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A las duras y a las maduras (Perlas de pasión #3)

EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS

Foto:  Debora Caprioglio

—¡Chemita, mira lo que has crecido! ¿Eres tú? ¿De verdad? ¡No puede ser!

Con los brazos en jarras, Lorena no da crédito a sus ojos. ¿Hace cuánto que no veía a muchacho al que amorosamente le hacía la tortilla de patatas para el instituto años atrás, con el que repasaba los ejercicios de matemáticas, al que le confesaba sus andanzas con su novio?

—Dieciocho, pero ya nadie me llama Chemita. Es José María —responde con una tímida sonrisa el joven que no puede evitar una descomunal erección a volver a ver a la volcánica Lorena embutida en su vaporoso vestido de motivos florales.

Avergonzado baja la mirada y oculta su desliz con la mochila. 

"Se le van a salir las tetas. ¡Qué ricas, joder!", —piensa.

—Pasa, pasa. ¡Madre mía, que hombretón ya estás hecho! —exclama cogiendo del brazo al muchacho mientras le hace pasar al interior de la casa. ¿Te acuerdas cuando jugábamos a las cartas mientras tus padres iban al teatro por la noche? Anda que no insistías en jugar al juego donde uno se tenía que desnudar. ¿Cómo se llamaba? Una vez casi me quedé en tetas.

Chemita sonríe sin llegar a responder a la pregunta. ¿Cómo no se va a acordar? Anda que no ha maldecido su mala suerte aquella noche. Le faltó ganar una baza y le hubiese podido ver las gordas lolas con sus amplias sonrosados aureolas y esos pezones que siempre se le marcaban. No hubo manera de ganar aquella aciaga noche ni ninguna otra después. Maldita su estampa.

—¿Cómo está tu madre? Me acuerdo mucho de ella. ¿Qué te trae por aquí?

—Madre está bien. Me trae la lotería del equipo de baloncesto donde juego. ¿Quieres unas papeletas? No tienes por qué comprar nada, de verdad. ¿Por qué dejaste de venir, Lorena? Te he echado de menos.

—¿Qué te dijo Fernanda? Seguramente no te dijo nada e hizo bien. Dejémoslo en que fueron decisiones de mayores. Pues claro que te compro. Deja que te pegue un abrazo.

Al hacerlo un millón de recuerdos húmedos invaden al muchacho. Lorena huele exactamente como lo recordaba; a fruta madura, a pan recién hecho... a un pecado que te manda derecho al infierno sin parar en ningún sitio.

—Anda mira, si no has venido solo —sonríe Lorena llevándose una mano a la boca al percatarse de la erección del muchacho contra su vientre—. Has venido pero que muy bien acompañado. Con estas mimbres te compro el cesto entero. No llevo nada suelto, pero te voy a hacer una oferta de las buenas.

Sin más dilación, Lorena tira de la camisa al muchacho y le mete hasta en fondo del apartamento al amparo de miradas indiscretas.

—Venga, cuéntame cosas de tu vida. ¿A qué te dedicas? —pregunta mientras se sientan en unas sillas de la cocina.

Chema relata cuatro tonterías sin evitar observar la mirada felina de Lorena. Imaginando mil cosas indecorosas, se le caen las papeletas por debajo de la mesa. Torpemente, se agacha para recogerlas sólo para ver las piernas abiertas de Lorena. No lleva braguitas y su coño está al aire, es maravillosamente precioso.

Se levanta de un salto, asustado por la indiscreción y con una renovada erección de escándalo.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? ¿Te interesa saber más de mi propuesta? —apuntilla Lorena con el dedo índice la nariz del muchacho mientras desabrocha el cinturón del pantalón con la mano que le queda libre.

Acto seguido, mientras le muerde el cuello, le baja el slip solo para quedar boquiabierta con el tamaño del miembro del muchacho—. Qué barbaridad. ¿Qué le das de comer? ¿Te la han chupado alguna vez, chico?

—Mi novia Marisa dice que eso es de putas —tartamudea Chema -Chemita ya- sin valorar que confesar tener pareja pudiera ser una torpeza. 

—¿Marisa, la hija del alcalde? Esa es gilipollas, de siempre. Mala pájara —sentencia la morena entre lamidas, mordiscos y apretones de huevos—. Menuda polla gastas y qué dura, Chemita. Ni punto de comparación con la de tu padre. Me encanta.

Entre jadeos entrecortados, José María le vuelve a rogar a Lorena que no le llame Chemita mientras deposita ambas manos sobre la cabeza de la muchacha y cierra los ojos. Está en la gloria. No durará nada. Lo que daría por verle las tetas.

—¿Me puedo... correr... en tu...tu boca?

—Para tener una polla tan grande, hablas demasiado. ¿Eres un niño o un hombre? Chemita, si una mujer te la está chupando, no preguntes. Eso sí, avísala siempre, pero no pidas permiso. A muchas les da miedo saborear la corrida de un hombre. Y no, no te puedes correr todavía... por preguntar. Tontorrón.

—¿Entonces?

Lorena se baja los tirantes y deja al descubierto unos inmensos y blanquecinos pechos de esponjosas aureolas grandes como galletas María. La mera visión de tan espectaculares pechos marea al muchacho. Tiene el pulso a mil.

La exvecina se sube la falda hasta la cintura, reduce su indignado vestido a un amplio colorido cinturón y tras hacerse con el endurecido miembro del joven le empieza a cabalgar sentados aun en la silla.

—¿Cuántas pajas te has hecho en mi honor? ¡No me engañes! —interroga curiosa Lorena bajando y subiendo la caderas mientras sus blandas tetas golpean inmisericorde el rostro de José María que no ha dejado de estrujarlos como si no hubiese un mañana—. ¡Cómetelas enteras y contesta, joder! ordena.

—¡Cientos! Que digo cientos... ¡millones! —responde un enloquecido Chema entre chupada y chupada succionadora y a punto de caer infartado.

Esta vez, el muchacho no comete la torpeza de pedir permiso alguno y se descarga con fuerza y entre espasmos en el coño de su exvecina como un toro miura sin dejar de morder con fiereza el pezón derecho de Lorena.

Al rato, su enrabietado rabo abandona malhumorado el cálido coño de Lorena entre espasmos. Se acaba de meter la corrida del siglo.

La mujer se incorpora, clava la pierna derecha encima de la mesa y permite, que la colosal corrida de su joven amante caiga a trompicones sobre su polla derrotada, separando con dos dedos los labios de su palpitante vulva.

—Dale muchos recuerdos a tu madre —le ordena la mujer plantando un beso en la mejilla al muchacho mientras le aprieta los muy doloridos y más descargados huevos.

Chema gime, pero no se aparta. Se he quedado como Dios.

—Y tú, José María pasa más a menudo a verme. Tenemos que ponernos al día, aunque te pille algo lejos de casa. ¡Hay que estar a las duras y a las maduras, o mejor dicho hay que darle duro a las maduras!

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¡La canción del relato!

Julio Iglesias - Por el amor de una mujer.


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