Las bragas al sol y sombra (Perlas de pasión #2)
EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS
Foto: Kylie Page
No puedo evitarlo, me encanta comer pollas.
Me vuelve loca ese instante en el que una buena polla estalla en mi boca, inundando mi interior de cálida leche. Los espasmos que sufre mientras se le va la vida a chorretones.
Nada que ver cuando se corren en tu coño o culo, ahí ni te enteras.
Es en la boca cuando te sientes la dueña del mundo, tienes el control, lo sientes todo.
Y las buenas corridas son una puta delicia.
Me ofende muchísimo esas en las que llevas currándotelo un buen rato, esforzándote por una buena lechada y te corresponden corriéndose tímidamente.
¿Qué pasa aquí? ¿No me merezco una buena descarga? ¿Sólo vas a echar esta mierda? ¿Esta que ni siquiera me atraganta? ¡Vete ahora mismo de aquí, gilipollas! ¡Y llévate tu mierda de polla flácida!
Me acaba de mudar a un bloque de apartamentos y ya le había echado el ojo a unos cuantos candidatos.
Debéis saber que solo tengo una norma para chupar pollas.
No es su estado civil, ni su poder económico.
Todos tienen el mismo derecho a poder correrse en mi boca.
Es un rango de edad. Ya no chupo más pollas ni de adolescentes ni de viejos.
Los adolescentes se corren torpemente nada más metértela en la boca y los viejos te acarician la cabeza como a un perrito mientras echan una puta mierda. El rango ideal es a partir de los veinte hasta los sesenta años.
Mi nuevo vecino Juan cumple con mis estándares. Veintitantos, medio despeinado, comercial o algo parecido, emparejado o no y se le intuye un buen dosificador de cálida leche. Seguro que echa unas buenas lechadas, de esas que debes escupir la mitad a tus tetas para no morir atragantando.
Inicio mi ritual colgando mis braguitas negras con lacito rojo en el tendedero.
No falla, les pone burrísimos. Se ocultan tras las cortinas mirando, imaginando infinitas posibilidades, se hacen los encontradizos al tender la ropa, buscando contactos visuales. Me encanta.
Ahora sigo, voy a tocarme un poco, y vuelvo enseguida.
Ya.
Pero el gilipollas de Juan es inmune a mis señales. Bueno, como todos los hombres, pero él es particularmente torpe.
Las he tendido en pijama, en lencería, en tetas. Nada, no se da por aludido.
Y eso me pone cerdísima.
Que no me hagan ni puto caso, que se resistan. No me había pasado nunca.
Bueno, una vez, pero es que era ciego, el pobre.
Me he sorprendido pensando en el pasmado de mi vecino mientras le comía la verga con la gorra puesta del piloto de mi compañía aérea, OpenFly Air, al comandante a diez mil pies de altura.
¿Qué se creía ese imbécil? ¡La próxima semana, al volver a casa, se iba a enterar!
Esta mañana, al tender mis braguitas negras, se visto sus bóxer de corazones colgados.
¡Eso ya traspasa cualquier límite! ¡Es una provocación en toda regla!
He subida cabreadísima a su piso y le he fundido el timbre. Juan ha abierto a los pocos segundos.
—¿De qué vas, imbécil? ¿Crees que puedes salirte con la suya? ¿Tenerme todo el puto día pensando en ti? —le chilló mientras le empujo hasta el comedor.
Juan, en pijama, se hace el tonto, a mí no me engaña, y balbucea que no sabe de qué estoy hablando.
Cierro la puerta de una patada. Me tiene hasta los cojones. Le bajo los pantalones y los calzoncillos de una sola vez.
—Ya puedes correrte como un león dentro de un rato en mi boca, o de lo contrario, sales tú y tus bóxer de mierda por la ventana —le exijo mientras me pongo de rodillas y abro mi boca.
Mi vecino, con la polla ya muy tiesa, me la introduce y empiezo a chuparla con ganas, muchas ganas.
Tiene un aparato bastante digno y apañado. Sabe bien y aguanta estoicamente mis felaciones.
A los pocos minutos, empiezo a notar su respiración entrecortada, sus palpitaciones en la verga, está a punto de caramelo.
—Espero que te corras sin avisarme, sin pedir permiso, así es cómo me gusta a mí —digo parando momentáneamente la mamada.
Él asiente y empieza a expulsar litros y litros de sabrosa leche en el interior de mi boca. Joder, sí que estaba retenido el muchacho. ¿Cuánto llevaba este tío sin correrse?
Intento respirar, pero él me retiene la cabeza con ambas manos, mientras sigue eyaculando como un animal salvaje. Me encanta.
Finalmente me suelta y escupo una gran parte sobre mis tetas duras como piedras.
—Espero que esto te haya servido como lección, gilipollas —le chilló mientras me limpio con mi camiseta la boca—. ¡Mañana volveré a subir para ver si has aprendido algo, atontado!
Al día siguiente, vaya si había aprendido. Volvió a correrse con abundancia en mi boca, y dejé que lo hiciera también, más tarde, en otras partes de mi cuerpo.
Me cae bien Juan. Es un buen vecino.
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- La versión de Juan, aquí.
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¡La canción del relato!
Diego Verdaguer - Volveré.
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¡Hola!, me gusta este nuevo formato, historias más cortas y directas al grano.
ResponderEliminarHahaha. ¡Yo también quiero una vecina así de amistosa!
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