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La entrevista de trabajo (Perlas de pasión #1)

EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS

Foto: Lauren Philips

Reconozco que no fui a la entrevista de trabajo del modo más adecuado.

La noche anterior me había corrido una juerga de escándalo por Bilbao con unos amigos.

Lo que empezó con tomarnos solo unas cervezas y para casa, devino en toda la noche bailando, bebiendo y más cosas hasta altas horas de la madrugada.

A las tres de la mañana, yo estaba corriéndome encima de la torneada espalda de una preciosa -y desconocida- chica a cuatro patas, en su casa.

No recuerdo apenas cómo llegamos a este punto.

Creo que era la camarera del último garito en el que estuvimos.

Os tengo que reconocer que siempre he jugado con ventaja en mis encuentros sexuales. Poseo un don, un séptimo sentido, que casi nadie tiene de los hombres.

En los primeros minutos de conocer a una chica, sé con certeza si quiere follar conmigo.

Es 100% fiable y no me he equivocado nunca.

Suelo hacer un poco el paripé, un poco de cortejo, pero sé que al cabo de un rato acabaremos follando.

Volviendo a la entrevista.

Me presenté a las diez con un aspecto bastante mejorable a la entrevista.

La Recursos Humanos, Cristina Durán, me hizo pasar a un pequeño despacho para comentarme las condiciones del puesto vacante.

Era una mujer espectacular, rondando los cuarenta, pelirroja de piel blanquísima y desprendía una elegancia al hablar y caminar que me estaban poniendo a mil.

Encima de la mesa, aparte del ordenador, unos folios, un boli y un pequeño marco con la foto de su marido y sus dos hijas.

Ella me explicaba las características de la vacante, y yo no podía desprender la mirada de su generoso escote. 

Me imaginaba mi miembro viril entre sus blancas tetas mientras se las estrujaba con deseo.

—Sr. Pérez, ¿posee alguna pregunta?

—Nada, perdone, no, ninguna, está todo bien. ¿Cuándo puedo empezar? —contesté sin tener ni puta idea de lo que me estaban preguntando.

—Estupendo —replicó ella—, sólo queda firmar entonces el contrato.

Se sentó en la silla al lado de mí y me acercó el documento.

Mientras se inclinaba pude observar en todo su esplendor sus tetas. Eran firmes, grandes deliciosas, seguramente rematadas con unos deliciosos pezones rosados.

Mi sentido especial se acababa de activar. Ella, sin duda, me follaría vivo si me lo curraba un poco.

No puedo ir en contra de la naturaleza.

Me hice el torpón cayéndoseme el bolígrafo. Ella se agachó para cogerlo y al ayudarla a incorporarse, la sujeté la mano y me la llevé a la entrepierna de una modo casual.

Tenía la polla muy gorda y nervuda.

Ella se ruborizó unos segundos e hizo como si no hubiera ocurrido nada. Pero la vi morderse el labio y retirarse un mechón de pelo detrás de la oreja. Estaba empezando a ponerse cachonda. 

Deduje por la edad de sus hijas que hacía tiempo que no se sentía mujer, solo esposa y madre. Esas son las más fáciles. Mujeres con una sexualidad desbordante, reprimida que no pueden mostrar por una sociedad que le enmarca en un papel de madre y esposa.

Me levanté y cerré el pestillo de la puerta. Al volver a la mesa, le pregunté sin un atisbo de vergüenza:

—Cristina, ¿te como el coño antes o después de chuparme la polla?

Ella me respondió bajándome la cremallera del pantalón y agarrándome el mástil.

—¿Cómo has sabido...? —preguntó mientras devoraba mi verga con hambre retenida.

—Digamos, que tengo un don.

—Si dices algo de esto a alguien, te despediré y te mataré, en este orden o en el otro —afirmó mientras repasaba con su cálida y suave lengua mis huevos y polla.

La aseguré que no iba a salir nada de mí, en todo caso meter. Ella, afirmó falsamente, que no sabía que le estaba pasando mientras se bajaba las braguitas y se acariciaba la pepitilla.

Yo estaba a punto de correrme, y mira que apenas ocho horas me había corrido como un elefante, pero ya estaba listo otra vez. Le aparté con  esfuerzo la boca de mi polla y la abrí de piernas encima de la mesa.

Su coño olía a rosas, a pecado, a placeres celestiales. Y sabía aún mejor. Nunca me había comido un coño tan delicioso. Lo estuve lamiendo durante diez largos minutos hasta que su explosión de placer me chorreó por toda cara, deslizándose por mi barbilla.

Me entretuve un poco más con su clítoris para volver a encender la mecha.

Cristina me rogó que se la metiera de una puta vez. Hice amago de buscar la cartera -un condón- y ella empujó con sus tobillos mi culo para penetrarla sin dilación.

—Hoy me siento muy guarra, fóllame sin condón pero te corres fuera, ¿vale? —me dijo ya con media polla dentro y con los ojos cerrados.

Asentí clavándosela hasta el fondo. Ella ocultó su grito de placer mordiéndose el puño.

La besé el cuello, continué en sus enormes tetas, todo sin dejar de penetrarla cada vez con más candencia. Cristina remolaba con su coño encima de su polla. Estaba hambrienta de sexo, llevaría a palo seco durante meses.

El marido, y dueño de la empresa, seguramente la tendría en un altar y ya vería ya sólo como la madre de sus hijas y era intocable.

Se acercaba el clímax.

—Cristina... me voy a correr... ya no puedo más... la voy a sacar. ¿Dónde... dónde puedo correrme? 

Con un dedo me señaló su boca abierta.

—Tengo luego otra entrevista y no quiero que me dejes toda pringada con ese pollón que te calzas —explicó corriéndose, de nuevo, de placer.

Me incorporé e hice lo mandado, apenas llegué a su cara, descargas eléctricas recorrieron todo mi cuerpo mientras eyaculaba en su boca. Creo que nunca me he corrido tanto, conté por lo menos seis largas descargas. Creí desmayar, ¡qué placer tan divino!

Ella mamaba como un ternerillo recién nacido.

—Eres maravillosa —acerté a decir retirando la drenada polla de su boca. No se había desperdiciado ni un sola gota de mi masculinidad

Me correspondió besándome apasionadamente.

Nos vestimos sin decirnos nada. No hacía falta. Solo éramos dos desconocidos que habían pasado una hora follando como animales. Sin malos rollos ni historias.

Por supuesto, renuncié al trabajo. Era lo mejor para ella. Se quedaría como una exótica aventura entre dos adultos.

Al salir del edificio, llamé a un Uber. A los pocos minutos, me recogió una conductora.

Me senté en la parte trasera, cansado de mi encuentro sexual. La rubia me observó por el espejo retrovisor y ahí lo supe. Se había vuelto a activar mi sentido especial.

Dentro de un rato estaría follando. Otra vez. ¡Joder!

¡La canción del relato!

Julio Iglesias - Soy un truhán, soy un Señor


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Comentarios

  1. Genial relato corto. ¿El #1 indica que habrá más historias de este personaje o más relatos autoconclusivos?

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  2. Suscribo lo anterior. ¿Estamos ante una nueva serie?

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  3. Más relatos autoconclusivos. Gracias por leerme. *-)

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