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Arsène Putain y el Oktoberfest (Inspector Arsène Putain II #11)

 EXCLUSIVO PARA MAYORES DE 18 AÑOS


ARSÈNE PUTAIN Y EL OKTOBERFEST

París. Hoy.

Sin dejar de apretar el volante de su Ford Mustang amarillo como si estuviera estrangulando a una gallina y los labios más prietos que los muslos de una virgen, una iracunda Luna Bellum acelera a toda mecha por las calles de la ciudad de la luz. Dos calles atrás queda el primero semáforo en rojo de los cuatro que se saltará antes de llegar a su destino.

A las sonoras quejas de un coche, Bellum responde levantando su brazo con el dedo corazón extendido, la palma de la mano hacia dentro y el precioso cumplido que le jodan al conductor.

No tiene Luna el chichi para farolillos como le gustaba decir a su madre (una santa). Ni de lejos. Tiene un cabreo de tres pares de cojones.

—¡Otra vez me la vuelto a liar el energúmeno del Arsène! —musita fuera de sí la pelirroja Bellum—. ¡No hay manera de ganarle al puto juego!

Fuera de sí, vuelve a cerciorarse de que junto el anillo de Salomón en el asiento del copiloto descansa una Beretta M9. En qué hora se le ocurriría mandar robar la puta joya días atrás a la ilusionista Morgana Blair, se castiga mentalmente Bellum. 

Antes de volver la vista a la calle, y estar a lo que tiene que estar, se salta el segundo semáforo de la gélida noche. Incapaz de admitir su desliz (en su familia siempre han pecado de soberbios), se autoconvence que estaba en color verde cereza, averiado o que no había ni semáforo.

—¿Cómo es posible que me la haya jugado esta vez? ¡Esto me pasa por confiar en las inútiles y muy zorras de mis putichicas! —grita la pelirroja mientras clava el tacón de nuevo en el acelerador, se salta el siguiente semáforo y casi provoca un accidente—. ¿Van a estar todos en rojo hoy o qué? ¡Estad más atentos! —les grita a los conductores sacando casi todas las tetas por la ventanilla—. ¡Qué vais agilipollaos! ¡Que tenéis menos luces que un cementerio! 

Cuando, doce minutos después, la fittipaldi llega al gimnasio "El pato mareado" de René, el tuercas, ya ha añadido otra infracción a su cuenta particular. Estaciona haciendo un trompo.

Vislumbra el Porsche 911 Carrera plateado del inspector aparcado tan tranquilamente en la puerta principal. Sale de su coche, se recoge el largo cabello en una coleta y al pasar cerca del deportivo del inspector con la llave del coche le decora todo el lateral, desde la rueda trasera hasta el faro delantero con la palabra "Puto".

—Que se joda —sonríe para sus adentros la líder de la organización criminal parisina— Haber estado más espabilado. ¿A quién se le ocurre dejar un deportivo a estas horas en un barrio así?

Antes de entrar, su mente le transporta a uno de sus exámenes finales en la prestigiosa Akademie der Schurken und Ganoven de Baviera y su primer encontronazo con Arsène Putain. Maldito sea él y su sonrisa, su maldita sonrisa y maldito mil veces su enorme pollón de caballo.

Múnich, Baviera.
Oktoberfest. Carpa Boandlkramer.
Hace algo menos de dos años.

—Esto es muy fácil, Monsieur —le indica una lozana Luna Bellum marcando cada palabra haciendo un círculo punzando pulgar e índice—. Ya sé que sólo eres un simple conserje, pero si los rumores son ciertos, y espero que los sean, me servirás bien.

Putain asiente solícito abotonándose uno de los botones de madera del pantalón de cuero tradicional bávaro de color café. La aprendiz de criminal Luna Bellum se podrá creer la más lista de los siete reinos, pero desconoce por completo la verdadera razón de que Putain haya pasado los últimos seis meses trabajando de incógnito como conserje en el castillo Feuerbach a las afueras de Múnich y haya aceptado la misión de acompañar a Luna esta tarde.

Las órdenes de su superiora Babette Fournier, más que claras, eran cristalinas. Infiltrarse en la exclusiva -y no tan secreta- academia de villanos de Baviera y hacer acopio de todo tipo de información que pudiera serle útil a la a los servicios secretos de la República Francesa en un futuro no tan lejano. 

A la pregunta de que por qué se habían decidido a enviarle a un novato en el cuerpo como él, sin apenas experiencia internacional, la respuesta de Fournier no pudo ser más tajante y honesta.

—Por qué eres un don nadie, hablas alemán con cierta holgura, eres prescindible y en el probable caso de que te pillaran, no sabes una puta mierda—. Sales mañana. No temas. No sospecharán de ti. Eso sí que lo tenemos bien atado mientras no hagas el gilipollas—. sentenció la comisaria mordisqueando un descarrillado lapicero mientras le mira el paquetón a su nuevo inspector. Con estas vistas, no gana una para lapiceros, ya lleva dos paquetes de diez esta semana.

Arsène respondió que agradecía su brutal honestidad y que aceptaba la misión. Cuando salió del despacho de la pelirroja Fournier tenía muy claro que les iba a demostrar a todos los zoquetes del departamento que en sus planes no contemplaba fracasar y que tarde o temprano se iba a follar a su jefa, si era encima de la mesa y mordiendo uno de esos lápices, mejor.

—¿Dónde cojones estás, Aurélien*? —le arranca de sus recuerdos una altiva Bellum al inspector chasqueando los dedos—. Estamos a lo que estamos, ¿o no? En un cuarto de hora esto empieza y no hay vuelta atrás.

Putain se disculpa y se termina de vestir en el diminuto cuarto del personal de servicio de la carpa. Ha optado por vestir una talla de pantalón más pequeña para marcar bien el paquete y el culito. El pantalón por supuesto no está de acuerdo con esa feliz idea y está a punto de reventar, el pollón se le nota como a un gato bajo una sábana. Dos camareras ya le han dado su número de teléfono apuntado en una servilleta para después de la jornada laboral.

—El grupo del alcalde segundo y su grupo de tres concejales llegarán en breve al box que han reservado en el ala oeste de la carpa. Serán atendidos por nosotros dos en exclusiva. Una vez ahí, podrán disfrutar de la fiesta de la música, cerveza y comida sin ser molestados. Ya me he deshecho de sus parientas invitándoles a una presentación de una joyería (con regalo incluido) esa misma tarde en el centro. Asistirán todas a excepción de Corinna, la mujer del alcalde segundo, Arno Karrenbauer. 

*Obviamente Arsène no ha ingresado con su verdadero nombre en la academia de villanos si no con el de Aurélien Chevalier.


» La muy puta ha rechazado la invitación y estará celebrando con ellos el ventajoso acuerdo de una nueva empresa de recogida de basura. Que esté ella es un contratiempo. Corinna no se separa ni con agua caliente de su queridísimo marido. Si se cosca de algo raro, la habremos jodido.

» Tienes que entretenerla como sea mientras, no te costará mucho con esos pantaloncillos que te me has colocao, yo acerco un dispositivo escondido en el interior de mi medallón al móvil del alcalde segundo. A menos de un metro el dispositivo se activará comenzando a copiar todo el contenido de su móvil. Si mis sospechas son acertadas, el móvil de Arno lo guardará su mujer, como de costumbre, en su carísimo bolso de Louis Putón.

—¿Quiénes? —pregunta un presumido Arsène. Que tiene un pistolón entre las piernas eso ya lo sabe él desde que vestía pantalones cortos.

—¿Qué más da eso ahora? —responde malhumorada Luna deteniendo su discurso. Tras valorar sus opciones, le mira contrariada—. No vas a parar hasta que te lo diga ¿verdad?

» Stephania Adelhozer, Siobhan O'Fruín, Masha Fedorovich y, finalmente la que ha decidido meterse a monja de clausura -tras haber visto a Dios en forma de boniato-, Luciana Ribeiro, al parecer tras pasar por tu conserjería hace dos días. ¡Ni la secretaría de las putas Naciones Unidas tienen tanto trasiego como tu licencioso cubil! Todas han confirmado embelesadas que tienes una polla divina, dura como el yeso, gruesa como un bote de mermelada a juego con una lengua diabólica ignífuga. En fin, todas unas exageradas.

—¿Y qué saco yo de todo esto? —pregunta Putain enarcando las cejas y terminándose de subir las medias calientapantorillas. Ya se le está poniendo dura otra vez—. Solo soy un pobre conserje francés mal pagado sin necesidad de meterme en líos.

—Pues podríamos... —la pelirroja Bellum se para en seco, sabedora que una es solo dueña de sus silencios y esclava de sus palabras— ¡Ni lo pienses por un segundo, pedazo de cavernícola! ¡A mí no me follarás jamás, puto sátiro!

—Torres más han caído, chérie, pero te propongo un trato justo. Yo te ayudo a hacerte con una copia del móvil y tú me deberás un favor, un gran favor. Y tranquila, no será pasarte por la piedra, vuelta y vuelta como una filete empanado como estás deseando. Tengo mucho más estilo del que me supones tan vilmente.

—¿Perdona? ¿Qué estoy deseando el qué dice aquí el franchute? Antes muerta. Pero soy mujer de palabra y no tengo tiempo para diseñar un plan nuevo ¡Trato!

—Al lío —sentencia Putain, carga una enorme bandeja con delicatessen bávaras sobre el hombro derecho y se encamina al reservado no sin antes darle una buena cachetada al respingón culo de la aprendiz de criminal, mucho menos lista de lo que se cree. Luna con seis jarras de cerveza en cada mano y por ende sin ninguna mano libre no le queda otra que envainársela.

Camino al reservado VIP, Putain no puede dejar de pensar en lo curioso que es un culo. Es como si fuese más de otra persona que de uno mismo. Nadie se lo puede ver por sí mismo y es más de quien lo ve y lo puede juzgar. Quizás ahí resida su encanto, su misterio. Y desde luego el de Luna Bellum es de primera división.

El estruendo de la carpa con seis mil personas celebrando el aniversario en honor de la boda del príncipe heredero bávaro Luis de Baviera con la princesa Teresa de Sajonia-Hildburghausen es espectacular. Desde 1810 llevan celebran los muniqueses la boda. No está nada mal, alguien debería decirles que los novios llevan criando malvas ya doscientos años.


El pabellón Boandlkramer es una gran nave de forma festiva con grandes y onduladas telas colgantes. Los visitantes se sientan juntos en largas mesas de madera donde se ponen morados de cerveza y comida como salchichas, pretzels, codillo de cerdo y pollo asado. La música no podía faltar en una fiesta de tales características y, en la parte central de la carpa, una banda de música toca en vivo canciones tradicionales bávaras, como polkas y valses, sin olvidarse de los éxitos internacionales y clásicos de la fiesta. 

El box reservado por la comitiva del ayuntamiento es una de las pocas reservadas exclusivas a los visitantes VIP. Éste en concreto se encuentra en la parte oeste de la carpa. Se accede a ella únicamente por una estrecha escalera de madera y tras pasar los férreos controles de un equipo insobornable de seguridad.

Tanto Luna como Arsène no tienen problema alguno en franquear el control tras mostrar sus credenciales a los gorilas. Nada más pisar el entarimado, la comitiva del ayuntamiento les recibe entre aplausos. Ya no hay vuelta atrás. 

Luna toma el control de la situación mientras Putain descarga la bandeja con la comida. La exuberante mujer del alcalde segundo de rostro afilado se pinta los uñas, harta de todo y de todos en una mesa más alejada mientras su hija de dieciocho años recién cumplidos (con cuya presencia no contaba Luna), aporrea aburrida un móvil. ¡El móvil del padre!

—¡Pero cuanto hombre de verdad tenemos el placer de poder complacer esta noche! Josef Rieger, nuestro querido mecenas de esta noche, agradecido ha dado órdenes expresas de que no les falta de nada esta noche. Por desgracia, su vuelo se ha retrasado y no podrá asistir a esta velada, pero les desea que pasen una estupenda noche con todo pagado. ¡Insistió en que no les faltara de nada! Ustedes me dirán. ¿Una ronda de cerveza para empezar? —pregunta una risueña Luna Bellum vestida de lagarterana... perdón, con el traje típico de Baviera.

En la galería central de la carpa, los músicos arrancan por enésima vez "ein Prosit", señal inequívoca para alzar las jarras de cerveza y consumir el tesoro espumoso de la orgullosa Baviera.

Los cuatro hombres envalentonados entrechocan ruidosamente sus jarras. Están en la gloria. Así, sí les gusta celebrar y si encima es con todos los costes pagados, mejor.

Con el canto de la mano, el más veterano de ellos, el panzudo concejal Martin Hansen se limpia su bigote de morsa y, como quién no quiere, le mete mano a Luna Bellum por debajo de la falda buscando pelo. El alcohol siempre despierta a su Casanova más libertino.

—¡Pero será usted atrevido! ¡Así, por las buenas, sin invitarme a tomar nada antes! Tse, tse, es usted un chico muy malo, sr. concejal —le recrimina Luna poniéndole un dedo vertical en la boca a modo de mordaza—. Ya saben lo que dicen en Baviera; Wer kauft schon die Katze im Sack?*

El orondo concejal sumamente orgulloso de sus dotes de seductor nato le pega continuos codazos en las costillas a su alelado hijo Alois. Esta va a ser una noche legendaria. Se termina la cerveza de un trago, eructa y empieza otra.

—¿Y usted qué dice a todo esto? ¿Son estas formas de tratar a una señorita inocente como yo, recién llegada de la granja de mi abuela en Rosenheim? —pregunta picarona Luna al alcalde segundo.

Antes de que el atortugado Arno Karrenbauer pueda responder, Luna les confiesa con voz de niña traviesa que siempre le han puesto muchísimo los hombres en pantalones de cuero.

—¿Sabían ustedes que mi compañero aquí es capaz de cargar ocho jarras de cerveza en cada mano y nueve Brezn al mismo tiempo? —confiesa seductoramente Luna señalando a Putain—. Y, por favor no sean tan torpes de preguntarle dónde las lleva colgadas... es evidente con el pedazo paquete que gasta, ¿verdad?

La aprendiz de criminal ya ha soltado el anzuelo, solo queda que pique Frau Karrenbauer. 

Como hechizada por la flauta de un encantador de serpientes, la neumática rubia de cabello suelto y labios carnosos deja a un lado su copa de vino rosado y se acerca sinuosa a la mesa clavando sus botines en el entarimado de madera exigiendo ver tal prodigio.

Corinna desprende el inequívoco perfume de una loba hambrienta encarcelada. Más caliente que el secador de una peluquería turca. No será la más joven con sus cuarenta años largos, pero sabe muy bien donde residen sus (no pocos) encantos. Le va a dar una clase magistral a su boba hija de quién es ella. Ella a su edad estaba harta de comerse las pollas dobladas y no estaba atontada con el móvil. Seguro que es hasta virgen.

—Arno, a ver si vas a ser tú el único que puede alegrar la vista. Yo también quiero ver —sentencia la mujer acariciando la hinchada masculinidad de Putain—. Muchacho, sácate la polla. Sofort!

Su marido contrariado fulmina a su esposa con la mirada. Otro Prosit suena en la carpa. Pues a beber primero, luego Dios dirá.

Diligentemente Putain se desabrocha los botones y la lengüeta de su pantalón de cuero cae a plomo como un puente elevadizo descubriendo su descomunal polla erecta. No lleva calzoncillos. ¿Para qué? ¡Las maravillas no se esconde, se muestran!

Anticipándose a la jugada y con rápido movimiento de manos, Luna le introduce su medallón en el pantalón de cuero a Arsène. Si Putain juega bien sus cartas, saldrán airosos.

Corinna se humedece los labios con la punta de la lengua, agarra con firmeza el falo al inspector y se lo lleva al rincón más apartado junto a su boquiabierta y atontada hija Annalena.

Arno no da crédito a sus ojos. Su Corinna se va a follar al Sauhund del camarero delante suya, de sus amigos del ayuntamiento y de su hija que parece que se le haya descolgado la mandíbula de puro asombro. Joder, tenían un acuerdo.

—Solo pajear, Corinna, solo pajear. Me lo prometiste. Nada de que te la meta ni nada de chupársela —se lamenta el concejal desesperado mientras ve como nuestro hábil Arsène le sube la falda tradicional, después las enaguas a Frau Karrenbauer dispuesto a clavarle inmisericorde veintiocho centímetros de lomo Chateaubriand por detrás sin pasar por la casilla de salida.

Los generosos pechos de Corinna han estallado los corchetes de su corpiño rosado y no han dejado de bambolear rítmicamente amasando los restos de un plato con Obazda (el tradicional queso bávaro con pimienta roja) sobre la mesa mientras la mujer restriega sus nalgas contra el pollón de Putain. Durante unos instantes valora retira su plug anal pero deshecha la idea. Que decida el mesero la puerta de entrada a su casa. Ventajas innegociables cuando un hombre obra en el poder de una llave maestra así, da igual el candado que pongas. Tiene por seguro que el gabacho no es amigo de vericuetos y él le corresponde metiéndole hasta los huevos.

La visión de la gordas tetas blanquecinas, pringadas de queso anaranjado, con las amplias sonrosadas aureolas salpicadas de migajas de pan y granos de sal de la mujer del alcalde segundo es el sueño imposible de todo gourmet.

Un excitada Annalena se mete el móvil en el canalillo, decide pasar a la acción mordiendo el culo a Putain y lamiéndole el ojal.

El dispositivo de Luna detecta que la distancia es menos de un metro y empieza a transferir datos.

*Literalmente "¿Quién se compra un gato metido en un saco?". Expresión que viene a decir que nadie debería comprarse nada sin haberlo visto antes.


—¿Qué hay de vosotros? ¿Vais a permitir que una tonta chica de Rosenheim se quede con las ganas de veros los rabos? —interrumpe la escena Bellum y reclama toda la atención—. Seguro que no calzáis mal tampoco. Pantalones abajo. Yo también quiero ver pollas tiesas ya mismo.

Obedientes como niños de parvularios, los tres concejales desenfundan sus erectas armas de hombre. Curiosamente, la polla más gorda la tiene el concejal Hansen a pesar de todo lo orondo que está. 

—Muy bien, caballeros. Desgraciadamente, una chica tontita como yo, no puede atender todos esos rabos a la vez... eso sería de putas. Huelga decir que me encantan todos y cada de vuestras pollas, pero siempre ha habido prioridades. Por desgracia se van a quedar dos a verlas venir —la pelirroja se acerca a una bandeja y agarra tres Brezen—. Voy a colgar una de éstas en cada uno de vuestros maravillosos miembros erectos.

» Aquella polla que no aguante la erección lo suficiente hasta que le toque el turno y se la caiga la trencilla de pan, quedará eliminado. Por supuesto Herr Karrenbauer queda excluido. Siempre ha habido clases —informa enérgica Luna Bellum mientras de rodillas pajea al alcalde segundo golpeando su inflamado capullo contra sus mejillas—. ¿Vas a ser buen chico y te correrás para Mami? ¿En la jarra de cerveza? ¿O mejor en mi cara?

Un lívido y sobreexcitado Arno a punto de caramelo no descarta descargarse en el interior de la jarra en breve. Sacando fuerzas de la flaqueza, se gira hacia su familia y le ruega a su esposa que le respete.

Schnauze! Me estás levantando dolor de estómago, Arno —resopla hastiada Corinna mientras se baja el tanga de su respingón culo con el índice para dar paso libre a la inminente embestida de Putain —. Ya sabes que yo sólo te amo a ti, pero una tiene que atender sus obligaciones por el bien del partido. ¿O acaso no eres un patriota de verdad?

—¡Mucho! —responde Arno haciéndose el indignado mientras entrechoca las jarras de cerveza con sus colegas de partido, que bastante tienen ya aguantando de pie que sus tiesos rabos no les jueguen una mala pasada, pierdan su vigor y se queden sin su ansiado premio. Una labor titánica viendo las estupendas redondeces de la camarera.

Nuestro Putain ajeno a los problemas matrimoniales (simulados o no) de los Karrenbauer, continúa expoliando la caja de caudales de Corinna sin dejar de apretujarla los pechos. Su amaestrado y solícito rabo ni necesita ayuda ni indicaciones para saber qué plato toca servir primero.

Como entrante, toca despeluchar el conejo a la rubia teñida a pollazo limpio, después pasará al plato principal que será una lamida de almeja a la madre en toda regla (no es casualidad, que en los pocos meses que lleva en Múnich ya le apoden el comecoños de Baviera) y de postre se follará a la hija. Seguro que la madre estará encantada de que le brindan un descanso y a la cara pomelo triste de la hija se le ve que está falta y no precisamente de vitamina C por mucha guirnalda floral que se haya colocada en la cabeza.

Arsène lo tiene clarísimo, no va a abandonar su Erasmus polleril gastronómico sin llevarse sus cinco estrellas Michelin.

Entretanto, a escasos diez metros, el joven Alois Hansen, a pesar de estrujarse los huevos, pensar en todo tipo de desastres aéreos, está más tenso que un tambor y se corre en la mano.

Sebastian Inselhammer, a punto de infartar, tampoco está para aguantar mucho más. Tiene más de ochenta años y cada erección a su edad es ya un triunfo. A pesar de sus esfuerzos, sin la ingesta de su viagra habitual, su rabo pierde rigidez poco después, la Brezen cae al suelo y rodando se pierde balcón abajo. Triste espectáculo. Él por su parte no puede ni eyacular, bastante tiene con estar vivo ante ese espectáculo divino.

Verdammte Scheisse, es lo único que acierta a decir y derrotado se siente a la mesa junto a Alois. Al final va a ganar el gordito de Martin. Empieza a comer que es lo único que puede hacer un viejo a su edad sin pedir permiso.

El alcalde segundo está malísimo, entre los alaridos de placer de su esposa -jamás confesará que se la pone durísima ver cómo se la follan- y la inclemente masturbación de la mesera no está para más florituras y corona con su cálida (y bastante miserable) corrida, una jarra de cerveza a medio beber. 

Con toda la tontería, la pelirroja no se ha llevado su noble polla a los labios en ningún momento y le ha despachado con cuatro estrujones. Cuando se recupere en dos horas, la exigirá una chupada terminando en boca.

Hansen, hinchado como un pavo por haber conseguido aguantar el peso de la Brezen y quedar el último, se dirige a Bellum para recibir su premio. Pero sumamente excitado como está, al retirarse el panecillo del miembro, el roce de un grano gordo de sal en el prepucio, le funde los plomos, se corre y, para su desgracia y chanza de lo demás, se pone tibios los pantalones de cuero.

—Qué lástima, otra vez será —afirma compungida Luna limpiándose los restos del esperma del alcalde segundo de la mejilla del delantal y sumamente agradecida de su suerte, puesto que nunca tuvo intención alguna de hacer más gayolas que las necesarias.

Un derrengado Arno se sienta en la mesa. Al son de la orquesta alza su jarra de cerveza y brinda con abatido Martin y el resto de sus amigotes. No se percata que se bebe la birra aderezada con su masculinidad.

Luna mira de reojo a su reloj vinculado al dispositivo de copia. La transferencia se completará en apenas unos segundos. Levanta la cabeza y le indica Putain que toca salir a la francesa (y nunca mejor dicho) ya mismo. Todo va según el plan. Perfecto.


Mientras tanto nuestro inspector no ha desatendido sus obligaciones. ¡Es un profesional como la copa de un pino!

Una Corinna cerca del paroxismo ya no sabe ni como ponerse. Su pobre y terso higo está siendo arrasado por el grueso miembro colosal inmisericorde de Putain, aniquilándola pollazo tras pollazo. Como a quién se le caen las monedas de un bolsillo, le van cayendo orgasmos uno tras otro. El gabacho la está despachando cual María Antonieta de Austria camino al cadalso.

Poniendo un símil gastronómico; Putain es Haute Cuisine.

Arsène tras sentir las paredes vaginales de Corinna volver a contraerse tras un salvaje orgasmo, retira su polla con un sonoro plop y pasa a chupetear los abultados labios íntimos de la descoyuntada mujer. 

Annalena asombrada de que un hombre puede causar tanto placer con su húmedo badajo a su madre, no sale de su asombro.

Lamidas lentas, muy lentas a los gordos labios encarnados con todo el ancho de la lengua. Latigazos arrítmicos y diminutos mordiscos a la pepitilla. Chupetones a las desprotegidas ingles de su pobre mamá.

—¿Papá también te folla así? —pregunta la inocente criaturita de Annalena.

—¿Estás atontada? Mírale. Será muy bueno pegando mordidas en el ayuntamiento, pero le acaban de hacer una paja de medio pelo y ya está más blanco que la cal. Si se ha tenido hasta que sentar del esfuerzo, en un rato se queda dormido ¿Entiendes ahora mi frustración, hija? —intenta articular la madre mientras encaja otro orgasmo.

Annalena asiente, se quita uno de sus gigantes aretes de la oreja, y tras escupir sobre el inflamado bálano escarlata de Putain (a duras penas consigue rebasarlo a pesar de la considerable anchura del aro) viste el pollón de Putain. Con el pendiente descansando en la base del rabo apretado de Arsène, el nardo se hincha aún más para satisfacción de Annalena. La muchacha satisfecha empieza a lamer sin dejar de apretarle los huevos.

Sehr gut, muy bien, Mädel, seguro que no es la primera polla que chupas y se ve que tienes buenas maneras —la alaba Arsène sin dejar en ningún momento de estimularle con el pulgar el clítoris a la madre.

La muchacha se ruboriza por el cumplido y decide meter una velocidad más. Poco minutos después recibe su merecido premio en forma de una indómita descarga de esperma. 

Agita la mano, que le queda libre de arriba a abajo como si se la hubiese pillado con una puerta y abriendo los ojos tan exageradamente como si las hubieran deslumbrado en una oscura carretera secundaria de la Selva Negra. Mira a su madre en busca de respuesta si tragar o escupir. Corinna la pulveriza con la mirada. Ya tiene su contestación. Es de mala educación escupir las cosas ricas.

A excepción de cuatro-cinco gomosas perlas que deja caer en un largo e irregular hilo blanco sobre la palpitante vulva de su madre, se traga sin rechistar la explosiva eyaculación de Putain. El tatuaje que corona el pubis de su progenitora de un azulado león bávaro queda velado cual plañidera bajo un manto de semen.

Nuestro bravo inspector se viste, se guarda las bragas de Corinna debajo de su camisa y se marcha con la excusa que van a por más manjares y cerveza. Una impaciente Luna le espera a pie de la escalera. Su trabajo está hecho. 

Arno y sus amigotes ni se dan cuenta de su marcha al coincidir su partida con otra pieza de la orquesta. Brindan. Arno se extraña del sabor de su cerveza, pero le da igual y se la termina entera.

Annalena caería días más tarde bajo el poderío de Aurélien (o Arséne o como se haga llamar) tras un árbol en el jardín inglés. 


París. Hoy.

La entrada de Luna Bellum en el taller es todo menos calmada. Está más cabreada que una mona con bragas de esparto. Y para terminar de arreglarlo, el espectáculo dantesco que se le presenta es de todo menos halagador.

Sus tres putichicas despelotadas jugando al strip poker en una mesa mientras el fauno del inspector vestidito del todo. Joder, ni a las cartas pierde. Contrariada por volver a perder otro año el juego con Putain, le tira malhumorada el anillo de Salomón al regazo.

Se sienta a la mesa. René le sirve una copa. Ni se había percatado que también andaba cerca.

—¡Luna! Qué placer tan inmenso verte —le da la bienvenida Arsène con la más amplia de las sonrisas—. Dos de dos. Ya sabes lo que toca si vuelvo a ganar el año que viene.

Bellum le gruñe, se termina la copa de un trago y manda a sus putichicas vestirse.

El juego que lleva dos años perdiendo es el famoso trato que cerró hace años con Arsène en Baviera. Tras el éxito del robo de los datos, le debía un favor al polla gorda del amigo.

Por supuesto que Luna ya sabía que era agente infiltrado desde el minuto cero que entró en el castillo, pero en un alarde de ingenuidad pensó que podía usar este hecho para chantajearle más adelante. Se pensaba muy lista y no se lo dijo a nadie de sus superiores. Que inocente fue.

Acordaron un juego que se estiraría durante un lustro. Una vez al año ella robaría un objeto y Arsène debería recuperarlo en menos de una semana. Si no lo conseguía, ella se apuntaría un tanto.

El que perdiese tres veces seguidas o cinco en total, podía disponer libremente de un fin de semana del otro. Quedaba en el aire lo que decidiese hacer el ganador con el perdedor, pero ya se olía ella por donde iban a tirar las preferencias de Arsène.

Ahora no solo le tiene que entregar el puto anillo con la esperanza de que Putain haga la vista gorda de sus actividades criminales, sino que además se está quedando sin margen para darle la vuelta al marcador. Ya ha perdido dos veces.

Nada ha funcionado. Cada vez está más convencida que todo fue un plan premeditado de Putain desde el principio para engatusarla. Ya no lo sabe con certeza. No puede pensar con claridad.

Se levanta de la mesa con los labios apretados y se marcha con sus putichicas soltando improperios. Al menos se quedará el amigo con el coche rallado. Victoria pírrica, pero victoria, al fin y al cabo. 

Antes de salir por la puerta del taller, Putain le vocea:

—¡Más suerte la próxima vez, Luna!

Y por supuesto que hubo otra vez, pero esa es otra historia que se contará otro día.

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¡La banda sonora!

Die Globetrotter - Ein Prosit der Gemütlichkeit


DJ Robin & Schürze - Layla


No te pierdas todas las aventuras del intachable inspector Arsène Tiberius Putain bajo el siguiente enlace o en su libro recopilatorio.


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Comentarios

  1. A pesar de que FB me ha bloqueado la divulgación del nuevo relato de Valentin@ por razones nada lógicas, espero que pronto reculen de su error y todos podáis disfrutar de esta muy divertida historia, máxime cuando está ubicada en la ciudad que vivo, la impresionante Múnich.

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  2. A mí todo el tema del Oktoberfest me gusta mucho, con lo que he disfrutado doblemente del relato. Muy bueno.

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