbaridad. Seguro que las tiene moradas de los apretones del zagal de hace algunas horas. Pero follar sabía, vaya si sabía. La espalda la va a matar.

—¿Qué me estáis contando zorrones? Aramis, ¿tú también? ¿Cómo es posible?

—¡Sí, Mamá! ¡Y tú, tú también! —grita una nerviosa Aramis.

Parecían las tres con sus bombos, la orquesta sinfónica del noble pueblo perdido de los abuelos, Monzorrón.

—¡Esto es una barbaridad! —afirma Silvana, intentando aparentar una serenidad de la que adolecía. ¿Qué nos han hecho? ¡Una potente maldición! ¡No hay otra explicación plausible!

Como por arte de magia, Silvana recordó de sus años mozos viajando por los rincones más recónditos de Europa, haber oído del Pollamicón, un sátiro (diabólico, sin duda alguna, dependiendo por donde te la meta) con capacidades amatorias legendarias y una tranca nervuda, gorda, hermosa... una polla que se desenreda como una manguera de agua cuando coge presión tras mucho tiempo seca... bueno lo que sea.

Narraba la leyenda, que era capaz de dejarte encinta de una sola lechada, pero que, con brebajes y hechizos de alta alcurnia, se podía revertir el embarazo, pero para eso había que ser una Suprema de nivel 40 y Silvana no conocía a nadie de confianza cercano con esa nivel... bueno sí, al putón de su examiga Red Lily.

Pero antes de pedirle un "favorcito" que les dejaría expuesta a sus hijas y a ella delante de su acérrima enemiga, había que quemar otras naves. Rápidamente (es un decir, las barrigas enormes de todas ellas no le permitían pasar más que de una en una por las diferentes puertas, y mira que había puertas en su guarida) llegaron entre sofocos y rojas como ladrillos al espejo mágico. Había que volver aún más atrás en el tiempo y evitar que...

—¡Por el conejo de colores de la tía Clarissa! —exclama Aramis al borde del llanto.

El espejo yace hecho añicos en el suelo.

—¿Qué hacemos, Mamá? —interroga Paula sin dejar llevarse las manos a la espalda. Está gorda como un capón y con la cara desencajada de estar embarazadísima. Silvana se muerde los labios para no gritarles que quizás ayudaría ser algo menos puta, pero calla puesto que no está ella para dar ejemplo con las tetas a punto de estallar y con unos irresistibles antojos de pepinillos bañados en salsa zíngara.

Rendida ante la evidencia, ordena mandar un grajo mensajero a casa Red Lily. La díscola de su hija mayor la corrige que ya no les quedan (mira que es impertinente, la puta de la niña), que Otto se zampó el último hace unas semanas. Las escobas tampoco era opción ya que no podían con el peso de las preñadísimas brujas. Así pues, al final toca envainársela, últimamente parece que esto se ha puesto de moda viendo sus estados, y hacer el fatigoso viaje a las profundidades del bosque a lomos de la cabra Rogelio. Detestaba Red Lily de modo sobremanera las llamadas vía caldero mágico y no les interesaba empezar con mal pie.



Tras arduas y muy pesadas horas a lomos de Rogelio, nuestras brujas llegan finalmente a los dominios de Red Lily. Tras cruzar un camino bombardeado de carteles anunciando que se echan la cartas del Tarot, mejunjes mágicos quita esposos y que se arreglan ruedas de carromato. Unos guardianes esqueléticos tras olisquearlas y tocarlas las tetas, las dejan pasar y apenas unos cincuenta metros tras salir del bosque del infortunio inmortal, divisan la torre guarida de la suprema de nivel 40.

Una figura asomada medio cuerpo de una ventana en la alto de la negra torre parece esperarlas. Es Red Lily, roja como un tomate y sudando la gota gorda bajo sus ropajes de druida sexy.

—Os presento a vuestra tía, Lilandra o cómo se hace llamar para ser más "cool" — entrecomilla Silvana con dos dedos de cada mano —Red Lily. Por cierto, el acento húngaro o rumano lo pone para dar más morbo. ¿Colmillos de vampiresa? Falsos. Nacida, criada y desvirgada en Zurratemicoño. Que no vaya de lista.

—¡Nos dijiste que había desaparecido! Que estaba desdentada, muy estropeada y con joroba. ¡Hecha un estropajo! —grita una sofocadísima Paula sentada en una piedra. 

—¡Tu madre y mi queridísima hermana siempre ha sido una exagerada de tres pares de cojones y además un zorrón de órdago! ¡Buscas Puta en la Brujipedia y sale ella dos veces! —responde Lilandra con voz entrecortada y ostentosos ademanes.

Por momentos parece como si se fuera a caer de la ventana con el ímpetu mostrada a pronunciar cada palabra. Es más, agarrada firmemente al alféizar a tenor del color blanquecino de sus nudillos, parece apresarlo como si le fuera la vida en ello.

—¡Tííta! ¿Qué te pasa? Tienes la voz entrecortada. ¿Tienes el pecho cogido? —pregunta una desmadejada Aramis realmente preocupada dándole brillo a su tremenda barriga.

—Y tan cogido —susurra el zagal de la tasca tras Lilandra y le mete otro pollazo por detrás que le vuela de un golpe el gorro. Oculta y comiéndole el potorro al mismo tiempo está la aprendiza de Red Lily, Dulce de calabaza, que alterna las chupadas de la almeja con mordisquitos al paquete testicular del muchacho aka el Pollamicón.

Cada vez que se descarga el Pollamicón (y ya lleva unas cuantas veces), saca la enrojecida tranca y la deja colgada cual badajo para que Dulce de calabaza le vuelva a afilar el miembro. Amplias lechadas abandonan a borbotones el castigado conejo de Red Lily e inundan el rostro de la aprendiz. Ya tras la segunda corrida Dulce de calabaza hubiese podido interpretar cualquier papel de un teatro Kabuki sin necesidad de maquillaje.

Las bobas de las hijas de Silvana no se dan cuenta de que no ha podido ser un golpe de viento lo que le ha volado el gorro a su tía. La tarde se ha quedado bonita. Silvana en cambio sí. Incluso sus hábiles ojos brujeriles ven como una mano tira del pelo a su hermana por detrás como si fueran las bridas de un caballo. A Silvana incluso le parece oírla relinchar.

A pesar de que el Pollamicón lleva muchísimos polvos sin sacarla y le está demoliendo el sufrido conejo a pollazos, Red Lily sabe que no puede darse por vencida, que hay que agotarlo, matarle a polvos. De lo contrario, caes en desgracia frente al gremio y no puedes volver a invocarle.

—Puto animal —dice ella mordiéndose el labio. El otro labio ya se lo muerde Dulce de calabaza con bastante arte todo hay que decirlo.

Una vez el Pollamicón se vio harto, se retira entre siseos al amparo de la oscuridad.

Silvana hastiada observa a su odiada hermana con los brazos cruzados. Paula y Aramis, sentadas a la sombra del árbol del ahorcado miran curiosas el devenir de las cosas.

Red Lily derrengada les abre la puerta de la torre y les invita a pasar. Parece como si hubiese ganada diez convenciones anuales de rodeo seguidas por la curvatura de las piernas. 

—¡Hermana! ¡Sobrinas! ¡Él está de camino! —sentencia una muy sofocada Red Lily a la que Dulce de calabaza le está dando aire con un abanico de auténtica piel de murciélago salvaje.

—¡¿Quién?! —gritan nuestras Aramis y Paula al unísono. Silvana, más digna, se muerde el labio y no expresa su curiosidad como una loca quinceañera viendo a Ozzy Osbourne.

—¡El diablo de siete pollas! ¡El mal hecho hombre! ¡El duque oscuro! ¡El nigromante travieso! ¡El castigador de culos! ¡El señor de las putas!

Aramis y Paula yacen desmayadas en el suelo. Silvana no puede parar de reír. Es una broma privada de su hermana y las pánfilas de sus hijas se lo han creído todo a pies juntillas. 

—Lily, ahora en serio, corta el rollo macabeo y deja de nombrar a tus exnovios que eran todos más feos que un dolor de muelas. ¿Quién está de camino? —pregunta Silvana acicalándose el pelo. Se le está quedando la piel muy fina con esto del embarazo.

—El padre de tus hijas, mi querida y muy puta hermana — responde con un bufido animal su hermana.

Es ahora Silvana la que yace desmayada patiabierta en el suelo.

Red Lily sacude la cabeza mientras mira a su discípula. 

—¿Lo ves? Son todas unas inocentonas. Ni diablo de siete pollas, ni el padre de las criaturas. Pero ¿y la risa que me voy a echar? Luego, una vez que se despierte la parte puteril de mi familia, les contaré la verdad.

» Si que viene alguien muy poderoso a por su diezmo infernal y gracias a los poderes mágicos del Pollamicón, las hemos embarazado a todas como un toque de atención. ¿No se han dado cuenta que no cuadran las semanas de embarazo? ¿Paula de más tiempo preñada con el mismo bombo que las otras dos? ¡Burras, más que burras! No sé cómo no las echaron a gorrazos de la escuela mágica nada más ponerse en capirote. ¡Hay que estar preparada! Mañana estarán de nuevo estupendas con una figura divina.

Por una ventana asoma el Pollamicón gritando que tiene la picha encendida otra vez, golpeando con ella el alfeizar de la ventana y que suban las cinco. Red Lily le pega un codazo a Dulce de calabaza y la manda subir primero. Ella está agotadísima. Lanza un hechizo y por arte de magia, las hojarasca cubre cuál manta a la desfallecida familia para que no cojan frío.

Mientras se retira a cumplir con el Pollamicón, no puede dejar de reírse... vaya familia le ha tocado en suerte. Muy putas. Joder.

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Texas - Summer Son



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Comentarios

  1. Excelente continuación. A por la tercera parte. 👍🏻

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  2. Hahaha, me divierten mucho las Brujas y sus "problemones". Muy recomendable.

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