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Manuela en "Chica para todo"

EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS




    Manuela moja aburrida su triste magdalena en el café. Esta semana se suponía que recibiría una llamada laboral telefónica. Nada menos que del Teatro "La Fragua de Vulcano". Pero tiene malas cartas para que esta llamada se produzca. Aunque la entrevista del pasado lunes fue bien, Manuela salió con bastante buen rollo, puede que le pese no tener ninguna experiencia laboral requerida ni referencias de ninguna clase. Tiene menos papeles laborales que una liebre. No tenía nada. Algún trabajo ocasional, en negro, sirviendo copas en un chiringuito de playa y poco más.

    Manu, ilusamente y en un alarde de esperanza juvenil, había grabado el número del teatro en su escacharrado móvil de pantalla reventada, para reconocer la futura llamada y estar preparada. Una tal Ana Vergara, directora del teatro, la llamaría a lo largo de la semana. Hoy ya es viernes. "Perfecto, nos pondremos en contacto contigo antes de que finalice la semana", la dijeron.

    Pero estaba en la mierda. Según fue pasando la semana, se iba desesperanzando. La esperanza es un buen desayuno y una mala cena. Hoy por hoy, lo único que tiene seguro, es el desayuno con su escuálida magdalena sentada en la minúscula mesa de camping de la cocina. Y ver a su novio, Johnny, haciendo el vago en pelota picada. Un espectáculo arrebatador. Rodeada de la opulencia que da vivir en un cuchitril de 40 metros cuadrados.

    Se termina el café y cuando está a punto de levantarse, el teléfono empieza a vibrar, hace tiempo que el sonido se jodió. La pantalla muestra el nombre de "Ana Vergara". No se lo puede creer. ¿Será posible? Coge aire, toma con fuerza el teléfono y responde con las más firme de las voces que es capaz de pronunciar:

    —¿Dígame?

    —Soy Ana Vergara, del teatro. ¿Eres Manuela? ¡Claro que sí! ¡Qué tonta soy! ¿Sino quién iba a coger el teléfono? Bueno, al grano, no me entretengas que estoy muy ocupada. Nos ha gustado mucho conocerte el pasado lunes y creo que podrías encajar en lo que buscamos…

    Manu no puede reprimir una amplia sonrisa y se lleva la palma de la mano para ocultar los correctores dentales. Siempre lo hace cuando está excitada y para evitar comentarios crueles tipo: A tu edad ya te podrías haber arreglado los dientes antes, bonita.

    Su novio Johnny ya está, cotillo como es, de pie a su lado, escuchando.

    —Hemos pensado que todo el mundo necesita una primera oportunidad — continúa la Sra. Vergara— y tú no estás picardeada subiéndote a la parra exigiendo un sueldo desproporcionado. El salario mínimo menos un 20%, ¿ok? Es lo justo ya que no tienes ninguna experiencia. Y bastante que soy legal y no me tienes que pagar a mí por darte formación

    Manu no da crédito a sus oídos tras la línea telefónica… ni a sus ojos delante suya. Johnny, con una erección descomunal, le está restregando la polla por la mejilla. Tiene un miembro enorme y un don de la improcedencia igual grande que la polla.

    Tapa el micrófono del móvil con una mano y, con la otra, le da una señora bofetada a la gorda tranca. La polla le hace la cobra y se bambolea como el mástil de un barco en una mar brava hacía atrás, sólo para volver como un resorte con más fuerza a la comisura de sus labios. No hay que ser adivino para saber las intenciones del obrero de la construcción. Ni de su ayudante calvo.

    A Johnny "Chupa o te monto un pollo", Manu le indica con los ojos que se vaya a tomar por culo. Ya se la chupará, como todos los días, antes de que se vaya a la obra. No vaya a ser que niñito se fuera nervioso al curro y el gilipollas se cayese del andamio. Su conciencia no le hubiese dejado vivir.

    La cerúlea polla vuelve insistente a los labios de Manu, como llamando a la puerta. Toc, toc. Es una encerrona. Ni Johnny va a cejar en su intento, ni ella puede decirle a la responsable del teatro que llama más tarde que tiene que chuparle primero la polla a su novio. Así que empieza a lamerle despacio la tranca mientras atiende la llamada e intenta disimular por teléfono. Con pequeños mordisquitos en el glande y con sus grandes ojos ruega a su novio que se corra rapidito.

    —Tus tareas serán satisfacer todas mis necesidades, organizar mis citas, traerme por las mañanas el café, atender mis llamadas… vamos una especie de secretaria, qué digo, que torpeza … ¡una cualificada ayudante! —recita como una ametralladora la Sra. Vergara. ¡Mi formación vale oro! ¡Oro! ¡Ah, y empiezas esta tarde!

    —Aha —afirma Manu masturbando la gorda y nervuda polla de Johnny con la mano que le queda libre y succionando el glande. El obrero la tiene bien agarrada de la nuca obligándola a incrementar la velocidad de chupada. Mucha polla, pero la verdad es que Johnny no dura mucho una vez Manu le empieza a rozar con el piercing lingual por el glande. Mano de santo o boca de puta, qué más da eso ahora. Aquí hemos venido a corrernos y eso es lo que va a conseguir el puto vicioso.

    —Tendrás un horario de ocho de la mañana a cinco de la tarde. Las tardes de función saldrás algo más tarde, pero entrarás también a medio día. Soy exigente pero no soy una esclavista… A mí, nadie me ha regalado nada, pero soy una jefa justa… — la Sra. Vergara refuerza la palabra jefa a propósito separando las sílabas.

    Johnny, le está magreando cada vez más fuertemente las generosas tetas a Manu, síntoma inequívoco de que estaba a punto de caramelo. Y la curvatura de su miembro junto a las primeras gotas preseminales dentro de la boca de Manu tampoco pueden negar este hecho. La taza del café, intuyendo el inminente desenlace, se ha quitado de en medio y se ha ido a tomar por culo al suelo junto a la magdalena. Manu sube dos velocidades y le empieza masajear los durísimos testículos, con ambas manos. El móvil lo deposita con el altavoz activado en la mesa.

    —Ser mujer de éxito es difícil, a los hombres le da miedo tener a una mujer así frente suya. Se acojonan, pero hay que perdonarles. No todo se arregla sacando la polla. Trabajarás aleatoriamente un fin de semana, sí y otro no… ¿Alguna pregunta? —concluye retóricamente, sin esperar en realidad una respuesta.

    En el peor momento, Johnny se está empezando a descargar como un coloso. La primera salva roza la mejilla de Manu y termina cubriendo el cuadro de la abuela materna, Inmaculada Segunda de la Concepción, de un indecoroso velo pastoso: "¿Qué es lo que ha cenado este tío ayer?" se pregunta Manu. Johnny recula y salva la segunda y tercera salva metiendo su nabo (para eso sí tiene cintura de defensa central) en la boca de Manu. Ésta es incapaz de poder tragarse toda la voluminosa eyaculación de una tacada. Le hacen falta tres tragos largos. Y el gilipollas no para de cantar en voz alta: "Tengo una vaca lechera... no es una vaca cualquiera".

    —Niña, ¿sigues ahí? –pregunta la dueña del teatro.

    —Sí, disculpe, Sra. Vergara, estaba terminando de desayunar. Lo lamento mucho. No, No tengo preguntas. Bueno, sí. ¿Cuándo puedo empezar y cómo le gusta el café?

    La pregunta le agrada de sumo grado a la Sra. Vergara, que le contesta que se pase hoy mismo por el teatro con un Frappuccino con dos azucarillos para firmar el contrato. Y que de momento lo pague ella. Que ya harán cuentas luego.

Un poco después.

    Manu se limpia pensativa la boca con la servilleta. Se termina el café a la pata coja, se aprieta las gafas contra el puente de la nariz, busca diez minutos sus Ipods, los encuentra, se pone la camisa de cuadros blanquiazules encima de la camiseta de "The Ramones", pierde los Ipods de nuevo, se calza su gorra de lana negra, vuelve a encontrar los Ipods. Se mira una última vez en el espejo y certifica que en realidad es muy pintona. Sale de casa sólo para constatar que Johnny se está fumando un cigarrillo repanchingado en el sofá. A la pregunta de que, si no tenía que ir a trabajar algún día o a alguna hora, le responde que le han echado la semana pasada. Que ya le saldrá algo.

    Enfurecida, le manda a la mierda, cierra la puerta tras si de un golpetazo y Johnny le grita desde el comedor que tiene muy mal carácter. Que antes molaba más. Luego enciende la tele y la consola sin ninguna gana de buscar trabajo.


    Al poco de llegar al teatro, cargada con un Frappuccino que le ha costado un huevo en el local del logo de la sirena abierta de piernas, un tramoyista le indica dónde encontrar el despacho de la Sra. Vergara. 

—No tiene pérdida —le indica el hombre sin mayores explicaciones —todo tieso y ya está.

    Excitada por su primera opción laboral real, Manu no cabe en su gozo, todo le parece maravilloso, el trajín de los trabajadores, los actores ensayando… ¿el ruido desafinado de un piano? Además, tal sonido enervante, parece salir del despacho de la Sra. Vergara. Efectivamente, el horroroso sonido es del despacho. Manuela llama con los nudillos y espera pacientemente en la puerta, sonriendo nerviosamente a cualquiera que pase. Tras esperar unos decorosos cinco minutos con un café helado, decide entrar a la habitación. Dentro, la música es acompañada de un jadeo entrecortado. ¿Es una Aria? ¡No lo sabe, le queda tanto por aprender de este mundo!

    Atónita, pero sin decir una palabra, observa que a la Sra. Vergara se la están follando, sin piedad por detrás, un musculoso moreno con un sucio peto de electricista adornando sus tobillos. El trabajador sostiene a su empleadora con ambas manos en sus hombros mientras la penetra rítmicamente. La Sra. Vergara gime como una gata con los ojos en blanco. Las salvajes embestidas provocan que sus maduras tetas toquen sin talento alguno, rítmicamente todas las teclas del piano. Clanc, clanc, clanc. Ana jadea con cada embestida del moreno exigiéndole que se la folle como Dios manda. De lo contrario le despedirá por incompetente, por picha floja, por lo que sea, pero que no deje de romperle el conejo con su negra y salvaje polla africana. Samuel, que ya se conoce el paño —y el conejo—, le pega otro pollazo y la hace callar con un autoritario: "Calla Puta, Papi está en casa y se le está levantando dolor de cabeza de tanta cháchara de blanquita".

    A la Sra. Vergara le parece cuadrar el tono de la respuesta y se corre por segunda vez con la polla del moreno hundido en su empapado sexo. Antes de que el bueno de Samuel pueda inundar el conejo de nuevo con su zumo vital, Ana se gira para recibir la generosa e inminente lechada en sus pechos. Sin demora, agarra el pollón con ambas manos y acelera el placentero final.

    —Ay Mami, Mamacita, no seas mala con Papi —acierta a decir el moreno mientras la vida empieza a írsele por el negro mástil.

    Es sólo ahora, a punto de ser regada por el oro blanco, cuando la Sra. Vergara se percata de la presencia de Manuela. La mira y antes de que pueda decir nada, es ametrallada por una salva de ocho bestiales corridas, que la hacen cerrar los claros ojos.  El electricista empieza a eyacular descontroladamente encima de los pechos y el rostro de Ana. Densos chorretones de cálido semen se abalanzan al frío suelo desde el inundado rostro y los amorosos pechos hasta el suelo.

    Manu, atónita no acierta a decir nada, aparta unos documentos y un tanga, deja el café en la mesa con los sobres de azúcar y cierra la puerta tras suya.

    A los cinco minutos, Samuel sale con su caja de herramientas (ambas, la de metal y la de carne) del despacho, sonríe con una hermosa dentadura marfileña a Manu y se marcha. Está bien tranquilo y mejor descargado.
     
Entra, Manuela —demanda la Sra. Vergara, que más que Vergara ahora le pegaría más, Sra. Verga, encendiéndose un cigarrillo, desde el interior—. Tú no has visto nada, ¿me oyes? Nada.

    —¿El qué? No sé de qué me habla usted, yo le he traído su café al despacho y me he ido. No sé de qué me habla. Espero que el café esté a su gusto. Manu se reprime el chiste fácil de preguntar si está bien de leche puesto que sería una obviedad y, visto lo visto, la Sra. Vergara de eso no anda escasa.

    —Me gustas Manuela, eres discreta. Me gusta la gente que sabe estar calladita. Mi marido, ese puto seboso, tiene sus aventuras también, y yo las mías, pero no hay que contarlo todo, ¿verdad? Lo que pasa en el teatro, se queda en el teatro. Te llevarías bien con mi hija Lucía, es un poco bala. Es posible que le veas por aquí un día de estos, es una hámster como tú.

    —Hípster —se atreve a corregirla Manuela.
    —¡Qué más da! Sois rebeldes —continúa Ana. No estáis subyugadas a ningún hombre. Si os apetece un polvo, lo echáis. Lucía va un poco a lo loco para mi gusto. Un poco puta. Ha salido al putero de su padre. Todo lo que le sobra de tetas, le falta de cabeza, pero veo que os parecéis. Perdona, te estoy dando una chapa del quince. Firma aquí. En apenas un mes, el virtuosísimo tenor Marcel Vásáry dará la primicia mundial en mi teatro, de su nuevo trabajo; "La vuelta al adagio en 80 mundos" y no en la Ópera de Madrid, ¡No! …en mi puto teatro. Encárgate que no le falte de nada. Entras mañana a las ocho. Hasta mañana y gracias.

    Manu que no había dicho ni una palabra, no cabe en su gozo. ¡Contratada! Definitivamente este mundillo le gusta. Todo es tan emocionante, tan extraordinario, tan grande. Como la polla del electricista se descubre pensando.

    Al llegar a casa, Johnny sigue sentado en el sofá con una mano metida en los calzoncillos. La casa hecha unos leones. Pregunta que qué hay de cenar, a lo que Manu responde con un educado; "Tu puta madre en salsa y montada a caballo" y se va a la ducha. Cierra la puerta con el pestillo. La colisión sexual la ha puesto como una moto, pero no le va a dar el gustazo al amigo de echarla un polvo. Que se joda y que siga viendo perder al Atlético por la tele. Desliza sus finos dedos a su húmedo sexo y mientras se vierte unos aceites corporales carísimos, regalo de su hermana Mar, se empieza a masajear la flamígera pepitilla. Jadea y sube la presión del agua para evitar que la oiga el gilipollas de su novio Johnny.

   
    A los pocos días, el tenor se presentó cortésmente, uno a uno, a todos los integrantes del teatro, dando las gracias por su invisible pero indispensable labor. Es un hombre joven, cerca de la treintena, de un talento descomunal al mismo nivel que su simpatía, políglota, educado. Saluda, zalamero, besando a cada una de ellas desde la chica de la limpieza hasta a la directora Vergara, con dos sinceros ósculos. A ellos les reserva un sincero abrazo, como si fueran sus hermanos. Siempre correcto. El yerno ideal de toda madre… o ya puesto, el que se las follaría todas ellas, incluso a los padres dado el caso. Es un bajabragas nato.… pero oculta un escondido vicio que Manuela descubriría, por casualidad, pocos días después.

    Manuela acaba de terminar sus cometidos, y piensa fumarse un cigarrillo antes de coger el metro. Quien dice cigarrillo dice porro. Al salir al callejón, una atractiva figura está finalizándose un cigarrillo a escondidas. Se percata de la inesperada presencia de Manu y se esconde a la sombra de unos cubos.

    —¿Marcel? ¿Eres tú? ¿Por qué te escondes? —pregunta curiosa Manuela, encendiéndose el porro ya preparado desde casa.

    —Ah, hola, Manu, perdona, había salido a tomar un poco de aire —responde avergonzado el tenor.

    —A fumar, ¿quieres decir?

    —Buenos, sí. Mi pequeño secreto. No debería… es más, mi representante y mi seguro me lo tienen prohibido, pero es que no puedo dejarlo… me encanta fumar. He renunciado a tantas cosas en mi vida, fumar es un pequeño lujo que me permito de vez en cuando, ¿lo desapruebas?

    Manu le pega una calada al porrillo, echa unas volutas al cielo, le mira con atención con sus grandes ojos y le pasa decidida el pitillo.

    —Pues fumemos juntos, no me quedan más... lo compartimos, ¿vale? —ofrece Manu —No tengo enfermedades… conocidas —mientras se ríe ostentosamente mirando al cielo de nuevo sujetándose la barbilla.

    Marcel sonríe esbozando su perfecta dentadura, y le pega una amplia calada al porro marcado en su boquilla con un anillo carmesí. Contento como un niño con zapatos nuevos. 

    Fumaron y rieron, y lo que fue un desliz al final se convertía en un secreto compartido entre ambos. Una pequeña complicidad. Se pasaban minúsculas notas con los horarios para fumar, y ella siempre invitaba con la condición de que le hablase de todas las ciudades que conocía. Se quedaba embelesada oyéndolo, mirándole como un ternero a punto de ser degollado. Cuando llegaba a casa, cerraba la puerta del baño, se desvestía pensando en sus manos y se terminaba de masturbar pensando en sus labios atrapados entre sus piernas. Ella, en sus fantasías, mientras fumaba, le echaba el humo en la cocorota y le ordenaba que no parará de lamer que, de lo contrario, le iba a denunciar al seguro. Que tontería, ¿verdad?

Algunos días más tarde...

    El día del estreno mundial, el teatro está a reventar. Largas colas se han formado desde primeras horas de la mañana a las puertas de "La Fragua de Vulcano". Manuela no cabe en su gozo. Qué emocionante es todo. Nerviosa, no deja de tocarse las botoneras de su peto vaquero color petróleo, dónde lleva en su bolsillo central todas las indicaciones necesarias de Ana. Una camisa ajustada blanca del Lobo Rufino montado en moto cierra su atuendo. Se palpa la electricidad de los grandes eventos.

    Echando la vista atrás, la Sra. Vergara. aparte de sus ocasionales deslices con el moreno Samuel, o con otros trabajadores del teatro o quiénes estuviesen a tiro, ha resultado ser mucho menos exigente de lo acostumbrado. Aunque es cierto que Manuela tampoco no le ha dado motivo alguno de queja. Le entrega su café religiosamente, le organiza con tiempo sus citas y más de una ocasión incluso le cubre las espaldas cuando Justiniano Cardoso, un hombre deleznable y sudoroso, que le quiso meter mano a la primera de cambio con una sonrisa llena de dientes torcidos, buscaba a Ana desesperadamente para presentarla a unos inversores. Manuela le indicó que acababa de salir a la imprenta, para después quedar a comer con un concejal y que le avisaría cuando volviese. En realidad, a la Sra. Vergara le estaban comiendo el depilado coño a escasos metros, el tramoyista rumano con un don de lenguas exquisito. Todo esto mientras cabalgaba sin piedad a un imberbe jovenzuelo botones que de uniforme solo le quedaba la triste gorrilla y una polla descargada hace rato. El pobre botones se había corrido a las primeras de cambio, pero para no desentonar, a pesar de que ya no le quedaba más madera con que alimentar el fuego vaginal de su jefa, seguía al pie del cañón con la polla vencida al rojo vivo.

    Manu, observaba curiosa desde el abrigo de la puerta con qué naturalidad Ana dispone de su placer. Sin pedir permiso. Tomando lo que necesita. Cómo la envidiaba. ¿Y qué tenía ella en casa? Un zote, un desempleado que se apretaba botellín tras botellín tras perder ver a su Atletí una y otra vez. Incluso el sexo ya era malo, pésimo. Algo rutinario. Sin emoción. No como el que debería seguramente practicar Marcel. Algo sublime, cariñoso, potente. Pero quería a Johnny con todos sus defectos, no era malo, solo era un cavernícola.

    El público empieza a sentarse, pronto empezará la función. Manuela se dirige al camerino de Marcel para atender las últimas peticiones de Vásáry, como su zumo de piña con un tercio de agua en vaso grande. Llama a la puerta y sorprendida oye a normalmente educado Marcel, maldecir una y otra vez en su idioma.

    —Marcel, ¿Qué pasa? —pregunta Manuela al entrar, sin llamar, en el camerino.

    Marcel se encuentra semi-encorvado de espaldas con los pantalones y calzoncillos bajados. Al girarse, Manu observa su buena polla entre su mano. El tenor, visto lo visto, no tienen solo enorme el talento.

    —Manu, siento, que me veas así, estoy muy nervioso. Yo… yo no sé qué hacer. Temo hacer el ridículo delante de toda Madrid. Ya hace unos años que no soy el que era. Mis últimas actuaciones en Viena y París tuve que suspenderlas ya que no consigo controlar mi ansiedad. Creí que, actuando con menos presión en un teatro más recogido, sería diferente. Yo no bebo ni me drogo, me cuido, bueno fumo como sabes y ahora estoy hecho un flan. No sé qué hacer. Tengo otro ataque de pánico o de ansiedad. Pensaba que quizás descargándome me calmaba, pero no soy capaz. Soy un mierda. Fracasaré de nuevo. —comenta un afligido Marcel.

    En la platea el público se está empezando a impacientar gritando ¡Vásáry! entre ellos el señor Cardoso hinchado como un capón junto tres amigos, güisqui en mano. Ana, impaciente, no acaba de entender por qué se demora tanto el inicio de la obra. Había hablado apenas una hora antes con el tenor y parecía estar sereno. Nuevos gritos de ¡Vásáry! inundan el teatro lo que, al pobre Marcel, no le está ayudando para nada.

    —Tranquilo Marcel, te ayudaré a relajarte. Oye, una pregunta tonta... ¿te vendría bien para tu problema que te la chupara? ¿Te corres rápido? — pregunta Manuela mientras se retira el pelo a un lado y se mete media polla en la boca. De un golpetazo con un pie cierra la puerta tras ella.

    Antes de que Marcel pueda contestar que le parece la idea, nuestra Manu, aun con su gorro de lana calado, utiliza su arma secreta del piercing lingual mientras se entretiene en su prepucio. Lame con devoción una polla que por primera vez en su vida no es la de su novio, disfrutando todas las texturas, las gordas venas, del rítmico jadeo del artista, de su enorme tranca sólo equiparable a su talento, palpitando en su boca. Es una polla sublime, de artista.

    —Muchas gracias, Manu, muchas gracias, es lo que necesitaba. A mí no me gusta pedir nada nunca. Me da tanta vergüenza. Dios, joder, lo haces de puta madre, ya me estoy relajando... siento.... siento que... me voy a correr como un toro...

    Manu asiente con la cabeza, se detiene y le dice qué no se preocupe, qué todo está en orden. Que a los artistas hay que dejarles que saquen todo su arte. Y leche.

    —Marcel, escúchame… ahora te vas a correr… encima de mi cara, de mi pelo, de mi gorra, o en mi boca, lo que quieras, lo que te salga de la polla. Tú sólo córrete sin reparar en nada. Eres Marcel. Eres el más grande, el puto amo de Madrid, sal y cómete el escenario. Enséñales quién tiene la polla más gorda aquí.

    Suena el móvil de Manu. Es una muy alterada Ana preguntando que qué cojones pasa. Manuela la tranquiliza. En breves instantes, Marcel estará entregando la actuación de su vida. Ya lo creo. Ya ha empezado a calentar. Qué vueltas da la vida, de nuevo, la pillan con una polla en la boca. Pero esta vez es distinto… ella elige, ella decide y será así a partir de ahora. Ningún hombre le va a decir cómo vivir su sexualidad, ningún hombre jamás le va a meter una polla sin que ella lo desee.

    Marcel ya no puede más. Es imposible. No se le pueden poner puertas al mar. Agarra a Manu suavemente de la cabeza y descarga en su boca. Se corre como un quinceañero en la extendida lengua de Manu, que chasquea una y otra vez su punta en su hinchado glande. El tenor estaba muy retenido, Manu apenas puede tragarse toda la descarga y debe abrir la boca para no morir ahogada. La polla de Marcel ya deshinchada se retira de la boca goteando. Ha dado el do de pecho. El tenor termina de temblar, agradece un millón de veces a Manu su implicación en el arte, se bebe su vaso de zumo de piña de una sentada con los ojos cerrados, se santigua tres veces y tras vestirse, sale al escenario… y da el espectáculo del que Madrid aún hoy 15 años después sigue hablando.

    Más de 50 minutos de ovación de pie y un público rendido a sus pies. Marcel esa noche se coronaría varias veces más. Manu entre bambalinas, llora de felicidad. Ella una Don Nadie, ha salvado la función. Una mano de cuidadas uñas carmesís reclama su atención, golpeando suavemente su hombro. Es una chica no mayor que ella de largo pelo oscuro con unas bombas atómicas por tetas. Se presenta como Lucía Cardoso.

    —Tú debes ser Manuela García. Mi madre me ha hablado muchísimo de ti. Que eres como yo. Debes cerrar la puerta con cerrojo si no quieres que te vean lo que haces con el artista. Lo he visto todo y me has puesto cachonda como una perra. ¡Vaya arte tienes! Disfruta hoy de los aplausos, también son tuyos en parte. No lo dudes. Me voy a quedar una temporada en Madrid en un piso compartido y tú... tú te vienes conmigo —demanda una muy convencida Lucía, cual letrada a punto de ganar un juicio a una multinacional —Sin excusas. Deja al gilipollas de tu novio (al final eso no lo haría hasta muchos años después) y déjate de soplapolleces morales. Eres de la mías. No existen los maridos ni novios fieles, sólo existen los hombres feos como lagartos y los hombres a los que nos una no le pone el coño en bandeja. Los hombres no follan, a los hombres SE LES FOLLA. Y cómprate un móvil nuevo. Tú, —le golpea el pecho de nuevo con el dedo índice de uñas carmesís majestuosas. —tú y yo, no pertenecemos al vulgo, pertenecemos a las nubes, viajando de una parte del mundo a otra, sin ataduras, y follando a quién nos salga de la pepitilla del coño. Yo te enseñaré... ¿No te apetecería volar a mil sitios, conocer cientos de lugares? ¿Conoces la línea aeronáutica internacional OpenFly Air? Yo quiero trabajar ahí de azafata. Es la mejor línea aeronáutica del mundo...

Epílogo.

    Bien entrada la noche, tras incontables botellas de espumoso y multitud de llamadas anónimas y conocidas, fue esta vez a Ana la quién le tocó mirar a escondidas como a su hija y ayudante se follaban al renombrado tenor en el camerino. Marcel tras infinitos aplausos y saciado de reconocimiento se retiró a su camerino. Ahí, Manu y Lucía estaban estrechando su recién inaugurada amistad a base de comerse las tetas y el coño.

    Un móvil, a quién nadie le presta atención, se harta a llorar, sepultado bajo unos vaqueros, un peto y ropa íntima en un sofá. Manu y Lucia, embadurnadas en oloroso talco, están vestidas con un corsé estilo burlesque de las damas de la nobleza francesa del siglo XVIII con ostentosas pelucas albinas a juego estilo rococó. Manu de aterciopelado rojo putón con franjas negras y Lucía de inmaculado e inocente rosa pálido. Los pezones de Manuela están tapados con cubre-pezones con forma de corazón con tiras. Monta ésta, a galope tendido y sin piedad, a Marcel, mientras no deja de chupar y lamer las gordísimas y, a la par, durísimas tetas de Lucía. Ésta jadea ostentosamente susurrando una y otra vez en francés, muy metida en su papel de cortesana parisina con lunar en la mejilla incluido, que si no hay para pan, pues que el vulgo coma tarta. Y ya puestos con mucha nata, como hace ella... nata batida a mano. ¡Tanto quejarse, tanto quejarse... putain!

    Marcel, como excelente profesional que es y liberado de sus ataduras, vuelve a ofrecer un recital de altos vuelos.

    —Menos mal que tomo la píldora —se repite mentalmente Manu —Gracias a Dios, que con la lechada que acaba de descargar Marcel dentro mía, me hubiese dejado embarazada segura por lo menos de trillizos... menos mal... menos mal.

    Voluminosos y cálidos chorretones de semen se mezclan con el talco y se deslizan piernas abajo entre las piernas de Manu, creando una perfumada pasta. Marcel aún no se ha sacado la tranca y amenaza segunda ronda. Sus brazos esta vez no golpean con paroxismo el primoroso culo embutido en ligueros de Manu, sino atrapan lujuriosamente las caderas de Lucía, que sentada en su rostro, se ha corrido en la boca del tenor, sin avisar (nunca lo ha hecho en su vida) de nuevo, golpeando su musculado pecho con una pequeña fusta rosada. La gorda verga de Vásáry vuelve a erguirse cual Ave fénix dentro de Manuela y es devorada nuevamente ipso facto por el hambriento sexo ígneo de Manu. Fuertes palpitaciones le indican a nuestra ayudante del teatro que esta vez, el intérprete, tardará mucho menos en correrse que la anterior vez. Ella ya le ha cogido el truco al "fumador secreto". Siente las gordas venas de la verga de tenor, hincharse dentro de su empapado sexo, golpeando cual borracho al llegar a casa, sus paredes vaginales. Mira con lujuria a Lucía, suelta un mohín, y les pega un buen mordisco a sus bombas atómicas de destrucción masiva.

    —Qué buenas estás, pedazo puta —le dice.

    Lucía sonríe y baja aún más las caderas, sepultando el rostro de Marcel ya del todo. La polla del tenor se empieza a desatar como una manguera de campo andaluz que hubiese estado demasiado tiempo obstruida y sepulta de exagerados latigazos descontrolados los restos de semen de hace cinco minutos con otra voluminosa tanda. Tanto Lucía como Manu jadean y se corren satisfechas mientras sus lenguas bailan amarradas en un chotis en sus bocas... entretanto la enrabietada polla del tenor se empieza a desmayar y ceder terreno, hecho que no hacen sus fuertes manos aún clavadas a fuego en las caderas de Manuela. Lucía no pierde el tiempo y aprovecha para restregar su vulva sobre los labios del tenor en modo de protesta.

    Johnny seguiría llamando sin éxito al móvil Manu durante horas... con la cada vez más vana esperanza de que le hicieran la cena. Encendió la tele justo cuando el Atletí encajaba su cuarto gol en 15 minutos y en acto de rabia estrelló el mando de la tele contra la pared... puto Atletí.

    Al día siguiente, el Marcel, tuvo que cancelar la función alegando una dolorosísima e imaginaria lumbalgia que decía haberse hecho ensayando, pero eso ya poco importó, Madrid estaba rendida a sus pies y Ana no podía estar más orgullosa de su hija y ayudante… se veía tanto reflejada en ellas, y mientras susurraba; "buenas chicas, más putas que las gallinas, pero buenas chicas" alcanzaba su segundo orgasmo clitorial con sus ágiles dedos, que previamente ha humedecido en su boca... le encanta su sabor cuando está cachonda...

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¡Continuará!


¡La banda sonora!

Pointer Sister - I'm so excited


Lara Fabian - Caruso


Lara Fabian - Adagio


Christina Aguilera, Lil' Kim, Mya & Pink - Lady Marmalade


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Comentarios

  1. Me encanta Manuela. Me parece un gran personaje... ¿Y qué decir de Lucía? Madre, bombas atómicas como tetas... genial.

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  2. Interesante historia de Manu. Deseando leer más.

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