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Nicole Moloko y el culto secreto (Inspector Arsène Putain #12)

EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS



El intachable inspector Arsène Putain llega alrededor de las diez y media de la mañana a la centenaria librería "William Blake and Friends" a orillas del Sena, frente a Notre-Dame. La antigua librería fundada en 1921 ha visto pasar por sus atiborradas dependencias de libros, una multitud de escritores famosos, actores y bohemios. Y si la investigación encubierta de Nicole Moloko ha fructificado, la detención del más escurridizo de ellos, el infame criminal, activista y terrorista de medio pelo, el Duque Blanco, será cuestión de días.

Portando una máscara de un médico de la peste negra para ocultar su rostro, el Duque Blanco ha estado aterrorizando la ciudad de París hace más de un año. Aunque es más un querer y un no poder. Son sus actos terroristas más un incordio que un peligro real. Sus actos delictivos han sido volver locos los semáforos en hora punta, o activar las sirenas de las alarmas de catástrofes naturales a las tres de la mañana. Nada serio, pero si engorroso para la tenaz policía francesa.

Dicen en los bajos fondos que su guarida se ubica en una de las muchas salas secretas e ignotas de las extensas catacumbas de París. ¿Pero quién lo sabe a ciencia cierta? Poca gente. Putain espera que su informante Moloko sea una de ellas.

El crujir de las ruidosas escaleras de madera al piso superior acompañan al inspector. Arsène no pude más que asombrarse cómo la antaño ladrona de guante blanco y su acérrima enemiga Nicole Moloko, tras un trato con el departamento de Policía de París para eximir sus delitos, se haya convertido en la parte fundamental de sus éxitos tras la marcha de su ayudante Michelle Dupont a Dover.

Mordiendo más que lamiendo un chupachups de cereza mientras lee distraídamente un libro abierto, Pauline Putova alias Nicole Moloko espera a Arsène sentada en una coqueta mesa flanqueada por columnas de desgastados libros. Otra mesa la ocupa una pareja de lesbianas que se come a besos y se mete mano entre risas. Por la postura de la piernas y los ojos en blanco, la más menuda de ellas, está corriéndose con la mano danzarina de su novia nórdica. Sentado en el suelo al fondo, un bohemio alternativo greñudo medita en la posición del Oso Yogui junto a unos platillos. 

A los pies de la mesa, una bolsa de la tienda de ropa interior Secretíssimo by Becky Door y un cenicero a rebosar de cadáveres arrugados de papel. Y aunque está prohibido fumar en la librería, Moloko parece disfrutar saltándose esa prohibición. Que la detengan. A las dos horas estaría otra vez tocando los cojones, fumándose un cigarrillo tras otro en la misma mesa.

Arsène aún se tensiona cuando se dirige con paso decidido a la antaña canguro de su hija Camille. Aunque su vivaz polla de veinticinco centímetros y él disfrutaron muchísimo de las apasionadas felaciones con las que le obsequiaba la veinteañera Pauline no hace tanto, aunque nunca pudo terminar follándosela, y eso para un hombre de férreos principios como él, es un insulto en toda regla a su indiscutible hombría.

Viste Nicole, una boina vasca roja, una chaqueta negra de cuero encima de una camisa de franjas rojas y blancas. Su pelo rizado largo castaño cae en cascada sobre sus hombros. Huele a pastel de manzana, marihuana y problemas.

—Llegas tarde, Arsène —le reprende Moloko— ¿Echando tu polvo matutino antes de empezar la jornada? No me lo digas —agita el dedo índice ostentosamente delante suya —No quiero saberlo.

Al inspector le encanta hacerla rabiar y llegar tarde es una forma grotesca de encenderla como un cohete. Ella, la que tanto dolores de cabeza le causó en el pasado. La que le dejaba sus bragas empapadas de feminidad en todas las escenas del crimen para reírse de él. Tiene más de diez bragas suyas en su casa, cuidadosamente guardadas y rotuladas en bolsitas herméticas.

Putain se queda de pie frente a ella en un intento de mostrar superioridad, mientras Moloko se queda sentada. Descansa Arsène su escandalosa huevera en el borde de la mesa.

—En la bolsa de plástico a mi derecha, encontrarás un disfraz y un dispositivo GPS con unas coordenadas. Te llevarán a un paso secreto al interior de las catacumbas de París. Mañana por la noche se reunirá la Hermandad Adoratriz del erecto Miembro al pleno para definir un plan de acción tras hacerse con el perdido crucifijo consolador de Santa Catalina de Orleans. Sabes quiénes son, ¿verdad? — continúa la joven.

Putain asiente ofendido. Por supuesto no tiene ni puta idea.


—La Hermandad persigue la aniquilación total del patriarcado. Son así de originales. Visten como monjas sexis con ligueros, ropa de encaje de marca y van hasta las tetas de armamento pesado. Su ominosa sociedad está liderada por la madre superiora Sor Inés y una decena de mujeres entre los veinte y cuarenta años de los más altos estamentos de la sociedad francesa. Una pijas medio putas -tirando a mucho- aburridas de la vida aristócrata y del dinero fácil. 

» Tras una epifanía años atrás, Sor Inés, abandonó el monasterio donde llevaba desde los dieciséis años enclaustrada, se operó de las tetas, se las puso como melones y empezó su cruzada. Su movimiento se basa en derrocar al diablo lujurioso de la carne y las tentaciones de los asquerosos hombres. Una vez que el diablo o la lujuria las atrapa -cosa que les pasa bastante a menudo para su desgracia- sólo pueden exorcizarlo a base de pecar sin piedad. A la luz de las velas, azotándose y esas cosas. Cuando mayor el pecado, más grande la confesión y única opción de expulsar por unas horas al demonio de la carne. Viendo que comiéndose las chirlas unas a otras no era pecado suficiente, pasaron a las pollas -como una tranca de verdad no hay nada parecido- para alcanzar su objetivo. Éstas si las calmaban, pero las hicieron dependientes y cada vez cualquier excusa era buena para pecar. Sor Inés harta de depender de la pollas de los hombres empezó la búsqueda del legendario consolador de Santa Cataplina de Orleans.

» Según Sor Inés, hacerse con este objeto no sólo legitimaba su cruzada al destronar de una vez por todas los deseos impuros hacia los hombres, sino que además el objeto era capaz de otorgar múltiples orgasmos casi instantáneos a quien hiciera uso de él.  ¿Quién necesita un hombre o una buena polla teniendo un crucifijo tan especial? "Nadie" según la gilipollas.

» Al parecer este objeto habría estado salvaguardado por la familia del criminal Duque Blanco por razones desconocidas desde hace siglos y su dueño actual, Olivier Lanroché estaría dispuesto a desprenderse de él a cambio de una cuantiosa cantidad de dinero y favores futuros.

—¿Olivier? ¿Qué pinta él en todo esto? —pregunta un sorprendido Arsène.

—Madre mía. Él es el maldito Duque Blanco. Todos esos actos de terrorismo eran para hacerte quedar mal ante toda París. Como un incompetente. Entiendo perfectamente esa necesidad. Me pasaba a mí constantemente en el pasado. Es casi enfermizo. Tienes una carita, Arsène que dan ganas de joderte de un modo u otro, un día sí y otro también. Aparte de que haberte follado a su novia y exmujer Ava, a su hermana Nöelle y su madre Anouk repetidas veces no te hacía más popular a sus ojos. Tu amiguito es bastante vengativo y un amante pésimo. Dentro de la bolsa está su disfraz de médico de la peste. Te quedará algo estrecho de huevos, es lo que tiene calzar esa trocho, pero tienes tiempo de sobra para remendarlo.

La polla de Arsène se endurece aún más al recordar todas aquellas veces que se pasó por la piedra a las mencionadas féminas de la familia Lanroché. A la esposa, Ava, se la folló incluso unas horas antes de que ella hiciera sus votos con Olivier. Duraron seis meses, ella estaba obsesionada con su tranca. Es normal, les pasa a muchas.

—Oh, ¿se te está poniendo dura? ¿Una pajita rápida o mejor una chupadita para calmar los nervios, mi querido inspector, ahora que no nos ve nadie? —susurra sibilina Moloko mientras le masajea amorosamente el paquete al amparo de un libro abierto y pega un renovado chupada a la menguada piruleta. Los huevos de Arsène están rebosar de deseo para compartir con toda su boca necesitada. Es un desprendido. Siempre a disposición de la ciudadanía.

La tranca desmelenada de Arsène ha empezado a marcar territorio con amplias manchas circulares de masculinidad en calzoncillo y pantalón. Moloko le pone como una moto. Sentir el roce de sus dedos por encima del pantalón acompañado del ruido del penetrante y constante chupeteo de la piruleta de la informadora le está excitando muchísimo. Si tan sólo pudiera bajarse un segundo la cremallera y darle algo de espacio a su sufrido ayudante. Lleva casi 16 horas sin descargarse y ya toca. De lo contrario se pone de mal humor, le da un tic nervioso en el ojo izquierdo y así uno no puede rendir en el trabajo.

En un pasillo anexo, el de la literatura erótica, una joven punk y pelo color malva, vestida con una falda estampada de leopardo, camiseta de Los Dead Kennedys y una corbata rosa no da crédito a sus ojos. En su Londres natal, los hombres no pueden ni hacerle sombra al pollón que se le intuye al gabacho.

—¡Ni lo sueñes! ¡Te jodes! Fóllate a la punk del pasillo que no ha dejado de comerte con la mirada desde que entraste —cuchichea Moloko y retira su empapada mano del paquete de Putain, señalando a una avergonzada Debbie Wood que simula ponerse de puntillas para buscar un libro. Un consejito de amiga, ya ves, así soy yo.

Moloko termina de morder y explotar con sus dientes el chupachups y empuja con su Doc Martens la bolsa a Putain. Los restos de la piruleta cereza caramelizada cae como una lluvia de polvo en la mesa, poniéndole todo perdido.

Acto seguida se levanta, y se va sin despedirse. Arsène le ve marcharse escaleras abajo con su mochila osito de peluche con los ojos en cruz y lengua fuera. Tiene un culo para partírselo a pollazos. Ella lo sabe, se da la vuelta a la mitad de la escalera y le grita: "¿A qué estoy muy buena?". ¡Puta!, piensa nuestro calentorro adalid de la justicia.


Pero Putain no dice nada. Se reprime darle esa victoria. A él le queda tarea. Busca con la mirada a la muchacha punk y la encuentra leyendo el libro erótico de Fanny Hill en cuclillas entre dos pasillos. El tanga diminuto azul cielo tras unas devastadas y agujereadas medias de rejilla no se escapa a la perspicaz mirada del inspector.

—Disculpe, señorita. Soy el inspector Arsène Putain del cuerpo de policía de París. ¿Será tan amable con ayudarme con la identificación de un sospechoso? Por favor preste mucha atención a está fotografía.

Debbie responde afirmativamente llevándose coquetamente un cabello rebelde malva tras la oreja mientras Putain le muestra una polaroid.

La joven agarra la fotografía y tras subirse las gafas para prestar especial atención a la instantánea, enarca la ceja derecha perforada por un imperdible. El sospechoso es en realidad una foto polla del inspector en todo su esplendor. 

—¿Quién es? No lo he visto en mi vida. ¿Debería? —responde picarona con un marcado acento inglés, jugando con su corbata rosada—. ¿Tiene usted algo más que me pudiera ayudar a hacer memoria?

Arsène se saca el miembro erecto y lo sitúa al lado de la polaroid a modo de comparación. Debbie se le cae el libro de la impresión. Es grueso como una mazorca de maíz. Putain asiente satisfecho, coge de la mano a la pálida londinense y se la lleva al pasillo más oscuro. Una vez asegurada el área, se baja los pantalones del todo y los calzoncillos por debajo de los huevos. Llama a la puerta del rostro de la punk con la polla. Wood se disculpa y se arrodilla frente a él, y empieza a masturbar al buen samaritano a dos manos, como si estuviera acelerando una moto. Putain echa las manos para atrás y alza su depilado culo. Agarra de la cabellera a Debbie como quien saca un tubérculo de un campo.

Debbie no había probado una polla tan nervuda y gorda en su vida. Parece tener vida y voluntad propia, flanqueada por unos cojones a punto de reventar. Se mete la polla al completo en la boca. Arsène no está habituado que las féminas pueden introducirse sus veinticinco centímetros de una tacada sin insultarle y del placer pierde momentáneamente la visión y trastabilla. El hábitat natural de una polla es ser custodiada dentro de una mujer. Lo dice la Biblia, cree.

Una y otra vez, la británica degusta la polla de Putain sin piedad. Sus grandes dientes por encima y su piercing en la lengua por debajo aran el justiciero miembro dándole al azote del mal parisino una placentera combinación de placer y dolor. Por su parte, Arsène no ha perdido el tiempo y con una mano magrea las gordas tetas de la londinense por debajo de la raída camiseta sin sujetador, pinzando sus duros pezones, curiosamente sin piercings.

No debería correrse, pero cuando Wood aprieta de nuevo su bolsa testicular con una enérgica mano, sujeta a la joven instintivamente de la nuca y a pesar de lastimarse con el collar de púas de la punk, su polla no se da por aludida y se alivia en su totalidad en la boca de la vecina de Camden Town, que no hace ni un solo amago de apartarse a pesar de la generosidad de la corrida ni aparta la vista del inspector.

Tras tragar en su totalidad la lechada justiciera del inspector, la británica muestra su despejada lengua orgullosa y se levanta la falda. Unas medias agujeradas remendadas con pintauñas saludan a Arsène. Putain desgarra las medias por la altura del sexo y aparta el tanga de Debbie. Ella complacida entreabre con sus finos dedos su encarnado y poblado sexo. La invitación es más que obvia.

Putain puede ser muchas cosas, pero nunca un desagradecido. Se escupe en la mano y estruja y aprieta su polla cinco-seis veces y su tranca agradecida por el trato dispensado, dura como el peñón que amarrase la legendaria espada de Excalibur de la pérfida Albión, penetra a la londinense contra una estantería que protesta arrojando varios libros al suelo. Libros que son maltratados y pisoteados acto seguido.

Debbie jadea ruidosamente. No se esperaba que el agente de la ley supiera manejar su monstruosidad tan pronto y con tanta habilidad. La polla del cuarentón le está demoliendo el coño. Siente el calor y el palpitar de las gruesas venas de la tranca del inspector llevando a cabo un concienzudo registro domiciliario.

Le encanta sentirse sucia, sentirse delincuente. Vivir temporadas enteras en un coche en Londres la ha marcado. Luego vinieron los porros, los hurtos en la iglesia. Todo frutos de su mala cabeza y las peores compañías. Hace ya cinco años levantó el vuelo, pero la sensación de que ha sido una niña mala y merece que la castiguen persiste. Y ahora encima ha permitido que un desconocido se la folle. Merece ser reprendida. Necesita que un hombre de verdad le diga por donde tirar. Jadea de nuevo. Le acaban de dar otro pollazo destructor.

Se muerde los labios hasta hacerse sangre. Se va a correr ya mismo. Ningún hombre se la ha follado con tanta virulencia, pero con tanta pasión al mismo tiempo. Ya podía aprender su jefe hace cinco meses cuando la contrató.

Ayuda tener una herramienta como la del inspector, sin duda alguna. Oleadas de placer cubren su mente. Se corre dos veces casi seguidas. Aprieta las muslos para atesorar la polla, y siente la calidez del esperma del hombre resbalar muslo abajo. Él también se ha corrido y además dentro, sin avisar. Se lo perdona. Cuando se tiene una polla así de gorda, se tiene salvoconducto para todo. El oloroso y grumoso semen del inspector termina manchando su tanguita apresado en uno de sus tobillos. Tiene el conejo ardiendo. Qué gusto. Espera no haberse quedado embarazada, eso sería un inconveniente para su trabajo recién iniciado en la guardería.

Arsène recoge el tanga de la muchacha y se lo mete en el bolsillo del pantalón. Le da las gracias por su inestimable ayuda ciudadana mientras se termina de limpiar con las páginas de un libro de autoayuda que no ayuda a nadie aparte de su autor a engañar al lector. Debbie se queda buscando desesperada las bragas mientras nuestro incorregible inspector, tras abandonar el pasillo, busca con la mirada y encuentra a las lesbianas que vio al entrar a la sala.

Se presenta y le entrega a la del gorro de lana, otra foto polla suya con su dirección de email. Putain está convencido de que alguna que otra lesbiana viendo las polaroids se puede replantear cambiar de dieta. Para recoger, hay que sembrar antes, se lo decía sin descanso su abuela de Cuenca.

La hippie se ríe de él echando la cabeza hacía atrás y llevándose la mano a la boca, mientras que su gigantona novia rubia platino se guarda la foto en un descuido de su novia y le guiñe un ojo al inspector. La finlandesa Svenja viendo el generoso menú tiene intención de cambiar de dieta bastante pronto y la oferta degustación es ciertamente irrechazable.

Cargado con la bolsa y el disfraz del Duque Blanco, Putain se encamina finalmente a casa no sin antes darle un toque al hippie bohemio que le hace perder el equilibrio y partirse los morros contra el suelo. Fumado como está el bohemio no se da cuenta que le falten ocho piezas dentales hasta pasado seis horas.

Aun habiéndose aliviado ya dos veces, su sufrida polla no se ve harta. Pasará por el gimnasio de su amigo René "el tuertas" para soltar adrenalina, pero se conoce de sobra; no servirá de nada. Seguramente tocará descargar de nuevo esta noche en casa. Es lo único que ayuda. Aprovechará la videollamada semanal con Michelle para una sesión de sexo telemático. 

Nicole Moloko por su parte le ha demostrado ser un activo muy importante con su buen hacer en su trabajo. Sabe muchas cosas y le tiene más que calado. No sabe si eso le disgusta o no. Se la tiene que follar cómo sea.

Puta Moloko.

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¡La banda sonora de "El culto secreto"!

My Chemical Romance - Famous last Words


Enigma - Amen


No te pierdas todas las aventuras del intachable inspector Arsène Tiberius Putain bajo el siguiente enlace o en su libro recopilatorio de próxima publicación.


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Comentarios

  1. Deseando leer la trilogía final del intachable inspector. Muy divertida y sensual. Enhorabuena.

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